“How many times can a man turn his head, and pretend that he just doesn't see?”
“And it's a hard, it's a hard, it's a hard, and it's a hard, It's a hard rain's a-gonna fall”
Bob Dylan, Blowing in the wind & A hard rain's a-gonna fall
Sí usted es una de esas personas preocupada únicamente por su familia, el estado de su vehículo, la comparación de su casa con las de sus amigos, la cantidad de dinero que posee, lo que dicen otros sobre usted, lo que ve en el espejo cada día o la tranquilidad que (supone) tendrá en la vejez para compensar el permanente estrés que todo lo anterior acarrea, es decir, sí usted es una de esas personas que siempre critico ácidamente y, mi humanidad mediante, envidio... lo felicito. Sí usted es así, tendrá más tiempo para no ver la que se viene, porque es una fuerte lluvia la que va a caer. Sí quiere deprimirse un rato, pero con humor, acá le batimos la justa (le cantamos la precisa) sobre la que se viene para la humanidad en la próxima década o algo así.
Un secretito para hacer la gran Nostradamus: cuente las cosas que ya están pasando como si fueran a ocurrir en el futuro y listo, alguien (si queda) mirará para atrás y dirá “¡Qué visión de futuro tenía este tipo!”. Lamentablemente, el truco funciona mejor cuanto más tiempo pasa, así que lo más probable es que lo admire más un salamín del siglo veinticinco, cuando usted ya no esté gozando de su actual existencia orgánica y se esté transformando en petróleo para cuando los descendientes de las cucarachas involucionen (sic) en bichos inteligentes y se dispongan a descubrir las ventajas de los hidrocarburos. “Che –le dirá una cucarachota a la vecina–, ¡Qué mal quema el carbón de humano! Daban asco vivos, dan asco muertos”.
Sí usted era como tantos que estaba mirando para otro lado (su ombligo o algo así), escuchando las noticias de refilón, se habrá desayunado en estos días con que muchos países del norte de África y del oriente medio empezaron a reventar como las metralletas de los fuegos artificiales: en fila y haciendo cada vez más ruido. Claro, son países que, en general, no importan demasiado si uno no vive por ahí o si uno no tiene intereses económicos por allá. Sin embargo, recién estábamos mirando si los secretos revelados del gobierno de la que hasta hace poco era la gran superpotencia mundial nos aclaraban algo, anteayer nos preocupábamos por la desocupación en España, por la posible guerra entre las coreas, por el atentado en el aeropuerto de Moscú (o lo que sea que haya pasado) y ahora nos salen con esto.
Esta es una de esas situaciones en que para entender algo de lo que pasa tan rápido, hay que pensar despacio y, para entender periodos tan cortos, hay que pensar a largo plazo.
Para empezar, estos son países en los cuales los analistas y periodistas aplican criterios políticos occidentales cuando la trayectoria es diferente, tanto en lo que hace a la posición en el proceso de descolonización como en la conformación de los aparatos políticos. Sin embargo, dirá el defensor del sentido común, algo tienen que tener en común para que la cosa se extienda como una catarata de protestas y exigencias. Y es bien cierto que parece haber algo más que casualidad en esta regularidad.
Para pensar opciones, digamos que hay dos líneas básicas: alguien lo planeó o nadie lo planeó. A mí no me gustan las teorías conspirativas porque nos dejan sin trabajo a los sociólogos. Por puro interés, entonces, apoyo sin reservas la tesis de que nadie planeó esta situación, así como nadie planeó de antemano que el capitalismo fuera explotador o que le diera por entrar en crisis cada veinte minutos (no quiero ser exagerado: pongamos treinta minutos de promedio). Nadie planeó tampoco tener una crisis global, aunque era previsible. Es cierto, hay muchos que aprovechan las crisis, muchos a quienes les vienen bien, porque a río revuelto, ganancia de pecadores (sic). También habrá muchos que respirarán aliviados cuando estas crisis parezcan superadas... que la inocencia les valga.
Sin embargo, parece más razonable pensar que en países con trayectorias similares, con situación similares y, lo que importa más, con conciencia generalizada de estas similitudes históricas y sociales, la comunicabilidad que da la tecnología actual del vivo y en directo entre puntos distantes haya abierto la posibilidad de que las cosas pasen en muchos lados a la vez. Sencillamente, porque son sólo en apariencia lugares diferentes. Hace unos años estuvo de moda hablar de no-lugares, aquí conviene pensar en términos de no-distancia.
Curiosamente, entonces, en esta interpretación serían responsables del contagio, aunque no de las condiciones previas, unos aparatitos que sólo buscaban venderse en Egipto, Jordania y Túnez para proporcionar ganancias a una empresa alemana con capitales saudíes e inversionistas suecos, a una serie de fábricas chinas que usa materia prima de Uganda y Venezuela (averigüen y van a ver), a un dueño de patentes japonés y a un proveedor de internet belga asistido por ingenieros pakistaníes que trabajan con sistemas operativos norteamericanos (ni canadienses ni mexicanos, of course & by the way).
¿Qué creían que era la globalización? Salimos a la calle, todo está tranquilo. Prendemos la televisión, todo es el caos. Claro, en el dos mil uno los egipcios salían a la calle, todo tranquilo, prendían la tele, todo era el caos... en Argentina. Desde España se miraba entonces la crisis de Argentina, en algunos casos con pena, en otros con mirada socarrona de: “¡Es que así sois, tíos, os pasa por haberos independizado!” Ahora, una década después, parece que la cosa está al revés. No obstante, si ustedes miran las condiciones sociales, un poco más lejos que la noticia económica del día, se ve que no es así: en Argentina hay desnutrición infantil, en España, que sepamos, no la hay... si no andan con cuidado, Europa, es cuestión de tiempo, y no tanto, para que re-descubran la auténtica miseria (a los amigos del norte no les digo nada, porque ya tienen una buena porción de miseria).
Vean, aquí hay una regularidad: los países que ahora estallan tienen una situación social más similar a Latinoamérica que a Europa occidental, y unos gobiernos longevos y resistentes, por no decir impermeables, a la pobreza extendida de sus poblaciones. De pronto (desde nuestra mirada desorientada), esos gobiernos dejan de ser fuertes o, mejor dicho, descubrimos que sólo eran fuertes en la medida en que nadie contestaba su autoridad. La represión cotidiana deja de ser suficiente frente a la insurrección de masas y no hay buenos reflejos políticos, ni una represión lo bastante dura, ni una salida política consensuada.
Me he cansado de escribirlo: la mayor ventaja de la democracia no es que sea un gobierno del pueblo, por el pueblo o para el pueblo (ese es el ideal proclamado, nunca la práctica efectiva), sino que es un gobierno flexible ante los bruscos cambios que propone el mundo de hoy, entre otros, ante el contagio político habilitado por las tecnologías de la comunicación e información actuales. Aunque haya vivido cuarenta años mirando su ombligo, usted sabe tan bien como yo que haber votado quince veces en la vida no lo hace dueño del poder político. Olvídese por un momento de que los gobiernos actualmente amenazados caen o pueden caer porque son menos democráticos que los “occidentales”. No. Si caen, es porque son menos flexibles.
Por supuesto, cuando algo es muy flexible aguanta más el movimiento constante. Pero también el movimiento permanente genera calor, desgasta la resistencia de la estructura, y la quiebra: prueben con un pedacito de alambre, doblándolo muchas veces, y experimenten la relajación estructural, que pare ce el nombre de un lindo tratamiento en un spa, pero es una señal de que las cosas que se mueven, terminan rompiéndose.
Y el mundo se mueve, la humanidad vibra, y vibra rápido. Además, vibra cada vez más en sintonía, en no-distancia: el caos de cualquier lado es el caos de todos lados: Egipto vibra, tiembla la frágil recuperación económica en Europa, la creación de empleo en los estados hundidos, la producción de soja en Argentina, la alimentación del ganado en China, la generación de empleos en las economías emergentes, como Egipto: Egipto vibra y la resonancia termina haciendo temblar a Egipto, ni les cuento cuando vibra Japón, que descubre que ya la economía China ha sobrepasado en importancia a la suya, o cuando vibra Norteamérica. ¿Les pinté bien el panorama? ¿Sienten esa vibración en el planeta y debajo de su propio culo? Oh sí, hermanitos, es una fuerte lluvia la que va a caer.
Si prefieren echar culpas o temer a movimientos religiosos radicales, en fin, cada uno palpita su angustia como quiere. Sólo me molestaré en señalar al respecto que también la religión ocurre en personas de nuestro mundo, y lo que digamos aquí también se les aplica. También pueden seguir buscando a Bin Laden debajo de la alfombra.
Yo ya era algo así como adulto (ahora también soy algo así, pero más redondo por la ausencia de pelo y el exceso de calorías en reserva de lípidos) cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas colgó el cartel de cerrado por quiebra y el Capitán América pasó a ser el Superman mundial. Veinte años son algo, pero no tanto, y ya la supremacía americana perdió fuelle. No quiere decir que no tengan con qué partirle la cara a unos cuantos, pero ya no están tan sólidos, hecho por el cual los republicanos le echan la culpa al actual presidente y les permite sentirse mesiánicamente elegidos para recuperar la hegemonía americana a cualquier precio (que pagaremos los demás, como de costumbre: ¿Sienten como aumenta la vibración en su traste?).
“Oiga, me dice el tipo del sentido común, que todos los imperios terminan por caerse”. De acuerdo: sólo que ahora, como la vibración es más fuerte y es casi permanente, se caen las vitrinas con los premios muy rápido. Hoy somos los primeros en poner un satélite o un astronauta en órbita, mañana pedimos crédito para comprar dos papas (patatas, no clérigos); hoy somos los primeros en llegar a la luna, mañana pedimos a China comunista (tan comunista como los países democráticos son democráticos o las naciones unidas son unidas) que nos reconozca el dinero en el cual decimos que confiamos en dios, que dios es el más grande, que dios nos ayude si China no nos ayuda.
No hay casualidad: el mundo vibra, los imperios caen. Estamos acostumbrados a pensar al mundo y los países como una aglomeración de sociedades. No es así, porque la vibración se transmite en relaciones sociales “sin distancia”, lo cual equivale a decir que la resonancia ocurre porque ocurre en una única sociedad que tiene muchas diferentes facetas y situaciones. Si a usted a veces le ocurre, por ejemplo, que le parece más cercano lo que pasa en Egipto que lo que pasa a la vuelta de su casa, no es casualidad tampoco, eso le está resonando también.
La cuestión es, por lo tanto, intentar comprender por qué el mundo vibra tanto y más que antes. Una respuesta: ¿No oyó hablar de la explosión demográfica? Somos muchos más que antes. Más productores, más consumidores, más intereses e interesados en los intereses. ¿Por qué somos más? En parte, porque lo permite la tecnología para la producción de alimentos, de bienes de consumo relativamente básicos y de elementos sanitarios. En parte, también, porque el sistema se sostiene en la constante sobreproducción de bienes y servicios que proporcionen ganancias que permitan justificar la continuidad de los negocios que produzcan crecientes ganancias (y hay crisis cuando esa situación está en duda, por no decir cuando realmente no ocurre). Y esta necesidad deriva en la necesidad de que haya más productos, más productores, más consumidores, más intereses, más interesados. Y no sólo es que todo ese montón de producción (y de producción de basura y desechos industriales) se reparta con extrema inequidad, sino que hace vibrar el mundo de todos.
La vibración creciente supone un continuo incremento de energía en el sistema (recuerden que metimos a la casi totalidad de la humanidad en una única campana social) que viene de dos lados: el trabajo de los seres humanos (que es naturaleza mediada por el esfuerzo, la inteligencia y la cultura) y la naturaleza (en forma de materias primas).
Simplificando levemente (donde “levemente” significa una cantidad extraordinaria de simplificación), la vibración debajo de nuestro culo aumenta porque una humanidad que ha engordado mucho lleva en forma constante y creciente energía de la naturaleza y de los seres humanos al sistema social. Es constante porque todo sistema social debe asegurar su propia continuidad, y es creciente porque esa es la lógica del sistema social que se ha globalizado: no puede pervivir sin crecer, sin aumentar la cantidad de energía que hace circular por sí mismo. ¿Adivinen qué? Exactamente: cuanto más rápido se mueve, es más probable que se rompa más rápido o que consuma todo aquello que puede utilizar para incrementar la energía que lo mueve: trabajo humano, petróleo, lo que sea. Al mismo tiempo, cuanto más materia prima y trabajo humano consume y subsume, más aumenta la posibilidad de que los desechos que produzca su funcionamiento obstaculicen su desarrollo: en primer lugar, aumentando los costos de producción (por el tratamiento y acarreo de montañas y cordilleras de desechos) y, en segundo lugar, empeorando y hasta interrumpiendo las condiciones de vida de los habitantes del planeta. En verdad os digo que las cucarachas van afilando las antenitas.
¿Y Egipto? ¿Qué tiene que ver eso con Egipto y sus socios en la desgracia? Economía global, demografía global. Lo económico ocurre en la escala en que se mueven las poblaciones, y ahora la demografía es global. Si nos olvidamos de las guerras mundiales y otros detalles, Europa y Norteamérica (sin México) se han dado la gran vida los últimos siglos. De hecho, no es por apuntar con el dedo, pero este sistema de más, más y más se instaló primero por allá. Por esta razón, entre otras que incluyen la hegemonía brindada por la tecnología bélica, consumen mejores productos y servicios, tienen mejores trabajos y mejores condiciones de vida cuando dejan de trabajar (siempre hablando en términos de promedio). Para conservar esa calidad de vida superior deben responder a grandes exigencias laborales y de formación profesional. Deben para esto dar gran valor a su esfuerzo y valoran el tiempo escaso en el cual no trabajan. Lo valoran para vivir con su gran capacidad de consumo... y quieren consumir. Una pequeña consecuencia es que tienden a tener hijos más tarde en sus vidas atareadas y tienden a tener menos hijos. Como resultado, su población envejece y la vejez se encarece (aunque también consume, no produce). La demografía global nos dice que si se mantienen las condiciones de vida, es porque extraen la juventud de otro lado, en forma de mano de obra. Lógicamente, entonces, la mirada del inversor se coloca en lugares con mucha población capacitada y barata (como China o India) para desarrollar emprendimientos y también para vender productos para jóvenes y adultos en actividad.
No se crean eso de que el capitalismo (cada capitalista, en realidad) quiere que haya pobres. No es así. El capitalismo detesta la miseria, porque no consume. Desgraciadamente, se ve en la obligación de buscar mano de obra barata o de aumentar la productividad para bajar los costes de producción. Como la segunda opción casi siempre tiene límites (incluso aunque exista nueva tecnología que abarata un producto, puede ser cara de implementar... o puede abaratar demasiado el producto e impedir una aceptable masa de ganancia) la mano de obra barata es casi siempre el negocio más seguro. Ahora bien, la mano de obra es más barata si la gente no puede o no sabe protestar para que mejoren sus condiciones de vida. Tenga a mano las ecuaciones: “mejores condiciones = más consumo = mano de obra más cara = menos ganancia” y “perores condiciones = mano de obra más barata = menos consumo = menos ganancia” y comprenderá el destino trágico del sistema capitalista.
En este sentido, la flexible democracia es buena amiga del capitalismo porque da cierta seguridad, pero deja de serlo si permite que la mano de obra barata deje de serlo. Como queda mal decir que si la mano de obra barata escasea debe producirse, se recurre a eufemismos, que generalmente vienen en paquete: ajuste fiscal, recorte de beneficios sociales, reformas previsionales, flexibilización laboral y muchas otras ingeniosas salidas que redundan en lo mismo. No importa que se vote al gobierno de derecha, de izquierda, verde, rojo o negro. Si es necesario, el paquete llegará a destino.
No se dejen engañar: China es el nuevo mejor amigo y la novia de todas las democracias del mundo no a pesar de no tener un gobierno democrático, sino porque no lo tiene y porque ese gobierno mantiene barata la mano de obra. Pero también en China se venden productos y la gente los consume. Y siempre habrá alguien tratando de hacer vibrar más a cientos de millones de chinos e indios con nuevos bienes y servicios... entre los que se cuentan los mismos aparatitos que permitieron la no-distancia en Egipto, Túnez y Jordania. Sí. Un tercio de la enorme población mundial, una enorme masa de población relativamente más joven y más retrasada en su consumo que en Occidente estará vibrando por consumir sin importar el sistema político que la gobierne. Cuando el sistema no le sirva, protestará. El Cairo alberga veinte millones de almas, ¿Saben cuantas viven en Shanghái? ¿Se imaginan lo que va a temblar el mundo cuando China, India, Rusia, Brasil, las grandes economías emergentes se agiten un poquito?
Yo tengo insomnio, pero ustedes duerman tranquilos. Ustedes recibirán estas líneas por internet. Sí es así, su vida, para lo que venimos hablando, es de las buenas, créanme, no importa que las cosas les parezcan difíciles. Disfruten mientras puedan. Si quieren hacer algo... enséñenles a sus hijos y nietos a nadar muy, pero muy, muy bien, y si es posible, a desarrollar agallas. Porque es una fuerte, fuerte, fuerte, es una fuerte lluvia la que va a caer.