martes, 16 de octubre de 2012

Si eres ateo... Dios te ama


–Che, tengo una duda.
Así le dije a Dios la mañana del primer día del año nuevo judío 5773, muy temprano, cuando me raptó para tomar unos mates.
Sin ningún tipo de preaviso, me veo parado en el borde de un precipicio y con un tipo muy parecido a mí sentado al lado. Las piernas colgando, la panza peluda al viento y chupando de una bombilla de caña. Sin mirarme, estiró el brazo para ofrecerme el mate y diciendo:
–No necesita recargar el agua, la yerba no se lava, la bombilla no se tapa. Lo llamo el “Mate Milagroso”.
–Me parece que “Mate Mágico” suena mejor para el mercadeo y la publicidad estática.
–Cosa terrible sería que los milagros se convirtieran también en mercancía.
Nos reímos amargamente los dos para adentro de cada uno, porque sabemos muy bien que eso de que los milagros se convierten en mercancías ya pasó hace rato y sigue pasando. Me sentí bien con esa risa interior, porque sé que provenía de mi mismo, y no de Dios, ocupado en disfrutar la suya.
–Es como dice el turco Pamuk, ¿no? –Le comenté unos segundos después– La amargura es uno de los males más creativos y dispuestos para el disfrute.
Eso nos provocó una nueva risa interior, porque la relación imperdible se establecía por la homonimia entre esa sensación creadora y disfrutable de la amargura, como sensación y como construcción sensible, y el sabor del mate que sustenta sus cualidades en el sabor amargo característico. Así que disfrutamos un momento de ese milagro que es la compañía de un amigo y terminé por sentarme a su lado, sabiendo que era lo que los dos necesitábamos. Parece increíble que lo que menos me llamara la atención fuera el paisaje espléndido de la cordillera de los Andes, en un punto que, podía suponer por la relación altura-temperatura, se hallaría entre Ecuador y Colombia. Todo era nubes grises y fulgor de nieve bajo un cielo de plomo y dientes irregulares de granito. Nosotros vislumbrábamos el espacio desde una escarpadura inaccesible. Recordé a Borges en una de sus famosas citas falsas ideadas para mostrar un sutil oxímoron: “los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer”, que atribuye al igualmente ficticio Nils Rüneberg, académico de la innegable Lund. Hacía frío. Yo sentía el frío. Pero todo estaba dispuesto para que ese frío no me dañara y que yo disfrutara la sensación. Dios no reprimió su satisfacción por mi satisfacción contenida.
–No te podés quejar, te traje a un lugar con aire fresco y puro...
–Y escaso de oxígeno... estamos a...
–Cinco mil setecientos setenta y tres metros sobre el nivel del mar.
Lo he dicho muchas veces, la pasarán muy mal aquellos que crean que Dios no tiene sentido del humor. Todo chiste de Dios es una invitación para la reflexión. Porque viniendo de él esa ruptura forzada simbólicamente con la realidad es una vocación de reajuste de todo el cosmos, perversa o no, como puede muy bien leerse en Freud (aunque también puede leerse muy bien otra cosa). Así que nos pasamos unos mates y, finalmente, le dije:
–Che, tengo una duda.
–Contame.
–Como ateo que soy, elijo una de dos opciones: vos existís o no existís. Mejor dicho, elijo pensar que existís no como una fuerza preternatural sino como una respuesta cultural a problemas humanos planteados en el campo simbólico e ideológico...
–Ustedes los sociólogos son unos hijos de puta...
–Bueno. Te digo: elijo esa opción, que te niega en el espacio del creyente.
–Sí ¿Y?
–Suponé por un momento que estoy equivocado.
–Me estás pidiendo que suponga “por un momento” que yo mismo existo.
–Eso mismo. Sí, ya sé como suena, pero seguime la corriente.
–Dale.
–Una vez planteada la suposición de la real existencia de Dios, hay dos alternativas: o yo soy producto emergente de una serie fortuita de acontecimientos en el cosmos, acontecimientos que pueden ser independientes de tu existencia, adyacentes a vos, por decirlo así o, por el contrario, existo por tu voluntad, al igual que el resto del cosmos y, en este sentido, soy parte de un diseño, de un plan, de un proyecto y, considerados “los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer” es poco probable que yo pueda ser un imprevisto dentro de un plan.
–Pude haber hecho un diseño con componentes aleatorios, como divertimento emergente.
–Es el viejo dilema sin solución: ¿puede un ser omnipotente reducir voluntariamente su omnipotencia?
–Sí. Admito que es un caso difícil de pensar.
–Claro. Admitiendo la lógica formal, lo cual no es indispensable en lo absoluto.
–Estás hablando de...
–... la fe, por supuesto. Puede existir la simple fe, dispuesta a aceptar todo tipo de contradicciones con las normas conocidas y aceptadas en nombre de la omnipotencia divina: lógica que falla, viajes instantáneos, atmósferas condicionadas al gusto particular del huésped, yerba que no se lava nunca...
–Te sigo.
–Bueno. El hecho es que la primera opción es poco probable también. Es difícil pensar un universo adyacente a un ser omnipotente, un universo en el cual Dios (en número y género variables) fuera sólo una tangente.
–Sí, también es difícil.
–Por lo tanto, en este juego, se me presenta la duda. Dentro de la probabilidad más grande, es decir, en donde soy parte de un diseño cósmico: ¿Por qué Dios –incluso un Dios que creara dioses y universos con dioses– proyectaría la existencia de los ateos? Es decir, tampoco es evidente por qué proyectaría la existencia de los creyentes, si no es porque Dios es un ególatra precisado de alabanzas sin fin en el cielo y en la tierra. Pero, una vez que se verifica la existencia de los creyentes, no se comprende la existencia de los ateos.
–Está la cuestión del libre albedrío...
–Sí, pero en cualquier caso las opciones “libres” debieron ser previstas por el diseñador omnisciente. En el mejor de los casos, si soy un agente libre, lo soy dentro de un plan con opciones limitadas en este sentido, y en donde el diseñador sabría de antemano que opción tomaría yo en particular. Y me fue permitida la opción de no creer en su existencia, de carecer de fe. Dios elige diseñar un mundo en el cual no está presente de manera evidente para todos, un mundo en donde la duda no es imposible, en la medida en que no es ilógica, lo cual me lleva a plantearme el problema central: ¿Para qué fuimos creados los ateos? ¿Qué función cumplimos en el diseño cósmico?
–Sí que parece un problema difícil, sí.
–Así que tengo esta duda.
–Y querés que yo te de mi respuesta, vos, un simple humano poco agraciado, querés que te devele el más recóndito secreto de la divinidad.
–Si no es mucha molestia, por favor.
–No, no hay problema. Dame un segundo.
Acomodó sus patitas para balancearlas cómodamente y entonces Dios me dijo así:
–La cuestión está en la adecuación del hombre a la historia. Sí el diseño fuera simbólicamente estático, como en los universos donde no hay seres conscientes de sí, sino relaciones de causalidad a partir de un primer motor –ese soy yo– y de unas estructuras sin capacidad de adaptación simbólica y de reformulación del entorno y de sí mismos –esos son ustedes, las personas– entonces no harían falta creyentes o ateos. Sin embargo, el movimiento previsto en la historia, el cambio en las sociedades humanas, requería tanto de elementos conservadores como de elementos críticos y renovadores, como para mantener una tensión entre lo que debe continuar y lo que finalmente debe cambiar. Aun incorporando tesis como la reencarnación progresiva, las relaciones ideológicas y políticas en el mundo debían gestionarse de alguna manera, y eso no funciona bien si no hay quien ponga a prueba las concepciones aceptadas y establecidas.
–Parece un tema de Platón, o de la trinidad hindú.
–Es que Trimurti es una de las mejores respuestas a la cuestión, como entrevió Nietzsche: Si hay un Brahma histórico creador, necesariamente hay un Shiva destructor y un Visnú conservador-restaurador.
–Dejando al margen la  perturbadora imagen de un Dios nietzschiano, ¿Por qué no fundar la renovación dentro de la creencia?  
–Vos mismo lo respondiste cuando empezaste esta conversación: el secreto está en la duda, en la capacidad de dudar de la creencia. En este diseño evolutivo, la imperfección de la fe es una necesidad.
–¿Y esto por qué? Eso hace un mundo simbólico y afectivo inestable, siempre imperfecto.
Dios suspiró. Su panza con petequias similares a las mías subió y bajó un par de veces, luego subió y bajo con otro ritmo. Sin señalar me mostró el espacio circundante, en donde no había nada humano y, para mis capacidades de observación, tampoco nada artificial, nada animal, nada vegetal.
–Te gusta.
–Claro que me gusta.
–A mí también me gusta, me gustan estos mundos... pero no puedo amarlos de la misma manera que amo el mundo histórico que ustedes crean con sus contradicciones, en las cuales las dudas de los ateos tienen un papel previsto, pero no menos indispensable. Todo  creyente puede dudar de mí, incluso odiarme por mi malevolencia o mi injusticia –aunque odiarme es creer en mí–, pero solamente ustedes, mis amados ateos, son los defensores de última instancia del proyecto, los que dan movimiento y vida al plan con su duda absoluta: la creencia de que no existe el plan. El creyente es el lugar en donde Dios vive; el ateo es el lugar en donde dios se esconde, en donde descansa, en donde crea los cambios del mundo... el ateo es donde dios no es solo un planificador, sino también un artista.
–No debemos estar haciéndolo muy bien, considerando el estado de la historia y del mundo.
Estiró una vez más el brazo en mi dirección, como demostración de que la conversación había terminado:
–¡Bebe de mi Mate Mágico y vivirás para siempre!
–No. Gracias. Estoy bien Así.
–¿Te aclaré tu duda?
–La verdad...no.
–Pero sabes que te quiero a pesar de ser un condenado apóstata...
–No soy creyente, no hay apostasía en mí: no reniego de tu existencia, simplemente la niego.
–¡Pero si es por eso que los quiero tanto!
–Habrá entonces un paraíso para aquellos fieles ateos, espero...
Le dije esta última frase mirando con atención su cara mal afeitada de mirada soñadora. No puedo decir que su expresión me haya dejado demasiado tranquilo... pero por lo menos aceptó la sugerencia de que "Mate Milagroso" no era bueno para la publicidad.