–Che, tengo
una duda.
Así le dije a
Dios la mañana del primer día del año nuevo judío 5773, muy temprano, cuando me
raptó para tomar unos mates.
Sin ningún
tipo de preaviso, me veo parado en el borde de un precipicio y con un tipo muy
parecido a mí sentado al lado. Las piernas colgando, la panza peluda al viento
y chupando de una bombilla de caña. Sin mirarme, estiró el brazo para ofrecerme
el mate y diciendo:
–No necesita
recargar el agua, la yerba no se lava, la bombilla no se tapa. Lo llamo el “Mate
Milagroso”.
–Me parece que
“Mate Mágico” suena mejor para el mercadeo y la publicidad estática.
–Cosa terrible
sería que los milagros se convirtieran también en mercancía.
Nos reímos
amargamente los dos para adentro de cada uno, porque sabemos muy bien que eso
de que los milagros se convierten en mercancías ya pasó hace rato y sigue
pasando. Me sentí bien con esa risa interior, porque sé que provenía de mi
mismo, y no de Dios, ocupado en disfrutar la suya.
–Es como dice el
turco Pamuk, ¿no? –Le comenté unos segundos después– La amargura es uno de los
males más creativos y dispuestos para el disfrute.
Eso nos
provocó una nueva risa interior, porque la relación imperdible se establecía por
la homonimia entre esa sensación creadora y disfrutable de la amargura, como
sensación y como construcción sensible, y el sabor del mate que sustenta sus
cualidades en el sabor amargo característico. Así que disfrutamos un momento de
ese milagro que es la compañía de un amigo y terminé por sentarme a su lado,
sabiendo que era lo que los dos necesitábamos. Parece increíble que lo que
menos me llamara la atención fuera el paisaje espléndido de la cordillera de
los Andes, en un punto que, podía suponer por la relación altura-temperatura,
se hallaría entre Ecuador y Colombia. Todo era nubes grises y fulgor de nieve
bajo un cielo de plomo y dientes irregulares de granito. Nosotros
vislumbrábamos el espacio desde una escarpadura inaccesible. Recordé a Borges
en una de sus famosas citas falsas ideadas para mostrar un sutil oxímoron: “los considerables recursos que la
Omnipotencia puede ofrecer”, que atribuye al igualmente ficticio Nils Rüneberg,
académico de la innegable Lund. Hacía frío. Yo sentía el frío. Pero todo estaba
dispuesto para que ese frío no me dañara y que yo disfrutara la sensación. Dios
no reprimió su satisfacción por mi satisfacción contenida.
–No te podés
quejar, te traje a un lugar con aire fresco y puro...
–Y escaso de
oxígeno... estamos a...
–Cinco mil
setecientos setenta y tres metros sobre el nivel del mar.
Lo he dicho
muchas veces, la pasarán muy mal aquellos que crean que Dios no tiene sentido
del humor. Todo chiste de Dios es una invitación para la reflexión. Porque
viniendo de él esa ruptura forzada simbólicamente con la realidad es una
vocación de reajuste de todo el cosmos, perversa o no, como puede muy bien
leerse en Freud (aunque también puede leerse muy bien otra cosa). Así que nos
pasamos unos mates y, finalmente, le dije:
–Che, tengo
una duda.
–Contame.
–Como ateo que
soy, elijo una de dos opciones: vos existís o no existís. Mejor dicho, elijo
pensar que existís no como una fuerza preternatural sino como una respuesta
cultural a problemas humanos planteados en el campo simbólico e ideológico...
–Ustedes los
sociólogos son unos hijos de puta...
–Bueno. Te
digo: elijo esa opción, que te niega en el espacio del creyente.
–Sí ¿Y?
–Suponé por un
momento que estoy equivocado.
–Me estás
pidiendo que suponga “por un momento” que yo mismo existo.
–Eso mismo.
Sí, ya sé como suena, pero seguime la corriente.
–Dale.
–Una vez
planteada la suposición de la real existencia de Dios, hay dos alternativas: o
yo soy producto emergente de una serie fortuita de acontecimientos en el
cosmos, acontecimientos que pueden ser independientes de tu existencia,
adyacentes a vos, por decirlo así o, por el contrario, existo por tu voluntad,
al igual que el resto del cosmos y, en este sentido, soy parte de un diseño, de
un plan, de un proyecto y, considerados “los
considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer” es poco probable
que yo pueda ser un imprevisto dentro de un plan.
–Pude haber
hecho un diseño con componentes aleatorios, como divertimento emergente.
–Es el viejo
dilema sin solución: ¿puede un ser omnipotente reducir voluntariamente su
omnipotencia?
–Sí. Admito
que es un caso difícil de pensar.
–Claro.
Admitiendo la lógica formal, lo cual no es indispensable en lo absoluto.
–Estás
hablando de...
–... la fe,
por supuesto. Puede existir la simple fe, dispuesta a aceptar todo tipo de
contradicciones con las normas conocidas y aceptadas en nombre de la
omnipotencia divina: lógica que falla, viajes instantáneos, atmósferas
condicionadas al gusto particular del huésped, yerba que no se lava nunca...
–Te sigo.
–Bueno. El
hecho es que la primera opción es poco probable también. Es difícil pensar un
universo adyacente a un ser omnipotente, un universo en el cual Dios (en número
y género variables) fuera sólo una tangente.
–Sí, también
es difícil.
–Por lo tanto,
en este juego, se me presenta la duda. Dentro de la probabilidad más grande, es
decir, en donde soy parte de un diseño cósmico: ¿Por qué Dios –incluso un Dios
que creara dioses y universos con dioses– proyectaría la existencia de los
ateos? Es decir, tampoco es evidente por qué proyectaría la existencia de los
creyentes, si no es porque Dios es un ególatra precisado de alabanzas sin fin
en el cielo y en la tierra. Pero, una vez que se verifica la existencia de los
creyentes, no se comprende la existencia de los ateos.
–Está la cuestión
del libre albedrío...
–Sí, pero en
cualquier caso las opciones “libres” debieron ser previstas por el diseñador omnisciente.
En el mejor de los casos, si soy un agente libre, lo soy dentro de un plan con
opciones limitadas en este sentido, y en donde el diseñador sabría de antemano
que opción tomaría yo en particular. Y me fue permitida la opción de no creer
en su existencia, de carecer de fe. Dios elige diseñar un mundo en el cual no
está presente de manera evidente para todos, un mundo en donde la duda no es
imposible, en la medida en que no es ilógica, lo cual me lleva a plantearme el
problema central: ¿Para qué fuimos creados los ateos? ¿Qué función cumplimos en
el diseño cósmico?
–Sí que parece
un problema difícil, sí.
–Así que tengo
esta duda.
–Y querés que
yo te de mi respuesta, vos, un simple humano poco agraciado, querés que te devele
el más recóndito secreto de la divinidad.
–Si no es
mucha molestia, por favor.
–No, no hay problema.
Dame un segundo.
Acomodó sus
patitas para balancearlas cómodamente y entonces Dios me dijo así:
–La cuestión
está en la adecuación del hombre a la historia. Sí el diseño fuera simbólicamente
estático, como en los universos donde no hay seres conscientes de sí, sino
relaciones de causalidad a partir de un primer motor –ese soy yo– y de unas
estructuras sin capacidad de adaptación simbólica y de reformulación del
entorno y de sí mismos –esos son ustedes, las personas– entonces no harían
falta creyentes o ateos. Sin embargo, el movimiento previsto en la historia, el
cambio en las sociedades humanas, requería tanto de elementos conservadores
como de elementos críticos y renovadores, como para mantener una tensión entre
lo que debe continuar y lo que finalmente debe cambiar. Aun incorporando tesis
como la reencarnación progresiva, las relaciones ideológicas y políticas en el
mundo debían gestionarse de alguna manera, y eso no funciona bien si no hay
quien ponga a prueba las concepciones aceptadas y establecidas.
–Parece un
tema de Platón, o de la trinidad hindú.
–Es que
Trimurti es una de las mejores respuestas a la cuestión, como entrevió Nietzsche:
Si hay un Brahma histórico creador, necesariamente hay un Shiva destructor y un
Visnú conservador-restaurador.
–Dejando al
margen la perturbadora imagen de un Dios
nietzschiano, ¿Por qué no fundar la renovación dentro de la creencia?
–Vos mismo lo
respondiste cuando empezaste esta conversación: el secreto está en la duda, en
la capacidad de dudar de la creencia. En este diseño evolutivo, la imperfección
de la fe es una necesidad.
–¿Y esto por
qué? Eso hace un mundo simbólico y afectivo inestable, siempre imperfecto.
Dios suspiró.
Su panza con petequias similares a las mías subió y bajó un par de veces, luego
subió y bajo con otro ritmo. Sin señalar me mostró el espacio circundante, en
donde no había nada humano y, para mis capacidades de observación, tampoco nada
artificial, nada animal, nada vegetal.
–Te gusta.
–Claro que me
gusta.
–A mí también
me gusta, me gustan estos mundos... pero no puedo amarlos de la misma manera
que amo el mundo histórico que ustedes crean con sus contradicciones, en las
cuales las dudas de los ateos tienen un papel previsto, pero no menos
indispensable. Todo creyente puede dudar
de mí, incluso odiarme por mi malevolencia o mi injusticia –aunque odiarme es
creer en mí–, pero solamente ustedes, mis amados ateos, son los defensores de
última instancia del proyecto, los que dan movimiento y vida al plan con su
duda absoluta: la creencia de que no existe el plan. El creyente es el lugar en
donde Dios vive; el ateo es el lugar en donde dios se esconde, en donde
descansa, en donde crea los cambios del mundo... el ateo es donde dios no es
solo un planificador, sino también un artista.
–No debemos
estar haciéndolo muy bien, considerando el estado de la historia y del mundo.
Estiró una vez
más el brazo en mi dirección, como demostración de que la conversación había
terminado:
–¡Bebe de mi
Mate Mágico y vivirás para siempre!
–No. Gracias.
Estoy bien Así.
–¿Te aclaré tu
duda?
–La
verdad...no.
–Pero sabes
que te quiero a pesar de ser un condenado apóstata...
–No soy
creyente, no hay apostasía en mí: no reniego de tu existencia, simplemente la
niego.
–¡Pero si es
por eso que los quiero tanto!
–Habrá entonces
un paraíso para aquellos fieles ateos, espero...
Le dije esta
última frase mirando con atención su cara mal afeitada de mirada soñadora. No
puedo decir que su expresión me haya dejado demasiado tranquilo... pero por lo
menos aceptó la sugerencia de que "Mate Milagroso" no era bueno para la
publicidad.