lunes, 1 de octubre de 2012

La importancia de la historia (homenaje a Eric Hobsbawm)


La muerte de Eric Hobsbawm es de esas que no son fáciles de lamentar, pues es difícil creer que la suya ha sido una vida no vivida en plenitud. Ya que ha muerto a una edad en la que lo normal es estar ya muerto, nada hay que objetar en tanto pérdida para los demás tampoco, pues ha dejado mucho. Estas palabras, claro, se refieren al conocimiento que puede tenerse de un hombre que solo ha sido vivido como referencia y no como experiencia personal. Quienes lo hayan conocido y querido se ocuparán de ese otro espacio. Sin embargo, también la suya ha sido una de esas vidas que se han ganado la Fama, en el sentido clásico de la extensión del ser y de la memoria colectiva a través de sus obras. A diferencia de otras muchas experiencias vitales extendidas a través de la comunicación social, creo que en su caso la Fama es justificada, que realmente clama por su memoria por lo que su memoria vale, y no por lo que la mercadotecnia intente imponer.
En lo personal, le debo a este historiador algo más que conocimiento histórico: le debo la importancia del descubrimiento, como experiencia personal de mis años de estudiante, de la diferencia entre el mero conocimiento de la historia y su comprensión. Entiéndase bien: el marxismo, a mí como a él, ya me había demostrado la importancia del conocimiento histórico, y más aún lo había hecho en mi caso la sociología de Max Weber. Pero Hobsbawm me enseñó que sólo la comprensión de los relatos históricos que tenemos y que usamos como contexto de nuestras hipótesis, con las que encaramos, a su vez, la construcción de nuestros datos empíricos, nos permite criticar ese contexto, de tal manera que seamos capaces de construir nuestro propio relato histórico-analítico sobre la realidad que nos circunda y nos conforma. Adicionalmente, sin esta capacidad no existe posibilidad de construir un discurso utópico-emancipador.
Se señala permanentemente, se señalará mucho en los próximos días y semanas de recuerdos y homenajes, su filiación marxista. No obstante, él ha sido fiel a esa enseñanza de la cual les hablo ahora: ha respetado el método marxista y ciertos principios analíticos, pero no ha renunciado a la crítica ni ha construido un relato de la historia a la medida del marxismo. Por el contrario, aceptadas unas premisas teóricas, ha intentado generalmente (y así se refleja en su gran tetralogía sobre el desarrollo de la sociedad capitalista) profundizar y recomponer en ciertos aspectos la historiografía marxista, tan llena de conclusiones apresuradas y de sobre-imposiciones teóricas por sobre la documentación de los contextos analizados y las situaciones referenciadas. También su trabajo me permitió reconocer con mayor claridad la diferencia entre la historia y sus métodos y la sociología y los suyos.
No voy a repetir sus advertencias lapidarias acerca de los peligros de olvidar el conocimiento histórico, y eso dicho sin lugares comunes: su trabajo es también testigo y profeta de la necesidad de retornar al conocimiento comprensivo (y comprehensivo) de la historia para la coordinación de una acción colectiva capaz de alterar el funcionamiento de las deficiencias de la vida social presente. Su obra, al menos, es el recordatorio permanente de que entre las guerras mundiales y el desarrollo del capitalismo ha existido una fuerte relación, pues la comprensión de la historia supone no solo el conocimiento de unos hechos, sino principalmente de unas relaciones lógicas entre fenómenos y procesos que no deben ser considerados abstractos ni aislados, sino fuertemente inter-determinados y prácticos.
Nada más aquí. Tal vez, apenas, mi despedida de un lejano e indirecto maestro; sin duda alguna, mi agradecimiento.