1_ Profecías
No me gusta creer en profecías, porque si se cumplen la ciencia en general y la ciencia social en particular no sirven para nada. Considerando que la adivinación es más barata que la investigación, sí funciona, nos deja sin trabajo. Sin embargo, este año que ya casi promedia está tan “interesante” que el 2012 promete mucho, ya saben, con la profecía maya del fin del mundo y demás.
Repasemos: Medio oriente y el norte de África en crisis política, Japón en ruinas húmedas y radioactivas (aunque en el contexto de una crisis política y económica previa), Europa en crisis económica, los EEUU en crisis de poder (además de económica) y los antiguos derrotados de siempre, los grandes países emergentes y sus satélites casi sin buscarlo se van encontrando con cuotas de poder que no esperaban, y que no saben cómo administrar. El comunismo de estado es un oxidado cadáver, pero de ese cadáver han nacido unos híbridos cuya contribución al sostenimiento del capitalismo mundial es hoy un hecho palpable. ¿Qué puede esperarse de un mundo que se sostiene en las ruinas de otros mundos?
Además, tenemos a los sospechosos habituales: el derretimiento de los hielos polares por causa del calentamiento global, la destrucción (programada o accidental) de los ecosistemas marinos y terrestres por la extracción desmedida e irracional de recursos, la desertización creciente, la hambruna persistente y la destrucción de los recursos acuíferos.
De todos estos eventos, que yo sepa, sólo el terremoto y tsunami del norte de Japón es un acontecimiento natural. No sé por dónde están pasando los cometas, ni si se aproxima un gran asteroide para colisionar con el planeta, no sé si el sol está por enviarnos una devastadora tormenta de luz o si la tierra temblará hasta cambiar su rostro y aniquilarnos en el proceso de remodelación estética. Sé que la vida es frágil, pero resistente, y que la vida humana es frágil, únicamente.
2_ Disquisiciones inútiles cuya culpa es del lenguaje
Ante el fin de los tiempos, la única filosofía existencial apropiada es negativa: mejor es no existir o, si eso no es posible dada la evidencia de la existencia, al menos debe preferirse una existencia sin la evidencia de la consciencia, aunque precisamente esta imagen negativa de la consciencia nace de la autoconciencia de la caducidad de la existencia de la propia consciencia. O sea, y a pesar de Schopenhauer, quien naturaliza filosóficamente lo que es un problema de otra índole, lo que nos molesta de auto-conocernos no es el auto-conocimiento en sí, sino el inevitable conocimiento del fin de ese auto-conocimiento. Lo segundo mejor, después de no existir, no es morir... otra cosa es que no nos quede más remedio.
Por otra parte, siempre es esperanzadora la idea de que nosotros viviremos personalmente el final del mundo o de la vida humana (que en este caso consideramos –con probable injusticia– como sinónimos), ya que nos sentimos acompañados y despreocupados por un futuro en el cual nadie podrá contribuir. Pero esta esperanza es falaz: generalmente, cuando alguien fallece el mundo sigue existiendo, el dolor prevalece porque hemos renunciado estúpidamente a una filosofía cíclica asentada en la eternidad (ya que una eternidad sin ciclos de regresión o progreso nos parece tan aburrida como la propia muerte).
Todas estas son complicaciones inútiles que nos habrían ahorrado nuestros antepasados si no hubieran desarrollado la auto-consciencia del ser social en su torpe lucha por la supervivencia. Si en el lenguaje primitivo “sagrado” y “tabú” eran equivalentes, hoy comprendemos con maravillada sorpresa que para el ser auto-consciente la maravilla del ser y la desesperación por su finitud son también equivalentes y, además, no se trata de eventos particulares y personales, sino de hechos sociales, generados por la sociedad en los necesarios intercambios simbólicos que nos permiten vivir en ella, por ella y para ella.
Si pudiéramos realmente creer que nos esperan unos mundos paralelos, inferiores o superiores más allá de esta vida, quizá no seríamos tan adaptables a este mundo de consumo desmedido pero, en cualquier caso, una u otra opción son producto de esta auto-consciencia socialmente predispuesta para funcionar en sociedad. Cargados de ideología consciente e inconsciente nos desparramamos en funciones sociales, pero sufrimos la existencia a título individual y tememos el fin del mundo (en un lugar extraño donde el temor y la esperanza son hermanos que comparten la médula espinal).
Y esa ideología no puede transferirse y cargarse de sentido y sinrazón sin lenguaje, esa maquinaria de abstracción que liga a la cultura material de nuestra sociedad nuestros cuerpos y mentes igualmente materiales. Sin lenguaje, seríamos tal vez igualmente seres sociales, pero al menos no cargaríamos con la pesada losa de la cultura y la auto-consciencia. No obstante, de nada sirve patalear en el lodo: el proceso no es ideal, es material y es irreversible. Para el ser humano, no hay supervivencia sin consciencia, no hay consciencia sin cultura, no hay cultura sin historia y no hay historia sin un condicionamiento material y simbólico que garantice que cada generación intentará continuar la obra de la generación precedente.
3_ Las hijas del monstruo
De todas las alternativas que nos da el lenguaje, sus hijas más inocentes son las conjeturas científicas. Entiéndase bien: pueden aniquilar poblaciones enteras, pueden borrar la vida del universo, pero son inocentes en la medida en que son intrascendentes, porque pretenden su propia finitud. Cualquier conjetura que quiera prosperar y multiplicarse y vestirse con la dorada camisa de fuerza de la verdad se desvirtúa como conjetura, aniquila su inocencia virginal (la imagen es, en su conjunto, romántica, machista y represiva) y hereda las propiedades triunfantes y hegemónicas del monstruo que les dio origen. Las conjeturas son utopías y utopistas: buscan hablar del mundo sin ser nunca el mundo, mientras que el lenguaje es el mundo que busca hablar de sí mismo, y por sí mismo desconoce la utopía.
Instalados en la observación del futuro, descubriremos que lo opuesto a la conjetura es la profecía, pues la profecía quiere ser, y la conjetura quiere no ser: según sus respectivas etimologías la utopía no está en ningún lugar y la profecía es el hecho que se anticipa.
Claro está que una utopía puede auto-extinguirse para ser profecía, pero es que evitarlo es una cuestión de mantener la propia perspectiva: es nuestra conciencia la que, inadvertidamente, suele violar la conjetura para despertar la libidinosa profecía. Y nadie es indefinidamente fuerte: la tibieza de la virgen nos promete siempre el calor de la ninfa.
4_ Tortilla a la española
En España se hacen excelentes tortillas, con huevos y papas (patatas). Sin embargo, en España no he comido tortilla a la española, aderezadas y enriquecidas con chorizo. La tortilla a la española es la utopía: no está donde se espera hallarla, pero aparece donde no está.
Otra cosa es la España presente, algo revuelta y atortillada. En ella se incumplen con toda evidencia, como en Grecia, Irlanda, Portugal o Italia, las profecías de eterno progreso europeo. Y no sólo en materia de bienestar material (no sé sí llegarán a estar, pero pueden llegar a estar muchísimo peor): no se cumplen las promesas de la modernidad que tanto quería Europa occidental encarnar. El imperio de los derechos humanos no crece dentro de sus fronteras, y ciertamente sus excursiones militares a través de la OTAN no favorecen sus expectativas exteriores.
Como algo ya visto, veo desde el Río de la Plata en la Puerta de Sol como se reúnen los madrileños para intentar torcer democráticamente el rumbo que tomó su país. Hace algo más de una década, desde Madrid, me tocaba ver como en Argentina pasaba lo mismo. ¿Lo mismo? Lo general traiciona la perspectiva, es algo similar, nunca es lo mismo. Es una reacción, tal vez más temprana. No es una revuelta como la libia, la siria o la egipcia... todavía no. Es una reacción para impedir, tal vez, que el neoliberalismo salvaje que durante tres décadas los países del capitalismo central exportaron hacia la periferia como única respuesta a las necesidades de crecimiento de la ganancia capitalista, saqueando y sumiendo en la pobreza y la explotación intensificada a extensas masas de población. No es un destino para desearle a nadie: peleen, españoles, peleen por su tortilla y para que no los hagan tortilla. Porque lo que en el fondo se están jugando es quién se quedará con la porción grande de la tortilla, si los trabajadores españoles o los capitalistas internacionales. Además, pelear es divertido... se conoce gente nueva, se le da sentido a la vida. La juventud europea podría haber peleado por algo más que sus propias pensiones durante los últimos treinta años, pero por algo se empieza.
5_ Fisonomía del misterio
Instalados en la conjetura, que no conoce el futuro pero lo anticipa de todas formas, declararé lo que puede ser la más estúpida de las declaraciones que puedan ustedes haber leído jamás en apoyo de una costumbre.
Estoy de acuerdo con que los puntos suspensivos sean tres. Discrepo respetuosamente con quienes crean que son un signo ortográfico intrascendente. Utilizados con sobriedad, me gustan los puntos suspensivos, y no toleraría que su número fuera otro que tres.
Un punto indica el final de una proposición más o menos compleja. Ya está, se terminó, viene otra idea para seguir formando el concepto o el argumento o la trama, pero la proposición se terminó. Dos puntos en línea (..) al final de una línea nos remiten necesariamente al sinsentido de la repetición. De hecho, propongo desde este humilde espacio crear este signo ortográfico para denotar el sinsentido, la circularidad o la tautología de la proposición que lo precede..
No obstante, tres es el número perfecto para el misterio: debe ser un número impar, y el menor posible, además. Es el número básico de lo mágico y lo desconocido (cinco, siete, nueve puntos en línea captarían la idea, pero de manera algo redundante y antieconómica).
En esta lluviosa mañana de domingo en Buenos Aires...