viernes, 14 de octubre de 2011

Nosotros y Helios: notas al proceso de circulación energética en los sistemas históricos


Hasta el momento no he leído nada en el contexto de las ciencias sociales que tome al sol realmente en cuenta, si se exceptúan las aproximaciones clásicas a los contenidos simbólicos y mitológicos presentes en la historia de las religiones conocidas. En este contexto, por supuesto, el Sol ha sido siempre una figura importante, aunque no necesariamente principal. Sin embargo, la ausencia a la que me refiero aquí no es la de la figura, sino del auténtico Sol como lo comprendemos actualmente en la existencia material: esa estrella amarilla situada en un brazo de la galaxia pobremente nombrada “vía láctea” y alrededor de la cual giramos elípticamente.

Este pequeño ensayo, que es en realidad una derivación de mi principal trabajo teórico, no llega tanto a completar dicho hueco sino más bien a acentuar esta ausencia, con la esperanza de generar una incomodidad suficiente como para que otra gente, más sagaz e inteligente que yo, le preste atención a la cuestión. Mis verdaderas preocupaciones se encuentran en los procesos de circulación de energía en tanto procesos ligados a los sistemas simbólicos construidos culturalmente, y que constituyen los aspectos particulares del gasto de energía desarrollado por los seres humanos en sociedad, aquello que la sociología clásica denominó “trabajo humano” y que se encuentra socialmente determinado.

Considerado en términos comparativos con otras estrellas, el Sol no es ningún gigante pero, considerando también que contiene el 99% del total de la masa del sistema solar, podemos considerarlo un objeto importante en relación con nuestro planeta. Éste, a su vez, es el mayor en tamaño de los llamados planetas telúricos (que no son gaseosos ni helados) e interiores (que cuentan hasta el cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter). 

Dos elementos fundamentales hacen a la relación entre nuestro planeta y el Sol. En primer lugar, que se trata de la más importante influencia gravitacional próxima y, en segundo lugar, que es la mayor fuente de radiación electromagnética que llega al planeta. La existencia del planeta tal como lo conocemos se deriva de su relación con el sol.

También la vida es un fenómeno dependiente de  la relación Sol-Tierra. No solamente la distancia de la tierra en relación con el astro, como factor principal, permite la existencia de agua en estado líquido (hecho considerado elemental para la existencia de vida, al menos en el ecosistema terrestre), sino que establece las condiciones climáticas de la superficie y la atmósfera, cuya dinámica se explica principalmente por esta relación con el Sol. Los vientos soplan por la diferente incidencia del calor solar en regiones y latitudes, y otro tanto ocurre con las corrientes marinas. Las lluvias se producen por efecto de la evaporación de agua marina y oceánica, cuya traslación atmosférica se vincula a los factores anteriormente citados. Los ríos corren, lógicamente, según los orienten la orografía y la gravedad terrestres. Pero sólo pueden continuar circulando en la medida en que la energía calórica del sol continúe trasladando agua por evaporación y ventilación de la superficie del océano a las tierras altas.

Como el ser humano se ha encargado de demostrar en los últimos siglos, el sol no es en absoluto la explicación única de los cambios climáticos, pero continúa siendo el primordial factor explicativo de estos cambios y, principalmente, de esas regularidades que venimos relatando.

Principalmente, el Sol es, junto con la actividad telúrica derivada de la existencia de un núcleo caliente y líquido que expulsa calor y presión y es responsable de la existencia del campo electromagnético terrestre (y con él de la atmósfera gaseosa), el principal factor de la dinámica propia de la tierra. En una cuestión que es fundamental para esta presentación, la energía proveniente del sol es la principal fuente de energía dinámica que existe en la biosfera de nuestro planeta. La tierra ha prestado a la existencia de la vida sus elementos básicos constitutivos, pero la organización y el desarrollo de la existencia orgánica (al menos la predominante) sólo es posible por la incidencia de la radiación solar. El Sol no sólo brinda las condiciones térmicas y ambientales adecuadas para la existencia de vida, sino que proporciona también esa energía suplementaria que permite a la vida combatir exitosamente la entropía. En otras palabras, la lenta evolución del material nuclear solar y las emisiones por él generadas constituyen el origen de la inmensa mayoría de la energía circulante por los sistemas orgánicos.

Sin el sol, no existirían seres capaces de realizar fotosíntesis, y estos seres son, a su vez, el inicio de la cadena trófica que permite el “círculo de la vida”. No hay que engañarse, dicho círculo no es cerrado[1]. Su reedición sólo es posible por la continua recepción de la luz solar que los vegetales sintetizan para desarrollarse. Todo ser orgánico pervive hasta el punto de reproducirse al menos porque es capaz de alimentarse de la luz solar o de los seres vivientes capaces de obtener nutrientes de las plantas o de otros seres que se han alimentado de las plantas. El “círculo de la vida” es, en realidad, la circulación de la energía solar dentro de los seres orgánicos hasta que se libera en forma de calor o se estabiliza en forma de nuevo material inorgánico cuya carga energética es mayoritariamente potencial.

El ser humano, sin importar la organización social en la que se encuentre situado, nunca escapa de esta caracterización. Incluso si llegara el día en que todos los alimentos fueran sintéticos (un mundo que me induciría a un inmediato suicidio egoísta), la energía para producirlos seguramente estaría vinculada al sol. Los hidrocarburos de toda especie son reservorios de energía solar, derivada de la extinción continua de antiguas criaturas (principalmente vegetales) que la procesaron mientras estaban vivas (aunque la energía geotermal y la presión terrestre contribuyen a la formación del petróleo, en todo caso no existiría sin este proceso precedente). Sí el viento es producido por la desigual incidencia de la energía solar, la energía denominada eólica es, en realidad, calor solar revertido en energía dinámica; la energía hidroeléctrica está dentro de la misma lógica, pues es el resultado de una dinámica que tiene al calor solar como protagonista del acarreo del agua oceánica a las alturas desde las cuales cae aprovechando la gravedad y cuya energía dinámica es transformada por las usinas hidroeléctricas. Creo que no hace falta insistir en que la denominada “energía solar” es solar, aunque existan varios modos de transformarla.

Que yo sepa, pocos tipos de energía consumida actualmente por la humanidad escapan al origen solar. De ellas, las principales son la energía mareomotriz, la energía geotermal y la energía nuclear. Ninguna de estas tres fue aprovechada sino hasta pasado el ecuador del siglo XX, y siguen sin ser mayoritarias. Son energías caras y ambientalmente inestables; las más efectivas son contaminantes y riesgosas. Hasta ese momento, es decir, durante casi toda su existencia, la humanidad no había utilizado ninguna fuente de energía de manera regular que no estuviera directamente vinculada a la transformación de la energía solar.   

De esta manera, el  Sol es el principal regulador de la circulación energética  de la vida en general y de la vida humana en particular, en un sentido muy preciso: sólo gracias a la energía solar se reintroduce en nuestro planeta la energía disipada en obediencia a la segunda ley de la termodinámica, considerando a la tierra en su conjunto como un sistema energético. Sin el Sol, la tierra sería una roca compuesta en el espacio, que de manera lenta pero invariable perdería su calor interno remanente, que se disiparía en el espacio vacío circundante.

Transformado en movimiento, la presencia del poder solar explica casi todo lo que se desplaza de una u otra forma sobre la superficie del planeta. Partiendo de este elemento podemos considerar que, en esencia, la vida humana es energía solar incorporada a materias terrestres que, gracias a la peculiar distribución orgánica de estas últimas, asimila esa energía circulante, se mueve, se reproduce, se asocia con otras formas de vida (generalmente para consumirlas), se asocia entre sí, posee un sistema nervioso complejo en el que se combinan una matriz de actividad refleja, una matriz de actividad instintiva, una matriz de intercambio  de información (que llamamos “inconsciente”) y, finalmente, una matriz de actividad cultural o social (que en este sentido amplio son equivalentes). La interacción entre estas matrices de circulación de energía e información, es muy compleja, pero todas funcionan en una tensión energética de carga, retención, tensión y descarga cuya persistencia depende, en última instancia, de que el Sol no deje de enviar a la tierra su energía. El rey-sol no se engañaba: él era el sol. Pero también lo son las cucarachas, el moho y los parásitos intestinales.

Hasta hace unos pocos siglos no teníamos por qué saber esta relación, no obstante lo cual era una sospecha importante. Cualquier labriego competente podía apreciar la importancia de la incidencia de la luz solar en sus cultivos, comparando zonas de incidencia diferenciada. Cualquier persona podía apreciar la diferencia de temperatura que se asocia a la presencia o ausencia del sol en el firmamento (aunque no fuera insensata alguna teoría alternativa). Sin embargo, es al moderno conocimiento que debemos la consciencia de la relación que existe entre el Sol y el comportamiento dinámico en la biosfera.

Todas las especies con las cuáles habitualmente el ser humano está vinculado experimentan la misma necesidad de la luz solar. Las plantas la precisan para realizar la fotosíntesis, los animales herbívoros para alimentarse de las plantas y los carnívoros para alimentarse de los herbívoros y así, hasta llegar a nosotros, omnívoros actualmente predominantes en la cadena trófica, aunque hasta una o dos centenas de miles de años éramos competidores menores de los grandes predadores. La propia organización evolutiva de la vida muestra fuertes indicios de estar vinculada a los ritmos marcados por la rotación terrestre, a partir de la cual existen el día y la noche y la diferencia de temperatura. Estos ritmos, denominados ritmos biológicos o circadianos, configuran la vida en la mayor parte del planeta según la presencia de cantidades rítmicamente oscilantes de energía solar suplementaria (incluso para protegerse de las siempre peligrosas radiaciones ultravioletas).

El sistema biológico, por su complejidad y dinámica de intercambio con el entorno, es quizá uno de los más interesantes casos de sistema energético que puedan existir. En este contexto, el ser humano y las sociedades integradas por él se encuentran en absoluta dependencia de las leyes que regulan la circulación de la energía en seres orgánicos. De allí que ninguna sociedad pueda vulnerar permanentemente sus reglas, a riesgo de desaparecer, lo cual supone la preservación general de las mismas en los individuos que la componen.

Si una sociedad agota en su entorno la capacidad de las plantas de reproducirse, puede tenerse la seguridad de que se trata de un camino a la extinción social. Cuando se habla, entonces, de la relación que existe entre el hombre y la naturaleza (como si se tratara de objetos diferenciados), debe considerarse la cualidad unidireccional de la circulación energética (del Sol a la disipación en el espacio) en la cual la vida en la tierra es apenas una interrupción ínfima y momentánea, un fugaz rodeo que da la energía para entregarse finalmente al vacío. En este rodeo, que es un suspiro en la historia cósmica, acontece todo lo viviente, todo lo humano y, también, todo lo social y lo cultural.

Que el ser humano sea capaz de reconducir la energía para modificar su entorno no es más que otro detalle en este rodeo, que puede alargarse más o menos, pero no evitarse (al menos con los conocimientos y tecnologías actualmente disponibles: tengo alguna esperanza en futuras modificaciones a ciertos principios actualmente hegemónicos). Sin embargo, lo verdaderamente notable en el ser humano es la manera única que tiene para producir y reeditar esta circulación de la energía.

Porque el ser humano ha desarrollado un circuito energético en el cual no sólo influye el procesamiento orgánico de la energía, sino que ha llegado a generar un sistema evolutivo que modifica el medioambiente y las conductas de los integrantes particulares de una sociedad humana para producir determinados circuitos energéticos que facilitan la re-circulación de la energía. Al mismo tiempo, estos circuitos no dependen totalmente de las  respuestas condicionadas, ni de los instintos ni del intercambio social básico. Para desarrollar estas modificaciones no se instala simplemente un nuevo sistema material en el espacio de otro, sino que debe producirse un intercambio comunicativo que coordine las acciones sociales a los efectos de producir tal cambio y que, a su vez, dependen del aprendizaje social e histórico y no de información acumulada en el sustrato genético u orgánico. Tampoco se trata de un mero comportamiento asociativo instalado instintivamente, sino un sistema de modificación socialmente programada de los individuos que se efectúa mediante la socialización y el aprendizaje, para lo cual se instala en cada integrante de la sociedad una parte de la experiencia simbólica que permite interactuar con el entorno (lo que he llamado: memoria sistémica subjetivada). En otras palabras, el sistema material que es la sociedad humana depende para la circulación de la energía de la existencia de una serie de sistemas simbólicos que habilitan el comportamiento social en los sujetos.

Se trata de un complejo evolutivo complejo y maravilloso (por lo mucho que tiene todavía de misterioso, lo cual lo aproxima a lo mágico) que ha dado lugar a formas de comunicación y supervivencia material muy variadas y dinámicas, catalogadas como “estrategias culturales de supervivencia”. En estos complejos, los sistemas simbólicos dependen de las bases materiales, pero también las articulan y re-articulan permanentemente, a tal punto que una determinada estructura material histórica dependen en cierta medida para su organicidad y continuidad de esos sistemas simbólicos.

Sí bien es cierto que todo sistema simbólico requiere para su existencia de un sistema material, en el caso de la sociedad humana los sistemas simbólicos son indispensables para la configuración de ésta en tanto circuito particular de la circulación energética, de tal manera que casi todo acto social de circulación energética está comunicativamente cargado, lo cual supone que está también ligado en términos psíquicos y cognitivos, ya que la comunicación sólo se produce cuando al uso de la energía se le adiciona información localizada en y procesada por seres humanos, portadores así de una manera única de energía en tanto capacidad de trabajo.

Es esta condición lo que ha permitido una circulación diferente de la energía y de la regulación de la entropía que afecta a todo sistema material. Y es también lo que permite definir a la sociedad humana como un sistema histórico, pues se trata de un sistema particular que define sus parámetros de adaptación al entorno mediante la mutación de sus mecanismos materiales, pero también mediante la mutación de los sistemas simbólicos que los gestionan.

Mientras tanto, el “primer principio” continúa operando incesantemente y, sin él, nada sería posible: ni la evolución de la materia orgánica en organismos, ni la evolución de los organismos en comunidades, ni tampoco el salto de la vida gregaria a la vida social simbólicamente dispuesta. Carl Sagan, en su famoso ciclo de divulgación científica llamado “Cosmos”, retrataba poéticamente al ser humano como “materia estelar”. Sin embargo, es igualmente fácil aproximarnos a nuestra subespecie: “somos materia solar”.

En la literatura rabínica persiste la tensión entre la aristocracia y la democracia: mientras que algunos pretenden ver en la descendencia de Israel, el nieto de Abraham, la marca de la identidad y la diferencia, otros insisten en la relación originaria, ya que todos los hombres y mujeres del mundo serían, en sentido estricto, descendientes de Eva y Adán. Elija usted a éstos como representantes míticos de la tierra y el sol (y nada me importa cuál sería cuál) y en este artículo estaremos de acuerdo. Aproximadamente.


[1] Los denominados sistemas auto-poiéticos en biología (Varela-Maturana) o sociología (Lhuman) son capaces de producir condiciones particulares para mantener la circulación interna de energía pero, como no pueden vulnerar el primer principio de la termodinámica, dependen de la existencia de fuentes de energía dinámica, o potenciales que sean capaces de desorganizar y asimilar.