martes, 3 de mayo de 2011

Entrada aclaratoria: lo que amo de los EEUU (y lo que no)

Epígrafe (repetido perche mi piace): 
“El patriotismo es la virtud de los depravados”, Oscar Wilde.


Hay una confusión habitual en la que intento no caer (aunque sin duda en ocasiones me pasa): yo no confundo lo que el patriotismo ciego a veces oculta, que es la distancia entre un pueblo, una cultura, unos rasgos sociales característicos, por una parte, y los sectores de poder, los intereses creados, el secretismo elitista, por otra parte.

Cuando critico la política exterior de los EEUU (y lo pienso hacer las veces que se me ocurra), a veces supongo que se sobreentiende que es este segundo aspecto el que me parece detestable, y tal vez me equivoco al presuponer tal cosa. La misma sazón aplico a todos los demás eventos sociales del planeta: que no me gusten las políticas de estado de China no significa que no aprecie la cultura milenaria y riquísima del sudeste asiático (especialmente la comida, pero eso lo aplico a todas las comidas). De la misma manera, que me sonría un poco cada vez que escucho algo sobre la monarquía española, no significa que no haya aprendido a querer muchísimo muchas costumbres, tradiciones y modos de ser que todavía extraño (y también la comida española, claro), incluso esta familia real española en particular me cae levemente en gracia.

Pero es cierto que el gran país del norte recibe tantas críticas que, como me han señalado indirectamente a raíz de una de las últimas entradas de este blog, las cosas se confunden mucho y requieren una aclaración más intensa.

Pertenezco a una generación, a un sector social y a un contexto histórico que le debe infinitamente a la cultura norteamericana. Soy de los que saben fragmentos de “Los Simpson” y los citan en sus clases de sociología en Buenos Aires, me gustan muchísimo las comedias de situación, me encandilan las películas con efectos especiales, recuerdo el nombre secreto del jefe del superagente 86 (temible operario del recontra espionaje) y he leído y visto suficiente ciencia ficción norteamericana como para que se me considere un freaky en buena ley. Asumo que tengo una debilidad inquietante por las películas de animación de Pixar y Dreamworks y recomiendo a mis estudiantes que vean “Kung fu panda” para debatir sobre el existencialismo, la filosofía y la interacción social. Uno de mis ejemplos epistemológicos de base pueden encontrarlo en “Rey León”, y no se trata del Hakuna Matata.

Como mi formación en lengua inglesa es mayormente autodidacta, me entretengo a veces traduciendo poetas norteamericanos y he conseguido una versión de “el fantasma de Canterville” de Oscar Wilde. Por supuesto, lo sé, Wilde no era americano. Pero él mismo declara en su romance hilo-idealista que los ingleses tienen “todo en común con los americanos excepto, por supuesto, el idioma”. Pero en serio, mi vida no sería igual sin Allan Poe, Bierce, Auster, Asimov, Melville (debo tener algún record de relecturas de Moby Dick, en la versión completa), Pound, Ginsberg, Hughes, Lovecraft, Delany y Herbert, por ejemplo.

Considero que el himno norteamericano –descontando, como ellos hacen, a México y Canadá– (si es el himno eso que cantó Cristina Aguilera en la última edición de la súper bowl), ese himno, digo, “La bandera cuajada de estrellas” es mucho más hermoso que el himno argentino (no es un gran triunfo) y me gusta incluso más que la Marsellesa. Es una canción mejor que La Internacional, pero la quiero menos. No se me ocurre un final mejor para una canción nacionalista que este de “la tierra de los libres y el hogar de los valientes”. La letra de la marcha peronista no se le compara, si se descuenta la voz de Hugo Del Carril, que es hacer trampa.

No soy melómano, pero he traducido por gusto y con amor a Leonard Cohen, a Simon & Garfunkel (¡oh, bien, sólo a Garfunkel), a Bob Dylan (wikipedia me informa que nació Robert Allen Zimmerman. Mira vós) y arruino sus canciones con mi guitarra cuando nadie me ve y espero que nadie me escuche. En la radio, dado que el Pop parece haber muerto hace muchos años sin que nadie lo informara, escucho esas canciones de los 80´ que “ponían a tope” a la muchachada, tarareando en inglish a cuanto grupo andaba por ahí sacando un videoclip desmelenado y con láseres de utilería.

En materia sociológica y política, admito que cargo un legado norteamericano mucho más liviano que mi fardo europeo, pero hay nombres que no se me escapan, sin embargo, y que me hacen como profesional.
Admiro las instituciones norteamericanas en materia de investigación y desarrollo científico y técnico, y nadie puede dudar que el mundo no sería lo que es sin ese aporte, interesado o altruista, que renueva constantemente el panorama de la tecnología y sus aplicaciones. Acá mismo están internet y los blogs y facebook para intoxicar el panorama.

Pueden reprocharme que no me gusten algunas cosas que a veces les desbordan las fronteras: sus alardes de prepotencia, su creencia en que eso y sólo es (y debe ser) “America”, su pena de muerte y su libertad para portar armas, su provincianismo a la hora de medir la riqueza del resto del mundo y sus culturas, su consumismo descomunal, sus lobbys y complejos industriales-militares, su política elitista, su ocultación de genocidios y esclavismos, su intervención interesada en Latinoamérica (nos deben un pedido de disculpas formal por su apoyo a las dictaduras genocidas) y el resto del planeta, su bloqueo a Cuba, su alarmante sectarismo religioso... pero atiendan que todas estas son críticas a sus políticas y sectores dirigentes, no a la cultura norteamericana (que tiene, como todas las subculturas mercantilistas del capitalismo tardío, sus cosas abominables también) ni a su riqueza humana. No me pidan que quiera esas guerras interesadas y esos abusos de poder escondidas detrás de la defensa de los derechos humanos, no soy imbécil.

Pero tampoco me confundan y pretendan que soy un ser maniqueo que ama u odia sin restricciones. Con todos mis defectos, para el pueblo y la cultura de los Estados Unidos de América (y sus pueblos y culturas escondidos) tengo mi mano derecha extendida y con agradecimiento... para sus lobbys y poderes ocultos, para su prepotencia pentagonal, para su cárcel de Guantánamo y sus Kissingers y sus McCarthys... sólo puedo extender mi puño izquierdo bastante apretado.

¿Qué no nombre a Woody Allen? Es que me han dicho que él no es norteamericano, sólo es neoyorquino.