martes, 18 de octubre de 2011

Laclau y Balibar me ayudan a terminar el techo flotante de mi casa con sus reflexiones sociopolíticas


Esperando a que vinieran a pasarme un presupuesto para cerrar el techo de mi casa, encendí la tele dispuesto a pudrir mi cerebro con algo de deportes o ciencia ficción barata. Fracasé. En el canal Encuentro me tropiezo con una charla empezada entre Ernesto Laclau y Étienne Balibar. Como suele ocurrir cuando uno capta de refilón una conversación político-filosófica (en ese orden) entre dos tipos muy bien formados y que hablan en entendible francés subtitulado, me pareció imposible captar nada seriamente pero, por vicio, no cambié de canal (a pesar de que había dos larguísimas cubanas disputando un partido de beach vóley, serán idiotas mis instintos domesticados, mi libido extrañada en el pensamiento sociológico).
Como (me) suele ocurrir, hasta que no terminaron de filosofar no pude formarme una idea muy precisa de cuáles eran mis intereses en la discusión.  Sin embargo, las vinculaciones de la charla con la experiencia política latinoamericana actual y el estado de las relaciones geopolíticas en el contexto de este atribulado capitalismo tardío mundializado me resonaron  entre el hígado y el intestino delgado de manera consistente (aunque puede que eso haya sido también resultado de mi costumbre de comer parado y tomar café frío).
Balibar, después de una inteligente tipificación de Laclau, deslizó en la charla una categoría vinculada con las significaciones sociopolíticas que no pude dejar de apreciar: la flotabilidad. Efectivamente, me dije como si la idea hubiera sido mía, los conceptos significantes, epónimos[1] (“Europa”, “democracia”, “pueblo”, “mercados”, casi cualquier elemento significativo, en realidad) oscilan en el lenguaje representando una variedad de significados diversos, mezclados, opacos. Impuros totalmente, como quizá señalaría el querido Joaquín Herrera[2]. Ninguna representación, en tanto construcción discursiva e ideológica, escapa a esta flotabilidad que es subproducto de la historia y la complejidad social, haciendo que incluso los contenidos morales más fuertes sean comprensibles sólo en un contexto, y sólo por un breve lapso de tiempo: el segundo oyente, el tercer auditorio, ya habrán hecho un desplazamiento de sentido, como el operador lingüístico lo hace a lo largo del discurso. Balibar lo sabe bien, después de su trabajo con el concepto marxista de “trabajo” (sírvase entender un guiño intelectualoide psicobolche y anicónico).
“Europa” señalaba el filósofo francés, es una idea oscilante, flotante en términos ideológicos. Puede representar la aspiración de la unidad de los pueblos europeos en un contexto de protección del trabajo, de los salarios, de los trabajadores, o puede representar la aspiración de los mercados financieros de controlar sus problemas trasladando las pérdidas económicas a las poblaciones (la herencia marxista de ambos intelectuales en pantalla hace difícil suponer que no tuvieran en cuenta esta tensión que, no obstante, es una inducción mía, porque en eso tuve que ir a... tuve que irme un ratito). En este contexto de la flotabilidad terminé por percibir la socarrona profundidad de la charla que me atrapaba.
Porque, tradicionalmente, casi axiomáticamente, nos acostumbramos a pensar los términos del desorden sociopolítico latinoamericano en función del orden europeo o norteamericano. Pero ahora, por un lado, una década de reorganización en los principales países sudamericanos y unos pocos años de crisis financiera en el capitalismo central producen otra oscilación violenta que afecta a esa costumbre, como la extinción de los mamuts afectó a la economía de los constructores de chozas con colmillos y pieles de mamut.
No es una “inversión” de las situaciones, no existe consistencia ideológica suficiente para creer que ahora “Europa debería aprender la lección latinoamericana”, endureciendo la postura frente a los organismos financieros internacionales o potenciando el rol económico del estado, por ejemplo. Mucho menos se trata de copiar para el centro las recetas “populistas” del chavismo venezolano o del kirchnerismo argentino, en la periferia del capitalismo. Ni siquiera el aparentemente exitoso modelo brasileño sería un espejo para las sacudidas economías europeas (la situación en Estados Unidos es diferente, pues las expectativas de ganancias de las grandes corporaciones no se han visto realmente afectadas por la crisis financiera y la adyacente crisis social).
Por el contrario, Balibar destacó con sonriente fiereza y condescendencia francesa su oposición a la idea de que la experiencia chavista fuera un ejemplo de “nueva democracia” (con su sentido flotante), a lo cual Laclau respondió con determinados ejemplos fácticos de cambio social positivo desarrollados en este proceso, donde los resultados cubrían o disipaban la falta de “forma” democrática que el personalismo chavista vulnera ostensiblemente. A su vez, Balibar destacó la tendencia de esta clase de democracia basada en el personalismo y el apoyo popular ciego a revertirse en tecnocratismo, burocratismo y restricción de las libertades (su ejemplo básico, difícil de amonestar, fue la evolución  de la democracia soviética, del soviet al politburó autoritario, lo cual en Latinoamérica se traduciría quizá en la transformación del movimiento de base en movimiento trans-clasista totalitario y, en última instancia, defensor de la evolución del capitalismo local)[3].
(Suena el timbre insistentemente, viene el hombre del presupuesto del techo, charlamos un rato, se va, sigo escribiendo).
Por otro lado, también se destacó la perplejidad no sorpresiva de que la reestructuración de la economía brasileña, sustentada en un notable ascenso económico de amplios sectores sociales subordinados, se representara actualmente como uno de los puntos de apoyo más sólidos del capitalismo mundial, como lo es desde hace años el desarrollo chino o indio, y esto tanto en el rol de la producción competitiva como en el espacio del consumo masivo. Balibar se concentra: el costo del crecimiento capitalista debe ser pagado por alguien en última instancia, campesinos, aborígenes, el medio ambiente, como sea. En Argentina nada de esto constituye ya un problema, porque ya hemos destruido o domesticado todo eso.    
Las categorías son flotantes. Móviles, para los intelectuales; “líquidas” nos diría Bauman tal vez. De hecho, hace muy poco Bauman sostuvo que los movimientos sociales en Europa y el resto del mundo a raíz de la crisis son emocionales, intelectualmente inconsistentes[4]. Tiendo a concordar en eso, lo cual supone decir que, en los términos Laclau-Balibar, se trata de que estos movimientos operen con conceptos híper-flotantes, polisémicos, sea de justicia social o de eficacia distributiva del estado y el mercado.
En términos arcaicos pero significativos en este caso, estos movimientos no podrían (la teoría dice que no deberían poder) constituir una consciencia de clase, ni mucho menos una resolución de la falsa consciencia pequeño-burguesa, esta que desafía y critica al capitalismo cuando no la favorece en sus pequeños intereses materiales y cierra la boca y se somete a su orden cuando siente que su presente de consumo de tecnología e indumentaria en cuotas está cubierto y su futuro económico garantizado. En este veranito económico kirchnerista argentino se ha visto esta oscilación en muchos casos de antiguos pensadores sociales críticos del capitalismo, porque la identidad anticapitalista es tan flotante o líquida como muchas otras. No es incoherencia, es coherencia con la agenda tácita de las clases medias a las que pertenecen la mayoría de los intelectuales, que se contradice sólo con la agenda manifiesta en el discurso.
Balibar asume que sólo yendo más allá de la resolución de los problemas puntuales de la crisis que hoy se desarrolla Europa podría trascender, a través de los movimientos sociales, de su actual realidad de mercado, para constituirse en sociedad en torno a instituciones estatales comunes. Al mismo tiempo, resalta enfáticamente que ese no es su proyecto, su utopía para esta Europa que, desde mi latitud con techos en etapa de planificación, es sólo un concepto flotante en el panorama del capitalismo contemporáneo.
Desde hace muchos años prefiero entender que Europa, Asia, América Latina o los EUA son denominaciones políticas útiles pero insuficientes para captar el desenvolvimiento social del capitalismo global, que no es un capitalismo global, sino la interacción de varias formas de capitalismo inter-dependientes y con proyecciones multilaterales. Por ejemplo: el capitalismo de estado chino y las economías capitalistas emergentes como Brasil sosteniendo el “sistema mundial” (muy diferente de aquel diagramado por Wallerstein), que se encontraría en fase de transición indeterminada a nadie sabe exactamente dónde.
En fin. Cuestiones flotantes para pensar. Y muchas gracias al canal Encuentro, que me hizo perder a las cubanas del beach vóley y el partido entre el Real Madrid y el Lyon.


[1] “Epónimo” significa “que da nombre”.
[2] Hace dos años ya se nos ha perdido... pero no totalmente.
[3] Lo cual, por ejemplo, siempre fue la prédica del kirchnerismo: esa mística insoluble en la realidad que es el “capitalismo popular” liderado por un movimiento trans-clasista anclado en el poder burocrático y técnico del estado.