jueves, 26 de mayo de 2011

La muerte de los hijos del sol: un relato no convencional


Recientemente ha tenido lugar una serie de importantes descubrimientos en materia antropológica que no resisto la tentación de compartir. Inevitablemente terminé por desvirtuar su contenido con una perspectiva historicista y política, pero creo que vale la pena intentar cierta difusión de los principales contenidos.  

Desde el IS&CA de Oxford (y gracias a la enorme generosidad de Elizabeth Rajman, quien tenía noticias de mi interés en la materia) me ha llegado el sumario de una serie de investigaciones realizadas en los últimos quince años en Sudamérica, cuya principal característica es el haber asociado el conocimiento derivado de la antropología biológica (principalmente desarrollado en el IAR de Zagreb) con la perspectiva cultural tradicional del IS&CA británico.

La dirección de E. Eward imprimió un sello particular al desarrollo y resultado, que no me toca juzgar a mí, pero he aquí los principales puntos de interés en origen.

En primer lugar, el estudio recorre las principales características de dos poblaciones de la amazonia venezolana (en el área del río y los altos de Camaina, cerca de la frontera con Guayana) bien diferenciadas culturalmente, los Huanos y los Cayaomis (o Sariaomis, según L. Santo-Granero del STRI) una de las cuales sobrevivió hasta finales de la década de 1970, y se centra en el muy particular vínculo entre ambas.

En segundo lugar, el rastreo genético y morfológico derivado de los estudios de Zagreb ha revelado que se trata de poblaciones muy emparentadas y, con casi 13500 años de presencia en América, constituyen en conjunto la población con más antigua presencia en el continente, al menos de lo que se ha probado fehacientemente hasta el momento.

En tercer lugar, ambas poblaciones se caracterizan por confirmar ampliamente la hipótesis de la migración trans-pacífica, pues la comparación fenotípica da cuenta de una probabilidad muy escasa de parentesco con las migraciones nórdicas a través del estrecho de Bering, aunque casi coinciden en términos cronológicos,  y muy alta respecto de las poblaciones oceánicas que también aprovecharon los pasos terrestres abiertos por la Glaciación de Wisconsin y han sorprendido con sus habilidades de navegación.

Por último, la narrativa recuperada por Lovell y Frantze de los últimos sobrevivientes huanos conocidos, sobre grabaciones hechas en el terreno por Dalberto Campos y Leónidas Freidos, da cuenta de la muy particular relación entre ambos pueblos, que da origen a esta singular historia. Para esta presentación he omitido todos los datos técnicos y he articulado la narración a partir de las propias leyendas huaníes recobradas en la investigación hasta los datos históricos más recientes.

“Huane y Saria eran hijas de Shamta e Impal, la tierra madre y el sol caliente, pero no crecieron como hermana y hermano. Saria trepó para estar cerca del pequeño Impal, su padre, quien le enseñó a procrear con la tierra seca de la montaña, y de esa unión nacieron todos los cayaomis. Pero Huane se quedó más cerca de Shamta y la Madre la desposó con el río y todos los huanos nacieron de esa unión. Por eso se llama a los cayaomis gente de la tierra-seca y a los huanos gente del lodo, y no hubo amor entre ellos.
Porque los huanos se burlaban de los cayaomis llamándolos con nombres feroces  dado que eran hijos del hermano más débil y pequeño. Durante mucho tiempo los hijos de Saria no hablaron con los hijos de Huane, y sus lenguas se separaron. Los cayaomis alabaron al sol sobre ninguna otra cosa bajo el Mar del Aire, y los huanos sólo guardaron plegarias y canciones para Shamta, la grande, dadora de todo lo que podía comerse y de todo lo que cura. Pero un día Shamta se enfureció con los cayaomis porque no le tenían respeto, e hizo que el propio Impal los castigara. Mientras los cayaomis se encontraban reunidos en el altar más alto y miraban alrededor la tierra seca que habían trabajado con sus manos, Impal se acercó tanto a ellos que los quemó y les oscureció la piel, y quemó la tierra trabajada y secó los pozos de agua y mató a todos los niños cayaomi, y las madres perdieron la razón por el dolor y se dieron muerte comiendo durante días sólo tierra seca. Los hombres cayaomi descendieron de la montaña y pidieron consejo a sus hermanos, los hijos de Huane y el río. Los huanos se burlaron de ellos, pues consideraban justo el castigo de Shamta.
Pero a Impal no le gustó la burla de los huanos, y escondió su cara brillante durante muchos meses, hasta que el miedo los obligó a pedir consejo a la Gran Madre. Shamta volvió a hablar con Impal y le exigió que devolviera la luz a todos sus hijos. Sin embargo, Impal le respondió que por su pedido había matado a todos los niños cayaomi y las mujeres se habían ido tras ellos, así que pronto no quedaría nadie que le dirigiera palabras amables, e Impal necesitaba ese amor para brillar. De modo que Shamta llegó a un acuerdo con Impal: los huanos darían a los cayaomis a algunas de sus hijas más jóvenes, para que la gente de la tierra seca no desapareciera y el amor hiciera a Impal arder.
Llenos de miedo, los huanos dieron a sus jóvenes mujeres a los hombres cayaomi y pronto Impal se levantó nuevamente. Desde entonces, y a pesar de que los cayaomis volvieron a tener hijos e hijas, cada cierto tiempo exigían nuevas jóvenes a los huanos. Finalmente estos se cansaron y hubo guerra entre ambos pueblos...”

En este punto la leyenda se funde con el relato histórico, y da lugar a un resultado que es el verdadero motivo de esta narración.

La guerra entre Huanos y Cayaomis se volvió secular, aunque intermitente. Hubo comercio entre ambos, porque los huanos apreciaban la alfarería cayaomi y la intercambiaban por frutos, raíces medicinales y algunas carnes delicadas que la agricultura y la ganadería cayaomi, más desarrolladas, no podía producir. Antropológicamente hablando, la relación es extraordinaria: por la necesidad impuesta desde el árido medioambiente montañoso, los cayaomis desarrollaron tecnologías del neolítico, mientras que los huanos, ocupantes de la fértil jungla inferior, no tuvieron inconveniente en preservar sus características del paleolítico superior, marcadas por la caza y la recolección; curiosamente, esta divergencia resultó conveniente para ambos pueblos.

Sin embargo, los cayaomis parecían considerar que el intercambio no era del todo justo, ya que la tierra fértil inferior les daba a los huanos una elevada y fácil productividad, de modo que siguieron exigiendo tributos adicionales, en forma de servicios sexuales, que los huanos estaban intermitentemente dispuestos a pagar. El temor a la ira de la Madre Tierra era grande todavía entre los cayaomis, hasta tal punto que en épocas de malas cosechas no exigían esos tributos (lo cual contribuía a controlar el crecimiento de su propia población). La mayor población absoluta de los huanos  era equilibrada por la mejor tecnología de los cayaomis, de modo que el sistema comercial-tributario, aun basado en una oposición simbólica, terminó por estabilizarse.

Pero desde mediados del siglo XVI el contacto con los adelantados españoles, cuyo primer contacto fue probablemente a través de Gonzalo Ruiz de Carvajal, hombre de Francisco de Orellana en la exploración que perseguía el descubrimiento de El Dorado, este equilibrio se rompió.

Los cayaomis encontraron en los conquistadores unos aliados inesperados. En apariencia, su culto solar era más adaptable que el de la madre tierra a las creencias trascendentales cristianas y su apariencia general era, para la mirada europea, menos salvaje que la de la “gente del lodo”.  A la vez, la tecnología cayaomi se aproximaba más a la europea en materia de cultivo de la tierra (a pesar de que desconocían la metalurgia casi completamente y de que se encontraban muy atrasados en materia de medicina respecto de los expertos herbolarios huanos) y existía alguna base para el comercio, aunque pobre.

Quizá es por estas razones que aceptaron el padrinazgo y consejo de Faruán-Ordán (Fray Juán Jordán). Éste les prometió una nueva vida de prosperidad bajo el imperio del gran dios del cielo, lo cual consiguió unificando a Impal con Jesucristo, en un típico movimiento sincrético, siempre y cuando renunciaran “al gobierno de la hembra y la serpiente que habita en el fango” (la cita es de una exasperada carta de Fray Luis León, en un relato de su apostolado entre tribus matriarcales caribeñas, quien acompañó a Luis Jordán en su travesía a América y compartía con él el furor misionero necesario –del Registro de Audiencias, documento catalogado AZA689–).

Los cayaomis se organizaron, bajaron de las montañas armados y enardecidos por la nueva fe. Luego de trece mil años en América, los huanos fueron exterminados en unas pocas semanas de campaña.  No obstante esta prueba de fe, la relación entre los cayaomis  y los conquistadores no prosperó: su región estaba muy aislada en la jungla, acceder a ella era imposible la mayor parte del año. Fueron olvidados por los conquistadores, por los colonizadores, por los embajadores imperiales y por los divulgadores de la nueva fe.    

Pero la gente de la tierra seca no olvidó la matanza, no encontró el paraíso prometido. Sin la medicina de los huanos, la enfermedad los marcó y los atrapó.  A principios del siglo XVIII, una epidemia de sífilis les confirmó que la furia de la Madre Tierra los había alcanzado. Fue entonces que el pueblo cayaomi tomó la decisión más impresionante en la historia de los registros antropológicos y culturales. Toda la razón de este relato se concentra en esa decisión.

Los cayaomis mataron a sus propios hijos pequeños, destruyeron sus cultivos, quemaron sus casas y abandonaron las tierras altas. Bajaron de la montaña y se dedicaron a la caza,  a la pesca y la recolección. Tuvieron nuevos hijos y a ellos les contaron leyendas de los pueblos enemigos de la Madre Tierra, los hijos de Saria, el malo, que habían hechizado las montañas. Se cubrieron el pelo con lodo al cumplir la mayoría de edad, y lo mantenían así, porque no se consideraban dignos de que el antiguo sol les acariciara la cabeza. Si alguno de sus jóvenes dudaba de las leyendas, lo enviaban a trepar las laderas ya ver las ruinas de la civilización cayaomi. Les prohibían tocar nada ni llevar nada de esas alturas malditas. Los jóvenes subían, veían las ruinas y creían. Un siglo pasó, y ningún cayaomi quedaba con vida, pues habían tomado el nombre de sus antiguos hermanos y enemigos.

Cuando la minería del siglo XX ocupó sus tierras y capacidades a la fuerza, sólo quedaban relatos difusos de la época en la que  Faruán-Ordán había militado en las montañas, la gente del lodo se llamaban a sí mismos Huanos, y se consideraban hijos del río y de Shamta, la Madre Tierra que cuida de todos los seres vivientes que moran en ella y la respetan.

El profesor Ewart relata con emoción en una nota al pie de página que en 1987, cuando intentó recuperar en el campo algunos huecos en los relatos recopilados  por Lovell y Frantze, no pudo encontrar a ningún huano. No ha perdido la esperanza de que algunos se encuentren todavía ocultos en las regiones más impenetrables de la selva. Como conozco algo más que él acerca de las costumbres de las elites locales respecto de los pueblos originarios americanos, no me permito tener una esperanza semejante.




[Nota importante: todo lo que han leído más arriba es una invención. Los institutos antropológicos de Oxford, Zagreb y el Smithsonian existen realmente y he alterado los nombres de algunos de sus investigadores. Véase: http://www.isca.ox.ac.uk/ , http://www.inantro.hr/ y  http://www.stri.si.edu/. El documento del Fray Luis León (AZA689), se corresponde con la matrícula de un Chevrolet Corsa de 1996. Sin embargo, todo parecido con la realidad no es ninguna coincidencia. Hace poco me han reclamado que ya no escribo ficción. Acá tienen un poco].

martes, 24 de mayo de 2011

Ascenso y caída del imperio de Afrodita: Del tabú violatorio a la dominación política patriarcal

1_ el tabú de la violación

“Que veinte años no es nada”, declara el famoso tango. Sin embargo, los tangos no son una referencia válida para evaluar escalas de observación sociológicas o antropológicas. En este caso, lo señalo porque pienso inmiscuirme con un proceso que, aproximadamente, recorre al menos treinta mil años de existencia humana.
Aunque soy un aficionado frecuente al uso de herramientas antropológicas y psicológicas en mi trabajo sociológico, prefiero declarar que mis aproximaciones a estas áreas son de tipo conjetural, disparadores de pensamiento alternativo antes que propuestas de hipótesis contrastables. Lógicamente, la perspectiva dialéctica y sistémica que suelo utilizar desde la teoría sociológica también contribuye al uso de escalas de observación muy amplias en comparación con la mirada sociológica más frecuente.
Como se declara en otro texto publicado por este medio, una conjetura de partida que he instalado de manera rudimentaria consiste en que el famoso Complejo de Edipo freudiano constituye, tanto como un fenómeno psicológico, un hecho social de singular importancia, en tanto viene a superar una etapa de la evolución humana en la que el miedo a la competencia de los machos jóvenes estimulaba el infanticidio en los machos adultos, impidiendo la existencia de hordas lo bastante grandes como para constituir al ser humano como un evento biológico adaptado (http://soltonovich.blogspot.com/2009/07/superacion-conjetural-del-complejo-de.html). De hecho, delimita parcialmente el larguísimo proceso en el que la evolución humana deja de estar signada únicamente por la evolución genética y pasa a ser orientada también por la evolución cultural.
La superación (conjetural) de este “complejo de Saturno” (quien, según el mito, devoraba a sus propios hijos para no ser destronado por ellos) derivó en la posibilidad de que las sociedades humanas se hicieran más amplias, permitiendo una mayor resistencia frente a las amenazas del entorno y permitiendo también (esto lo agrego ahora) una base social más amplia para habilitar una mayor extensión de la división del trabajo social y, con esto, la existencia de sociedades más complejas y capaces de crear o incorporar nuevos elementos culturales, tanto en lo comunicativo como en lo material. Este proceso habilitó el desarrollo de tecnologías y espacios simbólicos que aumentaron considerablemente la capacidad sinérgica de las sociedades humanas o, visto desde mi perspectiva sistémica, de aumentar la circulación de energía dentro del sistema social, lo cual siempre conlleva aumentar la carga de tensión y la entropía total del mismo (Véase: http://soltonovich.blogspot.com/2010/05/sobre-el-origen-de-la-teoria-de-la.html). 
En este breve artículo quisiera complementar un poco aquella conjetura, a los efectos de clarificar el proceso que llevó del desarrollo de la horda de sabana a las sociedades complejas con capacidad suficiente como para independizar materialmente al trabajo físico del intelectual, es decir, a la producción de excedentes que permitieron la escisión del ser humano de la mera economía de subsistencia. Una primer consecuencia de esto es la aparición de fenómenos comunicativos complejos y de instituciones y organizaciones regulares e independientes para la regulación de tensiones sistémicas, más conocidas como “el estado”... y una segunda consecuencia, que es la aparición de sociedades estratificadas y asimétricas en términos de la distribución del poder y la riqueza socialmente producidos. Para ambos aspectos el desarrollo de lo que aquí se expondrá es fundamental.
Cuando declaro que interpreto al complejo de Edipo en tanto hecho social y no meramente psicológico quiero decir dos cosas: en primer lugar, que entiendo que puede ser definido como un hecho social, es decir: es un acontecimiento que se explica a partir de un contexto socio-histórico, que se extiende con regularidad por la vida social y que actúa coactivamente sobre los sujetos; en segundo lugar, que su efecto social puede ser observado y evaluado con cierta independencia de la definición psicológica que se tenga de él.
En este último sentido, subrepticiamente lo he redefinido ad hoc: de ser un complejo de carga psíquica que derivaba en deseo sexual reprimido hacia la figura materna y agresión no-reprimida hacia la figura paterna, lo he reeditado como la configuración de una prohibición social que restringe notablemente, mediante un tabú central para la integración social, el acceso sexual de los jóvenes machos a la generación femenina precedente. Este proceso reorganiza las relaciones eróticas y permite la coexistencia algo más pacífica de machos dominantes y secundarios y unas nuevas relaciones entre sexos que es lo que, más o menos, intentaré desarrollar ahora.
Sin embargo, la conjetura original de este breve ensayo se sustentaba en intentar recrear conjeturalmente el proceso que llevó a una derivación del tabú del incesto al desarrollo de otro importante tabú socialmente extendido: el tabú de la violación, también definido como un hecho social a partir del cual los machos restringen compulsivamente sus afectos eróticos puramente agresivos respecto de las hembras, y que alcanza a las mismas en cualquier generación a al que pertenezcan.
Esta restricción tiene dos aspectos notables. Por una parte, constituye un aspecto importantísimo como desplazamiento del impulso sexual hacia formas culturalmente condicionadas y culturalmente gestionadas de actividad erótica. Por otra parte, introduce en el comportamiento subjetivo capacidades de desplazamiento de los impulsos eróticos y agresivos hacia otros aspectos de la vida intelectual de los sujetos (lo cual comprende tanto a machos como a hembras).
En cuanto al primer aspecto, en las sociedades complejas este desplazamiento se encuentra tan naturalizado que resulta ya invisible el hecho de que para el macho la violación es un mecanismo más efectivo que el cortejo para la descarga del impulso sexual, de tal manera que esta constricción social habilita dos eventos sociales bien conocidos: la familia y el amor. Las posibilidades son indefinidas pero, en lo que aquí importa, debe destacarse que el tabú de la violación es condición de posibilidad para ambos fenómenos en cualquier cultura humana.
En cuanto al segundo aspecto, la vida sexual controlada y socialmente reprimida habilitó espacios de actividad intelectual más complejos, pues la propia actividad intelectual puede considerarse parcialmente derivada de un desplazamiento de la libido, del impulso sexual a otras ocupaciones de la mente.
Otro elemento puede agregarse: aunque el tabú de la violación se plantea en la dirección macho-hembra, no debe descartarse sin más la dirección macho dominante-macho secundario, sólo que no tengo ganas de desarrollar aquí y ahora las posibles implicaciones.  
Instalados en la conjetura, es fácil advertir que no necesariamente el tabú de la violación se deriva del desarrollo del complejo de Edipo. Se trata simplemente de observar que, en algún momento, la complejidad de las relaciones sociales entraba en conflicto con la posibilidad de los machos de imponer su fuerza física para satisfacer agresivamente su impulso sexual. Pero sí parece deducirse que, una vez desarrollado el tabú del incesto, el tabú de la violación se convierte en una necesidad intrínseca del sistema social, pues instala, al menos, una “zona de exclusión” para los impulsos sexuales masculinos, cuya trasgresión es castigada de manera externa e interna con notable severidad. No es improbable que la relación entre ambos tabúes sea todavía más estrecha.
Inmediatamente debe aparecer la aclaración: la existencia del tabú de la violación de ninguna manera supone un avance en la igualdad política entre sexos. Muy por el contrario, la idea básica (y que será nuestra conclusión) es que la instalación de esta prohibición está en el origen de las desigualdades políticas entre sexos, aunque podrá acaso sorprender alguna etapa en el desarrollo, en donde la dominación femenina resultó más frecuente incluso que la dominación masculina.
Como toda prohibición social debe cumplir con los requisitos que la definen, debe existir un vehículo subjetivo y/o un vehículo objetivo en la sociedad para que la sanción se haga efectiva. Esto implica que debe existir una norma explícita contra la violación, sustentada en unos recursos de violencia social contra el agresor sexual y que  los sujetos socializados deben haber incorporado subjetivamente la prohibición de satisfacer sus deseos sexuales de manera violenta e indiscriminada (violación e incesto), transitando de un momento básico de deseo-agresión a un momento de culpa-responsabilidad, desplazando el deseo a otras instancias, lo cual se reflejará, a su vez, en la liberación de una cierta carga de violencia social objetiva en caso de que dicho movimiento subjetivo no se produzca y el acto de deseo-agresión violatorio y/o incestuoso se realice.
Una observación sobre el complejo de Edipo en esta perspectiva: desde el punto de vista de su utilidad social, la culpa instalada reprime los deseos sexuales por las generaciones precedentes de hembras, especialmente en la dirección macho joven-hembra adulta, pero es notablemente menos efectivo en la dirección  macho adulto-hembra joven y siempre considerando grados próximos de parentesco. La integración social exige desde hace milenios, en este sentido, la evolución del tabú de la violación (lo cual incluye algunos aspectos de la relación macho-macho), de tal manera que ambos tabúes se encuentran relacionados estrechamente, pero obedecen a lógicas sociales parcialmente independientes también.  Quiero decir: al margen de la definición jurídica de lo que significa el incesto, en el segundo caso es el tabú de la violación lo que realmente se canaliza de manera represiva.
La conjetura que observa la instalación del tabú de la violación (excepto en los numerosos casos en que se presenta como rito iniciático de desfloración ritual, los cuales son también un desplazamiento culturalmente reglado del impulso básico) supone lo siguiente: que así como ninguna sociedad humana puede existir si no se instala el tabú del homicidio, ninguna sociedad compleja puede subsistir si no se instala el tabú de la violación (junto con el tabú del incesto), al menos en lo que se refiere a las relaciones en el grupo propio, pues estas represiones pueden variar notablemente si se observa la integración con otros grupos sociales, tanto externos a la propia sociedad como pertenecientes a otros estratos. En este último, caso la lógica del poder verá siempre que el tabú de la violación se supera más fácilmente en dirección vertical y descendente.
A diferencia de la notable complejidad de las leyes penales contemporáneas en sociedades complejas, el tabú supone restricciones muy simples, que hacen que representaciones bastante elementales sean reprimidas con dureza. En el caso de la violación, esto supone que el macho humano se veda a sí mismo para ejercer determinados niveles de violencia sexual aunque, como todo tabú, si existe la prohibición explícita es porque es posible el caso en el que el tabú puede ser vulnerado, pues las tendencias básicas pueden desplazarse pero no anularse. Por eso es tan grande la distancia que existe entre la noción de prohibición inconsciente y la imposibilidad de realizar una acción: si existe el tabú, es porque la posibilidad de realizar una acción determinada no está tan lejos de la consciencia y de la práctica, por la misma razón, en este caso, de la sanción legal del homicidio, que existe porque, a pesar del tabú, el homicidio endo-grupal persiste como una regularidad en las sociedades humanas.    
Por el momento al menos, soy de la opinión que el tabú de la violación se instala culturalmente de modo asimétrico, es decir, que es un tabú instalado originalmente en el macho y con mucha menos fuerza en la hembra (lo cual suena sexualmente, eréctilmente lógico). Esto supone dos posibilidades sucesivas, ambas con consecuencias muy notables y no excluyentes entre sí. En el primer caso, supone una superioridad relativa en la libertad de la mujer para elegir parejas sexuales, pues no experimenta una represión previa para buscar sexo consentido, mientras que el hombre debe siempre desplazar su iniciativa agresiva a través de un tabú que le opone resistencia. En el segundo caso, supone la instalación de fuertes tabúes en la mujer que reprimen esa misma libertad. El resultado, en su conjunto, es bastante triste, desde el punto de vista del placer asociado a la actividad sexual. La conclusión, en conjunto, es que la existencia de sociedades complejas prácticamente asegura la existencia de fuertes tabúes en ambos sexos y asimétricos respecto de la actividad sexual.
Por ejemplo, cuando se dice, algo livianamente, que la familia es la base de la sociedad y que la prostitución es la profesión más antigua del mundo, se están utilizando dos metáforas que reflejan esta composición de tabúes básicos. La razón es que son estas las prohibiciones que permiten la existencia de familias y que explican también, en relación con un determinado contexto, claro está, los canales que adoptan las principales regularidades de la vida erótica.
Intelectualmente, no está resultando fácil proponer aspectos en los cuales la igualdad entre sexos no sea la condición fundamental de toda reflexión. Sin embargo, en este caso la conjetura sólo parece funcionar con la asimetría. El tabú de la violación se expresa mejor en términos de la asimetría macho-hembra y puede aceptarse al menos que las sociedades complejas reconocen más ampliamente la violación en términos del acceso sexual violento por parte de un macho dominante. Puede no causar sorpresa la existencia de mujeres con marcada iniciativa en materia erótica, pero la distancia entre la iniciativa y la violación es todavía grande. Sí se quiere anular, como parece deseable, la asimetría de poder entre sexos, deben buscarse medios políticos para lograrlo pero, con independencia del acierto o error de estas conjeturas, no parece razonable intentar cambiar el sentido de una investigación antropológica en particular.

2_ el imperio de Afrodita

Acotando la observación al espacio en el cual aparecerán las primeras “grandes civilizaciones”, y tal como lo describen antropólogos, mitólogos, historiadores y arqueólogos, el periodo neolítico es, probablemente, también la edad de la hembra. No porque pulir piedras fuera una tarea femenina, ni mucho menos, sino porque esta denominación (ya algo obsoleta) abarca el período en el cual la agricultura y la ganadería reemplazaron definitivamente a la caza y la recolección como formas de producción básicas. En particular, la agricultura instala un tipo de sociedad que progresivamente se convertirá en dominante: la sociedad sedentaria con cierta capacidad de producción de excedentes.
Así, el intervalo que va desde el 8000 a.c. al 3500 a.c. ve el asentamiento de las culturas neolíticas en oriente medio y África, pero el tipo de tecnología básico se extendió por Europa durante bastante más tiempo, casi hasta el inicio de la edad media, exceptuando a las penínsulas de Grecia e Italia y sus intermitentes zonas de influencia cultural. Geológicamente, este periodo se corresponde con el último post--glacial, el holoceno, que se extiende hasta el presente, cuyo inicio se produjo hace unos doce mil años y que coincide aproximadamente con los primeros asentamientos importantes en el continente americano.
Digo que esta es la edad de la hembra en un sentido sociopolítico, porque está signada por la hegemonía de deidades femeninas, ligadas al culto de la madre tierra, cuyo desarrollo abarcó casi todo el periodo paleolítico superior (30.000  a 9000 a.c.). En especial, es la época del imperio de la diosa triple (o diosa blanca), una evolución compleja de las Venus paleolíticas que se caracterizó por la hegemonía del sacerdocio femenino y el desarrollo de cosmologías complejas e integradas en el culto a la diosa (que es triple precisamente por su triple posición: celestial –principalmente lunar–, acuática y terrestre).
Lógicamente, el control económico de la agricultura es el aspecto material más destacado de esta hegemonía ideológica, que se traducía en una tensión notable respecto de los clanes masculinos. Se trata ya de sociedades con una gran complejidad cultural (aunque, en realidad, ninguna cultura del homo sapiens ha sido nunca realmente “simple”), una división del trabajo bastante extensa y con predominio de la propiedad colectiva, dentro de los parámetros de poder controlados por el sacerdocio femenino. La base simbólica de este poder matriarcal no es excesivamente misteriosa: el control de la fertilidad de la tierra y los ciclos lunares se asocian con facilidad a la fertilidad femenina y los ciclos sexuales femeninos. De esta manera, vulnerar la sacralidad de lo femenino era atentar contra la base económica de sustentación de la vida social, pues esa sacralidad se relacionaba con el control íntimo del proceso de producción agrícola. Como el tabú de la violación es tan necesario como en cualquier otra cultura, en esta etapa la mujer podía determinar su propia posición erótica respecto del macho, en términos generales, pero también en términos literales.
En este panorama conjetural del imperio de Afrodita, la importancia y profundidad del tabú de la violación es enorme. El resultado es una sociedad matriarcal, estable aunque sensible a los cambios ambientales (que incluye siempre el contacto con otras sociedades humanas), sólidas bases jurídico-políticas, con una aceptable tasa de producción de excedentes, en la cual otras actividades manufactureras pueden desarrollarse moderadamente: ganadería y sus derivados, carpintería, alfarería y algunos rudimentos de metalurgia, por ejemplo, además de complejos ciclos rituales y religiosos de los cuales incluso las religiones contemporáneas guardan vestigios, siquiera como resultado de los largos siglos de lucha entre los sacerdocios patriarcales y los matriarcales. Esta variedad de actividades se vincula a una división del trabajo equivalente, amplia pero restringida en su versatilidad. Pero la solidez estructural del imperio matriarcal terminó por constituir su mayor debilidad, pues la rigidez social, en términos adaptativos, no le permitió hacer frente a algunos de sus vástagos más dinámicos.

3_ la decadencia del imperio y el terror de la serpiente

Así como el ascenso del imperio de Afrodita no fue un proceso parejo o lineal, tampoco lo fue su decadencia, aunque sus finales fueron violentos en la mayor parte de los casos.
En los casos en los cuales la producción de excedentes era mayor, el comercio y la manufactura se extendieron a tejidos e hilados, bienes suntuarios y una arquitectura mejorada. Esto involucró el incremento de relaciones sociales más indirectas y el crecimiento de las actividades de regulación social, con divisiones del trabajo específicas para la gestión de la fuerza pública. En este nuevo panorama, cuyo principal registró se dio en aquellos casos en los cuales la actividad agrícola ocupaba regiones particularmente fértiles y amplias (en donde los recursos acuíferos eran, a su vez, fundamentales: las orillas del Nilo, la media luna fértil mesopotámica, el río Amarillo, el río Jordán, etc.), la complejidad de la vida social implicó que figuras religiosas masculinas y hasta entonces secundarias empezaran a tener un papel más destacado. Al mismo tiempo, el contacto con culturas patriarcales belicosas (vinculadas a la ganadería trashumante) exigía un incremento de la capacidad defensiva.
De esta forma, el patriarcado se fue abriendo paso y la calidad de Rey (que había sido un título ritual antes que un cargo político, en tanto consorte simbólico de la diosa y la sacerdotisa que la representaba) adquirió la importancia de un cargo político, jurídico y militar. Finalmente, la localización fija y el desarrollo urbano centralizado de las operaciones de gestión y control social dieron lugar al nacimiento del sacerdocio masculino y la virtual independencia del reinado respecto del sacerdocio femenino. Si nos cuesta reconocer desde el presente el periodo precedente como “histórico” es porque desde aquí se hace fácilmente reconocible el estado complejo y porque la extensión de las series de relaciones sociales en estos estados supusieron la utilización extendida de registros escritos.
El caudillo político-militar reemplazó finalmente a la sacerdotisa en la cima del poder y ello acarreó simultáneamente un cambio importante en las formas simbólicas de expresar la cosmología: la diosa madre empezó compartiendo el reinado con un dios masculino, luego las funciones se dividieron en una serie indefinida de opciones teológicas y, finalmente, el patriarcado terminó colocando a Zeus en el trono del Olimpo, cuando no desarrolló un monoteísmo patriarcal exclusivo, como ocurrió en el templo de Jerusalén.  
Para este momento, la complejidad social suponía una división del trabajo y las funciones sociales tan importante que era totalmente imposible la regresión del tabú de la violación o el del incesto, pues son represiones básicas para la existencia de estructuras sociales complejas.
 De esta manera, luego de un periodo bastante largo de hegemonía, el sometimiento de la mujer pasó a ser político, una subordinación completamente diferente de la dominación biológica masculina que pudo darse cuando el homo sapiens era todavía un homínido en desarrollo.     
En muchos mitos antiguos, la diosa madre engendraba una serpiente, que la preñaba para que pudiera aparecer el “huevo del mundo”, analogía de la reproducción sexual en la cosmo-génesis. Pero con la caída del imperio matriarcal la serpiente se independiza y, aunque el tabú de la violación debe continuar activo para habilitar la existencia de las familias, ya no se le permitirá a la mujer definir autónomamente su condición erótica y sexual. La serpiente se transforma en el principio del mal y la mujer en su vehículo predilecto (y no sólo en el mito de Eva y la serpiente). Porque la sociedad patriarcal va a necesitar de un tabú que compense la asimetría introducida por el tabú de la violación y la asimetría de poder político. En la mujer, este será el miedo a su propia sexualidad: el tabú del placer.
¿Por qué la imagen de la serpiente a la cual hay que tenerle terror? Si necesitan una explicación, tendría que hacerles un dibujito... y no estoy para esas cosas.  

domingo, 22 de mayo de 2011

Filosofía existencial, tortilla a la española y puntos suspensivos en la lluviosa mañana de domingo

1_ Profecías
No me gusta creer en profecías, porque si se cumplen la ciencia en general y la ciencia social en particular no sirven para nada. Considerando que la adivinación es más barata que la investigación, sí funciona, nos deja sin trabajo. Sin embargo, este año que ya casi promedia está tan “interesante” que el 2012 promete mucho, ya saben, con la profecía maya del fin del mundo y demás.
Repasemos: Medio oriente y el norte de África en crisis política, Japón en ruinas húmedas y radioactivas (aunque en el contexto de una crisis política y económica previa), Europa en crisis económica, los EEUU en crisis de poder (además de económica) y los antiguos derrotados de siempre, los grandes países emergentes y sus satélites casi sin buscarlo se van encontrando con cuotas de poder que no esperaban, y que no saben cómo administrar. El comunismo de estado es un oxidado cadáver, pero de ese cadáver han nacido unos híbridos cuya contribución al sostenimiento del capitalismo mundial es hoy un hecho palpable. ¿Qué puede esperarse de un mundo que se sostiene en las ruinas de otros mundos?
Además, tenemos  a los sospechosos habituales: el derretimiento de los hielos polares por causa del calentamiento global, la destrucción (programada o accidental) de los ecosistemas marinos y terrestres por la extracción desmedida e irracional de recursos, la desertización creciente, la hambruna persistente y la destrucción de los recursos acuíferos.  
De todos estos eventos, que yo sepa, sólo el terremoto y tsunami del norte de Japón es un acontecimiento natural. No sé por dónde están pasando los cometas, ni si se aproxima un gran asteroide para colisionar con el planeta, no sé si el sol está por enviarnos una devastadora tormenta de luz o si la tierra temblará hasta cambiar su rostro y aniquilarnos en el proceso de remodelación estética. Sé que la vida es frágil, pero resistente, y que la vida humana es frágil, únicamente.

2_  Disquisiciones inútiles cuya culpa es del lenguaje
Ante el fin de los tiempos, la única filosofía existencial apropiada es negativa: mejor es no existir o, si eso no es posible dada la evidencia de la existencia, al menos debe preferirse una existencia sin la evidencia de la consciencia, aunque precisamente esta imagen negativa de la consciencia nace de la autoconciencia de la caducidad de la existencia de la propia consciencia. O sea, y a pesar de Schopenhauer, quien naturaliza filosóficamente lo que es un problema de otra índole, lo que nos molesta de auto-conocernos no es el auto-conocimiento en sí, sino el inevitable conocimiento del fin de ese auto-conocimiento. Lo segundo mejor, después de no existir, no es morir... otra cosa es que no nos quede más remedio.
Por otra parte, siempre es esperanzadora la idea de que nosotros viviremos personalmente el final del mundo o de la vida humana (que en este caso consideramos  –con probable injusticia– como sinónimos), ya que nos sentimos acompañados y despreocupados por un futuro en el cual nadie podrá contribuir. Pero esta esperanza es falaz: generalmente, cuando alguien fallece el mundo sigue existiendo, el dolor prevalece porque hemos renunciado estúpidamente a una filosofía cíclica asentada en la eternidad (ya que una eternidad sin ciclos de regresión o progreso nos parece tan aburrida como la propia muerte).
Todas estas son complicaciones inútiles que nos habrían ahorrado nuestros antepasados si no hubieran desarrollado la auto-consciencia del ser social en su torpe lucha por la supervivencia. Si en el lenguaje primitivo “sagrado” y “tabú” eran equivalentes, hoy comprendemos con maravillada sorpresa que para el ser auto-consciente la maravilla del ser y la desesperación por su finitud son también equivalentes y, además, no se trata de eventos particulares y personales, sino de hechos sociales, generados por la sociedad en los necesarios intercambios simbólicos que nos permiten vivir en ella, por ella y para ella.
Si pudiéramos realmente creer que nos esperan unos mundos paralelos, inferiores o superiores más allá de esta vida, quizá no seríamos tan adaptables a este mundo de consumo desmedido pero, en cualquier caso, una u otra opción son producto de esta auto-consciencia socialmente predispuesta para funcionar en sociedad. Cargados de ideología consciente e inconsciente nos desparramamos en funciones sociales, pero sufrimos la existencia a título individual y tememos el fin del mundo (en un lugar extraño donde el temor y la esperanza son hermanos que comparten la médula espinal).
Y esa ideología no puede transferirse y cargarse de sentido y sinrazón sin lenguaje, esa maquinaria de abstracción que liga a la cultura material de nuestra sociedad nuestros cuerpos y mentes igualmente materiales. Sin lenguaje, seríamos tal vez igualmente seres sociales, pero al menos no cargaríamos con la pesada losa de la cultura y la auto-consciencia. No obstante, de nada sirve patalear en el lodo: el proceso no es ideal, es material y es irreversible. Para el ser humano, no hay supervivencia sin consciencia, no hay consciencia sin cultura, no hay cultura sin historia y no hay historia sin un condicionamiento material y simbólico que garantice que cada generación intentará continuar la obra de la generación precedente.             

3_ Las hijas del monstruo

De todas las alternativas que nos da el lenguaje, sus hijas más inocentes son las conjeturas científicas. Entiéndase bien: pueden aniquilar poblaciones enteras, pueden borrar la vida del universo, pero son inocentes en la medida en que son intrascendentes, porque pretenden su propia finitud. Cualquier conjetura que quiera prosperar y multiplicarse y vestirse con la dorada camisa de fuerza de la verdad se desvirtúa como conjetura, aniquila su inocencia virginal (la imagen es, en su conjunto, romántica, machista y represiva) y hereda las propiedades triunfantes y hegemónicas del monstruo que les dio origen.  Las conjeturas son utopías y utopistas: buscan hablar del mundo sin ser nunca el mundo, mientras que el lenguaje es el mundo que busca hablar de sí mismo, y por sí mismo desconoce la utopía.
Instalados en la observación del futuro, descubriremos que lo opuesto a la conjetura es la profecía, pues la profecía quiere ser, y la conjetura quiere no ser: según sus respectivas etimologías la utopía no está en ningún lugar y la profecía es el hecho que se anticipa.
Claro está que una utopía puede auto-extinguirse para ser profecía, pero es que evitarlo es una cuestión de mantener la propia perspectiva: es nuestra conciencia la que, inadvertidamente, suele violar la conjetura para despertar la libidinosa profecía. Y nadie es indefinidamente fuerte: la tibieza de la virgen nos promete siempre el calor de la ninfa.

4_ Tortilla a la española
En España se hacen excelentes tortillas, con huevos y papas (patatas). Sin embargo, en España no he comido tortilla a la española, aderezadas y enriquecidas con chorizo. La tortilla a la española es la utopía: no está donde se espera hallarla, pero aparece donde no está.
Otra cosa es la España presente, algo revuelta y atortillada. En ella se incumplen con toda evidencia, como en Grecia, Irlanda, Portugal o Italia, las profecías de eterno progreso europeo. Y no sólo en materia de bienestar material  (no sé sí llegarán a estar, pero pueden llegar a estar muchísimo peor): no se cumplen las promesas de la modernidad que tanto quería Europa occidental encarnar. El imperio de los derechos humanos no crece dentro de sus fronteras, y ciertamente sus excursiones militares a través de la OTAN no favorecen sus expectativas exteriores.
Como algo ya visto, veo desde el Río de la Plata en la Puerta de Sol como se reúnen los madrileños para intentar torcer democráticamente el rumbo que tomó su país. Hace algo más de una década, desde Madrid, me tocaba ver como en Argentina pasaba lo mismo. ¿Lo mismo? Lo general traiciona la perspectiva, es algo similar, nunca es lo mismo. Es una reacción, tal vez más temprana. No es una revuelta como la libia, la siria o la egipcia... todavía no. Es una reacción para impedir, tal vez, que el neoliberalismo salvaje que durante tres décadas los países del capitalismo central exportaron hacia la periferia como única respuesta a las necesidades de crecimiento de la ganancia capitalista, saqueando y sumiendo en la pobreza y la explotación intensificada a extensas masas de población. No es un destino para desearle a nadie: peleen, españoles, peleen por su tortilla y para que no los hagan tortilla. Porque lo que en el fondo se están jugando es quién se quedará con la porción grande de la tortilla, si los trabajadores españoles o los capitalistas internacionales. Además, pelear es divertido... se conoce gente nueva, se le da sentido a la vida. La juventud europea podría haber peleado por algo más que sus propias pensiones durante los últimos treinta años, pero por algo se empieza.
5­_ Fisonomía del misterio
Instalados en la conjetura, que no conoce el futuro pero lo anticipa de todas formas, declararé lo que puede ser la más estúpida de las declaraciones que puedan ustedes haber leído jamás en apoyo de una costumbre.
Estoy de acuerdo con que los puntos suspensivos sean tres. Discrepo respetuosamente con quienes crean que son un signo ortográfico intrascendente. Utilizados con sobriedad, me gustan los puntos suspensivos, y no toleraría que su número fuera otro que tres.
Un punto indica el final de una proposición más o menos compleja. Ya está, se terminó, viene otra idea para seguir formando el concepto o el argumento o la trama, pero la proposición se terminó. Dos puntos en línea (..) al final de una línea nos remiten necesariamente al sinsentido de la repetición. De hecho, propongo desde este humilde espacio crear este signo ortográfico para denotar el sinsentido, la circularidad o la tautología de la proposición que lo precede..
No obstante, tres es el número perfecto para el misterio: debe ser un número impar, y el menor posible, además. Es el número básico de lo mágico y lo desconocido (cinco, siete, nueve puntos en línea captarían la idea, pero de manera algo redundante y antieconómica).
En esta lluviosa mañana de domingo en Buenos Aires...  

viernes, 6 de mayo de 2011

¿Qué pasa si se pincha el globo de la globalización?

Un joven de mi edad, igualmente influido por demasiadas novelas de ciencia ficción, me planteó una pregunta interesante. Dadas las condiciones sociales existentes, ¿qué ocurre con la globalización? ¿Es un proceso reversible o irreversible?
Como siempre, la respuesta científica más honesta es, en primer lugar, que no podemos saberlo, porque no se trata de un proceso regido por principios estables bien conocidos ni está sujeto a experimentación empírica y, en segundo lugar, que incluso las aproximaciones posibles dependerán de la definición que se tenga del fenómeno.
En la ciencia ficción del siglo XX, la mundialización de la sociedad humana era un hecho esperable. No hegemónico, especialmente cuando entraba en consideración el proceso conocido como la “guerra fría”. Aclaración para los más jóvenes: la guerra fría era un estado de tensión permanente entre las potencias capitalistas occidentales y el bloque pseudo-comunista soviético que se extendió entre el fin de la segunda guerra mundial y la década de 1980. No fue una lucha con bolas de nieve.
Dada la expansión tecnológica como medio de interacción humana (un proceso cuyo incremento si se ha verificado parcialmente) y el seguimiento instintivo de las tendencias sociales del siglo XX, en donde las formaciones sociopolíticas eran cada vez más masivas y expansivas (dada la lógica de expansión de la producción de excedentes y multiplicación de consumos, fenómenos totalmente verificados), la mundialización de una forma común de existencia humana bajo el imperio de una única cultura, no era una tontería y, de hecho, para algunos observadores se trata de un hecho consumado y que define a la globalización casi suficientemente.
En esta perspectiva, calificar a la globalización como un fenómeno irreversible no es desajustada. Incluso en el caso de producirse una fragmentación posterior, no parece posible que se regrese al estado anterior de cosas, con independencia de la valoración ética, moral o estética que se haga del imperio de la globalización o de su eventual desmembramiento.
Otra posibilidad es considerar la globalización como un flujo continuo pero variable de interacción e interdependencia en el campo de la comunicación, el flujo de bienes de uso y servicios, los capitales y los elementos simbólicos de la cultura, en donde sí puede quizá ponerse en duda a la globalización como un proceso de incremento constante que conduce inevitablemente a la mundialización de la política, la economía y la cultura.
Personalmente, considero que es mejor el análisis post facto de algunos elementos clave en el proceso. Principalmente, creo que no debe olvidarse que hasta el momento la globalización ha regulado las relaciones entre conglomerados sociales vinculados a un sistema mundializado, el capitalismo, pero entre partes en donde el sistema presenta condiciones internas de regulación bien diferentes.
La globalización contribuyó a incrementar la interrelación e interdependencia, por ejemplo, entre economías de base tecno-intensivas (en donde la productividad era muy alta pero la tendencia a la caída de la tasa de ganancia estaba también muy desarrollada) y economías en donde predominaba la tendencia a incrementar el volumen o la intensidad del trabajo humano (lo cual supone una fuente más amplia de potencial ganancia, siempre y cuando el mercado mundial fuera capaz de absorber tal cantidad de excedentes).
Mientras el mercado mundial se encontraba en expansión, el proceso de subsunción de unas formas de regulación del capitalismo en otras parecía seguro (y la tendencia es siempre a la alza de la incorporación tecnológica, dada la lógica de la competencia capitalista). Esta sensación era todavía más fuerte en tanto desaparecieron o se debilitaron las tendencias socio-políticas contra-hegemónicas que tendían a la socialización de todos los factores de la producción. Sin embargo, una crisis de sobreproducción como la presente, que socava las bases de regulación de todas las formas de capitalismo reunidas actualmente en el mercado mundial, sí plantea problemas importantes a la continuidad del proceso.
En este sentido, una mirada amplia de la situación mundial indica que, más que una auténtica retracción mundializada del consumo hay un cambio sostenido en la última década en las tendencias particulares: mientras que el consumo se retrae en las regiones en donde el capitalismo había desarrollado fórmulas tecno-intensivas de regulación, ha aumentado (aunque no sea al mismo ritmo que en la década precedente) en las llamadas economías emergentes (menos tecno-intensivas) lo cual ha tenido como resultado el acceso al consumo capitalista intenso de amplios sectores sociales. Estos sectores están lejos de consumir como particulares lo mismo que en los EEUU o Europa, pero su volumen es inmenso (hablamos de la incorporación de más de un billón de personas al mercado mundial en menos de quince años).
En términos político, no se ha producido la conformación de un estado mundial concorde a la mundialización de la economía y ni siquiera la gradual (e insegura) expansión de la democracia formal supone un desarrollo en este sentido, pues no ha aparecido un organismo general de regulación jurídica o política que sea consistente con los procesos de interdependencia económica desarrollados. Y ello no ha ocurrido por buenas razones: las clases y sectores dominantes son diferentes y, lo que es más importante, siempre anticipan un conflicto con otros sectores dominantes. En este aspecto pocas veces terminan por estar errados, dado que estos mismos sectores determinan el alcance y la duración de las tensiones, y su eventual distensión destructiva ¿O alguna vez han visto una guerra iniciada por los intereses de los sectores subordinados?
Desde esta perspectiva, considerando la masa energética total circulante dentro del capitalismo actual (lo cual incluye el trabajo humano y la dinamización de otras fuentes de energía), la globalización ha mutado, pero no se ha debilitado.
¿Qué ocurre, entonces? ¿Es el proceso irreversible o estamos ante la expansión máxima del sistema antes de llegar a un punto crítico de expansión, en donde el aumento descontrolado de la masa se revierte en un derrumbe generalizado? Sería bueno (aunque temible) tener la fórmula que permitiera resolver la ecuación o, al menos, contar con un modelo teórico que diera una ecuación correcta para analizar los datos empíricos.
En cualquier caso, la mera posibilidad de estar ante un posible colapso civilizatorio debería influir en las políticas de los principales actores mundiales. Sin embargo, éstos están condicionados por la estructura de relaciones previamente establecida, de tal manera que la conciencia del problema no supone un cambio ideológico-político, sino que se produce una regresión a las fórmulas clásicas, regidas no por la comprensión de la lógica social sino por el imperio de las relaciones de fuerza.
En países en desarrollo, en especial los grandes (China, India, Rusia y Brasil) la necesidad de crear empleos de manera permanente supone invalidar cualquier política que modere el crecimiento económico para buscar una situación más estable; mientras tanto, en los países desarrollados la retracción del consumo no deviene en políticas de protección social, sino en el retorno a políticas de mercado que liberalizan la acción empresarial y restringen las posibilidades sociales y políticas de los sectores asalariados.
Quien dice: el proceso podría derivar en la aparición de una nueva conciencia de clase subordinada, renovando una dicotomía que parecía extinta con el derrumbe del socialismo de estado. Incluso en países en donde la clase capitalista no está del todo definida esta definición podría precipitarse en procesos que tanto podrán reforzar la interacción global como debilitarla. Las tensiones económicas en los países emergentes y en las potencias capitalistas más tradicionales (sí se puede usar el adjetivo en el capitalismo, donde veinte años son a veces demasiados) pueden encontrar ecos insospechados en movimientos sociales de carácter más político (al menos en apariencia), como el que se ha desatado en el Norte de África y el Oriente Medio.
A más largo plazo, todo es brumoso, pues hasta el momento en el capitalismo han aparecido elementos capaces de alterar tendencias a un ritmo bastante rápido y con fuerza suficiente como para desviar de manera consistente toda previsión: me refiero particularmente a la posibilidad de que una determinada revolución tecnológica altere el panorama. No obstante, debe aclararse que esta posibilidad disminuye en tanto que la renovación tecnológica, en primer lugar, es más probable en momentos de alta competencia capitalista (en donde los actores particulares busquen ganar en productividad para sostener ganancias decrecientes), lo cual no es el caso presente y, en segundo lugar, en ocasiones la reconstrucción estructural en torno a nuevos complejos tecnológicos puede necesitar verse precedida de una extensa destrucción previa de los factores de producción arcaicos (tanto tecnológicos como materiales y humanos, en tanto que las habilidades de trabajo humano contenidas en la fuerza de trabajo también pueden volverse obsoletas en un nuevo complejo tecnológico).
Esta última probabilidad es tanto más aterradora en tanto mayor sea el mercado capitalista afectado y, en este sentido, las “guerras mundiales” lo fueron porque algo del capitalismo se mundializó o tendía a mundializarse. Ahora que ya está bastante mundializado, lo que sí se observa con claridad es que no se han desarrollado de manera coherente los instrumentos internacionales o transnacionales de regulación, lo cual es un síntoma malísimo de la capacidad global de administrar políticamente la crisis en el futuro próximo.
No se han alcanzado acuerdos que contengan el impacto ecológico de la globalización, ni se han extendido los mecanismos internacionales de control jurídico de manera eficiente. No se han alcanzado acuerdos en cuanto a la integración de políticas económicas en materia de división internacional del trabajo y gestión de sus consecuencias, ni los organismos internacionales de orden político-jurídico han sido capaces de volver más  intensa su actividad reguladora, siendo que la ONU es, en origen, un organismo creado para contener las tensiones que pudieran derivar en amenazas militares internacionales. Los derechos humanos y las instituciones jurídicas internacionales se encuentran probablemente en su punto más bajo de efectividad desde su creación para poner límites a intereses económicos o políticos que afecten la vida de personas y poblaciones de manera extensa y negativa, y su capacidad para proveer a la emancipación humana de herramientas, si alguna vez existió, parece agotada definitivamente. Así, sin grandes acuerdos económicos, políticos, ecológicos jurídicos o sociales, el campo globalizado está potencialmente librado a las reglas de juego más simples: las relaciones de fuerza expresadas en la capacidad de destruir la capacidad operativa del adversario.
Este es el primer dato de la teoría de la dinámica social tal cual la he desarrollado durante el último lustro: si el sistema no puede controlar efectivamente las tensiones entre las relaciones sociales existentes, la última y única respuesta es librar las relaciones que no pueden regularse a la entropía que poseen en tanto son sistemas de circulación de energía libre y la destrucción forzosa de las mismas.
No sabemos lo que ocurrirá si el sistema mundializado encuentra nuevas vías de regulación, pero sí sabemos lo que ocurrirá si éstas no aparecen: la destrucción masiva de relaciones sociales se volverá sistémicamente inevitable y (adivinen qué) las relaciones sociales permiten a los seres humanos su subsistencia personal. Saquen sus propias cuentas y sepan que, ante esta perspectiva, si entienden la mitad de lo que insinúo y llegan a considerarlo medianamente posible, podrían necesitar una nueva muda de ropa interior. 

martes, 3 de mayo de 2011

Entrada aclaratoria: lo que amo de los EEUU (y lo que no)

Epígrafe (repetido perche mi piace): 
“El patriotismo es la virtud de los depravados”, Oscar Wilde.


Hay una confusión habitual en la que intento no caer (aunque sin duda en ocasiones me pasa): yo no confundo lo que el patriotismo ciego a veces oculta, que es la distancia entre un pueblo, una cultura, unos rasgos sociales característicos, por una parte, y los sectores de poder, los intereses creados, el secretismo elitista, por otra parte.

Cuando critico la política exterior de los EEUU (y lo pienso hacer las veces que se me ocurra), a veces supongo que se sobreentiende que es este segundo aspecto el que me parece detestable, y tal vez me equivoco al presuponer tal cosa. La misma sazón aplico a todos los demás eventos sociales del planeta: que no me gusten las políticas de estado de China no significa que no aprecie la cultura milenaria y riquísima del sudeste asiático (especialmente la comida, pero eso lo aplico a todas las comidas). De la misma manera, que me sonría un poco cada vez que escucho algo sobre la monarquía española, no significa que no haya aprendido a querer muchísimo muchas costumbres, tradiciones y modos de ser que todavía extraño (y también la comida española, claro), incluso esta familia real española en particular me cae levemente en gracia.

Pero es cierto que el gran país del norte recibe tantas críticas que, como me han señalado indirectamente a raíz de una de las últimas entradas de este blog, las cosas se confunden mucho y requieren una aclaración más intensa.

Pertenezco a una generación, a un sector social y a un contexto histórico que le debe infinitamente a la cultura norteamericana. Soy de los que saben fragmentos de “Los Simpson” y los citan en sus clases de sociología en Buenos Aires, me gustan muchísimo las comedias de situación, me encandilan las películas con efectos especiales, recuerdo el nombre secreto del jefe del superagente 86 (temible operario del recontra espionaje) y he leído y visto suficiente ciencia ficción norteamericana como para que se me considere un freaky en buena ley. Asumo que tengo una debilidad inquietante por las películas de animación de Pixar y Dreamworks y recomiendo a mis estudiantes que vean “Kung fu panda” para debatir sobre el existencialismo, la filosofía y la interacción social. Uno de mis ejemplos epistemológicos de base pueden encontrarlo en “Rey León”, y no se trata del Hakuna Matata.

Como mi formación en lengua inglesa es mayormente autodidacta, me entretengo a veces traduciendo poetas norteamericanos y he conseguido una versión de “el fantasma de Canterville” de Oscar Wilde. Por supuesto, lo sé, Wilde no era americano. Pero él mismo declara en su romance hilo-idealista que los ingleses tienen “todo en común con los americanos excepto, por supuesto, el idioma”. Pero en serio, mi vida no sería igual sin Allan Poe, Bierce, Auster, Asimov, Melville (debo tener algún record de relecturas de Moby Dick, en la versión completa), Pound, Ginsberg, Hughes, Lovecraft, Delany y Herbert, por ejemplo.

Considero que el himno norteamericano –descontando, como ellos hacen, a México y Canadá– (si es el himno eso que cantó Cristina Aguilera en la última edición de la súper bowl), ese himno, digo, “La bandera cuajada de estrellas” es mucho más hermoso que el himno argentino (no es un gran triunfo) y me gusta incluso más que la Marsellesa. Es una canción mejor que La Internacional, pero la quiero menos. No se me ocurre un final mejor para una canción nacionalista que este de “la tierra de los libres y el hogar de los valientes”. La letra de la marcha peronista no se le compara, si se descuenta la voz de Hugo Del Carril, que es hacer trampa.

No soy melómano, pero he traducido por gusto y con amor a Leonard Cohen, a Simon & Garfunkel (¡oh, bien, sólo a Garfunkel), a Bob Dylan (wikipedia me informa que nació Robert Allen Zimmerman. Mira vós) y arruino sus canciones con mi guitarra cuando nadie me ve y espero que nadie me escuche. En la radio, dado que el Pop parece haber muerto hace muchos años sin que nadie lo informara, escucho esas canciones de los 80´ que “ponían a tope” a la muchachada, tarareando en inglish a cuanto grupo andaba por ahí sacando un videoclip desmelenado y con láseres de utilería.

En materia sociológica y política, admito que cargo un legado norteamericano mucho más liviano que mi fardo europeo, pero hay nombres que no se me escapan, sin embargo, y que me hacen como profesional.
Admiro las instituciones norteamericanas en materia de investigación y desarrollo científico y técnico, y nadie puede dudar que el mundo no sería lo que es sin ese aporte, interesado o altruista, que renueva constantemente el panorama de la tecnología y sus aplicaciones. Acá mismo están internet y los blogs y facebook para intoxicar el panorama.

Pueden reprocharme que no me gusten algunas cosas que a veces les desbordan las fronteras: sus alardes de prepotencia, su creencia en que eso y sólo es (y debe ser) “America”, su pena de muerte y su libertad para portar armas, su provincianismo a la hora de medir la riqueza del resto del mundo y sus culturas, su consumismo descomunal, sus lobbys y complejos industriales-militares, su política elitista, su ocultación de genocidios y esclavismos, su intervención interesada en Latinoamérica (nos deben un pedido de disculpas formal por su apoyo a las dictaduras genocidas) y el resto del planeta, su bloqueo a Cuba, su alarmante sectarismo religioso... pero atiendan que todas estas son críticas a sus políticas y sectores dirigentes, no a la cultura norteamericana (que tiene, como todas las subculturas mercantilistas del capitalismo tardío, sus cosas abominables también) ni a su riqueza humana. No me pidan que quiera esas guerras interesadas y esos abusos de poder escondidas detrás de la defensa de los derechos humanos, no soy imbécil.

Pero tampoco me confundan y pretendan que soy un ser maniqueo que ama u odia sin restricciones. Con todos mis defectos, para el pueblo y la cultura de los Estados Unidos de América (y sus pueblos y culturas escondidos) tengo mi mano derecha extendida y con agradecimiento... para sus lobbys y poderes ocultos, para su prepotencia pentagonal, para su cárcel de Guantánamo y sus Kissingers y sus McCarthys... sólo puedo extender mi puño izquierdo bastante apretado.

¿Qué no nombre a Woody Allen? Es que me han dicho que él no es norteamericano, sólo es neoyorquino.        

lunes, 2 de mayo de 2011

Psicosis IV: Toda la culpa era de Bin Laden, el que nos robó la tranquilidad y la agenda política y social

Anoche fue otra noche de insomnio. Para peor, de insomnio improductivo, o aparentemente improductivo: me quedé despierto pensando en un problema serio de mi teoría sociológica (sí, tengo mi propia teoría sociológica: escribí una tesis, el próximo año, si hay suerte, la publicaré en un libro que no se entenderá, probablemente, no hay vergüenza en decir que uno tiene una teoría). Este problema es el de la relación entre los sistemas materiales (llamados reales) y los sistemas simbólicos (llamados ideales o conceptuales). Finalmente, me quedé dormido y soñé que tenía una respuesta. El despertar fue extraño. En primer lugar, recordaba la respuesta al problema y la juzgué incorrecta y, lo que es peor, débil en términos de confrontación empírica. En segundo lugar, una voz me decía: “Mataron a Bin Laden”. Así que lo que en el sueño parecía cierto, resulto ser falso, lo que parecía parte del sueño, la noticia, resultó ser cierto. Lo que resta por saber es cuanto de verdad objetiva hay en la noticia.
A riesgo de ser tachado de defender “teorías conspirativas”, me siento incapaz de aceptar esta realidad subtitulada en la que vivimos, donde alguien muestra una imagen, otro muestra un texto y la “verdad”, en vez de construirse en la dialéctica de los hombres libres (¡epa! Un momento aristotélico), se construye en el caos de los seres necesitados de certezas y mercancías.
Como no tengo acceso a los papeles secretos del pentágono ni del departamento de estado de los estados unidos de Obama, tengo que ver las mismas noticias que las demás personas. Escucho con atención el relato del ataque al castillo de Bin Laden (la última vez se escondía en unas cuevas, ahora fue tan imbécil como para construirse un palacio) y noto que a los guionistas se les han acabado las ideas: el comando especial de los marines llegó furtivamente con dos black hawk, que esta vez no fueron derribados, y mataron al terrorista que se escondió detrás de una mujer, utilizándola como escudo humano. Una escena filmada con lo que podría ser la primera cámara digital muestra algo rojo (asumiremos que sangre) en el suelo del “palacio”, debajo de la cama nada palaciega asoma una manguera de conexión. La reconozco, es la manguera para conectar un lavarropas. A Bin Laden lo ultimaron, según parece, en la habitación de servicio. La sangre está chorreando por el suelo, no hay salpicaduras en la cama ¿con qué le habrán dado el golpe final? ¿con un hacha U.S. navy en el bajo vientre? La cámara visita la cocina, me gusta la olla de cobre, aunque la temo mala para cocinar y peor para limpiar.
Después de treinta años, las imágenes del cuerpo de Ernesto Guevara me llenaron de angustia. Ahora, salvando las diferencias, la foto de Bin Laden muerto era de mentiritas y, la cereza del postre (cereza de gelatina para un postre de plástico) su cuerpo fue inmediatamente “arrojado al mar, según las costumbres islámicas”. Puede ser, siempre y cuando las costumbres islámicas hayan sido copiadas de algún guión perdido de “Piratas del Caribe”.
La tele se inunda de imágenes del presidente Obama, seguro de haber dado la orden correcta, de recuerdos de septiembre de 2001. Vuelvo a apreciar la inmensa calidad del césped de los exteriores del pentágono, que no se marchitan ni cuando les pega un avión invisible. Sin duda aquel día pasó algo terrible, pero dudo que sepamos exactamente qué ocurrió. No tengo respuestas, ni siquiera soñadas, sólo tengo preguntas.  
Mientras tanto, en España, donde yo estaba cuando cayeron las torres y donde fue el segundo gran atentado de la época, la desocupación alcanza los niveles de una verdadera crisis social: de nada valió la gran alianza de Aznar con la gran potencia de Bush. En los propios EUA la recuperación económica se debilita. ¿Alcanzará la gran noticia de que los hijos de Rambo terminaron con la gran amenaza mundial? Mientras tanto también, los bombardeos de la OTAN en Libia matan de todo menos a quien tienen que matar para terminar con el conflicto civil y nadie hace nada para aplacar la situación en Siria, aunque el gobierno israelí siempre tiene tiempo para quejarse de que los palestinos no arreglan los problemas palestinos como al gobierno israelí le parece más conveniente.
¿Cómo se espera que yo resuelva mi problema de la relación entre los sistemas materiales y los sistemas simbólicos cuando en el mundo parece que éstos últimos hacen lo único que la razón me dice que no pueden hacer: existir sin sistemas materiales que los asocien al principio de realidad?
Puedo admitir el error y decir: “es verdad ese señor saudí era responsable de lo que ocurrió en Nueva York, es verdad que lo descubrieron y lo mataron en Pakistán, es verdad que lo enterraron en el mar según las costumbres islámicas”, pero no hagan que dudar de ese teatro sea tan fácil. Tengo un conocido que puede hacer montajes mejores incluso estando drogado con engrudo mohoso.
Que viene ahora: sí, miedo por las represalias de al-qaeda, lógico. ¿Nadie tiene miedo de los Gadafistas ocultos en el central park o en la rue morgue? El propio Gadafi se les reía en la cara cuando comunicó que quienes se le oponían estaban vinculados con “la red fundamentalista de Bin Laden”. No creo que ahora ese viejo asesino y amigo de Aznar y Berlusconi (nada de lo cual es precisamente un secreto clasificado) se esté riendo mucho, si es verdad que tres nietos suyos murieron en un bombardeo.
Supongo que yo mismo debería tener miedo. ¿Alguien rastreará este cinismo subversivo y me hará pagar las consecuencias?
Los primeros en quejarse de esta hazaña deberían ser los propios pakistaníes, pues la operación se realizó en su territorio sin siquiera aviso previo (lo cual se explica sólo si se cree que el gobierno pakistaní pudiera estar ocultando información sobre el paradero del “hombre más buscado del mundo”).
Mientras tanto, sentemos otro precedente de pobreza humana: otra vez un homicidio es celebrado como un triunfo de la justicia. En vez de sentir una responsable tristeza por tener que recurrir a tales métodos, la gente agita banderas y se siente feliz por una noticia cruenta. Admito sin dudas que se llegue a los últimos extremos de romper con el tabú del homicidio cuando está siendo amenazada una vida inocente, pero no que se celebre el hecho con alegría. Si en algo estoy de acuerdo con ciertos filósofos del derecho es que el gran aporte de la modernidad al sistema jurídico está constituido por los derechos procesales. No es solamente que los derechos procesales protejan a los sospechosos: también protegen a la sociedad del ocultamiento de los procesos de represión y castigo. ¿No fue Obama quien se hizo culpable de perjurio al no limpiar la cárcel de Guantánamo? ¿Cuánta “verdad” puede haberse encontrado en la tortura y la vulneración de los derechos de las personas ingresadas allí?

Hagamos un breve repaso de lo que este “gran triunfo” oculta de lo que pasa en el mundo:
  • ·         Cientos de millones de personas continúan subsistiendo en condición de indigencia.
  • ·         Otros tantos están amenazados por la carencia de agua potable.
  • ·         La explosión demográfica sigue su marcha.
  • ·         Las expectativas de incrementar la calidad democrática no aumentan demasiado, pero aumentan las expectativas de sobreconsumo .
  • ·         Como consecuencia, continua imparablemente el deterioro de las condiciones ecológicas.
  • ·         La expectativa de crecimiento poblacional supone una necesidad de crear empleos que, o no podrá satisfacerse, o lo hará con empleos de baja calidad, compensados con promesas de sobreconsumo.
  • ·         Una parte importante de la humanidad se encuentra en espacios de crisis sociopolítica donde se ven amenazadas todas las clases de derechos humanos.
  • ·         La inestabilidad global incrementa la posibilidad de que se llegue a “soluciones extremas“, incentivadas por el incremento de la intolerancia.
  • ·         La información circulante para tomar decisiones es de muy mala calidad, incluso para las personas no colonizadas por la estética hedonista y la moral individualista.
  • ·         Proliferan las modas de tres días y los consumos seudo-culturales, pero la diversidad cultural (además de la biológica) está amenazada por el empobrecimiento de las relaciones sociales y la mercantilización.
  • ·         Los sectores políticos se presentan, incluso en las democracias desarrolladas, como elites vinculadas al poder real de las grandes corporaciones, en un proceso que cuestiona toda la arquitectura de la democracia formal

En mi opinión profesional: esta breve lista, a título de ejemplos, señala que estamos en la misma sustancia de la olorosa y vieja mierda, chapoteando como bebés que no pueden tomar decisiones de ningún tipo, excepto disfrutar de lo que nos toca.
Así que, mientras aquí nos divertimos probando con la lengua y la garganta todo lo marrón que tiene el mundo, el muñeco muerto de Osama Bin Laden viene y nos roba la agenda política y social. Quiero decir: no tenemos ni el poder, ni la consciencia ni las ganas para reunirnos y decirnos: “Estos (o aquellos) son los problemas importantes que debemos discutir y resolver”. Claro, nos entendemos: están los problemas con el trabajo, el auto, los hijos, la familia, la necesidad de descansar de todo eso en compañía de nuestros quinientos amigos virtuales y del televisor. Lógico también.
Sin embargo, la última vez que miré esos hijos y esa familia, ese auto y ese trabajo transcurrían en este mundo donde pocos, y quizá nadie, utilizan el cerebro para decidir lo que se debe hacer.
Hágame caso un segundo, un segundo nada más: tóquese la nariz... sí, en serio, ¿qué le cuesta?... tóquese la nariz... ¿la siente? Es su nariz de siempre, no la de Bin Laden, ni la de Obama, lo de adentro son sus propios mocos, no sienta asco, todo el mundo tiene mocos. Ahora que tomó consciencia de su nariz, que hasta hace unos segundos estaba ahí, ignorada, en la mitad de su propia cara... ¿tanto le sorprende vivir todos los días y no sentir ni hacer nada respecto de la agenda política y social que deberíamos tener y que otros nos manejan y nos roban? Tenga cuidado, no sea que le pase lo que a veces me pasa a mí: que de tanto olvidarme de mi nariz dejo que venga algún interesado y me ponga en ella un eslabón, y en el eslabón engancha una cadena y me lleva a ver un mundo de símbolos sin sentido, para que no piense en el mundo material (que tiene símbolos con sentido) y se me ocurra preguntarme a dónde nos está llevando todo este circo.
No le digo que se olvide de sus hijos, de su auto, de su familia... le digo que tome consciencia de que los problemas no se resuelven solos, y tal vez hace falta que todos empecemos a dar una mano.
Por el momento... ¿qué voy a hacer yo? ¿Voy a colgar esta endeble denuncia que no cambiará nada? ¿Y si vienen los del pentágono para llevarme a Guantánamo?
Me acuerdo de la mirada sin vida del Che en esas fotos ya viejas, me acuerdo de la muerte de Ghandi, de la desgracia de Trotsky (la última de las cuales fue su asesinato), me acuerdo de Rosa Luxemburgo y digo: ¿me atreveré a seguir escribiendo estas cosas, ahora que el mundo se va poniendo cada vez más oscuro? Nada más fácil que decir: ¿para qué? Supongo que lo próximo que haré será borrar todo lo escrito hasta aquí.
Con algo de atraso, feliz día para todos los trabajadores y trabajadoras, aunque no sé muy bien qué carajo hay para festejar.

Réquiem incompleto por Ernesto Sábato


¡Qué lunes de mierda! ¡Qué apetencia de muerte, de suicidio egoísta por agotamiento de la paciencia, por el tedio y el esplín del sinsentido cotidiano!

Hace un par de días, nada más, ha muerto Ernesto Sábato. No puedo ni siquiera empezar a detallar cuánto tacto, cuánta textura, cuánto espesor me dieron apenas dos de sus obras. De hecho, sólo El Túnel y la primera parte de Sobre Héroes y Tumbas le hacen un lugar tan grande en mi sensibilidad literaria que no quiero insistir: ¿De qué puede valer la imagen que de Ernesto Sábato tiene un aprendiz de sociólogo y cuentista aficionado, poeta de pulmón de manzana y antiguo aspirante a revolucionario de copetín?

Hace ya varios años (¡Qué cosa tiene la vida que cada vez más cosas pasaron “hace varios años”) casi una década y media, en realidad, me di ganas de plasmar esa impresión del trabajo de Sábato en un texto oscuro y, por intérprete de una obra mayor, traidor, como debe ser todo comentario. Como es un lunes de mierda, un lunes que me hace escribir de otras cosas, lo transcribo aquí bajo el título innecesariamente obvio que tuvo desde el principio.

Estudio sobre: “Sobre Héroes y Tumbas” de Ernesto Sábato



El cuerpo de Lavalle
Pudriéndose en el potro.
La huida hacia la muerte terminó.
Abajo el sur.
El grito en los carros mazorqueros,
Ernesto, es de tu voz.

La chica de los ojos gris–verdosos
Erguida sobre el pasto
Acude a las plegarias del adiós,
Su sádica ignorancia de asesina
Arranca la sonrisa
De un rostro singular.

Madrecloaca
No quiero estar aquí,
En el infierno de los ciegos todo es luz.
Abajo el sur.
No quiero estar aquí.
El pus del general abre la tierra.
Sus ojos sobre el pasto son el mar,
La amo y todavía no sé amar.

La senda del abismo no es eterna.
Los huesos se descarnan.
Las lanzas y los cascos
Se quiebran al final.
Arriba el sur
De estrellas que señalan el regreso,
De afectos que a la fosa se cayeron,
De un muerto que regala su infección.

El parque está vacío sin sus pasos
Y yo estoy sin trabajo.
Un hijo de inmigrantes me adoptó.
El loco desarmó su clarinete.
La reja está tan alta.
La llama en el altillo se apagó.

Haceme un café‚
Hablame de vos,
Contame tu peor historia
Y después, sí querés,
Tomás tus malditas pastillas
Y te desmayás.

Me quedo a mirarte dormir.
Me quedo a escucharte soñar.
Me quedo a sentirte morir si no me dejás.
En el infierno de los vivos no tengo lugar.
¿Quién canta en la noche cerrada de tu  soledad?

Pensaste, Ernesto, que habían terminado
La historia y las matanzas
Sobre héroes y tumbas.
Son quince, veinte, treinta, ochenta mil
Que llevan tus gruesos anteojos,
¡Ah! Déjalos ir,
En el infierno de los ciegos no tienen lugar.
Dejá que se queden conmigo un ratito más.

Afuera el sur.
La carga de una tropa de fantasmas
Se aleja de la pampa
Con paso irregular.
Mi hembra de los ojos penetrantes
Descarga cuatro tiros
Al cuerpo de su padre
Y en su cuarto se acopla
Al fuego redentor.

Mi cabeza en la caja de sombreros
Junto a sus otros muertos
Y un misterio que nunca se resolvió.
Mi mano que tan débil se aferraba
A su muerte y su poesía, al pan y a la verdad.

La suerte de una extraña oligarquía
Uniéndose a la mía.
La amaba y ella no me dejó entrar.
Si fue quizás que quiso protegerme
Me da igual.
Afuera el sur,
En el infierno de los ciegos todo es luz.
Adentro el sur.
Si los crímenes se cubren con la gloria
De qué sirve que los guarde la memoria,
El espanto lleva un grito inmemorial.
Adentro el sur
Y el puerto es un cautivo del desierto.
Un potro carga un cuerpo desde el norte
De regreso con su escolta espectral.

Adentro el sur.
La casa que se quema.
Como una despedida
La chica de los ojos gris–verdosos
Convierte en humo negro
Su rostro singular.
La boca que se arranca la sonrisa
Quiso besar mi nombre
Poco antes de morder la oscuridad.
La amaba y ella no me dejó amar.

Cerrá los ojos, no veas nada,
Tu libro te da miedo como a mí.
Una ventana, en la pared,
Corta en el sol tu voz cansada de gritar.

No mires por la ventana,
El potro trae sombras y fantasmas.
Cerrá los ojos, ¿Ves? Adentro el sur,
Es el infierno de los ciegos
Y todo es luz.