sábado, 31 de agosto de 2013

Invitación precedida por el descubrimiento del espíritu

Como cualquier forma de arte el erotismo nos despoja de nuestra animalidad. Considerado en términos de equilibrio universal tal vez sea algo triste pero, por otra parte, ese desplazamiento particular del instinto nos eleva a medios de comunicación insospechados y, en tanto auténtica comunicación, crea en el universo algo distinto, algo nuevo: lo multiplica a un costo energético muy bajo. Así, la consciencia humana de la que estamos tan orgullosos es más bien una consecuencia de que la cultura haya desarrollado en nuestros ancestros un universo simbólico paralelo y diferente al meramente material, en el cual la abstracción y el pensamiento tienen perfecto sentido porque dan sentido a esa ciega materialidad inherente al ser omnímodo que rodea al indeciso e intermitente pensamiento humano. El espíritu humano no ha creado el cosmos, pero le ha dado nombre, como se ha dado nombre a sí mismo y, como es bien sabido, quien nombra algo ¨ lo controla.

Esos dos puntos suspendidos son significantes de una hesitación. No son puntos suspensivos, no retienen a la mente en la duda... la precipitan a una conclusión. Es mi invento de esta noche en la que descubro que he perdido mi voz. Siento que el pensamiento que se expresa ya no es mío. Intelectualmente sé que jamás ha sido mío, pero me aferro como todo mundano artista a la creencia sentimental en la posesión de una consciencia que puedo llamar mía, capaz de ser, de reconocerse en el ser y de crear algo que es. El viejo liberalismo sostenía que el hombre, para serlo, debía ser dueño de sí mismo y de una cierta fracción del cosmos. Yo sostengo que apenas puede tenerse como propiedad ese sentimiento engañoso: nuestro cuerpo y sus pulsiones son materia del cosmos, turbulencia de la inexistencia, y nuestro pensamiento es una serie de secuencias aleatorias dibujadas por caóticos estímulos culturales que se asocian en regularidades sólo porque es la manera más económica de seguir existiendo. Nuestras prácticas son todavía ¨ más limitadas.

De modo que ahí está el espíritu. Hijo de la consciencia humana¨ pedazo de hijo de puta.

Los invito a leer mi último libro: Diez demonios danzan. Ensayos filosóficos que necesitan un exorcismo, totalmente gratis, en https://sites.google.com/site/soltonovich/home/ensayos

domingo, 31 de marzo de 2013

Lecciones para mis vacaciones del “Pompeyo” de Aulio Menecio Agripa


“What a delightful, lazy, languid time we had whilst we were thus gliding along! There was nothing to be done; a circumstance that happily suited our disinclination to do anything”.
Herman Melville, Typee (1846)


Sí algo sé, en el contexto de la historia que voy a narrar a continuación, es que Aulio Menecio Agripa no sabía cuánta razón tenía al decir, por la boca de su Pompeyo, que sus mayores éxitos serían sus grandes derrotas.
Con su estilo preciso y satírico, tan alejado de Virgilio como de Tito Livio, intentó revisitar su presente sin pretender vergonzosamente lamer las plantas de Augusto. Menecio fue uno de los pocos ciudadanos romanos que se opuso a viva voz y en presencia del césar Octaviano a la concesión del divino título, descortesía que fue pagada con una inextinguible amistad pese a la aparente indiferencia oficial, resultado de la razón de estado que convertía al mandatario en autócrata. A través del tardío y forzoso matrimonio con Ulpiano Nero, Augusto sostuvo en forma vitalicia a la viuda de Menecio y dos décadas después Tiberio intentó ya sin ambages reponer sus obrasen Roma, sin lograr siquiera una mediana repercusión pública.
A pesar de estos favores imperiales tanto los dramas “Pompeyo”, “César en las Galias” y “Antonio” como los largos poemas épicos (que no se conservan sino por referencias de Cretonio Manso, según Owens) sobre las guerras de Julio César y las Guerras Civiles pasaron desapercibidos o, mejor dicho, fueron despreciados por los auditorios de medio imperio.
Las causas de estos fracasos no deberían ser misteriosas. Entonces, como hoy, el público era supersticioso por transferencia neurótica –lo que en el pensamiento antiguo se interpretaba como magia simpática- y prefería que la tragedia se resolviera en el pasado o en la distancia, y no en el espacio-tiempo presente. Las obras de Menecio no dejaban de ser entretenidas, pero eran invariablemente admonitorias e infaustas y, de hecho, resultaban sumamente atemorizantes porque daban a entender con excesiva claridad y crudeza que el drama era real, que era forma de realidad, que impregnaba inevitablemente la realidad cotidiana que los artistas exitosos proponen con frecuencia evadir.
El fracaso en los grandes escenarios empujó a su Pompeyo, al igual que al héroe epónimo, hacia las ciudades orientales del Imperio.En una de ellas se archivó y fue redescubierta mil novecientos años más tarde por Henriette Christiensen (notable historiadora danesa que acabó con sus días en la pequeña biblioteca del manicomio de Nordsgadstaät en 1928) mientras corría la primera guerra mundial y ella buceaba en Alepo en busca de la genealogía perdida de la familia de David, que ella creía vinculada a los exilarcas sirios del clan Bar-Nathan. Christiensen probó al menos que la influencia de dicho clan se extendió desde el reinado de Artajerjes Aqueménida hasta el califato de Abdelrahmán III. Lo menciono por la tangible coincidencia de la decadencia: la familia de mi madre es, también, Barnatán.
Pero Menecio amaba a su emperador y a la alta idea de Roma como patria de la civilización, y escribía pensando en ellos. Porque nunca, ni ante las puertas de la muerte en el ostracismo y la ruina pública, dejó de considerarse a su servicio. Cuando quedó incapacitado para combatir por causa de una herida en el muslo que un berserk de Arminio le infirió con su azagaya durante la ofensiva del año 17 a.e.c. se dedicó a esta otra pasión de la dramaturgia y la poética. Con sorna y admiración escribió Tiberio en su panegírico (Livia le prohibió asistirlo en vida, pero Tiberio la desobedeció ante la muerte de su viejo camarada de armas) que Menecio Agripa era igual en el arte que en la guerra: nunca sabía cuándo retirarse. Habían combatido juntos en el sitio de Oblaga (Aelia Ferracum) que terminó curiosamente en una amplia batalla campal (hay pormenores en las zalameras Crónicas de Cánico Secundus). Tiberio tuvo que arrastrar a Menecio y su cohorte fuera del campo para que no obstruyera la carga decisiva de la decimoquinta legión, de modo que no hablaba solo en sentido figurado. Más de dos meses tardó el viejo soldado en recuperarse del disgusto por aquella humillación: exigió alejarse del mando de Tiberio y eso lo llevó a la ofensiva del Bajo Rin y a la azagaya del berserk.
El feliz hallazgo de Christiensen fue documentado por Owens (Decadence of Dramatic Arts in Rome, Vol. I, First Empire, Terence Cargill, Boldham, 1957), pero hubo que aguardar quince años más una versión inglesa íntegra del Pompeyo (Vera Bonderski, Durban, 1973) que me esperó a su vez cuarenta años hasta que la primavera pasada la encontré buscando un Typee de Melville en la minúscula sección de habla inglesa de una mala librería de segunda mano en Buenos Aires. Su precio era mínimo y me fue descontado de la cuenta total.
Allí conocí al vigoroso esquema del gran general trastocado en filósofo de la historia de Roma, estoico y feroz. Frío en la derrota final, anticipa en ella el hundimiento de todo el imperio. Advierte en las guerras de César una compulsión a la conquista propia de un imperio tributario que nunca podría contener su avance aun cuando ello acercase y acelerase su extinción, cuando “sobre la larga espada de sus altas victorias Roma se precipite, vehemente, y la sangre romana lave al fin la sal de la púnica maldición”. Porque Menecio percibía que, a diferencia de Persia, cuando Roma conquistaba copiaba a Roma –sus virtudes, su gloria- en los pueblos sometidos por amor a la civilización y al Hombre, y aproximaba así el agotamiento del mundo: “nada será jamás mayor que Roma, cuando Roma ya no crezca, nada será”.
La pregunta retórica de la que Menecio alardea (por simple repetición), destaca con eficacia el principio rector y material de su lógica: “¿Acaso la loba afortunada devorará el reino de los tres grandes y al engordar aumentará su hambre y ya sin alimento se morderá a sí misma?”. Revisten algún interés literario el oxímoron emocional contenido en el calificativo “afortunada”, que revela el sarcástico desprecio conque el derrotado acepta (y, tal vez, justifica) su derrota, y la elaborada perífrasis de tono mitológico con que destaca la totalidad de la tierra, hasta agotarla: los tres grandes son Júpiter, Neptuno y Plutón, quienes compartían la tierra (la humanidad) luego de repartirse cielos, mares e inframundos. No parece necesario insistir en que la composición en sí es correcta, pero apenas aceptable para las difusas pretensiones de Menecio.
Y es que la indecisa traducción de Bonderski es fiel reflejo de la irresolución del texto: en ella se delata la auténtica tragedia de un hombre decidido y muy valiente: Menecio no pudo continuar siendo soldado, no buscó siquiera ser político, despreciaba su capacidad como filósofo y no podía imaginarse profeta ni artesano del conocimiento, de modo que eligió creerse dramaturgo. Un destino impreciso y triste expresado en sus tristes y precisas conclusiones.
Entre los cielos cuajados de Agua de Oro y Los Reartes termino la alegoría del peligro inminente: inventar a Menecio, ser Aulio Menecio Agripa.
Loc. Cit., Córdoba, marzo de 2013

viernes, 4 de enero de 2013

Por una nueva ley de vagancia (obligatoria) o la moraleja del cuento de la millonaria que trabaja


En un artículo reciente Rodrigo Uprimny recupera varios trabajos cuyo eje conceptual es la defensa del derecho al ocio o a la pereza, en la conocida perspectiva de cuestionar la modernidad y su etapa subsiguiente (que al parecer incorpora nuestro mundo humano contemporáneo) por no equilibrar la mayor productividad alcanzada en el capitalismo con una mayor libertad individual[1].
Con típica desazón de jurista consumado, la queja ante el olvido de una tan evidente demanda se traduce en un reclamo por la existencia de un derecho particular, un derecho de formato liberal de incluir en el plan individual de vida jornadas de trabajo de inferior duración a esas ocho horas que la división tripartita del día naturaliza con ambiciosa perfidia: parece natural dedicar simétricamente ocho horas al descanso, ocho al trabajo y ocho al ocio. Nuestros autores, perfectamente alineados por Uprimny, alegan que cualquier persona inteligente podría darse cuenta de lo absurdo de esta simetría ante la progresión geométrica de la productividad, impulsada tanto por la mejora de los factores de producción. Estas mejoras incluyen, en primer lugar, una superior capacitación promedio y la especialización creciente de la mano de obra y, en segundo lugar, un incremento exponencial de la circulación energética total conseguido por la incorporación al sistema productivo de grandes cantidades de trabajo provenientes de fuentes energéticas adicionales a la tradicional fuerza humana y ocasional intervención del buey, el asno o el molino de viento o agua. Debe atenderse a que estos dos planos de crecimiento muestran en gran medida cambios en los esquemas y capacidades de tipo comunicativo, por lo que las revoluciones productivas de nuestra era (como sea que se llame) no pueden comprenderse sin las sucesivas revoluciones en materia de gestión social de la información, desde la educación de masas a la informática, el satélite e Internet.
Lamentablemente, y sin que esto comporte una crítica peyorativa porque el artículo es breve y está muy bien estructurado, la preocupación jurídica por la ausencia de derechos al ocio omite la preocupación sociológica por este hecho notable y anormal en la existencia humana: la conjunción de un salto cualitativo en la productividad promedio con un incremento (o no disminución) en la intensidad promedio del trabajo humano, ya que el músculo reemplazado por la mente no conlleva disminución de esa intensidad y, en cualquier caso, en términos absolutos, el volumen de trabajo aplicado en forma manual no es inferior en calorías transferidas, al haberse multiplicado siete veces la mano de obra aplicada y muchas veces más la energía de otras fuentes implementadas en el proceso. Jugando al borde del absurdo (un método de prueba eficaz al que le tengo inquina je ne sais pas pourquoi), a esta pregunta sociológica puede responderse desde el propio ideario liberal, alegando que la mayor productividad implica abaratamiento de mercancías de diversa índole por una parte y una multiplicación de la oferta de mercancías por otra, lo cual redundaría en un fuerte incremento del deseo de consumir y, ante la mayor oportunidad y variedad en el mercado laboral, la gente opta generalmente por trabajar más para adquirir esos bienes[2]. Sí la gente se deja influir por la publicidad y se vuelve una enferma compulsiva, será su culpa y una oportunidad para venderles mercancías que los curen de ese problema.
En este sentido, el derecho al ocio existe, solo que la gente preferiría no ejercerlo para seguir consumiendo, es decir, que en su plan de vida opta por trabajar más y consumir más, antes que subsistir incómodamente en el ocio. En términos de ideología dominante, estaremos obligados (no ustedes, sino mi plural mayestático y yo) a admitir que en el capitalismo tardío la gente no suele estar “obligada” a trabajar. Por el contrario, a diferencia de otras formaciones sociales, el capitalismo se caracteriza por responder bien (aunque no necesariamente) a la igualdad formal en el mercado de trabajo, lo que permite su correlación con formas cuasi-democráticas de gestión de la regulación social (al menos en lo que se refiere a la programación de políticas públicas)[3]. En otros tiempos del capitalismo temprano (a mediados del siglo XIX en Argentina, a comienzos del siglo XX en España, por ejemplo, mucho antes en Inglaterra y los USA) las necesidades de generar una población trabajadora disciplinada y obediente obligaban a la gestión pública (siempre atenta a las necesidades del poder económico) a legislar en el sentido de restringir el derecho al ocio en este sentido: la vagancia era perseguida como un crimen, hasta que la imagen del progreso, del trabajo y de la moral se confundieron en una sola y aparece una mujer millonaria trabajando a jornada completa en un empleo que no comporta privilegios sociales de otro tipo que un magro sueldo mensual para “dar el ejemplo”. Todos aplaudiendo la determinación de esta mujer… de no visitar al psiquiatra[4].
Ciertamente, la cultura de masas de producción y consumo masivos para una población masiva que consume masivamente, no sería posible sin este multi-mecanismo ideológico que es la “cultura del trabajo”. Como Marx en los Gründrisse, también creo que solo en el trabajo el ser humano puede realizarse[5].
Pero, también como Marx (aunque con un toque de Huxley) no creo que deba entenderse como trabajo propiamente libre cualquier gasto de energía vinculada al conocimiento subjetivado sino solo aquellas manifestaciones en las que a la superación de la necesidad se agrega el enriquecimiento humano considerado como valor en sí (como apuntaba mi querido Joaquín Herrera Flores[6]) lo cual no puede decirse que ocurra en la inmensa mayoría de la oferta laboral, razón por la cual el enriquecimiento aludido solo puede aparentar realizarse en el continuo consumo. Este es, lógicamente, el objetivo general del sistema en lo que a la programación subjetiva se refiere: sujetos dóciles en el trabajo que produce valor y plusvalía y sujetos feroces en el consumo. Aquí nacen y aquí se quedan los problemas que el proceso genera para el ochenta por ciento de la población mundial en materia de marginación empobrecida materialmente o en materia de inclusión empobrecida humanamente (debido a la compulsión al trabajo o al consumo o al resultado de la alienación en ambos campos). El resultado general es que un viejo dicho popular trasciende la frontera de lo personal para asentarse en lo social. Si bien es cierto que se trabaja para vivir, persiste la idea común de que el exceso de trabajo mata. Es bien cierto que si se agota la energía contenida en un sujeto en tanto individuo biológicamente organizado su capacidad de trabajo decrece primero y se extingue después, pero aquí se trata de otra cosa: si seguimos trabajando tanto en promedio e incorporando continuamente tanta energía en la producción, el trabajo como energía circulante terminará por alcanzar un punto crítico hasta hacer insostenible la organización social. Sencillamente (aunque nadie lo entiende cuando lo explico discursivamente y algo menos cuando muestro mi rudimentario corpus matemático, así que no debe ser tan sencillo) a pesar de las enormes capacidades que ostenta nuestra organización social para gestionar la entropía, tanto su capacidad de administrarla como la capacidad del entorno para absorberla están en entredicho.
No sabemos cuándo los dinosaurios comenzaron a darse cuenta de que algo andaba realmente mal, pero nosotros ya hemos comenzado a darnos cuenta de que las campanas doblan por nuestros relativamente pelados culitos. Y están sonando con ganas.
Existen dos difíciles cuestiones al respecto: el primero es la visibilidaddel problema, porque este sistema social que componemos y nos compone es tan poderoso que no solo lucha contra la entropía aumentando la productividad en vez de retroceder en ella y en la división del trabajo (excepto en crisis ocasionales), sino que ha sido capaz de revolucionar la técnica para incorporar permanentemente nuevas soluciones a los problemas. La energía adicional es un ejemplo manifiesto: desde que comenzó a aprovecharse el carbón se sabía que se trataba con fuentes finitas de energía de modo que se comenzó a utilizar el petróleo y luego el gas (no solo para iluminación), y luego la verdadera energía hidráulica, la verdadera energía eólica, la energía nuclear. A medida que el petróleo pacientemente acuñado bajo la tierra y el mar se encarece y amenaza con agotarse ante el consumo creciente, re-direccionamos la ciencia para replicar aceleradamente este proceso y producimos “biocombustible” (según lo cual debería definirse al canibalismo como “autoconsumo”), que es cuando nuestras máquinas comienzan a competir con nosotros por los recursos escasos, mucho antes de tener la inteligencia de los Cylons, Matrix o Skynet –usted no debe ser tan “normal” como para no captar alguna de estas icónicas referencias. En otras palabras, el sistema viene sosteniendo su capacidad para reorganizar su entorno a los efectos de gestionar la entropía que genera, con la lamentable consecuencia necesaria de incrementar la cantidad total de entropía que genera permanentemente y que debe ser perennemente regulada. Como las tontas trampas del coyote, nuestra sofisticada maquinaria social es marca ACME y terminará por tirarnos al precipicio o por explotarnos en la cara.
El segundo problema es ideológico: nada nos impide dejar de producir y consumir en exceso, excepto la convicción ideológica de que nunca debemos producir menos que… nunca... y que cualquier reducción en el consumo de… siempre... es necesariamente una mala noticia. No hay chiste aquí, hay muchísima gente que termina muerta debido a esta convicción, sea siguiendo el camino de la riqueza o el de la pobreza, el de la sumisión o el de la violencia.
Pero no todas son malas noticias. Ya lo decía Marx y lo recalcaba Gramsci: ninguna sociedad se plantea problemas para los cuales no tiene solución… pero otra cosa es que la solución llegue a ser aplicada antes de que el colapso civilizatorio ocurra. En nuestro caso, tenemos la solución más sencilla de todas las que ha tenido que afrontar la humanidad, pues todo lo que tenemos que hacer, como sociedad, es… dejar de hacer cosas… dejar de producir tanta cosa supérflua –que termina en increíbles montañas de basura, dejar de consumir tanta bazofia, dejar de trabajar como si el largo brazo del faraón estuviera por ensañarse con nosotros a través del látigo del capataz. Y lo único que debemos hacer para consumar este loable objetivo de imitar al gorila que descuelga su brazo de la rama durante diecisiete horas diaria es legislar al respecto una nueva ley mundial de vagancia. Solo que esta vez la prohibición no será la de ocuparse o sufrir pena de cárcel o torturas leves sino la de no holgazanear lo suficiente. Un capacitado consejo de sabios deberá calcular primero cuánto (y qué) trabajo es necesario para asegurar la subsistencia de la humanidad y hacia allí descenderemos: bajarán los salarios y bajarán las ganancias, sí. No tendremos tantos avances médicos, tal vez incluso la calidad de vida descienda bastante en términos de confort material y la esperanza de vida un poco (menos de lo que se podría creer, porque en la “esperanza de vida” nunca se calcula el efecto de una guerra de gran escala). Pero al menos esquivaremos la destrucción imprevista y desencadenante de tantas relaciones productivas en simultáneo que la vida se convertirá en moneda de cambio (la moneda de menor denominación) y experimentemos las atrocidades más grandes de la historia y la prehistoria humanas. Si queremos completar la sostenibilidad del proyecto solo debemos restringir la cantidad de hijos y promover el erotismo no reproductivo… desparrafraseando[7] el Manifiesto: “¿Pensáis que deseamos promover el onanismo, la pereza y el ocio para salvar a la humanidad de sus tendencias autodestructivas? Sí, exactamente eso es lo que queremos”[8]. A fin de cuentas, ya tenemos la suficiente cantidad y calidad de bienes culturales para llenar varias vidas.
Si usted, pobre infeliz, se siente incapaz de dejar de trabajar, invente, construya y toque un instrumento, cante al compás de un cajón de madera, baile la sarandanga, haga obras de teatro en su casa con su familia, juegue con sus amigos a buscar formas en las nubes, sea campeón de miradas kung fu de su vereda[9]. No me importa. Solo deje de trabajar y consumir hasta que no tengamos planeta por comernos toda forma de vida o destruir sus hábitats. Conservemos algunas estupideces: el deporte favorito local, Internet, las películas ya filmadas, los artículos en blogs que leerán tres personas... y recuperemos otras: la música de cámara tocada en vivo, la poesía, cualquier entretenimiento que requiera poco consumo de energía o escasa destrucción del entorno. Propongamos un catálogo de conservación de ocio no-industrial si quieren. No quememos ningún libro, no persigamos con un hacha a quienes no puedan dejar de ajustar las tuercas como Chaplin en Tiempos Modernos[10], descendamos simplemente al des-consumo de todo aquello que no tenga a la riqueza humana y la dignidad humana como criterio de valor[11].
Medidas adicionales pueden tomarse: restrinjamos a lo elemental la producción estandarizada: vacunas para todos, sí; Channel nº5i para todos, no. Paguemos pensión completa durante dos generaciones a los dueños de las fábricas de armas, para que puedan cultivar su jardín o dispararle a sus propios hijos. No arranquemos el dinero de las manos de los ricos… dejemos que lentamente vaya disminuyendo su apariencia de valor, hasta que regrese al seno del trabajo humano que le dio origen. Así no sufrirán capullitos del arte como Gerardo Depardieu, que prefiere esconderse bajo el ala capitalista postsoviética de un santo varón como Vlad (Ras)Putín antes que dar al estado el producto del esfuerzo de los espectadores de cine y los dégustateurs de vino Merdique[12] ¿Es que no es suficiente con representar a Dantón y al minero con pulmón negro en Germinal? ¿Hay que serlo además?
No seamos cínicos criticones ni aspirantes a pícricos cicerones. Todos tenemos contradicciones: una vida de vagancia como la que aquí queda propuesta debe vivirse con calma o muy pronto la adornaremos con guerras tribales y sacrificios humanos o, aun peor, recaeremos en el paroxismo productivo, en la compulsión del consumo. No obstante, si no nos apresuramos a comenzar a dejar de hacer cosas tal vez sea demasiado tarde y dejemos de hacer demasiadas cosas demasiado deprisa. Como vivir, por ejemplo.


[1] http://www.elespectador.com/opinion/columna-394461-el-derecho-pereza
[2] Para una aguda crítica véase a Fromm, Tener y ser: http://www.cenfotur.edu.pe/bibliotecaweb/documentos/tener-y-ser-erich-fromm.pdf
[3] Véase Mandel, Democracia burguesa y democracia proletaria, en Introducción al marxismo, www. Revoltaglobal.net
[4] http://www.corrienteshoy.com/vernota.asp?id_noticia=124054
[5] http://espaciomarxista.blogspot.com.ar/2011/10/grundrisse-tomo-i.html (no encontré uno mejor, todavía. Si alguien los quiere, los tengo en pdf, en algún lado) 
[6]J. Herrera flores, La riqueza humana como criterio de valor en http://sintrai.cl/files/la%20riqueza%20humana%20como%20criterio%20de%20valor.pdf
[7] Desparrafrasear: Vrb. Se dice del acto de parafrasear en forma tan libre y confusa que la frase original queda desparramada por ahí. Diccionario de mi academia personal de lengua castellana.
[11] Además del ya citado texto de Herrera Flores, véase el prólogo de Marcuse a la edición francesa de El hombre unidimensional. http://espanol.free-ebooks.net/ebook/El-hombre-unidimensional/pdf/view También lo tengo completo en pdf
[12] http://www.espectador.com/noticias/255767/gerard-depardieu-declara-su-admiracion-por-putin

domingo, 23 de diciembre de 2012

Para saludar en estas fiestas: Idea Peregrina con muchos vínculos.


La idea es la siguiente: es hora de que los judíos empecemos a festejar abiertamente la navidad.
Nuestros hijos (recl) aman a Papá Noel casi tanto como sus padres han amado a Mamá Nuela, los arbolitos son simpáticos y no hay manera de esquivar la realidad que nos muestra Hollywood (que significaría Santo Madero si se escribirá Holy-wood): la gente sólo está dispuesta a hacer algo por este mundo y sus habitantes y a creer en los milagros entre el 23 y el 26 de diciembre ¡lástima que son feriados!
Nuestra festividad más cargada de milagros es Pesaj, así que deberíamos moverla apenas tres o cuatro meses para atrás, porque la patética idea de convertir el árbol en un candelabro con un candil supernumerario en Jánuca (http://simjaonline.com.ar/486-januca-historia-y-conceptos),  puesto al servicio de una triste estirpe monárquica (la Asmonea) y la casta oligárquico-sacerdotal que aprovecharon con oportunismo sin par (a la altura de un José Fouché –lean a Zweig, carajo- http://libros.literaturalibre.com/jose-fouche-el-genio-tenebroso/) una insurrección popular (la Macabea) ha fracasado y es un auténtico aborto conceptual desde el punto de vista del pensamiento simbólico.
Sí queremos conservar Pesaj en su fecha, para incrementar el número de comilonas oficiales no importa. Así como hay muchas maneras de celebrar Pesaj (yo mismo edité una Hagadá: https://sites.google.com/site/elpartisanocultural/home/materiales-y-complementos que se ha utilizado en varios lugares) también podemos encontrar la manera judía de celebrar la Navidad, al punto que casi no se noten las diferencias doctrinarias.
Recordemos que (en realidad, me parece a mí que) el punto central de la Navidad es el nacimiento del Niño-dios. Cierto que eso del dios hecho carne nos puede traer algún problema ético (a mi no, en realidad, porque igual soy un triste ateo que terminará en el Limbo de Dante –que es donde va la gente interesante, por otra parte- en el mejor de los casos). Pero la persecución y matanza de los niños de Belén ya la conocíamos desde el nacimiento de Moisés (¡caramba, qué coincidencia!)  e incluso hay una cantiga sefardí archiconocida (Abraham Avinu) que retoma la navidad para aplicarla al nacimiento de Abraham, con su estrella y todo, excepto que Teraj es José, Nimrod es Herodes y el establo Betlehemita es reemplazado por una cueva en Caldea (aunque Teraj no era carpintero –muy honroso-, sino un triste oficial de la guardia de Nemrod –el mismo que quiso construir la torre de Babel-). Vean esta versión, muy completa aunque de mala métrica: http://es.wikipedia.org/wiki/Quando_el_Rey_Nimrod
A ver, entonces: si no tenemos preferencia por los infanticidios nada nos impide celebrar el nacimiento de Jesús Niño y su salvación (recuerden que el Talmud cuenta que Dios lloró cuando vio morir a los egipcios en el Mar Rojo, imagínense como quedó con la décima plaga, en Pesaj nos tapamos el rostro cuando la recordamos). La historia es conmovedora y llena de buenos momentos dramáticos, permite versiones narrativas de una gran belleza: ahí tenemos la “Peregrinación” http://www.youtube.com/watch?v=tGZXxHirN9Y en la muy autóctona Misa Criolla de Ariel Ramírez, que tiene estrofas entrañables (yo lloro a veces cuando la escucho), mientras que el remate “A la huella, a la huella, José y María... Con un dios escondido... nadie sabía” es tan bueno (si se omite la blasfemia desde el punto de vista judío dogmático) que es digno de Francisco de Asís (el del lobo bueno y los hombres malos, otra excelente historia).  Recomiendo el enlace de esta parte de la Misa Criolla especialmente a los cristianos que no la conozcan. Aunque el papa Benedicto XVI recientemente obliteró al buey y al burro de la historia (¡Ay burrito del campo, Ay buey barcino, mi niño está viniendo, háganle sitio!) 
¿Dónde estaba? Ah, sí. La cosa es como sigue: a nivel medio, el conocimiento de la historia judía por parte de los judíos es tan, pero tan pobre que incluso nos puede venir bien festejar la navidad sin sentimientos religiosos para recordar un período tan importante. A pesar del silencio de Flavio Josefo sobre la figura de Jesús, incluso como metáfora de los conflictos judíos de la época la leyenda es muy importante. Es importante recordar las tensiones entre fariseos y saduceos, es importante recordar las luchas por el poder en torno a un trono que era apenas una cortesía del imperio romano, es importante recordar la lucha por la libertad de consciencia y por la auto-determinación ideológica y cultural de un pueblo cuando las facciones lo dividen. Recordemos los muchos episodios de la vida de este niño que se vinculan con las tradiciones y los sentimientos judíos y lo mucho que pueden valorarse sus enseñanzas más humanitarias desde la ética judía. Realmente, integrar algunos elementos al canon judaico no reviste ningún problema.
Siempre persistirá el problema de la “naturaleza” de Jesús, pero también podremos recordar que esta cuestión fue resuelta en el propio cristianismo después de muchas luchas (y ciertamente después de varios siglos de ocurridos los hechos) y nos basta recordar su figura a la manera de muchos buenos e inteligentes cristianos que impusieron los valores éticos por sobre las construcciones teológicas que con frecuencia no son más que trampas del poder (y de esta crítica no escapa nadie). En cualquier caso, no seríamos los judíos unos buenos “hermanos mayores en la fe”, como nos llamara Juan Pablo II si solo negáramos la existencia de los hermanos menores (se entiende que en edad cronológica, no en jerarquía)
http://juanpablo2do.blogspot.com.ar/2009/02/nuestros-hermanos-mayores.html. En las familias se festejan los cumpleaños de todos los hermanos, y todos pueden comer de la torta de todos...
Juegos aparte, mientras navegaba en Internet con estos temas en la cabeza encontré páginas interesantes que me recordaron mucho a León Bloy: esa alma torturada, cuya escritura era admirada por Borges, vivía en la tensión entre el odio hacia el Israel retratado por el poder de la iglesia como asesino de Cristo y el amor hacia ese Israel que es la patria de Jesús. Idéntica tensión persiste hoy en muchos campos intelectuales, religiosos y políticos, donde la tolerancia no es parte del reconocimiento recíproco. Principalmente, la tensión se incrementa cada año en el campo cultural, en donde todas las tradiciones, todos los manifiestos éticos y morales, todas las buenas intenciones son convertidas en tristes mercancías: también Jánuca, también la Navidad... recordemos que Santa Klaus vestía de azul, rojo y verde y que una compañía de gaseosas lo convirtió en lo que es... hace pensar en las remeras con el rostro del Che...
La nena se levanta de la siesta, mi tiempo se acabó, muchas felicidades a casi todo el mundo y si no escribo nada más que tengan casi TODOS y casi TODAS un feliz año 2013. ¿Por qué “casi”? Porque algunos siguen prefiriendo las ganancias a la justicia, la codicia a la solidaridad, el interés egocéntrico a la tolerancia y el prejuicio a la reflexión... a ellos les deseo un cambio de consciencia... pero eso duele y no hace feliz, de modo que desearles felicidad es un contrasentido, me parece.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Artilugios de almíbar y alambre (el Spot):

Nadie lo estaba esperando. 
Pero llegó. 
No quiero rogar, pero imaginen a quien les escribe sentadito y con carita de ilusión, esperando que ustedes lo ayuden a cumplir con un pequeño sueño... y es Gratis. 
Tómense un ratito y vean el Spot de Artilugios de almíbar y alambre. 
¿Qué es? No les quiero arruinar la sorpresa. Está hecho en casa (y se nota).
La presentación dura un minuto apenas y espera convencerlos para que compartan ese sueño conmigo y que me ayuden a compartirlo con otros, otras y otres... 
Visiten:


Descarguen la presentación y listo, ya se van a enterar de todo... y si no... ya van a ver... ¡ustedes se lo pierden!

lunes, 5 de noviembre de 2012

Cosas de no creer: la sociología te ayuda a escribir tu poema de amor


Probablemente porque en mis clases tiendo a exagerar los alcances de la disciplina que amo –como le ocurre a todo enamorado que describe las virtudes del sujeto/objeto de su amor– recibí una consulta de  J. L. M., estudiante que piensa arruinar su existencia futura estudiando derecho; esta consulta que me dejó cierta inquietud.
En la película Yo Robot, dirigida por Alex Proyas, protagonizada por Will Smith y basada en un relato de Isaac Asimov, el protagonista humano interpela a su partenaire robótico con aspereza (el contexto es adecuado, pues implica un presunto homicidio): “–¿Puede un robot hacer una hermosa obra de arte?”. La respuesta del robot es igualmente dura, y tiene como objeto situar todo el relato en la tensión que existe porque existe la duda del lugar en donde se esconde el genio humano, el duende, el misterio de la creatividad: “–¿Puede hacerla usted?”.
Comprometidos emocionalmente (sí, ese robot demuestra poseer emociones, o algo muy parecido a ellas) ambos protagonistas confunden la pregunta. Porque la cuestión no es quien puede crear una obra de arte, sino quien puede apreciar (en el amplio sentido de percibir y sentir) la realidad, recortar parte de la realidad y sentir el impacto que produce en el propio ser en tanto hecho no solamente material, sino comunicativo a la vez, sin que tenga importancia en este caso (al contrario de lo que ocurre con las ideas) la claridad y la distinción del fenómeno. En este sentido, el hecho o proceso estético no es claro ni distinto, aun cuando su producción lo sea. Terrible dato que nos acecha cuando recordamos que el sentimiento moral es principalmente un hecho estético, y no meramente ético.
Con ese pensamiento enfrenté la consulta de si la sociología es capaz de ayudar a componer un poema de amor. En la consulta original se denomina al poema como “canción”, pero el caso es que se refiere al texto, al componente verbal y no a la entidad musical. Tiendo a asumir en ocasiones que incluso la gente que canta canciones en la ducha y llora con una letra muy querida mientras aniquila atonalmente la melodía aleja de sí el término poesía. Muy bien, ese es su problema, aquí no debemos temerle a las palabras, aunque sin duda la palabra”poema” debe ser de las más peligrosas o temibles de la lengua castellana.
Tal vez la poesía como objeto de pensamiento todavía se guarde del mundo tras un manto de sacralidad que pocas ideas tienen, y la gente se sienta “profana” en su presencia, y descargue su nerviosismo con una sonrisa torcida o una risita algo tonta, para no profanar precisamente la sacralidad percibida en el concepto algo vago de poesía. Ciertamente que esa vaguedad es constitutiva de las cosas sagradas, pues de lo contrario se apegan demasiado al ser-aquí del mundo, a su tosca materialidad, quedando des-encantadas e inútiles como espacios trascendentales. Si algo puede ser precisamente definido por un hablante, puede tenerse la seguridad de que ya no es considerado sagrado por el locutor, ya que la precisión del acto de habla lo delata: el miedo y el desconcierto han sido matados por la literalidad y la exhaustividad.
Porque una siempre mata lo que ama” aseguraba Wilde con razón en su Balada de la Prisión de Reading debo ingresar en ese terreno que es sagrado también para mí, es decir, que en el terreno psicológico encierra los terrores del tabú y las promesas del tótem: el miedo a la castración (la muerte en vida, o muerte con consciencia) y el desplazamiento del placer sexual (la realización del goce que, inmediatamente, se reconvierte en displacer, en agudo y agresivo displacer). Yo no me engaño al escribir: cada texto escrito es una serie de miedos desplazados y de coitos postergados. No hay vergüenza en ello, pues lo mismo puede decirse de buena parte de las actividades humanas, y al menos el poema se reviste del esfuerzo necesario para intentar la trascendencia que, lamento reconocerlo, nunca logrará en el sujeto que lo trae a la realidad, pues este ser subjetivo es en el poema sujeto de la ideología, de su tiempo, de su contexto histórico, de ese entorno que ha conferido forma a sus pensamientos en un espacio (el comunicativo) en el cual la forma es prácticamente más que el contenido.
En efecto: la forma del discurso representa socialmente mucho más que el mero gasto energético dispensado en su creación. En esto no hay misterio ni sorpresa, pues el acto discursivo es trabajo humano y no mero cumplimiento del primer principio de la termodinámica. Carl Sagan decía en su obra televisiva Cosmos que somos materia estelar. Lo decía poéticamente, como si los miserables humanos debiéramos sentirnos agradecidos por ser polvo de estrellas. Su ciencia de la naturaleza lo confundía: en todo caso, las estrellas debieran agradecer que su materia pudiera en el azar cósmico alcanzar esta complejidad propia únicamente de los componentes autoconscientes de sistemas históricos. Las estrellas no pueden componer poemas; nosotros (y quizás nuestros robots futuros) podemos, en cambio, percibirlas poéticamente, hacerlas discurso poético. Y podemos hacerlo porque somos parte de una serie histórica de capacidades sociales subjetivamente incorporadas. Así E quindi uscimmo a riveder le stelle (Dante, Comedia, Infierno, Canto XXXIV, verso 139), salimos para redescubrir las estrellas desde nuestro empotramiento histórico y las hacemos brillar en nuestro discurso.
No hay problema, entonces, en este contexto: la sociología puede ayudarnos a comprender los poemas de amor. ¡Un momento! No era esa la pregunta. La consulta era otra: ¿la sociología es capaz de ayudar a componer un poema de amor? Sí, el problema es otro, el problema no es explicar la aparición del poema, el problema es responder acerca de su objeto, de su meta, y de la capacidad de los conceptos sociológicos para aumentar la eficacia en la construcción de los elementos internos del poema para que éste sea eficaz.
Es lo mismo que preguntar si la sociología puede ayudar a construir un dios. La respuesta es la misma para la poesía y para dios: sí, la sociología puede ayudar a construirlos, pero sus elementos no pueden, por si mismos, asegurar su eficacia. La sociología más elemental nos dirá, por ejemplo, que el discurso teológico no puede adolecer de infinitas contradicciones en cada página de cada texto sagrado porque debe cumplir con eficacia su tarea en la integración y la cohesión social. Pero, al mismo tiempo, sabemos que ciertas contradicciones serán inevitables y necesarias. Serán necesarias para que el dios resultante sea sagrado, y no un mero primer motor (L´amor che move il sole e le altri stelle) explicable como una maquinaria celeste; serán inevitables porque serán resultado de procesos sociales de lucha y conflicto. Como descubrimiento anexo habrá que destacar la inevitable aproximación de la teología a la poética, pues sólo en este ámbito es posible construir conceptos potencialmente dinámicos.
Otro problema consiste en descubrir el verdadero objetivo del poema: consiste en hacer algo hermoso por sí mismo o, en el caso de un poema de amor (no romántico, de amor), una especie de conjuro capaz de enamorar. O ambos, quizá. No prejuzguemos. Sería fácil decir que el poema no sirve para enamorar, pero a eso podría responderse que no se ha probado con poemas suficientemente buenos, o que han fallado otros elementos del contexto.
En cualquier caso, retomaremos una de nuestras ideas del inicio. Si la sociología es útil para la creación poética, lo será porque es capaz de habilitar la incorporación de elementos que conviertan al objeto/sujeto del amor declarado en un auditorio positivamente receptivo del contenido del poema. Es decir, si hay un campo en el cual la sociología es capaz de contribuir a incrementar la eficacia del poema este es en el aspecto de permitir crear un perfil de la persona-auditorio. Para ello contamos con las herramientas más sencillas del reconocimiento del sujeto a través de su posición en la estructura social, que indicarán probabilísticamente sus gustos y preferencias.
En otro aspecto, la sociología puede aproximar elementos argumentativos al poema, tendientes a conseguir un objetivo. Repasemos, por ejemplo, fragmentos del excelente “To his coy mistress” de Marvell. Comienza diciendo en primera persona a su pretendida que: “Si hubiera mundo y tiempo suficientes tu esquivez, mi señora, aceptaría” hasta tal punto que la eternidad pasaría lenta junto a un monumento quieto de ese amor pues sostiene que “te amaría desde diez años antes del Diluvio y, si quisieras, podrías rechazarme hasta la conversión de los judíos”. Sin embargo, la evidencia de la muerte no permite estos devaneos, esta esquivez que es explícitamente sexual porque “A mis espaldas oigo siempre el carro alado del tiempo que se acerca de prisa” y, en consecuencia, “la tumba es un lugar íntimo y bueno, pero creo que allí nadie se abraza”. Por lo tanto (el romanticismo de Marvell es clásicamente racionalista): “mientras sea tu piel joven, y viva en ella un matinal rocío” debemos “devorar el tiempo como amorosas aves de presa” y nunca “languidecer entre sus lentas fauces”. El remate del poema es tan bueno que no pienso destrozarlo aquí.
Astutamente, Marvell recurre a la razón pero, más profundamente, a lo inevitablemente sexual de la condición humana. Aun más profundamente todavía, no intenta seducir con el obvio placer sexual inmediato, sino con el miedo a la muerte y a sus hermanas menores: la vejez, la desdicha, la soledad, el desamor. No tengo idea de si esta esquiva dama finalmente rodó con él en una sola esfera con toda su dulzura y toda su fuerza, pero sí sé que el resultado de los deseos de Andrew constituye una joya literaria.
Hay quienes recurren a sentimientos más próximos, más cotidianos, y sus poemas terminan siendo declaraciones amorosas teñidas de lástima: “Pero yo, siendo humilde, sólo tengo mis sueños y he dejado esos sueños tendidos a tus pies. Camina suavemente: cuando pisas, vas pisando mis sueños”. El auditorio auténtico tal vez no desearía amar a un hombre que se arrastra a sus pies (y es una habilidad sociológica registrar el contexto) pero la ejecución de Yeats (Cloths of heaven) es tan buena que la idea casi se desvanece. Algo similar ocurre con el poema de amor que encuentra su inspiración última en el abandono, en el rencor, en el fin del amor: “Pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido... ¡Desengáñate! ¡Así no te querrán!”. A nuestros oídos contemporáneos, la idea de “soy lo menos malo para ti” no es muy convincente tal vez. No obstante, el tríptico de difíciles madrigales desencadenantes que dibuja Becquer con sus nostálgicas (oscuras) golondrinas es una obra maestra para aquel a quien solo le queda el goce de estar triste (v. Borges “1964” en El otro, el mismo). Las golondrinas tienen el lomo oscuro, es cierto, pero el pecho oscila entre el blanco y el amarillo y, de hecho, cuando vuelan tienden a verse claras. En mi opinión, sin embargo, la fuerza expresiva de este poema está en su estrofa central, cuando habla nuevamente con nostalgia, de las madreselvas “cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día”.
La razón ocupa un espacio que, a pesar de confundirse en primera instancia con el terreno psicológico, es eminentemente sociológico. La referencia como recuerdo compartido (“mirábamos temblar”) es más importante que el símil “como lágrimas del día”. Es algo más, es acción social; es una amortiguada esperanza de reacción a partir de la nostalgia del otro y genera lo que considero es el elemento más importante en un poema de amor: la sensación de intimidad.
La intimidad no es solamente la memoria de la desvergüenza ante la desnudez que acostumbra seguir a un satisfactorio encuentro sexual: Oh Mía!, ¡oh Mía! Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte, fundiendo dos bronces. Yo, triste; tú triste... ¿No has de ser, entonces, Mía hasta la muerte?” (R. Darío, Mía) (hay mucho de eso, pero no es todo); la intimidad es la posibilidad de crear empatía y la posibilidad de una vida compartida. La intimidad es el referente social del amor porque es el único antídoto inventado por la humanidad (la humanidad, digo, no el hombre) contra la soledad (otra forma de muerte en vida, como la castración). Esta idea tiene también reflejos religiosos (“No estás sólo si dios anda contigo”) y en esto no hay nada sorprendente. La intimidad crea un espacio sagrado en donde el yo aislado deja de existir para ser un yo compartido con otro (en un mundo menos grotesco que el nuestro, tal vez con varios, incluso con muchos). La intimidad puede ser homicida, pero es indispensable. Como expresó Storni en su Romance de la Venganza (Ocre, 1925): “Lo até con mi cabellera Y dominé su furor. Ya maniatado le dije: –Pájaros matasteis vos, Y voy a tomar venganza Ahora que mío sois... Más no lo maté con armas, Le di una muerte peor: ¡Lo besé tan dulcemente Que le partí el corazón!”. Puede ser retratada de las más diversas maneras, incluso explotando el aspecto meramente físico, ya que nunca será, en realidad, meramente físico: “A veces cierro mis ojos y toco leve tu mano, leve toque que comprueba su forma, que tienta su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.” (Aleixandre, Mano entregada). Como nota al margen: la edad nos cambia. No me causaba placer ninguno leer a Aleixandre, hoy no entinedo la poesía sin “La destrucción o el amor”, qué cosa.
Otro ejemplo. Hay un verso de Borges que, al mismo tiempo, admiro y detesto: “Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño”. Creo que fácilmente se me perdonará la contradicción. ¡Qué tensión ética!  (Para Borges, no para mí, la virginidad no es una virtud en mi aparato ideológico, esperemos a ver qué pasa cuando crezca mi hija): la intimidad en este texto está dada por la consumación del acto sexual, pero inmediatamente esa pequeña muerte que es el sueño debe reparar el daño pecaminoso hecho por el sexo, es una intimidad necesariamente triste.  En otras ocasiones, la intimidad puede mostrarse como un conocimiento exhaustivo del otro, un agotamiento descriptivo que va bien con la enumeración y el verso explosivo y creativo: “Mi mujer de nalgas de espalda de cisne/ Mi mujer de nalgas de primavera / De sexo gladiolo / Mi mujer de sexo de yacimiento aurífero y de ornitorrinco / Mi mujer de sexo de alga y de bombones antiguos / Mi mujer de sexo de espejo / Mi mujer de ojos llenos de lágrimas” (A. Bretón, Unión libre). Esta intimidad es más querible, más agridulce, mucho más cotidiana y realista, aunque la enumeración no es narrativa.
Las expectativas recíprocas y la comunidad en la persecución de un objetivo, eso es lo que muestra la intimidad como evento poético, y eso es lo que debe mostrar el poema de amor. La gran pregunta es si es posible crear el poema ex ante, una promesa de intimidad satisfactoria, incluso necesaria. El poema de Marvell sugiere que es una vía legítima para intentar escabullirse en la cama de la persona amada, pero no seremos tan tontos como para confundir enamoramiento con amor. En este sentido, el poema sólo será útil ex post o, en el mejor de los casos, en la etapa de transición entre el enamoramiento (una experiencia subjetiva) y el amor como experiencia compartida.
Pero queda un matiz más. El más importante. El poema como expresión del ser fuera del ser. Ah, sí. Cuando se ha terminado de escribir honestamente un poema no hay mejor medio de auto-conocimiento, si se lo analiza correctamente, inmisericordemente, respecto del amor. Porque todo poema es el resumen conceptual de un momento anímico, precisamente porque depende del doble contexto social y psíquico que aqueja a todo ser humano.  Ahí quedamos, en un plural mayestático válido: expuestas las tripas de nuestros sentimientos.
De modo que aquí está la verdadera piedra filosofal, es decir, la roca sociological del poema de amor. No creo que sea posible para el común de los mortales conquistar un ser amado solo por efecto de una pulida escritura (es más probable espantarlo, a menos que ese otro tenga una imagen muy positiva ya formada). Pero si es posible reconocerse en el propio texto, verificar si existe en el concepto de amor que estamos viviendo (oh, sí, amiguitos, los poemas son expresiones de conceptos que se viven, resultados del doble proceso psico-social) el principio de creación de intimidad, como comunión, como compañerismo, como combate contra la soledad y la tristeza que nos da el ser-aquí ante la necesidad última del no-ser-en –ninguna-parte.
Si escribimos un poema de amor y solo somos capaces de describir ojos como el cielo y pensamientos como nubes, estamos acabados (y nos quedaremos sin acabar): la intimidad requiere tener más a mano un pene o una teta, aunque nada nos obliga a tratar con falta de delicadeza la situación. Aprendamos: “Desnuda y adherida a tu desnudez. Mis pechos como hielos recién cortados, en el agua plana de tu pecho. Mis hombros abiertos bajo tus hombros. Y tú, flotante en mi desnudez.” (Carmen Conde, Hallazgo) o, si no, “Te esperaré desnuda. Seis túnicas de luz resbalando ante ti deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.”(Ernestina de Champourcin). No las conozco y no puedo imaginarme que no sean hermosas.
Al escribir un poema, como al pensar un argumento o construir una conjetura científica, no debemos (en el fondo no podemos) aniquilar el deseo: debemos procesarlo como parte de nuestra condición humana y transmitirlo como un compromiso con la intimidad. Nada es gratis: no podemos mentir. Sea que escribamos nuestros propios versos o usemos los de otros si los necesitamos (véase la película “il postino”) para reflejar lo que nos ocurre o muy pronto las furias se alzarán en nuestra contra.
Alguien podrá destacar con acierto que las reflexiones previas son falaces en su propio recorrido: también la intimidad depende del contexto histórico y social en el que se desarrollen las relaciones humanas. No tengo que decir que esto es verdad. Es verdad. Pero es igualmente cierto que me han preguntado si la sociología puede ayudar a escribir una canción de amor, y este es un problema de este contexto, de este tiempo. Es bastante evidente que no habría tenido sentido planteárselo a Garcilaso de Vega cuando escribió el Soneto V...
No obstante, comparemos. En ese soneto Garcilaso esconde su amor (”tan solo que aun de vos me guardo en esto”) pero conserva la relación de intimidad: “Escrito está en mi alma vuestro gesto, y cuanto yo escribir de vos deseo; vos sola lo escribisteis, yo lo leo...”. En cambio, el justamente célebre soneto de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte” carece de este atributo. Y es que es diferente: este segundo, cuya ejecución es tan destacable, no es un poema de amor, es un poema sobre el amor, propio de una época en la cual la poesía era todavía vehículo aceptado para la filosofía.  Pero, ¿puede un poema ser ambas cosas? Creo que en un texto más largo es perfectamente posible, como ocurre en las Coplas a la muerte de su padre, de Manrique, o en la Oda a Francisco de Salinas, de Fray Luis de León. ¿Qué estos no son poemas de amor? ¡Ay, por favor!

martes, 16 de octubre de 2012

Si eres ateo... Dios te ama


–Che, tengo una duda.
Así le dije a Dios la mañana del primer día del año nuevo judío 5773, muy temprano, cuando me raptó para tomar unos mates.
Sin ningún tipo de preaviso, me veo parado en el borde de un precipicio y con un tipo muy parecido a mí sentado al lado. Las piernas colgando, la panza peluda al viento y chupando de una bombilla de caña. Sin mirarme, estiró el brazo para ofrecerme el mate y diciendo:
–No necesita recargar el agua, la yerba no se lava, la bombilla no se tapa. Lo llamo el “Mate Milagroso”.
–Me parece que “Mate Mágico” suena mejor para el mercadeo y la publicidad estática.
–Cosa terrible sería que los milagros se convirtieran también en mercancía.
Nos reímos amargamente los dos para adentro de cada uno, porque sabemos muy bien que eso de que los milagros se convierten en mercancías ya pasó hace rato y sigue pasando. Me sentí bien con esa risa interior, porque sé que provenía de mi mismo, y no de Dios, ocupado en disfrutar la suya.
–Es como dice el turco Pamuk, ¿no? –Le comenté unos segundos después– La amargura es uno de los males más creativos y dispuestos para el disfrute.
Eso nos provocó una nueva risa interior, porque la relación imperdible se establecía por la homonimia entre esa sensación creadora y disfrutable de la amargura, como sensación y como construcción sensible, y el sabor del mate que sustenta sus cualidades en el sabor amargo característico. Así que disfrutamos un momento de ese milagro que es la compañía de un amigo y terminé por sentarme a su lado, sabiendo que era lo que los dos necesitábamos. Parece increíble que lo que menos me llamara la atención fuera el paisaje espléndido de la cordillera de los Andes, en un punto que, podía suponer por la relación altura-temperatura, se hallaría entre Ecuador y Colombia. Todo era nubes grises y fulgor de nieve bajo un cielo de plomo y dientes irregulares de granito. Nosotros vislumbrábamos el espacio desde una escarpadura inaccesible. Recordé a Borges en una de sus famosas citas falsas ideadas para mostrar un sutil oxímoron: “los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer”, que atribuye al igualmente ficticio Nils Rüneberg, académico de la innegable Lund. Hacía frío. Yo sentía el frío. Pero todo estaba dispuesto para que ese frío no me dañara y que yo disfrutara la sensación. Dios no reprimió su satisfacción por mi satisfacción contenida.
–No te podés quejar, te traje a un lugar con aire fresco y puro...
–Y escaso de oxígeno... estamos a...
–Cinco mil setecientos setenta y tres metros sobre el nivel del mar.
Lo he dicho muchas veces, la pasarán muy mal aquellos que crean que Dios no tiene sentido del humor. Todo chiste de Dios es una invitación para la reflexión. Porque viniendo de él esa ruptura forzada simbólicamente con la realidad es una vocación de reajuste de todo el cosmos, perversa o no, como puede muy bien leerse en Freud (aunque también puede leerse muy bien otra cosa). Así que nos pasamos unos mates y, finalmente, le dije:
–Che, tengo una duda.
–Contame.
–Como ateo que soy, elijo una de dos opciones: vos existís o no existís. Mejor dicho, elijo pensar que existís no como una fuerza preternatural sino como una respuesta cultural a problemas humanos planteados en el campo simbólico e ideológico...
–Ustedes los sociólogos son unos hijos de puta...
–Bueno. Te digo: elijo esa opción, que te niega en el espacio del creyente.
–Sí ¿Y?
–Suponé por un momento que estoy equivocado.
–Me estás pidiendo que suponga “por un momento” que yo mismo existo.
–Eso mismo. Sí, ya sé como suena, pero seguime la corriente.
–Dale.
–Una vez planteada la suposición de la real existencia de Dios, hay dos alternativas: o yo soy producto emergente de una serie fortuita de acontecimientos en el cosmos, acontecimientos que pueden ser independientes de tu existencia, adyacentes a vos, por decirlo así o, por el contrario, existo por tu voluntad, al igual que el resto del cosmos y, en este sentido, soy parte de un diseño, de un plan, de un proyecto y, considerados “los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer” es poco probable que yo pueda ser un imprevisto dentro de un plan.
–Pude haber hecho un diseño con componentes aleatorios, como divertimento emergente.
–Es el viejo dilema sin solución: ¿puede un ser omnipotente reducir voluntariamente su omnipotencia?
–Sí. Admito que es un caso difícil de pensar.
–Claro. Admitiendo la lógica formal, lo cual no es indispensable en lo absoluto.
–Estás hablando de...
–... la fe, por supuesto. Puede existir la simple fe, dispuesta a aceptar todo tipo de contradicciones con las normas conocidas y aceptadas en nombre de la omnipotencia divina: lógica que falla, viajes instantáneos, atmósferas condicionadas al gusto particular del huésped, yerba que no se lava nunca...
–Te sigo.
–Bueno. El hecho es que la primera opción es poco probable también. Es difícil pensar un universo adyacente a un ser omnipotente, un universo en el cual Dios (en número y género variables) fuera sólo una tangente.
–Sí, también es difícil.
–Por lo tanto, en este juego, se me presenta la duda. Dentro de la probabilidad más grande, es decir, en donde soy parte de un diseño cósmico: ¿Por qué Dios –incluso un Dios que creara dioses y universos con dioses– proyectaría la existencia de los ateos? Es decir, tampoco es evidente por qué proyectaría la existencia de los creyentes, si no es porque Dios es un ególatra precisado de alabanzas sin fin en el cielo y en la tierra. Pero, una vez que se verifica la existencia de los creyentes, no se comprende la existencia de los ateos.
–Está la cuestión del libre albedrío...
–Sí, pero en cualquier caso las opciones “libres” debieron ser previstas por el diseñador omnisciente. En el mejor de los casos, si soy un agente libre, lo soy dentro de un plan con opciones limitadas en este sentido, y en donde el diseñador sabría de antemano que opción tomaría yo en particular. Y me fue permitida la opción de no creer en su existencia, de carecer de fe. Dios elige diseñar un mundo en el cual no está presente de manera evidente para todos, un mundo en donde la duda no es imposible, en la medida en que no es ilógica, lo cual me lleva a plantearme el problema central: ¿Para qué fuimos creados los ateos? ¿Qué función cumplimos en el diseño cósmico?
–Sí que parece un problema difícil, sí.
–Así que tengo esta duda.
–Y querés que yo te de mi respuesta, vos, un simple humano poco agraciado, querés que te devele el más recóndito secreto de la divinidad.
–Si no es mucha molestia, por favor.
–No, no hay problema. Dame un segundo.
Acomodó sus patitas para balancearlas cómodamente y entonces Dios me dijo así:
–La cuestión está en la adecuación del hombre a la historia. Sí el diseño fuera simbólicamente estático, como en los universos donde no hay seres conscientes de sí, sino relaciones de causalidad a partir de un primer motor –ese soy yo– y de unas estructuras sin capacidad de adaptación simbólica y de reformulación del entorno y de sí mismos –esos son ustedes, las personas– entonces no harían falta creyentes o ateos. Sin embargo, el movimiento previsto en la historia, el cambio en las sociedades humanas, requería tanto de elementos conservadores como de elementos críticos y renovadores, como para mantener una tensión entre lo que debe continuar y lo que finalmente debe cambiar. Aun incorporando tesis como la reencarnación progresiva, las relaciones ideológicas y políticas en el mundo debían gestionarse de alguna manera, y eso no funciona bien si no hay quien ponga a prueba las concepciones aceptadas y establecidas.
–Parece un tema de Platón, o de la trinidad hindú.
–Es que Trimurti es una de las mejores respuestas a la cuestión, como entrevió Nietzsche: Si hay un Brahma histórico creador, necesariamente hay un Shiva destructor y un Visnú conservador-restaurador.
–Dejando al margen la  perturbadora imagen de un Dios nietzschiano, ¿Por qué no fundar la renovación dentro de la creencia?  
–Vos mismo lo respondiste cuando empezaste esta conversación: el secreto está en la duda, en la capacidad de dudar de la creencia. En este diseño evolutivo, la imperfección de la fe es una necesidad.
–¿Y esto por qué? Eso hace un mundo simbólico y afectivo inestable, siempre imperfecto.
Dios suspiró. Su panza con petequias similares a las mías subió y bajó un par de veces, luego subió y bajo con otro ritmo. Sin señalar me mostró el espacio circundante, en donde no había nada humano y, para mis capacidades de observación, tampoco nada artificial, nada animal, nada vegetal.
–Te gusta.
–Claro que me gusta.
–A mí también me gusta, me gustan estos mundos... pero no puedo amarlos de la misma manera que amo el mundo histórico que ustedes crean con sus contradicciones, en las cuales las dudas de los ateos tienen un papel previsto, pero no menos indispensable. Todo  creyente puede dudar de mí, incluso odiarme por mi malevolencia o mi injusticia –aunque odiarme es creer en mí–, pero solamente ustedes, mis amados ateos, son los defensores de última instancia del proyecto, los que dan movimiento y vida al plan con su duda absoluta: la creencia de que no existe el plan. El creyente es el lugar en donde Dios vive; el ateo es el lugar en donde dios se esconde, en donde descansa, en donde crea los cambios del mundo... el ateo es donde dios no es solo un planificador, sino también un artista.
–No debemos estar haciéndolo muy bien, considerando el estado de la historia y del mundo.
Estiró una vez más el brazo en mi dirección, como demostración de que la conversación había terminado:
–¡Bebe de mi Mate Mágico y vivirás para siempre!
–No. Gracias. Estoy bien Así.
–¿Te aclaré tu duda?
–La verdad...no.
–Pero sabes que te quiero a pesar de ser un condenado apóstata...
–No soy creyente, no hay apostasía en mí: no reniego de tu existencia, simplemente la niego.
–¡Pero si es por eso que los quiero tanto!
–Habrá entonces un paraíso para aquellos fieles ateos, espero...
Le dije esta última frase mirando con atención su cara mal afeitada de mirada soñadora. No puedo decir que su expresión me haya dejado demasiado tranquilo... pero por lo menos aceptó la sugerencia de que "Mate Milagroso" no era bueno para la publicidad.