sábado, 29 de octubre de 2011

Lo sociológico y lo político: tríptico-guía para componer discursos tolerantes, o al menos tolerables


Cuadro uno: macro-física
Recientemente, gracias a un enlace de A. Mallimaci, he repasado el informe de la UNFPA sobre el estado de la población mundial de 2011. De lo mucho que hay para comentar, sólo mencionaré ahora que en el prólogo, firmado por Babatunde Osotimehin, Director Ejecutivo del UNFPA, se considera que la aparición de un billón de personas vivas en el mundo cada aproximadamente trece años no es un auténtico problema, sino que el problema es la voluntad de los siete billones que hoy existen de hacer de este un mundo mejor. Sin ánimo de ofender, el planteo (que en alguna medida espero no haber malinterpretado) me parece cargado de una intencionalidad política oculta detrás de un voluntarismo moral que, como sociólogo, carezco de la posibilidad de juzgar positivamente. Esta carencia mía se debe a la observación de que el mundo humano es hoy el que es, al margen de las buenas intenciones y las altivas voluntades. En términos morales, si en el año 1800 (se calcula) habitaba el planeta un billón de personas y hoy es ese número el que la FAO informa que vive en condiciones de hambre crónico, considerando que cada vida humana tiene un valor moral propio, en términos absolutos estamos peor que hace cincuenta años y muchísimo peor que hace dos siglos. Casi cualquier escaramuza civil contemporánea mata más gente que la que murió en el sitio y la destrucción de Troya (sírvanse entender la imagen paralógica como metáfora explicativa).
Es fácil creer, para los que abrimos el grifo y tenemos agua potable y abrimos el refrigerador y tenemos alimentos para una semana, entre otras incontables comodidades y privilegios, que ninguna vida humana en el pasado podía ser mejor que la nuestra. En términos de estas facilidades, las clases medias del mundo son más ricas que muchos reyes medievales. Son cuatro billones de personas viviendo como príncipes, si descontamos sus vidas y trabajos alienados y alienantes y otras desviaciones psicológicas derivadas del consumismo, el exceso de relaciones sociales y la baja intensidad emocional de muchas de ellas, entre otras lindezas de la vida moderna.
No hace falta ser historiador ni sociólogo, por otra parte, para percatarse de la relación cuantitativa y cualitativa que existe entre el aumento explosivo de la población mundial y el desarrollo de ese sistema económico basado en la producción de excedentes en forma de mercancías y que se encuentra estimulado por el sostenimiento de la tasa de ganancia que permite el incremento del dinero invertido en factores de producción, eso que resumimos en el nombre de capitalismo (para quienes deploren el uso del viejo y querido concepto de Modo de Producción Capitalista). La ampliación de los mercados es doblemente demográfica, en este sentido: el capitalismo en su lógica estructural incorpora todos los que puede a su ámbito de producción y consumo e incrementa todo lo posible el tamaño e intensidad de cada uno de ellos: cualquier traba a este proceso de ampliación, por puntual y reducida que sea, es considerada al menos el atisbo de una crisis, de donde se deriva una paranoica e híper-quinésica pasión por el crecimiento económico que invade las inteligentes mentes de los poderosos del mundo.
Tal vez sea posible construir políticas globales a partir del voluntarismo moral aunque, hasta ahora, entre eliminar el hambre en el mundo y preservar las ganancias siempre ha triunfado el segundo término por un amplísimo margen. Estamos dispuestos a todo, absolutamente a todo, para que ningún niño muera de hambre... excepto a renunciar a comprarnos nueva indumentaria todos los años, invertir en bonos de la deuda de Kirguistán, procurarnos las últimas novedades electrónicas o ingerir una enorme cantidad relativa de proteínas y grasas animales, con lo que causamos algunas de las peores epidemias de la opulencia que podían ser concebidas... por no hablar del aire acondicionado, el transporte veloz, el entretenimiento automatizado y, por supuesto, las vacaciones estandarizadas para reponerse del esfuerzo necesario para conseguir todo esto.  
Esta macro-física es temible, ciertamente, y debiera al menos considerarse cuando se habla de la situación de nuestros siete billones de prójimos.

Cuadro dos: física
Con las sucesivas revueltas en el mundo árabe y la participación geopolítica de países como Turquía e Irán, dotadas de sociedades muy diferentes entre sí y dirigidas actualmente por gobiernos vinculados a la religión islámica, renace en occidente la imagen del viejo “peligro verde”. Es un terror al fanatismo que me incomoda. No porque me guste el fanatismo, sino porque (parafraseando a Huxley) la severa mirada que dirigimos al mundo islámico se contrapone con la indulgente mirada con la que asumimos nuestros propios fanatismos occidentales. Tememos a gobiernos de determinado signo religioso cuando no nos preocupamos en lo más mínimo por nuestra propia situación. Más importante todavía: tememos a los contenidos sociales de esos gobiernos, tememos hordas fanáticas llevando la Jihad a cada rincón del planeta, cuando las preocupaciones de buena parte de esas poblaciones probablemente tienen más que ver con la macro-física del cuadro uno. Esas masas quieren consumir, aunque sea consumiendo mercancías con la forma exterior de la particularidad religiosa, porque las comunicaciones instantáneas les informan que en el mundo actual las clases medias viven como reyes de la antigüedad. Creo que la ola de revueltas del mundo árabe tiene más que ver con las promesas consumistas que con las promesas democráticas, y muy poco que ver con las promesas mesiánicas. Para usa una imagen: son materiales más que espirituales. Los gobiernos islamistas que pudieran surgir de esta situación, aunque se encuentren embebidos de honrados sentimientos espirituales, deberán igualmente enfrentar este reclamo de llegar al paraíso por el consumo y la opulencia, en vez de utilizar la vieja fórmula medieval de ganarlo por la constricción de los deseos mundanos, banales y venales a la vez. La democracia islamista no me parece un peligro particular, porque la democracia es actualmente democracia capitalista, y que tenga el signo de islamista, de judía, de católica o de protestante (Turquía o Irán, Israel, Argentina o los USA, respectivamente), a mediano plazo pesará lo mismo: la macro-física lo lleva todo a la mercancía y al sobre-consumo, o a nuevas revoluciones para conquistar estos trofeos, que representan un modo particular de funcionamiento de la vida social.
Muchos intelectuales en occidente están temiendo al islamismo. Puedo equivocarme, pero creo que hoy ese es el último de los problemas en una lista no muy larga, pero sí muy contundente de fenómenos sociales a los que hay que atender. Por otra parte, hay aquí otra tensión entre lo sociológico y lo político. Como sujetos que reflexionan moralmente, querríamos ver la posibilidad y la realidad de políticas que rápidamente erradicaran determinados defectos de las sociedades en las que vivimos o con las cuales interactuamos. Eso a menos que tengamos intereses nada encubiertos: el gobierno de los EUA teme por el estado de los derechos civiles y políticos en Cuba, pero ya casi no se acuerda de nombrar el estado de los derechos humanos en China, dado que del comportamiento chino depende buena parte de su propia sustentabilidad económica.
Pero lo cierto es que existen procesos sociales que ninguna política, aun contando con todos los recursos, puede cambiar rápidamente, sino que requieren hasta de generaciones enteras para que se perciba un cambio significativo. El machismo, que ha retrocedido en occidente más que en oriente, no ha desaparecido ni lo hará de inmediato, la lucha por la igualdad entre los sexos continúa y debe continuar. Igualmente, incluso considerando que el islamismo político sea algo intrínsecamente malo o perverso (perspectiva que no comparto) nada hará que desaparezca de un gobierno para el otro, como lo demuestra la propia “primavera árabe” donde la política islamista resurge luego de décadas de gobiernos laicos, dictatoriales, autoritarios, vulneradores de los derechos humanos... y amigos de occidente en muchos casos.

Cuadro tres: micro-física
Hoy por la mañana suena el timbre de mi casa y en la puerta me esperan dos mujeres que se declaran vecinas del barrio (a quienes yo nunca había visto) y se presentan preocupadas por la salud de los gatos de mi vecina (una mujer muy mayor que se encuentra internada). No se preocupaban por la anciana (que es una mujer, por lo demás, muy desagradable, manipuladora y xenófoba), sino por los “pobres gatitos” (un gatito no necesita riquezas y es, por lo tanto, rico en esencia y por definición). El hecho es que la anciana está internada hace más de un mes, de modo que tal preocupación es innecesaria: los gatos, después de tanto tiempo, o están bien o están muertos. Como prefiero a los gatos antes que a los roedores, me cuidé bastante de que estos animalitos desaparecieran (a pesar de las lindezas que me dejan en casa de tarde en tarde). Cuando les contesto a las señoras que los animales gozaban de una buena vida en general, me piden pasar a comprobar la situación. No sólo no confiaban en mi palabra, sino que querían que yo les facilitara el acceso a una propiedad que no es mía. Tan grande era la honrada preocupación y amor por los felinos de estas señoras que incluso se sorprendieron de mi negativa a cometer un delito en beneficio de los gatos.
Como su desconfianza me hirió, aproveché para responderles que, primero, ya hubiera sido tarde para preocuparse por los gatos y, segundo, que en cuatro años de vivir aquí nunca las había visto preocupada por éstos, ni mucho menos por la vieja persona que los cuidaba (y de la cual los gatos eran dueños). En resumen: me dijeron que “cada uno se preocupa de algo”, en su caso, de los animales (aunque malamente, como se infiere). Supongamos que no escondían ninguna otra intención. Muy bien. Esta es la micro-física de la tensión entre sociología y política. ¿Qué explicación, qué enseñanza podría haber modificado ese comportamiento en donde el derecho animal antecede al humano? Probablemente ninguna. Existimos en un contexto que nos otorga incontables situaciones en las cuales volcar nuestros afectos, pasiones y preocupaciones. Para todos existen situaciones máximas: cuidar de la situación de la mujer, de los indigentes, de los trabajadores, de los niños, de los animales, del medioambiente, de la seguridad pública, de los accidentes de tránsito, innumerables oportunidades para poner a prueba nuestra virtud y buenas intenciones, para mejorar el mundo siete billones de veces, como quiere el director ejecutivo del UNFPA.

Cuarta dimensión del tríptico: el observador
Yo, el creador y observador del tríptico precedente, no he querido mostrar círculos concéntricos de lo general a lo particular, o viceversa, porque en la consciencia las tres situaciones y problemas detallados pueden parecer inconexas. Es la tarea del observador en tanto sociólogo mostrar que, en realidad, se superponen y se componen recíprocamente. De la macro-física del sistema a la micro-física de los comportamientos interpersonales, pasando por la física de los fenómenos sociales, la realidad puede reintegrarse discursivamente y, sugiero, esta tarea es necesaria para establecer líneas de acción políticas que tengan razonables expectativas de éxito. Sostengo para mí que la mejor cualidad que puede tener una persona dedicada a la política es la claridad instrumental para reconocer qué es posible hacer en materia de acción pública sin que resulte contraproducente. En este sentido, todos somos responsables de nuestros actos políticos: debemos saber reconocer cuándo nuestras buenas intenciones se entremezclan con prejuicios y deseos de toda calaña.
Desearíamos que nuestros siete billones actuaran los unos a favor de los otros pero eso, simplemente, no es verdad. Desearíamos, quizá, que los estados nacionales adoptaran políticas públicas desligadas de los preceptos religiosos (en la medida en que muchos les atribuyen efectos nocivos para con los principios morales y las perspectivas que son la libertad, la igualdad y la equidad, por ejemplo) prefiriendo formas laicas y con base en el respeto por los derechos humanos, pero eso no se consigue gritando que la religión es mala cosa para la política y olvidando que la religión también se encuentra en un contexto específico, con el cual interactúa de manera necesaria. Desearíamos que la gente compartiera nuestras propias categorías y jerarquías morales, poniendo mayor énfasis en la justicia y el cuidado de las personas, antes que preocuparse por animales indiferentes a tal preocupación.
No obstante y sin embargo y pero... nuestra perspectiva no sería realista si no hacemos de la tolerancia un ejercicio permanente: la fragmentación ideológica ya existe, debemos trabajar políticamente con ella, y con conocimiento y sensatez, además. Porque la única otra alternativa es el reclamo y el uso de la fuerza. Y la humanidad ha crecido tanto, es tan poderosa en su entorno, pesa tanto en este planeta que por el momento es el único disponible, que cualquier exceso de violencia nos conduce a cataclismos sociales más o menos explícitos (no hablo sólo del futuro, ni siquiera principalmente del futuro) y de proporciones crecientes. Me vuelve a doler la espalda, los dejo aquí.  

miércoles, 26 de octubre de 2011

Clara noche de justicia y memoria


Prisión perpetua para Astiz, uno de los símbolos del horror de la dictadura



Al calor del sonido de la televisión escribo estas líneas apuradas y apenas como una vibración, como un parpadeo en la eternidad. Nada que pueda ser recordado, ni siquiera pensado realmente.
No se me acusará con propiedad de ser nacionalista o argentinista, a pesar de mi amor por ciertas costumbres y formas rioplatenses y sudamericanas y latinoamericanas también.
Pero hoy me siento bien en mi pellejo argentino. Porque mientras escribo un funcionario lee las duras condenas en la causa seguida, perseguida, consabida, contra los represores, torturadores, genocidas y perpetradores de los demás ultrajes contra la condición humana a la que pertenecen y de la que no se les niega ahora nada en cuanto a sus derechos humanos, fundamentales y procesales. Y esa es sin duda alguna la nota de la victoria. Hoy están siendo condenados algunos ejecutores de las atrocidades de la última dictadura argentina en el contexto, que para muchos será ya anecdótico y materia de mística, de la Escuela de Mecánica de la Armada.
Entre tantas y tantas muestras de pertinaz impunidad que hay en el mundo, donde tantos genocidas permanecen ajenos a todo juicio, e incluso son tachados de heroicos cuando eliminan por la circunstancial necesidad a otros genocidas, hoy, aquí, en mi país (del que tantísimas veces hablamos tan mal nosotros mismos) hoy refulge y acontece una clara noche de justicia.
Y con toda la aguda consciencia de que mis palabras son innecesarias, erráticas, provisionales, las suelto a rodar por el mundo, a que su única victoria sea acompañar a quienes realmente lucharon por este bien presente y a amonestar, quizá apenas a incomodar a quienes preferían el olvido y hasta la idolatría de las atrocidades.
Que sean siempre estos los laureles de los que habla ese himno nacional que tan poco me gusta y me emociona, y sea siempre ésta la sombra arrancada de la bandera argentina, que tal vez por latinoamericana, tal vez por ser tercermundista y burda, tal vez por ser apenas y simplemente humana, sea en algún futuro innecesaria.

martes, 18 de octubre de 2011

Laclau y Balibar me ayudan a terminar el techo flotante de mi casa con sus reflexiones sociopolíticas


Esperando a que vinieran a pasarme un presupuesto para cerrar el techo de mi casa, encendí la tele dispuesto a pudrir mi cerebro con algo de deportes o ciencia ficción barata. Fracasé. En el canal Encuentro me tropiezo con una charla empezada entre Ernesto Laclau y Étienne Balibar. Como suele ocurrir cuando uno capta de refilón una conversación político-filosófica (en ese orden) entre dos tipos muy bien formados y que hablan en entendible francés subtitulado, me pareció imposible captar nada seriamente pero, por vicio, no cambié de canal (a pesar de que había dos larguísimas cubanas disputando un partido de beach vóley, serán idiotas mis instintos domesticados, mi libido extrañada en el pensamiento sociológico).
Como (me) suele ocurrir, hasta que no terminaron de filosofar no pude formarme una idea muy precisa de cuáles eran mis intereses en la discusión.  Sin embargo, las vinculaciones de la charla con la experiencia política latinoamericana actual y el estado de las relaciones geopolíticas en el contexto de este atribulado capitalismo tardío mundializado me resonaron  entre el hígado y el intestino delgado de manera consistente (aunque puede que eso haya sido también resultado de mi costumbre de comer parado y tomar café frío).
Balibar, después de una inteligente tipificación de Laclau, deslizó en la charla una categoría vinculada con las significaciones sociopolíticas que no pude dejar de apreciar: la flotabilidad. Efectivamente, me dije como si la idea hubiera sido mía, los conceptos significantes, epónimos[1] (“Europa”, “democracia”, “pueblo”, “mercados”, casi cualquier elemento significativo, en realidad) oscilan en el lenguaje representando una variedad de significados diversos, mezclados, opacos. Impuros totalmente, como quizá señalaría el querido Joaquín Herrera[2]. Ninguna representación, en tanto construcción discursiva e ideológica, escapa a esta flotabilidad que es subproducto de la historia y la complejidad social, haciendo que incluso los contenidos morales más fuertes sean comprensibles sólo en un contexto, y sólo por un breve lapso de tiempo: el segundo oyente, el tercer auditorio, ya habrán hecho un desplazamiento de sentido, como el operador lingüístico lo hace a lo largo del discurso. Balibar lo sabe bien, después de su trabajo con el concepto marxista de “trabajo” (sírvase entender un guiño intelectualoide psicobolche y anicónico).
“Europa” señalaba el filósofo francés, es una idea oscilante, flotante en términos ideológicos. Puede representar la aspiración de la unidad de los pueblos europeos en un contexto de protección del trabajo, de los salarios, de los trabajadores, o puede representar la aspiración de los mercados financieros de controlar sus problemas trasladando las pérdidas económicas a las poblaciones (la herencia marxista de ambos intelectuales en pantalla hace difícil suponer que no tuvieran en cuenta esta tensión que, no obstante, es una inducción mía, porque en eso tuve que ir a... tuve que irme un ratito). En este contexto de la flotabilidad terminé por percibir la socarrona profundidad de la charla que me atrapaba.
Porque, tradicionalmente, casi axiomáticamente, nos acostumbramos a pensar los términos del desorden sociopolítico latinoamericano en función del orden europeo o norteamericano. Pero ahora, por un lado, una década de reorganización en los principales países sudamericanos y unos pocos años de crisis financiera en el capitalismo central producen otra oscilación violenta que afecta a esa costumbre, como la extinción de los mamuts afectó a la economía de los constructores de chozas con colmillos y pieles de mamut.
No es una “inversión” de las situaciones, no existe consistencia ideológica suficiente para creer que ahora “Europa debería aprender la lección latinoamericana”, endureciendo la postura frente a los organismos financieros internacionales o potenciando el rol económico del estado, por ejemplo. Mucho menos se trata de copiar para el centro las recetas “populistas” del chavismo venezolano o del kirchnerismo argentino, en la periferia del capitalismo. Ni siquiera el aparentemente exitoso modelo brasileño sería un espejo para las sacudidas economías europeas (la situación en Estados Unidos es diferente, pues las expectativas de ganancias de las grandes corporaciones no se han visto realmente afectadas por la crisis financiera y la adyacente crisis social).
Por el contrario, Balibar destacó con sonriente fiereza y condescendencia francesa su oposición a la idea de que la experiencia chavista fuera un ejemplo de “nueva democracia” (con su sentido flotante), a lo cual Laclau respondió con determinados ejemplos fácticos de cambio social positivo desarrollados en este proceso, donde los resultados cubrían o disipaban la falta de “forma” democrática que el personalismo chavista vulnera ostensiblemente. A su vez, Balibar destacó la tendencia de esta clase de democracia basada en el personalismo y el apoyo popular ciego a revertirse en tecnocratismo, burocratismo y restricción de las libertades (su ejemplo básico, difícil de amonestar, fue la evolución  de la democracia soviética, del soviet al politburó autoritario, lo cual en Latinoamérica se traduciría quizá en la transformación del movimiento de base en movimiento trans-clasista totalitario y, en última instancia, defensor de la evolución del capitalismo local)[3].
(Suena el timbre insistentemente, viene el hombre del presupuesto del techo, charlamos un rato, se va, sigo escribiendo).
Por otro lado, también se destacó la perplejidad no sorpresiva de que la reestructuración de la economía brasileña, sustentada en un notable ascenso económico de amplios sectores sociales subordinados, se representara actualmente como uno de los puntos de apoyo más sólidos del capitalismo mundial, como lo es desde hace años el desarrollo chino o indio, y esto tanto en el rol de la producción competitiva como en el espacio del consumo masivo. Balibar se concentra: el costo del crecimiento capitalista debe ser pagado por alguien en última instancia, campesinos, aborígenes, el medio ambiente, como sea. En Argentina nada de esto constituye ya un problema, porque ya hemos destruido o domesticado todo eso.    
Las categorías son flotantes. Móviles, para los intelectuales; “líquidas” nos diría Bauman tal vez. De hecho, hace muy poco Bauman sostuvo que los movimientos sociales en Europa y el resto del mundo a raíz de la crisis son emocionales, intelectualmente inconsistentes[4]. Tiendo a concordar en eso, lo cual supone decir que, en los términos Laclau-Balibar, se trata de que estos movimientos operen con conceptos híper-flotantes, polisémicos, sea de justicia social o de eficacia distributiva del estado y el mercado.
En términos arcaicos pero significativos en este caso, estos movimientos no podrían (la teoría dice que no deberían poder) constituir una consciencia de clase, ni mucho menos una resolución de la falsa consciencia pequeño-burguesa, esta que desafía y critica al capitalismo cuando no la favorece en sus pequeños intereses materiales y cierra la boca y se somete a su orden cuando siente que su presente de consumo de tecnología e indumentaria en cuotas está cubierto y su futuro económico garantizado. En este veranito económico kirchnerista argentino se ha visto esta oscilación en muchos casos de antiguos pensadores sociales críticos del capitalismo, porque la identidad anticapitalista es tan flotante o líquida como muchas otras. No es incoherencia, es coherencia con la agenda tácita de las clases medias a las que pertenecen la mayoría de los intelectuales, que se contradice sólo con la agenda manifiesta en el discurso.
Balibar asume que sólo yendo más allá de la resolución de los problemas puntuales de la crisis que hoy se desarrolla Europa podría trascender, a través de los movimientos sociales, de su actual realidad de mercado, para constituirse en sociedad en torno a instituciones estatales comunes. Al mismo tiempo, resalta enfáticamente que ese no es su proyecto, su utopía para esta Europa que, desde mi latitud con techos en etapa de planificación, es sólo un concepto flotante en el panorama del capitalismo contemporáneo.
Desde hace muchos años prefiero entender que Europa, Asia, América Latina o los EUA son denominaciones políticas útiles pero insuficientes para captar el desenvolvimiento social del capitalismo global, que no es un capitalismo global, sino la interacción de varias formas de capitalismo inter-dependientes y con proyecciones multilaterales. Por ejemplo: el capitalismo de estado chino y las economías capitalistas emergentes como Brasil sosteniendo el “sistema mundial” (muy diferente de aquel diagramado por Wallerstein), que se encontraría en fase de transición indeterminada a nadie sabe exactamente dónde.
En fin. Cuestiones flotantes para pensar. Y muchas gracias al canal Encuentro, que me hizo perder a las cubanas del beach vóley y el partido entre el Real Madrid y el Lyon.


[1] “Epónimo” significa “que da nombre”.
[2] Hace dos años ya se nos ha perdido... pero no totalmente.
[3] Lo cual, por ejemplo, siempre fue la prédica del kirchnerismo: esa mística insoluble en la realidad que es el “capitalismo popular” liderado por un movimiento trans-clasista anclado en el poder burocrático y técnico del estado.

viernes, 14 de octubre de 2011

Nosotros y Helios: notas al proceso de circulación energética en los sistemas históricos


Hasta el momento no he leído nada en el contexto de las ciencias sociales que tome al sol realmente en cuenta, si se exceptúan las aproximaciones clásicas a los contenidos simbólicos y mitológicos presentes en la historia de las religiones conocidas. En este contexto, por supuesto, el Sol ha sido siempre una figura importante, aunque no necesariamente principal. Sin embargo, la ausencia a la que me refiero aquí no es la de la figura, sino del auténtico Sol como lo comprendemos actualmente en la existencia material: esa estrella amarilla situada en un brazo de la galaxia pobremente nombrada “vía láctea” y alrededor de la cual giramos elípticamente.

Este pequeño ensayo, que es en realidad una derivación de mi principal trabajo teórico, no llega tanto a completar dicho hueco sino más bien a acentuar esta ausencia, con la esperanza de generar una incomodidad suficiente como para que otra gente, más sagaz e inteligente que yo, le preste atención a la cuestión. Mis verdaderas preocupaciones se encuentran en los procesos de circulación de energía en tanto procesos ligados a los sistemas simbólicos construidos culturalmente, y que constituyen los aspectos particulares del gasto de energía desarrollado por los seres humanos en sociedad, aquello que la sociología clásica denominó “trabajo humano” y que se encuentra socialmente determinado.

Considerado en términos comparativos con otras estrellas, el Sol no es ningún gigante pero, considerando también que contiene el 99% del total de la masa del sistema solar, podemos considerarlo un objeto importante en relación con nuestro planeta. Éste, a su vez, es el mayor en tamaño de los llamados planetas telúricos (que no son gaseosos ni helados) e interiores (que cuentan hasta el cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter). 

Dos elementos fundamentales hacen a la relación entre nuestro planeta y el Sol. En primer lugar, que se trata de la más importante influencia gravitacional próxima y, en segundo lugar, que es la mayor fuente de radiación electromagnética que llega al planeta. La existencia del planeta tal como lo conocemos se deriva de su relación con el sol.

También la vida es un fenómeno dependiente de  la relación Sol-Tierra. No solamente la distancia de la tierra en relación con el astro, como factor principal, permite la existencia de agua en estado líquido (hecho considerado elemental para la existencia de vida, al menos en el ecosistema terrestre), sino que establece las condiciones climáticas de la superficie y la atmósfera, cuya dinámica se explica principalmente por esta relación con el Sol. Los vientos soplan por la diferente incidencia del calor solar en regiones y latitudes, y otro tanto ocurre con las corrientes marinas. Las lluvias se producen por efecto de la evaporación de agua marina y oceánica, cuya traslación atmosférica se vincula a los factores anteriormente citados. Los ríos corren, lógicamente, según los orienten la orografía y la gravedad terrestres. Pero sólo pueden continuar circulando en la medida en que la energía calórica del sol continúe trasladando agua por evaporación y ventilación de la superficie del océano a las tierras altas.

Como el ser humano se ha encargado de demostrar en los últimos siglos, el sol no es en absoluto la explicación única de los cambios climáticos, pero continúa siendo el primordial factor explicativo de estos cambios y, principalmente, de esas regularidades que venimos relatando.

Principalmente, el Sol es, junto con la actividad telúrica derivada de la existencia de un núcleo caliente y líquido que expulsa calor y presión y es responsable de la existencia del campo electromagnético terrestre (y con él de la atmósfera gaseosa), el principal factor de la dinámica propia de la tierra. En una cuestión que es fundamental para esta presentación, la energía proveniente del sol es la principal fuente de energía dinámica que existe en la biosfera de nuestro planeta. La tierra ha prestado a la existencia de la vida sus elementos básicos constitutivos, pero la organización y el desarrollo de la existencia orgánica (al menos la predominante) sólo es posible por la incidencia de la radiación solar. El Sol no sólo brinda las condiciones térmicas y ambientales adecuadas para la existencia de vida, sino que proporciona también esa energía suplementaria que permite a la vida combatir exitosamente la entropía. En otras palabras, la lenta evolución del material nuclear solar y las emisiones por él generadas constituyen el origen de la inmensa mayoría de la energía circulante por los sistemas orgánicos.

Sin el sol, no existirían seres capaces de realizar fotosíntesis, y estos seres son, a su vez, el inicio de la cadena trófica que permite el “círculo de la vida”. No hay que engañarse, dicho círculo no es cerrado[1]. Su reedición sólo es posible por la continua recepción de la luz solar que los vegetales sintetizan para desarrollarse. Todo ser orgánico pervive hasta el punto de reproducirse al menos porque es capaz de alimentarse de la luz solar o de los seres vivientes capaces de obtener nutrientes de las plantas o de otros seres que se han alimentado de las plantas. El “círculo de la vida” es, en realidad, la circulación de la energía solar dentro de los seres orgánicos hasta que se libera en forma de calor o se estabiliza en forma de nuevo material inorgánico cuya carga energética es mayoritariamente potencial.

El ser humano, sin importar la organización social en la que se encuentre situado, nunca escapa de esta caracterización. Incluso si llegara el día en que todos los alimentos fueran sintéticos (un mundo que me induciría a un inmediato suicidio egoísta), la energía para producirlos seguramente estaría vinculada al sol. Los hidrocarburos de toda especie son reservorios de energía solar, derivada de la extinción continua de antiguas criaturas (principalmente vegetales) que la procesaron mientras estaban vivas (aunque la energía geotermal y la presión terrestre contribuyen a la formación del petróleo, en todo caso no existiría sin este proceso precedente). Sí el viento es producido por la desigual incidencia de la energía solar, la energía denominada eólica es, en realidad, calor solar revertido en energía dinámica; la energía hidroeléctrica está dentro de la misma lógica, pues es el resultado de una dinámica que tiene al calor solar como protagonista del acarreo del agua oceánica a las alturas desde las cuales cae aprovechando la gravedad y cuya energía dinámica es transformada por las usinas hidroeléctricas. Creo que no hace falta insistir en que la denominada “energía solar” es solar, aunque existan varios modos de transformarla.

Que yo sepa, pocos tipos de energía consumida actualmente por la humanidad escapan al origen solar. De ellas, las principales son la energía mareomotriz, la energía geotermal y la energía nuclear. Ninguna de estas tres fue aprovechada sino hasta pasado el ecuador del siglo XX, y siguen sin ser mayoritarias. Son energías caras y ambientalmente inestables; las más efectivas son contaminantes y riesgosas. Hasta ese momento, es decir, durante casi toda su existencia, la humanidad no había utilizado ninguna fuente de energía de manera regular que no estuviera directamente vinculada a la transformación de la energía solar.   

De esta manera, el  Sol es el principal regulador de la circulación energética  de la vida en general y de la vida humana en particular, en un sentido muy preciso: sólo gracias a la energía solar se reintroduce en nuestro planeta la energía disipada en obediencia a la segunda ley de la termodinámica, considerando a la tierra en su conjunto como un sistema energético. Sin el Sol, la tierra sería una roca compuesta en el espacio, que de manera lenta pero invariable perdería su calor interno remanente, que se disiparía en el espacio vacío circundante.

Transformado en movimiento, la presencia del poder solar explica casi todo lo que se desplaza de una u otra forma sobre la superficie del planeta. Partiendo de este elemento podemos considerar que, en esencia, la vida humana es energía solar incorporada a materias terrestres que, gracias a la peculiar distribución orgánica de estas últimas, asimila esa energía circulante, se mueve, se reproduce, se asocia con otras formas de vida (generalmente para consumirlas), se asocia entre sí, posee un sistema nervioso complejo en el que se combinan una matriz de actividad refleja, una matriz de actividad instintiva, una matriz de intercambio  de información (que llamamos “inconsciente”) y, finalmente, una matriz de actividad cultural o social (que en este sentido amplio son equivalentes). La interacción entre estas matrices de circulación de energía e información, es muy compleja, pero todas funcionan en una tensión energética de carga, retención, tensión y descarga cuya persistencia depende, en última instancia, de que el Sol no deje de enviar a la tierra su energía. El rey-sol no se engañaba: él era el sol. Pero también lo son las cucarachas, el moho y los parásitos intestinales.

Hasta hace unos pocos siglos no teníamos por qué saber esta relación, no obstante lo cual era una sospecha importante. Cualquier labriego competente podía apreciar la importancia de la incidencia de la luz solar en sus cultivos, comparando zonas de incidencia diferenciada. Cualquier persona podía apreciar la diferencia de temperatura que se asocia a la presencia o ausencia del sol en el firmamento (aunque no fuera insensata alguna teoría alternativa). Sin embargo, es al moderno conocimiento que debemos la consciencia de la relación que existe entre el Sol y el comportamiento dinámico en la biosfera.

Todas las especies con las cuáles habitualmente el ser humano está vinculado experimentan la misma necesidad de la luz solar. Las plantas la precisan para realizar la fotosíntesis, los animales herbívoros para alimentarse de las plantas y los carnívoros para alimentarse de los herbívoros y así, hasta llegar a nosotros, omnívoros actualmente predominantes en la cadena trófica, aunque hasta una o dos centenas de miles de años éramos competidores menores de los grandes predadores. La propia organización evolutiva de la vida muestra fuertes indicios de estar vinculada a los ritmos marcados por la rotación terrestre, a partir de la cual existen el día y la noche y la diferencia de temperatura. Estos ritmos, denominados ritmos biológicos o circadianos, configuran la vida en la mayor parte del planeta según la presencia de cantidades rítmicamente oscilantes de energía solar suplementaria (incluso para protegerse de las siempre peligrosas radiaciones ultravioletas).

El sistema biológico, por su complejidad y dinámica de intercambio con el entorno, es quizá uno de los más interesantes casos de sistema energético que puedan existir. En este contexto, el ser humano y las sociedades integradas por él se encuentran en absoluta dependencia de las leyes que regulan la circulación de la energía en seres orgánicos. De allí que ninguna sociedad pueda vulnerar permanentemente sus reglas, a riesgo de desaparecer, lo cual supone la preservación general de las mismas en los individuos que la componen.

Si una sociedad agota en su entorno la capacidad de las plantas de reproducirse, puede tenerse la seguridad de que se trata de un camino a la extinción social. Cuando se habla, entonces, de la relación que existe entre el hombre y la naturaleza (como si se tratara de objetos diferenciados), debe considerarse la cualidad unidireccional de la circulación energética (del Sol a la disipación en el espacio) en la cual la vida en la tierra es apenas una interrupción ínfima y momentánea, un fugaz rodeo que da la energía para entregarse finalmente al vacío. En este rodeo, que es un suspiro en la historia cósmica, acontece todo lo viviente, todo lo humano y, también, todo lo social y lo cultural.

Que el ser humano sea capaz de reconducir la energía para modificar su entorno no es más que otro detalle en este rodeo, que puede alargarse más o menos, pero no evitarse (al menos con los conocimientos y tecnologías actualmente disponibles: tengo alguna esperanza en futuras modificaciones a ciertos principios actualmente hegemónicos). Sin embargo, lo verdaderamente notable en el ser humano es la manera única que tiene para producir y reeditar esta circulación de la energía.

Porque el ser humano ha desarrollado un circuito energético en el cual no sólo influye el procesamiento orgánico de la energía, sino que ha llegado a generar un sistema evolutivo que modifica el medioambiente y las conductas de los integrantes particulares de una sociedad humana para producir determinados circuitos energéticos que facilitan la re-circulación de la energía. Al mismo tiempo, estos circuitos no dependen totalmente de las  respuestas condicionadas, ni de los instintos ni del intercambio social básico. Para desarrollar estas modificaciones no se instala simplemente un nuevo sistema material en el espacio de otro, sino que debe producirse un intercambio comunicativo que coordine las acciones sociales a los efectos de producir tal cambio y que, a su vez, dependen del aprendizaje social e histórico y no de información acumulada en el sustrato genético u orgánico. Tampoco se trata de un mero comportamiento asociativo instalado instintivamente, sino un sistema de modificación socialmente programada de los individuos que se efectúa mediante la socialización y el aprendizaje, para lo cual se instala en cada integrante de la sociedad una parte de la experiencia simbólica que permite interactuar con el entorno (lo que he llamado: memoria sistémica subjetivada). En otras palabras, el sistema material que es la sociedad humana depende para la circulación de la energía de la existencia de una serie de sistemas simbólicos que habilitan el comportamiento social en los sujetos.

Se trata de un complejo evolutivo complejo y maravilloso (por lo mucho que tiene todavía de misterioso, lo cual lo aproxima a lo mágico) que ha dado lugar a formas de comunicación y supervivencia material muy variadas y dinámicas, catalogadas como “estrategias culturales de supervivencia”. En estos complejos, los sistemas simbólicos dependen de las bases materiales, pero también las articulan y re-articulan permanentemente, a tal punto que una determinada estructura material histórica dependen en cierta medida para su organicidad y continuidad de esos sistemas simbólicos.

Sí bien es cierto que todo sistema simbólico requiere para su existencia de un sistema material, en el caso de la sociedad humana los sistemas simbólicos son indispensables para la configuración de ésta en tanto circuito particular de la circulación energética, de tal manera que casi todo acto social de circulación energética está comunicativamente cargado, lo cual supone que está también ligado en términos psíquicos y cognitivos, ya que la comunicación sólo se produce cuando al uso de la energía se le adiciona información localizada en y procesada por seres humanos, portadores así de una manera única de energía en tanto capacidad de trabajo.

Es esta condición lo que ha permitido una circulación diferente de la energía y de la regulación de la entropía que afecta a todo sistema material. Y es también lo que permite definir a la sociedad humana como un sistema histórico, pues se trata de un sistema particular que define sus parámetros de adaptación al entorno mediante la mutación de sus mecanismos materiales, pero también mediante la mutación de los sistemas simbólicos que los gestionan.

Mientras tanto, el “primer principio” continúa operando incesantemente y, sin él, nada sería posible: ni la evolución de la materia orgánica en organismos, ni la evolución de los organismos en comunidades, ni tampoco el salto de la vida gregaria a la vida social simbólicamente dispuesta. Carl Sagan, en su famoso ciclo de divulgación científica llamado “Cosmos”, retrataba poéticamente al ser humano como “materia estelar”. Sin embargo, es igualmente fácil aproximarnos a nuestra subespecie: “somos materia solar”.

En la literatura rabínica persiste la tensión entre la aristocracia y la democracia: mientras que algunos pretenden ver en la descendencia de Israel, el nieto de Abraham, la marca de la identidad y la diferencia, otros insisten en la relación originaria, ya que todos los hombres y mujeres del mundo serían, en sentido estricto, descendientes de Eva y Adán. Elija usted a éstos como representantes míticos de la tierra y el sol (y nada me importa cuál sería cuál) y en este artículo estaremos de acuerdo. Aproximadamente.


[1] Los denominados sistemas auto-poiéticos en biología (Varela-Maturana) o sociología (Lhuman) son capaces de producir condiciones particulares para mantener la circulación interna de energía pero, como no pueden vulnerar el primer principio de la termodinámica, dependen de la existencia de fuentes de energía dinámica, o potenciales que sean capaces de desorganizar y asimilar.