viernes, 6 de mayo de 2011

¿Qué pasa si se pincha el globo de la globalización?

Un joven de mi edad, igualmente influido por demasiadas novelas de ciencia ficción, me planteó una pregunta interesante. Dadas las condiciones sociales existentes, ¿qué ocurre con la globalización? ¿Es un proceso reversible o irreversible?
Como siempre, la respuesta científica más honesta es, en primer lugar, que no podemos saberlo, porque no se trata de un proceso regido por principios estables bien conocidos ni está sujeto a experimentación empírica y, en segundo lugar, que incluso las aproximaciones posibles dependerán de la definición que se tenga del fenómeno.
En la ciencia ficción del siglo XX, la mundialización de la sociedad humana era un hecho esperable. No hegemónico, especialmente cuando entraba en consideración el proceso conocido como la “guerra fría”. Aclaración para los más jóvenes: la guerra fría era un estado de tensión permanente entre las potencias capitalistas occidentales y el bloque pseudo-comunista soviético que se extendió entre el fin de la segunda guerra mundial y la década de 1980. No fue una lucha con bolas de nieve.
Dada la expansión tecnológica como medio de interacción humana (un proceso cuyo incremento si se ha verificado parcialmente) y el seguimiento instintivo de las tendencias sociales del siglo XX, en donde las formaciones sociopolíticas eran cada vez más masivas y expansivas (dada la lógica de expansión de la producción de excedentes y multiplicación de consumos, fenómenos totalmente verificados), la mundialización de una forma común de existencia humana bajo el imperio de una única cultura, no era una tontería y, de hecho, para algunos observadores se trata de un hecho consumado y que define a la globalización casi suficientemente.
En esta perspectiva, calificar a la globalización como un fenómeno irreversible no es desajustada. Incluso en el caso de producirse una fragmentación posterior, no parece posible que se regrese al estado anterior de cosas, con independencia de la valoración ética, moral o estética que se haga del imperio de la globalización o de su eventual desmembramiento.
Otra posibilidad es considerar la globalización como un flujo continuo pero variable de interacción e interdependencia en el campo de la comunicación, el flujo de bienes de uso y servicios, los capitales y los elementos simbólicos de la cultura, en donde sí puede quizá ponerse en duda a la globalización como un proceso de incremento constante que conduce inevitablemente a la mundialización de la política, la economía y la cultura.
Personalmente, considero que es mejor el análisis post facto de algunos elementos clave en el proceso. Principalmente, creo que no debe olvidarse que hasta el momento la globalización ha regulado las relaciones entre conglomerados sociales vinculados a un sistema mundializado, el capitalismo, pero entre partes en donde el sistema presenta condiciones internas de regulación bien diferentes.
La globalización contribuyó a incrementar la interrelación e interdependencia, por ejemplo, entre economías de base tecno-intensivas (en donde la productividad era muy alta pero la tendencia a la caída de la tasa de ganancia estaba también muy desarrollada) y economías en donde predominaba la tendencia a incrementar el volumen o la intensidad del trabajo humano (lo cual supone una fuente más amplia de potencial ganancia, siempre y cuando el mercado mundial fuera capaz de absorber tal cantidad de excedentes).
Mientras el mercado mundial se encontraba en expansión, el proceso de subsunción de unas formas de regulación del capitalismo en otras parecía seguro (y la tendencia es siempre a la alza de la incorporación tecnológica, dada la lógica de la competencia capitalista). Esta sensación era todavía más fuerte en tanto desaparecieron o se debilitaron las tendencias socio-políticas contra-hegemónicas que tendían a la socialización de todos los factores de la producción. Sin embargo, una crisis de sobreproducción como la presente, que socava las bases de regulación de todas las formas de capitalismo reunidas actualmente en el mercado mundial, sí plantea problemas importantes a la continuidad del proceso.
En este sentido, una mirada amplia de la situación mundial indica que, más que una auténtica retracción mundializada del consumo hay un cambio sostenido en la última década en las tendencias particulares: mientras que el consumo se retrae en las regiones en donde el capitalismo había desarrollado fórmulas tecno-intensivas de regulación, ha aumentado (aunque no sea al mismo ritmo que en la década precedente) en las llamadas economías emergentes (menos tecno-intensivas) lo cual ha tenido como resultado el acceso al consumo capitalista intenso de amplios sectores sociales. Estos sectores están lejos de consumir como particulares lo mismo que en los EEUU o Europa, pero su volumen es inmenso (hablamos de la incorporación de más de un billón de personas al mercado mundial en menos de quince años).
En términos político, no se ha producido la conformación de un estado mundial concorde a la mundialización de la economía y ni siquiera la gradual (e insegura) expansión de la democracia formal supone un desarrollo en este sentido, pues no ha aparecido un organismo general de regulación jurídica o política que sea consistente con los procesos de interdependencia económica desarrollados. Y ello no ha ocurrido por buenas razones: las clases y sectores dominantes son diferentes y, lo que es más importante, siempre anticipan un conflicto con otros sectores dominantes. En este aspecto pocas veces terminan por estar errados, dado que estos mismos sectores determinan el alcance y la duración de las tensiones, y su eventual distensión destructiva ¿O alguna vez han visto una guerra iniciada por los intereses de los sectores subordinados?
Desde esta perspectiva, considerando la masa energética total circulante dentro del capitalismo actual (lo cual incluye el trabajo humano y la dinamización de otras fuentes de energía), la globalización ha mutado, pero no se ha debilitado.
¿Qué ocurre, entonces? ¿Es el proceso irreversible o estamos ante la expansión máxima del sistema antes de llegar a un punto crítico de expansión, en donde el aumento descontrolado de la masa se revierte en un derrumbe generalizado? Sería bueno (aunque temible) tener la fórmula que permitiera resolver la ecuación o, al menos, contar con un modelo teórico que diera una ecuación correcta para analizar los datos empíricos.
En cualquier caso, la mera posibilidad de estar ante un posible colapso civilizatorio debería influir en las políticas de los principales actores mundiales. Sin embargo, éstos están condicionados por la estructura de relaciones previamente establecida, de tal manera que la conciencia del problema no supone un cambio ideológico-político, sino que se produce una regresión a las fórmulas clásicas, regidas no por la comprensión de la lógica social sino por el imperio de las relaciones de fuerza.
En países en desarrollo, en especial los grandes (China, India, Rusia y Brasil) la necesidad de crear empleos de manera permanente supone invalidar cualquier política que modere el crecimiento económico para buscar una situación más estable; mientras tanto, en los países desarrollados la retracción del consumo no deviene en políticas de protección social, sino en el retorno a políticas de mercado que liberalizan la acción empresarial y restringen las posibilidades sociales y políticas de los sectores asalariados.
Quien dice: el proceso podría derivar en la aparición de una nueva conciencia de clase subordinada, renovando una dicotomía que parecía extinta con el derrumbe del socialismo de estado. Incluso en países en donde la clase capitalista no está del todo definida esta definición podría precipitarse en procesos que tanto podrán reforzar la interacción global como debilitarla. Las tensiones económicas en los países emergentes y en las potencias capitalistas más tradicionales (sí se puede usar el adjetivo en el capitalismo, donde veinte años son a veces demasiados) pueden encontrar ecos insospechados en movimientos sociales de carácter más político (al menos en apariencia), como el que se ha desatado en el Norte de África y el Oriente Medio.
A más largo plazo, todo es brumoso, pues hasta el momento en el capitalismo han aparecido elementos capaces de alterar tendencias a un ritmo bastante rápido y con fuerza suficiente como para desviar de manera consistente toda previsión: me refiero particularmente a la posibilidad de que una determinada revolución tecnológica altere el panorama. No obstante, debe aclararse que esta posibilidad disminuye en tanto que la renovación tecnológica, en primer lugar, es más probable en momentos de alta competencia capitalista (en donde los actores particulares busquen ganar en productividad para sostener ganancias decrecientes), lo cual no es el caso presente y, en segundo lugar, en ocasiones la reconstrucción estructural en torno a nuevos complejos tecnológicos puede necesitar verse precedida de una extensa destrucción previa de los factores de producción arcaicos (tanto tecnológicos como materiales y humanos, en tanto que las habilidades de trabajo humano contenidas en la fuerza de trabajo también pueden volverse obsoletas en un nuevo complejo tecnológico).
Esta última probabilidad es tanto más aterradora en tanto mayor sea el mercado capitalista afectado y, en este sentido, las “guerras mundiales” lo fueron porque algo del capitalismo se mundializó o tendía a mundializarse. Ahora que ya está bastante mundializado, lo que sí se observa con claridad es que no se han desarrollado de manera coherente los instrumentos internacionales o transnacionales de regulación, lo cual es un síntoma malísimo de la capacidad global de administrar políticamente la crisis en el futuro próximo.
No se han alcanzado acuerdos que contengan el impacto ecológico de la globalización, ni se han extendido los mecanismos internacionales de control jurídico de manera eficiente. No se han alcanzado acuerdos en cuanto a la integración de políticas económicas en materia de división internacional del trabajo y gestión de sus consecuencias, ni los organismos internacionales de orden político-jurídico han sido capaces de volver más  intensa su actividad reguladora, siendo que la ONU es, en origen, un organismo creado para contener las tensiones que pudieran derivar en amenazas militares internacionales. Los derechos humanos y las instituciones jurídicas internacionales se encuentran probablemente en su punto más bajo de efectividad desde su creación para poner límites a intereses económicos o políticos que afecten la vida de personas y poblaciones de manera extensa y negativa, y su capacidad para proveer a la emancipación humana de herramientas, si alguna vez existió, parece agotada definitivamente. Así, sin grandes acuerdos económicos, políticos, ecológicos jurídicos o sociales, el campo globalizado está potencialmente librado a las reglas de juego más simples: las relaciones de fuerza expresadas en la capacidad de destruir la capacidad operativa del adversario.
Este es el primer dato de la teoría de la dinámica social tal cual la he desarrollado durante el último lustro: si el sistema no puede controlar efectivamente las tensiones entre las relaciones sociales existentes, la última y única respuesta es librar las relaciones que no pueden regularse a la entropía que poseen en tanto son sistemas de circulación de energía libre y la destrucción forzosa de las mismas.
No sabemos lo que ocurrirá si el sistema mundializado encuentra nuevas vías de regulación, pero sí sabemos lo que ocurrirá si éstas no aparecen: la destrucción masiva de relaciones sociales se volverá sistémicamente inevitable y (adivinen qué) las relaciones sociales permiten a los seres humanos su subsistencia personal. Saquen sus propias cuentas y sepan que, ante esta perspectiva, si entienden la mitad de lo que insinúo y llegan a considerarlo medianamente posible, podrían necesitar una nueva muda de ropa interior.