1_ el tabú de la violación
“Que veinte años no es nada”, declara el famoso tango. Sin embargo, los tangos no son una referencia válida para evaluar escalas de observación sociológicas o antropológicas. En este caso, lo señalo porque pienso inmiscuirme con un proceso que, aproximadamente, recorre al menos treinta mil años de existencia humana.
Aunque soy un aficionado frecuente al uso de herramientas antropológicas y psicológicas en mi trabajo sociológico, prefiero declarar que mis aproximaciones a estas áreas son de tipo conjetural, disparadores de pensamiento alternativo antes que propuestas de hipótesis contrastables. Lógicamente, la perspectiva dialéctica y sistémica que suelo utilizar desde la teoría sociológica también contribuye al uso de escalas de observación muy amplias en comparación con la mirada sociológica más frecuente.
Como se declara en otro texto publicado por este medio, una conjetura de partida que he instalado de manera rudimentaria consiste en que el famoso Complejo de Edipo freudiano constituye, tanto como un fenómeno psicológico, un hecho social de singular importancia, en tanto viene a superar una etapa de la evolución humana en la que el miedo a la competencia de los machos jóvenes estimulaba el infanticidio en los machos adultos, impidiendo la existencia de hordas lo bastante grandes como para constituir al ser humano como un evento biológico adaptado (http://soltonovich.blogspot.com/2009/07/superacion-conjetural-del-complejo-de.html). De hecho, delimita parcialmente el larguísimo proceso en el que la evolución humana deja de estar signada únicamente por la evolución genética y pasa a ser orientada también por la evolución cultural.
La superación (conjetural) de este “complejo de Saturno” (quien, según el mito, devoraba a sus propios hijos para no ser destronado por ellos) derivó en la posibilidad de que las sociedades humanas se hicieran más amplias, permitiendo una mayor resistencia frente a las amenazas del entorno y permitiendo también (esto lo agrego ahora) una base social más amplia para habilitar una mayor extensión de la división del trabajo social y, con esto, la existencia de sociedades más complejas y capaces de crear o incorporar nuevos elementos culturales, tanto en lo comunicativo como en lo material. Este proceso habilitó el desarrollo de tecnologías y espacios simbólicos que aumentaron considerablemente la capacidad sinérgica de las sociedades humanas o, visto desde mi perspectiva sistémica, de aumentar la circulación de energía dentro del sistema social, lo cual siempre conlleva aumentar la carga de tensión y la entropía total del mismo (Véase: http://soltonovich.blogspot.com/2010/05/sobre-el-origen-de-la-teoria-de-la.html).
En este breve artículo quisiera complementar un poco aquella conjetura, a los efectos de clarificar el proceso que llevó del desarrollo de la horda de sabana a las sociedades complejas con capacidad suficiente como para independizar materialmente al trabajo físico del intelectual, es decir, a la producción de excedentes que permitieron la escisión del ser humano de la mera economía de subsistencia. Una primer consecuencia de esto es la aparición de fenómenos comunicativos complejos y de instituciones y organizaciones regulares e independientes para la regulación de tensiones sistémicas, más conocidas como “el estado”... y una segunda consecuencia, que es la aparición de sociedades estratificadas y asimétricas en términos de la distribución del poder y la riqueza socialmente producidos. Para ambos aspectos el desarrollo de lo que aquí se expondrá es fundamental.
Cuando declaro que interpreto al complejo de Edipo en tanto hecho social y no meramente psicológico quiero decir dos cosas: en primer lugar, que entiendo que puede ser definido como un hecho social, es decir: es un acontecimiento que se explica a partir de un contexto socio-histórico, que se extiende con regularidad por la vida social y que actúa coactivamente sobre los sujetos; en segundo lugar, que su efecto social puede ser observado y evaluado con cierta independencia de la definición psicológica que se tenga de él.
En este último sentido, subrepticiamente lo he redefinido ad hoc: de ser un complejo de carga psíquica que derivaba en deseo sexual reprimido hacia la figura materna y agresión no-reprimida hacia la figura paterna, lo he reeditado como la configuración de una prohibición social que restringe notablemente, mediante un tabú central para la integración social, el acceso sexual de los jóvenes machos a la generación femenina precedente. Este proceso reorganiza las relaciones eróticas y permite la coexistencia algo más pacífica de machos dominantes y secundarios y unas nuevas relaciones entre sexos que es lo que, más o menos, intentaré desarrollar ahora.
Sin embargo, la conjetura original de este breve ensayo se sustentaba en intentar recrear conjeturalmente el proceso que llevó a una derivación del tabú del incesto al desarrollo de otro importante tabú socialmente extendido: el tabú de la violación, también definido como un hecho social a partir del cual los machos restringen compulsivamente sus afectos eróticos puramente agresivos respecto de las hembras, y que alcanza a las mismas en cualquier generación a al que pertenezcan.
Esta restricción tiene dos aspectos notables. Por una parte, constituye un aspecto importantísimo como desplazamiento del impulso sexual hacia formas culturalmente condicionadas y culturalmente gestionadas de actividad erótica. Por otra parte, introduce en el comportamiento subjetivo capacidades de desplazamiento de los impulsos eróticos y agresivos hacia otros aspectos de la vida intelectual de los sujetos (lo cual comprende tanto a machos como a hembras).
En cuanto al primer aspecto, en las sociedades complejas este desplazamiento se encuentra tan naturalizado que resulta ya invisible el hecho de que para el macho la violación es un mecanismo más efectivo que el cortejo para la descarga del impulso sexual, de tal manera que esta constricción social habilita dos eventos sociales bien conocidos: la familia y el amor. Las posibilidades son indefinidas pero, en lo que aquí importa, debe destacarse que el tabú de la violación es condición de posibilidad para ambos fenómenos en cualquier cultura humana.
En cuanto al segundo aspecto, la vida sexual controlada y socialmente reprimida habilitó espacios de actividad intelectual más complejos, pues la propia actividad intelectual puede considerarse parcialmente derivada de un desplazamiento de la libido, del impulso sexual a otras ocupaciones de la mente.
Otro elemento puede agregarse: aunque el tabú de la violación se plantea en la dirección macho-hembra, no debe descartarse sin más la dirección macho dominante-macho secundario, sólo que no tengo ganas de desarrollar aquí y ahora las posibles implicaciones.
Instalados en la conjetura, es fácil advertir que no necesariamente el tabú de la violación se deriva del desarrollo del complejo de Edipo. Se trata simplemente de observar que, en algún momento, la complejidad de las relaciones sociales entraba en conflicto con la posibilidad de los machos de imponer su fuerza física para satisfacer agresivamente su impulso sexual. Pero sí parece deducirse que, una vez desarrollado el tabú del incesto, el tabú de la violación se convierte en una necesidad intrínseca del sistema social, pues instala, al menos, una “zona de exclusión” para los impulsos sexuales masculinos, cuya trasgresión es castigada de manera externa e interna con notable severidad. No es improbable que la relación entre ambos tabúes sea todavía más estrecha.
Inmediatamente debe aparecer la aclaración: la existencia del tabú de la violación de ninguna manera supone un avance en la igualdad política entre sexos. Muy por el contrario, la idea básica (y que será nuestra conclusión) es que la instalación de esta prohibición está en el origen de las desigualdades políticas entre sexos, aunque podrá acaso sorprender alguna etapa en el desarrollo, en donde la dominación femenina resultó más frecuente incluso que la dominación masculina.
Como toda prohibición social debe cumplir con los requisitos que la definen, debe existir un vehículo subjetivo y/o un vehículo objetivo en la sociedad para que la sanción se haga efectiva. Esto implica que debe existir una norma explícita contra la violación, sustentada en unos recursos de violencia social contra el agresor sexual y que los sujetos socializados deben haber incorporado subjetivamente la prohibición de satisfacer sus deseos sexuales de manera violenta e indiscriminada (violación e incesto), transitando de un momento básico de deseo-agresión a un momento de culpa-responsabilidad, desplazando el deseo a otras instancias, lo cual se reflejará, a su vez, en la liberación de una cierta carga de violencia social objetiva en caso de que dicho movimiento subjetivo no se produzca y el acto de deseo-agresión violatorio y/o incestuoso se realice.
Una observación sobre el complejo de Edipo en esta perspectiva: desde el punto de vista de su utilidad social, la culpa instalada reprime los deseos sexuales por las generaciones precedentes de hembras, especialmente en la dirección macho joven-hembra adulta, pero es notablemente menos efectivo en la dirección macho adulto-hembra joven y siempre considerando grados próximos de parentesco. La integración social exige desde hace milenios, en este sentido, la evolución del tabú de la violación (lo cual incluye algunos aspectos de la relación macho-macho), de tal manera que ambos tabúes se encuentran relacionados estrechamente, pero obedecen a lógicas sociales parcialmente independientes también. Quiero decir: al margen de la definición jurídica de lo que significa el incesto, en el segundo caso es el tabú de la violación lo que realmente se canaliza de manera represiva.
La conjetura que observa la instalación del tabú de la violación (excepto en los numerosos casos en que se presenta como rito iniciático de desfloración ritual, los cuales son también un desplazamiento culturalmente reglado del impulso básico) supone lo siguiente: que así como ninguna sociedad humana puede existir si no se instala el tabú del homicidio, ninguna sociedad compleja puede subsistir si no se instala el tabú de la violación (junto con el tabú del incesto), al menos en lo que se refiere a las relaciones en el grupo propio, pues estas represiones pueden variar notablemente si se observa la integración con otros grupos sociales, tanto externos a la propia sociedad como pertenecientes a otros estratos. En este último, caso la lógica del poder verá siempre que el tabú de la violación se supera más fácilmente en dirección vertical y descendente.
A diferencia de la notable complejidad de las leyes penales contemporáneas en sociedades complejas, el tabú supone restricciones muy simples, que hacen que representaciones bastante elementales sean reprimidas con dureza. En el caso de la violación, esto supone que el macho humano se veda a sí mismo para ejercer determinados niveles de violencia sexual aunque, como todo tabú, si existe la prohibición explícita es porque es posible el caso en el que el tabú puede ser vulnerado, pues las tendencias básicas pueden desplazarse pero no anularse. Por eso es tan grande la distancia que existe entre la noción de prohibición inconsciente y la imposibilidad de realizar una acción: si existe el tabú, es porque la posibilidad de realizar una acción determinada no está tan lejos de la consciencia y de la práctica, por la misma razón, en este caso, de la sanción legal del homicidio, que existe porque, a pesar del tabú, el homicidio endo-grupal persiste como una regularidad en las sociedades humanas.
Por el momento al menos, soy de la opinión que el tabú de la violación se instala culturalmente de modo asimétrico, es decir, que es un tabú instalado originalmente en el macho y con mucha menos fuerza en la hembra (lo cual suena sexualmente, eréctilmente lógico). Esto supone dos posibilidades sucesivas, ambas con consecuencias muy notables y no excluyentes entre sí. En el primer caso, supone una superioridad relativa en la libertad de la mujer para elegir parejas sexuales, pues no experimenta una represión previa para buscar sexo consentido, mientras que el hombre debe siempre desplazar su iniciativa agresiva a través de un tabú que le opone resistencia. En el segundo caso, supone la instalación de fuertes tabúes en la mujer que reprimen esa misma libertad. El resultado, en su conjunto, es bastante triste, desde el punto de vista del placer asociado a la actividad sexual. La conclusión, en conjunto, es que la existencia de sociedades complejas prácticamente asegura la existencia de fuertes tabúes en ambos sexos y asimétricos respecto de la actividad sexual.
Por ejemplo, cuando se dice, algo livianamente, que la familia es la base de la sociedad y que la prostitución es la profesión más antigua del mundo, se están utilizando dos metáforas que reflejan esta composición de tabúes básicos. La razón es que son estas las prohibiciones que permiten la existencia de familias y que explican también, en relación con un determinado contexto, claro está, los canales que adoptan las principales regularidades de la vida erótica.
Intelectualmente, no está resultando fácil proponer aspectos en los cuales la igualdad entre sexos no sea la condición fundamental de toda reflexión. Sin embargo, en este caso la conjetura sólo parece funcionar con la asimetría. El tabú de la violación se expresa mejor en términos de la asimetría macho-hembra y puede aceptarse al menos que las sociedades complejas reconocen más ampliamente la violación en términos del acceso sexual violento por parte de un macho dominante. Puede no causar sorpresa la existencia de mujeres con marcada iniciativa en materia erótica, pero la distancia entre la iniciativa y la violación es todavía grande. Sí se quiere anular, como parece deseable, la asimetría de poder entre sexos, deben buscarse medios políticos para lograrlo pero, con independencia del acierto o error de estas conjeturas, no parece razonable intentar cambiar el sentido de una investigación antropológica en particular.
2_ el imperio de Afrodita
Acotando la observación al espacio en el cual aparecerán las primeras “grandes civilizaciones”, y tal como lo describen antropólogos, mitólogos, historiadores y arqueólogos, el periodo neolítico es, probablemente, también la edad de la hembra. No porque pulir piedras fuera una tarea femenina, ni mucho menos, sino porque esta denominación (ya algo obsoleta) abarca el período en el cual la agricultura y la ganadería reemplazaron definitivamente a la caza y la recolección como formas de producción básicas. En particular, la agricultura instala un tipo de sociedad que progresivamente se convertirá en dominante: la sociedad sedentaria con cierta capacidad de producción de excedentes.
Así, el intervalo que va desde el 8000 a.c. al 3500 a.c. ve el asentamiento de las culturas neolíticas en oriente medio y África, pero el tipo de tecnología básico se extendió por Europa durante bastante más tiempo, casi hasta el inicio de la edad media, exceptuando a las penínsulas de Grecia e Italia y sus intermitentes zonas de influencia cultural. Geológicamente, este periodo se corresponde con el último post--glacial, el holoceno, que se extiende hasta el presente, cuyo inicio se produjo hace unos doce mil años y que coincide aproximadamente con los primeros asentamientos importantes en el continente americano.
Digo que esta es la edad de la hembra en un sentido sociopolítico, porque está signada por la hegemonía de deidades femeninas, ligadas al culto de la madre tierra, cuyo desarrollo abarcó casi todo el periodo paleolítico superior (30.000 a 9000 a.c.). En especial, es la época del imperio de la diosa triple (o diosa blanca), una evolución compleja de las Venus paleolíticas que se caracterizó por la hegemonía del sacerdocio femenino y el desarrollo de cosmologías complejas e integradas en el culto a la diosa (que es triple precisamente por su triple posición: celestial –principalmente lunar–, acuática y terrestre).
Lógicamente, el control económico de la agricultura es el aspecto material más destacado de esta hegemonía ideológica, que se traducía en una tensión notable respecto de los clanes masculinos. Se trata ya de sociedades con una gran complejidad cultural (aunque, en realidad, ninguna cultura del homo sapiens ha sido nunca realmente “simple”), una división del trabajo bastante extensa y con predominio de la propiedad colectiva, dentro de los parámetros de poder controlados por el sacerdocio femenino. La base simbólica de este poder matriarcal no es excesivamente misteriosa: el control de la fertilidad de la tierra y los ciclos lunares se asocian con facilidad a la fertilidad femenina y los ciclos sexuales femeninos. De esta manera, vulnerar la sacralidad de lo femenino era atentar contra la base económica de sustentación de la vida social, pues esa sacralidad se relacionaba con el control íntimo del proceso de producción agrícola. Como el tabú de la violación es tan necesario como en cualquier otra cultura, en esta etapa la mujer podía determinar su propia posición erótica respecto del macho, en términos generales, pero también en términos literales.
En este panorama conjetural del imperio de Afrodita, la importancia y profundidad del tabú de la violación es enorme. El resultado es una sociedad matriarcal, estable aunque sensible a los cambios ambientales (que incluye siempre el contacto con otras sociedades humanas), sólidas bases jurídico-políticas, con una aceptable tasa de producción de excedentes, en la cual otras actividades manufactureras pueden desarrollarse moderadamente: ganadería y sus derivados, carpintería, alfarería y algunos rudimentos de metalurgia, por ejemplo, además de complejos ciclos rituales y religiosos de los cuales incluso las religiones contemporáneas guardan vestigios, siquiera como resultado de los largos siglos de lucha entre los sacerdocios patriarcales y los matriarcales. Esta variedad de actividades se vincula a una división del trabajo equivalente, amplia pero restringida en su versatilidad. Pero la solidez estructural del imperio matriarcal terminó por constituir su mayor debilidad, pues la rigidez social, en términos adaptativos, no le permitió hacer frente a algunos de sus vástagos más dinámicos.
3_ la decadencia del imperio y el terror de la serpiente
Así como el ascenso del imperio de Afrodita no fue un proceso parejo o lineal, tampoco lo fue su decadencia, aunque sus finales fueron violentos en la mayor parte de los casos.
En los casos en los cuales la producción de excedentes era mayor, el comercio y la manufactura se extendieron a tejidos e hilados, bienes suntuarios y una arquitectura mejorada. Esto involucró el incremento de relaciones sociales más indirectas y el crecimiento de las actividades de regulación social, con divisiones del trabajo específicas para la gestión de la fuerza pública. En este nuevo panorama, cuyo principal registró se dio en aquellos casos en los cuales la actividad agrícola ocupaba regiones particularmente fértiles y amplias (en donde los recursos acuíferos eran, a su vez, fundamentales: las orillas del Nilo, la media luna fértil mesopotámica, el río Amarillo, el río Jordán, etc.), la complejidad de la vida social implicó que figuras religiosas masculinas y hasta entonces secundarias empezaran a tener un papel más destacado. Al mismo tiempo, el contacto con culturas patriarcales belicosas (vinculadas a la ganadería trashumante) exigía un incremento de la capacidad defensiva.
De esta forma, el patriarcado se fue abriendo paso y la calidad de Rey (que había sido un título ritual antes que un cargo político, en tanto consorte simbólico de la diosa y la sacerdotisa que la representaba) adquirió la importancia de un cargo político, jurídico y militar. Finalmente, la localización fija y el desarrollo urbano centralizado de las operaciones de gestión y control social dieron lugar al nacimiento del sacerdocio masculino y la virtual independencia del reinado respecto del sacerdocio femenino. Si nos cuesta reconocer desde el presente el periodo precedente como “histórico” es porque desde aquí se hace fácilmente reconocible el estado complejo y porque la extensión de las series de relaciones sociales en estos estados supusieron la utilización extendida de registros escritos.
El caudillo político-militar reemplazó finalmente a la sacerdotisa en la cima del poder y ello acarreó simultáneamente un cambio importante en las formas simbólicas de expresar la cosmología: la diosa madre empezó compartiendo el reinado con un dios masculino, luego las funciones se dividieron en una serie indefinida de opciones teológicas y, finalmente, el patriarcado terminó colocando a Zeus en el trono del Olimpo, cuando no desarrolló un monoteísmo patriarcal exclusivo, como ocurrió en el templo de Jerusalén.
Para este momento, la complejidad social suponía una división del trabajo y las funciones sociales tan importante que era totalmente imposible la regresión del tabú de la violación o el del incesto, pues son represiones básicas para la existencia de estructuras sociales complejas.
De esta manera, luego de un periodo bastante largo de hegemonía, el sometimiento de la mujer pasó a ser político, una subordinación completamente diferente de la dominación biológica masculina que pudo darse cuando el homo sapiens era todavía un homínido en desarrollo.
En muchos mitos antiguos, la diosa madre engendraba una serpiente, que la preñaba para que pudiera aparecer el “huevo del mundo”, analogía de la reproducción sexual en la cosmo-génesis. Pero con la caída del imperio matriarcal la serpiente se independiza y, aunque el tabú de la violación debe continuar activo para habilitar la existencia de las familias, ya no se le permitirá a la mujer definir autónomamente su condición erótica y sexual. La serpiente se transforma en el principio del mal y la mujer en su vehículo predilecto (y no sólo en el mito de Eva y la serpiente). Porque la sociedad patriarcal va a necesitar de un tabú que compense la asimetría introducida por el tabú de la violación y la asimetría de poder político. En la mujer, este será el miedo a su propia sexualidad: el tabú del placer.
¿Por qué la imagen de la serpiente a la cual hay que tenerle terror? Si necesitan una explicación, tendría que hacerles un dibujito... y no estoy para esas cosas.