La muerte de Eric Hobsbawm es de esas que no son fáciles de
lamentar, pues es difícil creer que la suya ha sido una vida no vivida en
plenitud. Ya que ha muerto a una edad en la que lo normal es estar ya muerto,
nada hay que objetar en tanto pérdida para los demás tampoco, pues ha dejado
mucho. Estas palabras, claro, se refieren al conocimiento que puede tenerse de
un hombre que solo ha sido vivido como referencia y no como experiencia
personal. Quienes lo hayan conocido y querido se ocuparán de ese otro espacio. Sin
embargo, también la suya ha sido una de esas vidas que se han ganado la Fama,
en el sentido clásico de la extensión del ser y de la memoria colectiva a
través de sus obras. A diferencia de otras muchas experiencias vitales
extendidas a través de la comunicación social, creo que en su caso la Fama es
justificada, que realmente clama por su memoria por lo que su memoria vale, y
no por lo que la mercadotecnia intente imponer.
En lo personal, le debo a este historiador algo más que
conocimiento histórico: le debo la importancia del descubrimiento, como
experiencia personal de mis años de estudiante, de la diferencia entre el mero
conocimiento de la historia y su comprensión. Entiéndase bien: el marxismo, a
mí como a él, ya me había demostrado la importancia del conocimiento histórico,
y más aún lo había hecho en mi caso la sociología de Max Weber. Pero Hobsbawm
me enseñó que sólo la comprensión de los relatos históricos que tenemos y que
usamos como contexto de nuestras hipótesis, con las que encaramos, a su vez, la
construcción de nuestros datos empíricos, nos permite criticar ese contexto, de
tal manera que seamos capaces de construir nuestro propio relato
histórico-analítico sobre la realidad que nos circunda y nos conforma.
Adicionalmente, sin esta capacidad no existe posibilidad de construir un
discurso utópico-emancipador.
Se señala permanentemente, se señalará mucho en los próximos
días y semanas de recuerdos y homenajes, su filiación marxista. No obstante, él
ha sido fiel a esa enseñanza de la cual les hablo ahora: ha respetado el método
marxista y ciertos principios analíticos, pero no ha renunciado a la crítica ni
ha construido un relato de la historia a la medida del marxismo. Por el
contrario, aceptadas unas premisas teóricas, ha intentado generalmente (y así se
refleja en su gran tetralogía sobre el desarrollo de la sociedad capitalista)
profundizar y recomponer en ciertos aspectos la historiografía marxista, tan
llena de conclusiones apresuradas y de sobre-imposiciones teóricas por sobre la
documentación de los contextos analizados y las situaciones referenciadas.
También su trabajo me permitió reconocer con mayor claridad la diferencia entre
la historia y sus métodos y la sociología y los suyos.
No voy a repetir sus advertencias lapidarias acerca de los
peligros de olvidar el conocimiento histórico, y eso dicho sin lugares comunes:
su trabajo es también testigo y profeta de la necesidad de retornar al
conocimiento comprensivo (y comprehensivo) de la historia para la coordinación
de una acción colectiva capaz de alterar el funcionamiento de las deficiencias
de la vida social presente. Su obra, al menos, es el recordatorio permanente de
que entre las guerras mundiales y el desarrollo del capitalismo ha existido una
fuerte relación, pues la comprensión de la historia supone no solo el
conocimiento de unos hechos, sino principalmente de unas relaciones lógicas
entre fenómenos y procesos que no deben ser considerados abstractos ni
aislados, sino fuertemente inter-determinados y prácticos.
Nada más aquí. Tal vez, apenas, mi despedida de un lejano e
indirecto maestro; sin duda alguna, mi agradecimiento.