De muchas maneras es posible juzgar en el presente la herencia intelectual marxista. Hace casi un siglo, en un artículo de 1913, Lenin recordó “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo” (tal es el título del folleto): la economía política inglesa, la filosofía clásica alemana, el socialismo francés. La enorme precisión analítica que caracteriza casi toda la obra la Lenin casi oculta un factor importante: Lenin omite el que es quizá el aspecto más importante de la prédica marxista, y lo hace por razones ideológicas.
Porque Lenin no destaca claramente las raíces éticas y morales del marxismo. Cierto es que se reconocen en las tres fuentes tres tendencias ideológicas e intelectuales bien definidas, pero a los marxistas como Lenin les costaba aceptar que sus propios principios morales se hallaban vinculados al ideario burgués de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Comprendían estos valores de manera bastante diferente, de tal manera que pretendían defenderlos verdaderamente, a diferencia de la burguesía que, una vez convertida en la clase dominante, sólo se ocupaba de estos valores en tanto sirvieran a sus intereses de acumulación. Sin embargo, el socialismo revolucionario no creó nuevos valores, porque su entorno ideológico era el mismo que el de la burguesía y la tarea de la revolución hacia el comunismo era principalmente completar el camino iniciado por las revoluciones burguesas.
He estado repasando algunos textos de Lenin en los que dialoga con otros intelectuales y con su propia herencia intelectual y es realmente emocionante descubrir el esfuerzo por extender los beneficios de la libertad y la igualdad hacia las poblaciones oprimidas incluyendo por ejemplo (aprovecho la fecha de ayer) a la situación de la mujer que entendió perfectamente como una “doble esclavitud” que la revolución debía superar.
Sin embargo hoy, apenas cien años después, la revolución está en ruinas. Lenin no pudo estar más equivocado cuando juzgó que el imperialismo, al que denominaba “fase superior del capitalismo”, llevaría las tensiones internas del sistema al límite de su capacidad de resistencia y lo hundiría en sus propias contradicciones. El capitalismo se adaptó, se mundializó, colonizó casi todas las economías pre-capitalistas y terminó por colonizar las grandes economías que se pretendían pos-capitalistas, como ya lo tenían bien claro muchos intelectuales marxistas al menos desde el año 1968 en adelante.
Y apenas un par de años después nací yo. Como toda mi generación, mi herencia es de humo y de viento.
No sólo no se cumplieron las promesas de la revolución, tampoco se cumplieron las promesas liberales y, lo que empeora más la situación: aparecen problemas sustanciales para la vida humana (entendida esta vida como la quería Marcuse: una vida digna de ser vivida) que el propio espíritu progresista del marxismo no podía siquiera imaginar.
Para el marxismo clásico, guerra, miseria, dominación, explotación, expoliación y alienación eran los principales males que acarreaban las sociedades escindidas en clases. Obviamente, estos seis jinetes siguen cabalgando por el mundo y acechando la dignidad de la enorme mayoría de la humanidad, aunque en porciones de sufrimiento muy dispares. Y hoy, para peor, se ha levantado un séptimo jinete, el gran capitán de los males sociales que cubre el horizonte completo. Es un monstruo tan poderoso que las sociedades rara vez lo ven aparecer.
El séptimo jinete es el riesgo de la no-sustentabilidad de la economía, entendida ampliamente como el vínculo que una sociedad establece con su entorno natural (conformado a la vez por la “naturaleza” y los humanos que componen la propia sociedad) en términos de obtención de recursos básicos y del inevitable desorden introducido en el medio ambiente para satisfacer las crecientes y desde hace mucho tiempo ya titánicas necesidades de orden interno de la vida social.
Y he aquí el actual problema: los viejos problemas siguen vigentes, aunque no me atrevo a decir automáticamente que todos ellos se han profundizado. Creo que en muchos aspectos, y en término medio, la explotación se ha moderado, pues el capitalismo acumula más actualmente por volumen de explotación, antes que por intensidad. En términos estadísticos, la miseria ha crecido, siguiendo esa expansión de volumen reflejada en un aumento explosivo de la población mundial. Hace tiempo no se habla de guerras mundiales, pero las guerras contemporáneas afectan más marcadamente a la población civil cuando se desatan, y sus daños estructurales tienden a hacerse más permanentes. La dominación presenta actualmente tantas formas que no creo que valgan las viejas fórmulas para medirla. En un mundo con una economía globalizada e interdependiente, se diría que la transferencia de esfuerzo entre sociedades, la expoliación, ya no sería un factor relevante. No obstante, ha empeorado tanto en términos de esfuerzo de los trabajadores por región como en términos de extracción de recursos naturales y detrimento de los términos de intercambio. Se replica el argumento ya citado: el aumento de volumen total de circulación de factores de producción y de los recursos necesarios para sostener esa economía auto-multiplicada incide directamente en este aspecto. Por fin, la alienación, el extrañamiento ideológico (y psicológico) del ser humano ha multiplicado sus formas y su intensidad.
En tiempos de Lenin, el incremento de la consciencia sobre las condiciones materiales e ideológicas era considerado una posibilidad cierta todavía, para las masas trabajadoras (devenidas en proletariado, en clase política además de estructural) y para otros sectores de la población. Es más, era un paso necesario para la acción, para dejar de ser y estar en el reino de los seis jinetes. En la actualidad, en cambio, la consciencia de estos factores, e incluso la presencia del séptimo jinete, no parecen incidir en el ánimo de las masas.
En casi todas partes el problema de las masas es hoy alcanzar el bienestar. Pero no se trata de un bienestar entendido como el disfrute de la propia dignidad, sino del bienestar implicado en el consumo compulsivo y en la seguridad material y jurídica para la continuidad de este disfrute.
Repasemos: este disfrute de consumismo exacerbado no requiere personas emancipadas de la alienación, la explotación, la expoliación o la dominación: sólo la pobreza propia (entendida como carencia de consumos crecientes) y la guerra (incluyendo la modalidad de guerra social que es la inseguridad ciudadana) bloquean el camino del goce y el disfrute. Lógicamente, en esta perspectiva las consciencias mirarán de reojo y negarán a la vez al séptimo jinete. Se confiará en la ciencia, en el saber de otros (un claro síntoma de dependencia) para postergar el advenimiento de la no-sustentabilidad. Se dirá: ya se superará la dependencia del petróleo, ya se resolverá el problema del encarecimiento de los alimentos, ya se darán respuestas a la destrucción de los ecosistemas terrestres y marinos, no seremos nosotros, pero habrá soluciones. Se sospechará, con el sentido común, que la humanidad progresa materialmente y que las sociedades no tienen otros límites al progreso que sociedades rivales. El marxismo clásico creía que el rival del progreso eran las propias contradicciones internas de cada sociedad, una perspectiva mucho más sofisticada e inteligente, pero todavía incompleta.
En mi opinión, las contradicciones internas pueden eventualmente acabar con una sociedad, pero los límites de sustentabilidad, si son violentados, acaban con seguridad con la sociedad. Siempre repetimos la importancia de la historia para comprender el presente. Repitamos la lección. Contemplemos la experiencia de las grandes sociedades desaparecidas del pasado y se verá que los conquistadores externos dan el tiro de gracia a las sociedades en decadencia, pero su debilidad es casi siempre desatada por los límites de sustentabilidad. Así, mi formula dirá que las contradicciones internas son socialmente tolerables (nada se dice de si son personalmente tolerables, porque en las sociedades se mata y se destruye gente) mientras el sistema social pueda interactuar con el medio-ambiente sin bloquear la posibilidad de adquirir de él recursos y de transferir hacia él el desorden interno. No hace falta ser físico: un sistema más grande consume más recursos y expulsa más desorden; a la vez, un sistema con un régimen de funcionamiento alto (de mucha circulación interna de energía y trabajo) genera más desorden que uno de régimen de funcionamiento más bajo. Obviamente, el bienestar entendido como mayor consumo implica un régimen de funcionamiento cada vez más alto, alimentando el poder del séptimo jinete.
Piensen en un perezoso y una ardilla. Un perezoso es más grande, como sistema organizado, que una ardilla. Pero se mueve poco, su metabolismo es lento, no requiere un consumo de calorías tan alto por cada kilogramo de masa corporal. En este ejemplo, el perezoso tiene un régimen de funcionamiento más bajo que la ardilla. ¿Qué ocurre con nuestro sistema social? Que es una ardilla del tamaño de King Kong que consiguió tragarse un contenedor entero de metanfetaminas. Se siente tan cargada de energía que tiene que descargarla y no puede reconocer límites de ninguna especie, externos o internos, cuando lo hace. Debido a su tamaño y régimen de funcionamiento, tampoco ha dejado competidores vivos en el camino. Nadie la detendrá desde afuera, excepto el agotamiento de los recursos o la destrucción del ecosistema circundante (prácticamente sinónimos, en realidad). Sus necesidades energéticas son tan grandes que ha mutado: es ya una bestia carnívora y caníbal y, llegado el caso, no dudará en morder su propio cuerpo con fruición.
En el plano personal, la consciencia de este proceso me da pavor. Moralmente, he heredado la tradición moderna contenida en el socialismo: quiero el fin de la miseria, de la explotación, de la dominación en muchas de sus formas (quiero decir: me cuesta pensar una sociedad en la cual los padres no tengan ninguna autoridad sobre los hijos o no exista ninguna oportunidad de que la ley –y la fuerza material asociada- someta algunos impulsos personales socialmente inaceptables o intolerables). Además, desearía una sociedad sin esta asfixiante despersonalización y alienación que sólo parecen calmarse con nuevos consumos. Pero ya no puedo pensar soluciones que excluyan al peligro de la no-sustentabilidad del sistema.
¿Quién es responsable de mi situación? (más judaicamente) ¿de quién es la culpa?
Yo soy responsable, la culpa es mía.
Cuando nací en un mundo donde las promesas del marxismo y del liberalismo ya no iban a cumplirse, podía haber dicho: “Que sean errores políticos los responsables”. Esto me hubiera conducido a replantear los errores políticos y decir: “la revolución socialista todavía es posible, sólo debemos intentarlo de nuevo corrigiendo algunos errores pequeñitos como el estalinismo, el fascismo socialistoide, el personalismo, el burocratismo y otras menudencias”. O decir: “los valores modernos todavía pueden desarrollarse, hasta alcanzar un verdadero orden liberal de libertad, igualdad y fraternidad en un contexto de justicia y seguridad, de respeto por los derechos humanos, civiles, políticos, sociales y procesales”. En vez de eso, me entretuve pensando sociológicamente en que tal vez eran las teorías económicas, políticas y sociales de base las que tenían algún problemita.
No sé si encontré realmente el problemita al plantear esta cuestión del régimen de funcionamiento y la circulación de tensiones energéticas entre la sociedad, las personas que la componen y el medio ambiente, pero juzguen ustedes qué mala suerte, correr un par de ramitas y descubrir la ardillita de la que les hablo. Ahora no solamente necesito una revolución que elimine a los seis jinetes de siempre, sino una que nos aleje del séptimo. Las tareas de mi revolución ya no sólo quieren emancipar a las sociedades de sus propias contradicciones, de sus injusticias, sino también protegerlas de sus propias capacidades desmedidas de crecimiento. Ya era difícil convencer a la gente de que la explotación en el capitalismo era real y moralmente reprobable, nunca se entendió realmente que la alienación es una realidad palpable y destructora, es difícil mostrar que la riqueza de aquí es la pobreza de allá... ahora, encima, tenemos que decir que hay que limitar el confort, porque el aumento de lo que llamamos confort es peligroso para todos. Ocurre también que, en un mundo de necesidades tan aceleradas por las metanfetaminas de la ardilla, no nos suelen interesar las teorías de largo alcance y difícil aplicación práctica... si no nos ofrecen un rédito fácil y a corto plazo.
En fin, me despido aquí con una esperanzada cita de Rosa Luxemburgo: “Se nos suele decir que nuestro movimiento carece de personas de talento capaces de elaborar las teorías de Marx. Esa carencia es de larga data; pero la carencia en sí exige una explicación, y no puede plantearse como respuesta al interrogante fundamental. Debemos recordar que cada época forma su propio material humano; que si un periodo realmente exige exponentes teóricos, el periodo mismo creará las fuerzas necesarias para la satisfacción de esa exigencia”. No comparto con toda claridad el sustento de esta sentencia pero, si llega a ser cierto, que el periodo se apure, porque la ardilla sigue engordando y ya le empieza a doler la barriguita.