domingo, 11 de septiembre de 2011

Como una imprecación a la memoria del 11 de septiembre


Una cosa son los gobiernos, las élites políticas que circulan en el poder, las élites económicas y las corporaciones que lo configuran desde incontables operaciones financieras y mediáticas... y otra cosa es la gente, las masas y los sujetos que se desenvuelven en la vida cotidiana de cada nación y sociedad luchando por adaptarse a un medio ambiente hostil de mercancía y frustración, de alienación y estrés.
Como ni desde este espacio ni desde ningún otro he defendido jamás la lucha armada basada en atentados y violencia que involucren a población civil para la consecución de conquistas sociales de tipo económico o cultural (incluso cuando la opresión se hace insoportable, lo cual me genera más de un estremecimiento interior en mi cómoda vida de clase media), no creo que pueda acusárseme de intentar justificar por ningún medio intelectual los acontecimientos del 11 de septiembre de2001. Alguien es responsable de la muerte de miles de personas que no deberían haber muerto, personas con vidas valiosas y, desoyendo los comentarios de quienes no conocen los truculentos caminos de la ideología y la dominación, inocentes en términos de ninguna guerra. Porque las guerras modernas las libran los pueblos y las sufren y pierden los pueblos, jamás las ganan... pero las promueven y las aprovechan los gobiernos, las élites, los que dominan y no pisan el campo de batalla.
Miro hoy, como a veces hago, las portadas de la gran prensa internacional, y no se deja de recordar las torres gemelas, el sufrimiento de los neoyorquinos, las consecuencias globales de ese acontecimiento, las imágenes abrumadoras que convencen de cualquier cosa... pero no veo con la misma intensidad, ni siquiera en nuestro medio, el 11 de septiembre que más debería importarnos aquí, el del pueblo de Chile doblegado por sus propios guardianes, el de Salvador Allende vencido y de Augusto Pinochet Ugarte y Nixon victoriosos el año en que Henry Kissinger recibía el premio Nobel de la Paz, el de los miles de ejecutados, torturados y millones de damnificados por más de dieciséis años opresión directa y empobrecimiento.
Sin intentar minimizar lo trágico del 2001, el 11/9 de 1973 fue muchísimo peor y debería ser más doloroso en la memoria. ¿Por qué tanta empatía y simpatía hacia el New York y tan poca hacia Santiago y todo el país andino? Incluso desde un punto de vista egoísta muy argentino, el golpe de 1973 en Chile es la piedra de toque que dijo a los militares argentinos que la metodología podía funcionar, y que la gran potencia occidental apoyaría de manera discreta pero suficiente la interrupción de la formalidad democrática. Y aquí no se derribó a ningún gobierno socialista revolucionario amigo de la Unión Soviética ni se libró ninguna guerra contra el enemigo marxista.
Angustiémonos cuanto queramos por esa pobre gente que apuraba la muerte saltando desde las altísimas aberturas de las torres: la insensibilidad es para débiles emocionales... pero la insensibilidad forzada por las versiones oficiales hacia los pueblos de Afganistán e Irak es para tontos. En cuanto a la memoria de Chile recortada, su olvido por nuestra parte es casi un crimen, debería ser un crimen.
Un acto que roza la traición es no recordar ese 11 de septiembre de 1973 en el que un “viejo gobierno de difuntos y flores” dibujo su sonrisa perfecta sobre un fondo de opresión y expoliación. Quede mi recuerdo de esa fecha en esta letra de Víctor Jara:

Soldado, no me dispares
Soldado.
Yo sé que tu mano tiembla
Soldado, 
No me dispares.

¿Quién te puso las medallas?
¿Cuántas vidas te han costado?
Dime si es justo soldado
Con tanta sangre ¿Quién gana?
Si tan injusto es matar,
¿Por qué matar a tu hermano?