viernes, 25 de febrero de 2011

Así respira la bestia: Notas sobre las crisis capitalistas

Como esto sigue siendo material para un blog, puedo tranquilamente incorporar notas personales que ayuden a comprender el espíritu del texto.

Llevo varios días con bastante fiebre y una tos seca que cada vez que me sale me empuja levemente el cráneo para arriba y el cerebro para atrás. Son varios días con recalentamiento neuronal, varios días sin trabajar, varios días sin leer, ni tocar la guitarra, sin comer bien. ¿Tiene algo de esto relación con lo que sigue? Por supuesto. Pero no estoy en condiciones de establecer cuál es esa relación...

Es parte de la tradición en las ciencias sociales preocupadas por la estructura social y la macroeconomía de las sociedades contemporáneas hablar de “crisis del capitalismo”. Hay muchas versiones de lo que se entiende por crisis para este sistema social, pero es quizá posible rastrear elementos generales.

Puede proponerse que la crisis se presenta cuando se da el siguiente ciclo de circunstancias:

o Resulta imposible colocar en el mercado una masa de mercancías igual o superior a la del momento anterior (definido arbitrariamente: según el ciclo anual, trimestral, mensual), considerando en términos medios de producción, es decir, sin atender a las circunstancias particulares de ciertas mercancías, a pesar de lo que opinaba el amigo Castoriadis. Algunas mercancías se venderán más que antes, pero la masa agregada tenderá a la baja.

o Como consecuencia, ya no será posible tampoco realizar la masa de ganancia capitalista media, considerada en relación con un momento anterior (lo de “momento anterior” se destaca para mostrar el carácter dinámico del ciclo).

o Caen las expectativas de los poseedores y administradores de capital de colocar mercancías y generar ganancias en un momento posterior (un gran aporte teórico externo a la lógica estructural marxista es precisamente la incorporación de la expectativa racional e instrumental al desenvolvimiento de los actores sociales).

o Cede la producción de empleo y, principalmente, tienden a deteriorarse las condiciones de empleo. Parece lo mismo dicho al revés, pero no lo es: por una parte, no se generan nuevos empleos pero, por otra parte, los dueños y administradores del capital intentan recuperar la ganancia perdida deteriorando las condiciones laborales y salariales.

o Al aumentar la desocupación y deteriorarse el empleo, y considerando que las masas asalariadas son también las masas consumidoras, cae la masa de consumo potencial y, si no hay algún tipo de freno, se produce un regreso al primer elemento.


Pero esta caracterización dinámica no es histórica. Los puntos no están numerados porque el ciclo no comienza necesariamente en el primer punto. Además, no se ve claro como se recupera el ciclo descendente.

La caracterización marxista más tradicional, en donde la crisis capitalista se presentaba como un momento de sobreproducción de mercancías, tuvo innumerables desarrollos posteriores. Se puede aquí vincular la crisis con la innovación técnica y tecnológica, con el ciclo “normal” de la competencia capitalista y con la subsecuente tendencia a la caída de la tasa de ganancia y la búsqueda de nuevas competencias (incrementando la productividad y la competitividad), buscando o creando nuevos mercados que, cuando no son encontrados lo suficientemente rápido, producen la detención del ciclo y la aparición de la crisis.

Más adelante fue necesario reconsiderar el papel del estado en tanto agente de aprendizaje político, de freno, de controlador de los desequilibrios del mercado que podían conducir a la crisis, o como agente de poder para revertirla cuando se presentaba. El estado fue también el mecanismo de expansión de la lógica capitalista de reproducción social, es decir, de la conversión de los sistemas sociales de otras poblaciones humanas en capitalismos periféricos, secundarios, subsidiarios, dependientes, etcétera (también hay muchas posiciones teóricas en este aspecto).

También la lucha de clases (al menos cuando las masas trabajadoras tenían eso tan lindo de “consciencia de clase”) es un elemento que, en apariencia paradójicamente, contribuía para frenar la crisis. No hay tal paradoja: el interés inmediato del inversor capitalista es producir la ganancia y el subsiguiente es incrementarla. No tiene consciencia global del proceso de producción y consumo, sino que se preocupa por ese plazo que le marca el ciclo de producción y distribución de la mercancía. De manera general, agregada, eso produce un constante deterioro de las condiciones de los trabajadores que aportan el trabajo que constituye el sustrato del valor que el mercado traduce en el idioma monetario del dinero. Si esta tendencia permanece, el ciclo empieza por el último punto, pero alimenta la crisis de sobreproducción, porque las masas ya no pueden consumir lo que ellas mismas producen, al no bastar sus salarios agregados para ello (o al no tener tiempo material para consumir). En este punto, la lucha de clases, desarrollada por las masas trabajadoras y sus intelectuales orgánicos, cuando no consigue (y hasta ahora nunca consiguió realmente) cambiar la lógica de producción y reproducción social, puede alcanzar unos “derechos” para los trabajadores que los rehabilitan como consumidores, salvando a los capitalistas de su propia codicia (lo cual constituye la más cruel ironía trágica que pueda uno imaginarse).

Mirando el contexto del capitalismo contemporáneo, por ejemplo, desde el fin de la segunda guerra mundial, vemos que, en realidad, el capitalismo mundial es un conjunto interrelacionado de experiencias capitalistas muy disímiles entre sí que interactúan poderosamente, de tal manera que la crisis capitalista toma un aspecto muy diferente. Actualmente, se habla de crisis cuando afecta a un número considerable de “grandes economías” o, hablando llanamente, cuando sufren pánico no-ganancial los agentes capitalistas de Estados Unidos, Europa o Japón. Cuando la crisis ocurre (y casi siempre es más violenta) en la periferia, se habla de corrupción, de incorrección fiscal, de despilfarro, de falta de democracia. Calladamente, se habla también de oportunidades.

Si la crisis toma forma política (y casi siempre también termina por hacerlo, a menos que haya una dictadura muy firme) la preocupación es la forma en la que puede afectar a las economías centrales: ¿faltarán insumos esenciales? ¿Se cerrarán mercados? ¿Se promoverán horrendas políticas “populistas” que alimenten, eduquen y cuiden la salud de las poblaciones a un precio controlado por el estado?

Los esperanzados marxistas revolucionarios del pasado creían (¡Benditos sean sus inmensos, modernos e ingenuos cerebros!) que al fin llegaría una crisis que todo el capitalismo del mundo no podría superar, las masas trabajadoras tomarían el poder, terminarían con la existencia de las clases sociales y ya no existirían conflictos sociales estructurales, hasta el estado tal como lo conocemos terminaría por extinguirse. Créanme cuando les digo que envidio esa esperanza perdida como envidio al creyente que no cree en la muerte, sino en un deslizamiento vertical de la tierra al paraíso.

No voy a negar la existencia del ciclo de crisis esbozado más arriba, sino la premisa de que la crisis (la última, la decisiva) en el capitalismo es estructural porque depende del conflicto básico entre clases. Pero no es tampoco que niegue el conflicto entre clases. Simplemente, creo que la crisis última es una consecuencia estructural de un fenómeno más profundo y silencioso, diferente de estas crisis cíclicas que parecen y se superan.

Veamos primero mi principal diferencia con el pensamiento marxista respecto del punto límite al que llega la sociedad. El marxismo suponía que la crisis final sobrevenía cuando las relaciones de producción (significadas legalmente en las relaciones de propiedad) trababan, impedían, obstaculizaban el desarrollo de las fuerzas productivas o (lo que es otra forma de lo mismo) el proceso de división del trabajo social, tanto en sus aspectos cuantitativos como cualitativos. Según esta perspectiva, cuando unas relaciones de producción predominantes ya no permitían el aumento de la productividad o la división del trabajo, la lógica (naturalizada) de dicho aumento obligaban a un cambio revolucionario de las estructuras sociales.

Sin embargo, en ningún momento se explica por qué el desarrollo de las fuerzas productivas o el incremento de la división del trabajo son movimientos sociales tan imperativos y ello por una buena razón. Porque no lo son. Se trata de un problema de escala de observación. En última instancia, todo gran problema científico es un problema de escala de observación y todo gran cambio implica un cambio de escala, además de un cambio de configuración. Los pensadores modernos (marxistas o liberales) miraban la historia humana, su progreso técnico, artístico, científico, y asumían dos cosas erróneas: por un lado, que eso suponía un progreso ético-moral, por otro lado, que se trataba de un proceso necesario.

Muy por el contrario, sólo en circunstancias muy especiales la división del trabajo aumenta para resolver un problema social. Sólo en una particular configuración (aunque se prolongue por mil años) el aumento de la productividad permanente se convierte en un modo de funcionamiento sustentable de la sociedad humana. Al igual que el resto de los pensadores modernos, los optimistas marxistas observaban el proceso histórico precedente y lo interpretaron según su propia escala de observación: la productividad media parecía haber crecido sin cesar desde la antigüedad.

Desde el punto de vista de la historia económica es posible poner en duda esta apariencia pero, en todo caso, lo que puede desafiarse con limpieza es la interpretación de las causas y consecuencias de este aumento constante de la división del trabajo. No puede proponerse un movimiento natural en un proceso social complejo, sino que debe mostrarse la lógica social, la razón por la cual las fuerzas productivas tenderían siempre a desarrollarse.

Soy de la opinión siguiente: sólo en unas circunstancias muy restringidas el aumento constante de la división del trabajo es una respuesta eficiente para la reproducción social. Que este sea el caso del capitalismo (de lo cual no tengo dudas) no implica que sea el caso de toda sociedad humana.

¿Cuáles son esas circunstancias tan especiales? Básicamente, que las condiciones impuestas por el modo de producción y consumo de los bienes y servicios necesarios (los valores de uso) para reproducir el ciclo de la vida humana en sociedad impidan cualquier otra manera de vincular a la sociedad con el entorno, con sus integrantes y a estos entre sí que no sea la ampliación permanente de la interacción. Mientras la sociedad tenga alternativas más económicas, en términos de consumo de trabajo y energía, la circulación de sus tensiones internas optará, como lo hace cualquier sistema, por la vía de menor resistencia, de tal manera que sólo cuando no es posible mantener ¡ni tampoco disminuir! la división del trabajo (dos opciones mucho más “baratas” que incrementar permanentemente la tensión interna), el sistema se mantendrá funcionando en un régimen de creciente producción y creciente consumo.

Para apreciar este proceso tenemos que ir despacio. En toda sociedad, incluso en la de dos personas abandonadas en una isla, debe haber una distribución del esfuerzo que permita la supervivencia común. Una horda nómada divide el trabajo, por ejemplo, entre cazadores-recolectores y cuidadores de las crías (incluso si el trabajo lo realiza una misma persona en dos momentos distintos debe considerarse que existe división del trabajo, por el mero hecho de que existen dos trabajos imprescindibles al menos).

Si algún genio de la horda descubre que con una piedra se puede matar a un potencial alimento o espantar a un potencial predador a distancia, el macho o la hembra dominante le otorgarán el Nobel de la Horda y buscar piedras del peso adecuado será una nueva tarea social (y el entrenamiento de búsqueda y tiro de piedra nuevos aprendizajes sociales): un solo hecho simple no ha generado una simple división del trabajo, sino una compleja trama de divisiones vinculadas entre sí. No hablemos cuando se incorporan la alfarería, los principios de albañilería con excremento de buey, la curtiembre e innumerables tecnologías más. Ciertamente, algunas viejas tecnologías y aprendizajes desaparecen (finalmente, el Nobel de la Piedra es eclipsado por el Nobel de la Flecha, el Dardo o la Cerbatana). Pero cada tecnología que reemplaza a la anterior requerirá generalmente una ampliación de la división del trabajo. Finalmente, y he aquí la cuestión, para que exista una nueva división del trabajo debe existir un crecimiento de la población que cumpla dichas tareas y pueda sostener el nuevo esquema, socialmente más oneroso que el precedente.

No es la necesidad intrínseca de desarrollo de las fuerzas productivas lo que impulsa la división del trabajo, sino que la propia división del trabajo incrementa las necesidades sociales de consumo de energía humana y de recursos del medioambiente, incentivando una nueva división del trabajo en un ciclo ascendente, pero con el límite impuesto por: a) el acceso a los recursos, b) el aumento de la población, c) el mantenimiento de la supervivencia y d) el costo de socialización e integración de esa población. La división del trabajo no puede extenderse más allá de lo que su propia productividad pueda mantener y por esta razón se presenta la apariencia de que un modo general de producción vinculado con un tipo básico de relaciones sociales bloquea el desarrollo. No es así, ambos elementos no se “bloquean”, sino que se limitan de manera recíproca y compulsiva.

Sin embargo, este auto-impulso de la división del trabajo es también aparente: el aliciente para que se produzca una nueva forma o cantidad de trabajo (en el sentido de que exija dividir el mismo trabajo entre más personas) es la necesidad de una respuesta a determinadas condiciones de insatisfacción de la reproducción social de tal manera que se justifique el esfuerzo en descubrir e implementar una nueva tecnología o técnica. En otras palabras, una cosa es que un descubrimiento técnico tenga lugar y otra muy distinta es que la sociedad pueda permitirse el costo de su introducción en la división del trabajo. La excepción a la regla de la economía creciente (siempre las hay) es cuando una nueva tecnología reemplaza de manera completa a una anterior y aumenta la productividad sin incrementar realmente la división del trabajo pues no se agregan tareas, sino que desaparecen las antiguas.

Con el capitalismo esto ocurre con mucha frecuencia: las tecnologías dominantes del presente difieren mucho de las de generaciones precedentes. Pero aquí ocurre también una reversión de la lógica de sustentación de las sociedades humanas. Incluso las enormes civilizaciones antiguas y los imperios tenían la población que materialmente podían sostener y, como resultado de esta situación, la población mundial (y los trabajos en los que dividía su actividad) se mantuvo en niveles mucho más bajos que los requeridos por el principio de expansión constante que rige al capitalismo. De todas formas, ya esos niveles resultaron en muchos casos ambientalmente intolerables.

La reversión (como la división del trabajo) es cualitativa y cuantitativa. Existe una infinidad de actividades referidas a innumerables actividades productivas y administrativas que requieren de nuevas capacidades y existe una necesidad de que un número cada vez mayor de personas participen en la vida económica capitalista. Al ser un sistema que no regula a la baja la división del trabajo y la productividad media, sino que sólo puede permitirse ampliarlas para sostener la tasa de ganancia y la percepción de sustentabilidad, los pulmones del capitalismo buscan en cada respiración una expansión mayor de su ya descomunal tórax.

Nunca hubo bestia tan pesada de soportar para la tierra. Su enorme y creciente tamaño exige descomunales cantidades de energía y trabajo para funcionar. No hay ningún secreto en la relación que hay entre la expansión del capitalismo a escala global y la multiplicación de personas sobre la faz del mundo. Cuando escuchamos hablar de la explosión demográfica no es esa otra cosa que la tremenda inflación en la capacidad del sistema de hincharse de energía y gastarla.

Recordemos que aquí distinguimos entre energía (como potencial capacidad de trabajo) y el trabajo humano propiamente dicho, que adhiere a la fuerza la voluntad de decidir en dónde y cómo la energía potencial contenida en la naturaleza se aplica a la transformación de otras partes de la naturaleza para transformarla en su provecho (en lo que cree que es su provecho). Hoy, como siempre, es este trabajo vivo el que lo dirige todo. Pero es un sistema de incontrolado crecimiento el que orienta este trabajo humano, de modo que la racionalidad que le da forma a las acciones particulares contribuye a la irracionalidad de los resultados generales. A nadie le conviene que el sistema siga funcionando, porque conlleva la destrucción de todo el sustrato humano y natural que constituye su propio organismo, pero en la escala de observación particular una fracción muy importante (no hay que negarlo) de la población mundial percibe beneficios materiales y vitales que ningún otro sistema social preexistente podía proporcionar.

De esta manera, cuando los gurúes de las crisis nos alertan sobre los riesgos del estancamiento, de la falta de crecimiento económico y temen por la evolución de las ganancias y los dividendos, cuando nos alteramos por la caída del valor de las monedas de referencia, sufrimos por nuestros ahorros y tememos no terminar de remodelar nuestro baño, no debemos confundirnos: nuestro gran animal social suelta el aire (muy poco, en realidad, la crisis destruye generalmente una parte menor de la estructura). Pero probablemente volverá a tomar ese aire, y más aún, mientras no lo agote, se derrumbe, y nos aplaste en su caída. Y será difícil saber cuando este desmedido animal llenará el pecho saludablemente una y otra vez y cuando resollará pesadamente en agonía.

Así respira la bestia.

lunes, 14 de febrero de 2011

HISTORIA VERÍDICA DE CÓMO EL ORGASMO FEMENINO SE DESCUBRIÓ EN MI CASA

Nota previa: el relato que sigue es una reproducción fidedigna de un notable acontecimiento acaecido en enero o febrero de 1999. El relator solicitó su re-edición y aquí se expone (fuera de la tónica general del blog) a los efectos de cumplir con un merecido y nostálgico homenaje a las cosas que hacíamos hace una década... locuras de juventud... que repetiremos cada vez que podamos...

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(Narración a cargo de R... A..., alias "El negro")

Mi nombre es... pueden llamarme como quieran, mientras no me rompan las pelotas.
No demos vueltas al pedo. La cosa vino así.
Estábamos con unos amigos y ya nos habíamos morfado la pizza.
O en una de esas no, pero ya nos habíamos tomado una cervecita seguro, y yo me caía de sueño, bue, más o menos.
Para que no se me arme quilombo no les voy a decir los nombres de los que estábamos pero éramos la negra, yo, la jermu del pelado y el pelado.
La cuestión venía no sé por dónde, pero como pasaban las doce y los dos vasos de birra y los mates de la tarde ya pueden suponer que habíamos agotado los temas de política, sacarle el cuero a la familia, putear por cómo está este ispa y el mundo, cómo nos vamos a ir al carajo y cómo hacer para no irnos allá.
La negra y el pelado se habían enfrascado en una de esas discusiones dónde los dos dicen lo mismo, pero como no se escuchan aprovechan para discutir. Justo no me acuerdo como venía, pero el asunto es que la negra se para y dice algo así como que el reconocimiento del placer sexual de la mujer es cosa de los últimos doscientos años. Me parece que el asunto era por lo de la emancipación de las tipas, como si alguien pudiera emanciparse de algo en este mundo podrido.
Ahí no más el pelado le canta quiero retruco qué de dónde sacaste esas boludeces y la negra se le rió en la jeta y le preguntó si para él era una cosa nueva, que por qué no agarraba una enciclopedia de la historia de la sexualidad (son así, se las dan de intelectuales y se tiran con libros, menos mal que no se creen albañiles). Entonces el pelado le dice que no, que mirá las minas de Creta que andaban con las tetas al aire, que qué dice el Levítico (el pelado es un rabino que se cree ateo), que mirá el Kama Sutra y los jarrones de la dinastía mongo.
Les juro que son así... si no me creen... se pueden ir a cagar.
La negra estaba canchera y como tenía la iniciativa lo mandó a freír churros y el pelado se quedó con bronca.
La mujer, claro está, le llevaba la contra y yo no me metía, dios mío de qué carajo estarán discutiendo.
Las minas iban a la carga, destacando las atrocidades y la sumisión de las mujeres en la antigüedad, cosa que es verdad, y el otro se enfrascaba en decir que todo eso era muy lindo y que estaba muy bien (aunque era muy feo y estaba muy mal), pero que no quería decir que las mujeres no tuvieran orgasmos en tiempos de Nabucodonosor y su hijito el Nabo-Polasar, qué joder.
Se le vuelven a reír y a la postre el tipo se calienta (Van a pensar que el pelado es un boludo que se calienta por cualquier boludez. Es así.) se calienta y les dice: que bueno, que está bien, que a él le parece otra cosa, pero que si ellas, la negra y su mujer, querían creer que eran las primeras mujeres en la historia de la humanidad en haber tenido un orgasmo, está bien.
La verdad es que me cagué de risa.
La cosa no terminó ahí, las tipas se metieron en seguir discutiendo de nuestro machismo (y el suyo) y el pelado, que había salido perdiendo más o menos por goleada, estaba igual contento porque parece que discutir le sirve solamente si puede hacer un chiste.
Después pasamos al abuso de menores y que si el pelado no sabía todos los tipos de orgasmos diferentes que tienen las minas (les faltó hacerle un folleto para leer en el bondi) y finalmente debatimos acerca de la justicia (que no existe). Pero no hay sorpresa porque con el pelado siempre terminamos hablando de lo mismo, yo no sé si el tipo se da cuenta de lo obsesionado que está con el asunto.
Bueno, los machos hicimos mate y levantamos los platos (las otras se hicieron las boludas) eran como las dos de la mañana del domingo y los lunes se labura, o sea que: “hablamos nos vemos un beso chau-chau rajen de acá que me voy al sobre”.
Pero tengo que decir que, aunque creo que el orgasmo femenino sí existía antes de Matusalén, que cosa, que apoliyo, loco, me estoy durmiendo, el asunto es interesante.
Mirá si fuera verdad, pasa un bondi y ladra el perro del vecino, si en mi propia casa se descubrió finalmente la verdad de la milanesa del orgasmo femenino... a lo mejor la negra y la mujer del pelado tienen razón... que sueño... será por eso que el mundo anduvo siempre para el carajo...

lunes, 7 de febrero de 2011

Notas sobre el sindicalismo en Argentina que terminan promoviendo la calvicie

Me mandaron un muy buen artículo titulado “La presencia sindical en el lugar de trabajo: Dinamismo organizativo y efectos políticos”, de Paula Lenguita (Amiga, socióloga, investigadora (CEIL-PIETTE) del CONICET. En él se traza una interesante caracterización de la evolución de la vida sindical argentina. Me gusta el artículo porque narra la historia sin ser historicista y desarrolla contenidos teóricos sin abrumar la mirada (como me suele pasar a mí. Como soy como soy, me animé a hacer algunos comentarios, dialogando con el escrito (cuyas citas están entre comillas) y el resultado es el que sigue.

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“Reconocemos en la fábrica un ámbito privilegiado para disputar el control patronal”... pero no para disputar realmente la lógica del sistema, función que, según Gramsci, estaba en manos del partido político. Por sí mismo, el sindicalismo que disputa con el capitalista particular, e incluso con la patronal en términos de lucha por la distribución de la riqueza, pero sin cambiar las bases de funcionamiento del sistema, es, en la práctica un dispositivo regulador y conservador del capitalismo (razón por la cual, en última instancia, yo no puedo ser kirchnerista).

Pero se dice: “la fábrica es el territorio natural de materialización de la acción gremial, orientándola hacia la disputa por subvertir el orden patronal”. O puede verse desde esta perspectiva: al menos en lo que entiendo de la lógica general de la lucha contra-hegemónica en Gramsci, el territorio natural para la verdadera subversión es el estado (en donde actúa “el príncipe moderno”). Por otra parte, en la práctica, rara vez el sindicalismo ha sido un medio de lucha realmente subversiva si una fuerza política no vinculaba su acción al estado de manera directa y firme (como en el bolcheviquismo). De otra forma, el sindicalismo podía convertirse fácilmente en un instrumento puramente regulador en manos del estado corporativo, como en el caso de los Sindicatos Franquistas en España, el Fascismo en Italia, el Nacionalsocialismo en Alemania y buena parte del sindicalismo en Inglaterra y EEUU. En mi opinión, el peronismo de los 40 y 50 (del siglo pasado ya, que viejos estamos) seguía aproximadamente esta tendencia.

Es cierto, como se dice en el texto, que “el potencial organizativo de la clase obrera se hace efectivo con la huelga, situación frente a la cual se establecen los límites de la explotación y se cuestiona la autoridad patronal sobre el orden productivo. Ese cuestionamiento del poder patronal queda establecido por la organización obrera en la fábrica”. Sin embargo, por sí misma la huelga no es un instrumento de subversión, aunque sea fundamental en la lucha clasista. Simplemente regula la tasa de explotación modificando las condiciones laborales o salariales, pero no alterando las características estructurales de la relación básica capitalista. Si el sindicalismo rompe las relaciones de propiedad, deja de ser sindicalismo, porque los trabajadores dejan de referirse a los patrones como gestores de la producción para ser ellos mismos los gestores o (nuevamente en la práctica) son las oficinas burocráticas del estado las que ocupan este papel de gestión.

De acuerdo: “estudiar a las comisiones internas y a los cuerpos de delegados permite delimitar una parte de la experiencia política de la clase obrera, porque da cuenta de esa capacidad gremial sobre el espacio fabril”. Pero de aquí a que “los alcances de esa disputa gremial son definitivos sobre la explotación y la subordinación capitalista” hay mucho trecho, porque para el sindicalismo en general “defender el trabajo” aunque sea en mejores condiciones, es generalmente dentro de los límites en los cuales el capitalista sigue posicionado estructuralmente como dueño de los medios de producción e, ideológicamente, como dueño de los puestos de trabajo, como “dador de empleo”. Así, decir que “la lucha obrera “en” los establecimientos productivos está en condiciones de revertir la opresión patronal, en la medida en que logra imponer un límite a esa autoridad, y su ordenamiento productivo” tiene dos caras. Por un lado, la lucha obrera puede poner límites a la tasa de explotación, pero no revertir el flujo del esfuerzo no pagado que el mercado refunde en la plusvalía. Por otra parte, mientras la gestión de la producción en sí (el modo y el objeto de la actividad productiva) no sean desafiadas por la lucha obrera, aunque varíen las condiciones de explotación y subordinación las condiciones de alienación de casi todo nivel permanecen intactas.

Todo esto aparece bastante claro en cuanto se describe en el artículo el desarrollo en Argentina: las uniones de trabajadores de socialistas y anarquistas eran de un corte diferente a la del sindicalismo de los años 40 (también la estructura productiva y las características socio-demográficas de la clase obrera y la clase media habían cambiado mucho con el proceso de sustitución de importaciones). Por otra parte, se indica que es la orientación del peronismo (es decir, la ocupación del aparato del estado, al menos parcialmente, por parte de una ideología corporativista y no liberal-conservadora) la que habilita el crecimiento de un nuevo tipo de sindicalismo. Dicho de otra forma, el sindicalismo con el peronismo se vuelve mucho más fuerte, pero también menos revolucionario, por no señalar que la profesionalización de los cuadros sindicales fue paralela a su burocratización y corruptibilidad. Así: “esa articulación política entre un gremialismo floreciente y un partido de arraigo popular explica el porqué de ese poder sindical en Argentina, impuesto tanto dentro como fuera de las fábricas” hace aparecer el desarrollo como dos procesos diferenciados y, en una estructura económica donde la exportación primaria era todavía muy importante, relega el impacto del contexto internacional.
A fin de cuentas, argentina no le declaró la guerra al eje corporativista Roma-Berlín-Tokio sino hasta el final de la guerra, Perón se exilio en la España franquista y no en Rusia bolchevique y los gobiernos militares argentinos (tan profundamente anticomunistas y represores del sindicalismo) no dejaron de vender carnes y granos al bloque comunista. Si el sindicalismo peronista encontró tanta resistencia en los sectores privilegiados, no hay que olvidar que eso ocurrió también porque los sectores privilegiados argentinos estaban fracturados en la gran burguesía agraria y la mediana burguesía industrial, que es en donde actúa el sindicalismo de fábrica. Es decir que, con la expulsión de Perón no sólo se estableció una lucha contra el sindicalismo, sino también contra un modelo de desarrollo de base industrial-fabril. No era una lucha por defender un sistema de producción (que con el peronismo nunca estuvo en disputa), sino un conflicto por dirimir el régimen de explotación en base al predominio de una orientación general de la producción.

Como consecuencia, la lucha clandestina del peronismo evolucionó desde 1955 en esa fractura tan notable del justicialismo: el sindicalismo corporativista, el peronismo ideológico revolucionario y el peronismo político anticomunista (que es el que termina eligiendo Perón a su regreso, con figuras como Ruckauf, López Rega, el viejo Cafiero, Duhalde y demás, también vinculadas a las familias feudales “peronistas” del interior del país, como los Menem, sin ir más lejos). Así, decir que “La limitación de ese poder interno del sindicalismo, comenzó, paradójicamente, con la vuelta de Perón al poder” no es en realidad una paradoja, sino el resultado de una readecuación de los vínculos entre fracciones sindicales ideológicamente diferentes entre sí y el aparato del estado en su fase política. El propio informe de la CONADEP refleja que el grueso de las desapariciones de sindicalistas en la dictadura era de trabajadores de base y no de “gordos” que, de hecho, facilitaron (si no contribuyeron) con la purga del sindicalismo peronista y el peronismo ideológico revolucionario.

En el primer análisis del impacto de la represión del Proceso de Reorganización Nacional no tengo objeciones, aunque me cuesta un poco ver la “debilidad” frente a la lucha obrera más allá de un cierto desconcierto ideológico en el contexto de la guerra fría. En alguna medida, los sectores conservadores sobreestimaron el potencial revolucionario de las fuerzas de izquierda para que su contraataque respecto de la base industrial argentina fuera más contundente, a tal punto que sólo veinte años después del fin de la dictadura se dieron las condiciones para desafiar una vez más (y en el contexto de una crisis brutal) la estructura del capitalismo argentino, aunque siempre teniendo como horizonte su rearticulación y nunca su desaparición.

Es cierto que la ofensiva conservadora no supo controlar ideológicamente a la clase obrera (y de allí el uso taxativo de la capacidad represiva del estado. Pero eso no es tan raro, el propio Gramsci balancea la tensión entre poder (ideológico) y fuerza (militar), como después Althusser distinguió los aparatos ideológicos de los represivos. Por otro lado, no creo que solamente a ese uso de la fuerza deba atribuirse la debilidad sindical en los 90. A fin de cuentas, el sindicalismo fue una fuerza importante del justicialismo contra el radicalismo. En buena medida, esa dependencia ideológica del sindicalismo de las fuerzas políticas dominantes en el peronismo vinculado al estado (en donde triunfó un peronismo de derecha cada vez menos corporativista y más pragmático) también es responsable y motivadora de la fractura de la CGT y la aparición de la CTA, que fue en su momento un intento de reconstruir la capacidad contra-hegemónica del sindicalismo. Por supuesto, la destrucción acentuada de empleo industrial y el crecimiento del sector servicios (mucho más permeado por trabajadores de clase media desvinculados del peronismo y muy reacios o incapaces de articularse sindicalmente) no pudieron menos que debilitar la capacidad sindical en su conjunto.

No puedo estar más de acuerdo en que las “alternativas de análisis gramsciano tienen que ser recuperadas con cautela. Porque los puntos de vista teóricos que sustenta, respecto a la disputa de la autoridad fabril y sus formas de control, no deben forzarse”. Muchos factores alteran ese análisis cifrado por la lucha para el control del aparato del estado y la construcción de la hegemonía. El “bloque histórico” nunca respetó (pero ahora menos que nunca) las intermitentes y frágiles fronteras económicas de los estados nacionales en el capitalismo. La globalización y el carácter inconsciente de buena parte de la constitución ideológica de los sujetos en la actualidad refuerzan esta sensación de incomodidad frente al pensamiento de Gramsci, cuando se trata de evaluar la actuación de una serie de actores sociales interconectados por campos de lucha social mucho menos definidos (aunque mucho más definidores) que en el pasado.

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Algo aparte: sobre la mirada de la clase media con mucho pelo en el pecho, en la espalda, en todos lados.

En Argentina se habla mucho de “Clase media”. En un sentido económico, eso define estructuralmente a gente muy diversa (trabajadores independientes y dependientes, profesionales de actividad exclusiva o mixta, etc., las alternativas son muchas) y, monetariamente, ubica a la gente que, por su nivel de ingresos, cae en la franja media respecto de su posición frente al mercado de bienes y servicios (incluyendo su capacidad de ahorro).

Sin embargo, la heterogeneidad no es solamente en cuanto a tipo de actividad, contrato o vinculo con las agencias del estado, gremios o sindicatos. La heterogeneidad es también profundamente ideológica y simbólica. Para dibujar la cuestión, diré que hay dos clases medias, cuya diferencia es difusa y de tipo ideológico donde la frontera, podría decirse, es el vínculo con el estado. Por un lado, está la clase media trabajadora que pide al estado (sobre todo a través de la ideología corporativista peronista) por sus derechos sociales y económicos y, por otro lado, está la clase media que suele definirse en contra de esta tendencia (lo que en la jerga se asocia al conservadurismo, la gran industria, la burguesía agraria) y que en la práctica directa o indirecta opone a los derechos económicos y sociales los derechos liberales, que generalmente colisionan en el papel del estado en cuanto a la recolección de impuestos y, principalmente, el modo de distribución del ingreso público.

Para esta segunda clase media, tradicionalmente y de manera poco crítica, el sindicalismo y el peronismo son lo peor que le paso al país y, a menos que aparezca un “peronista atípico” (no tan atípico), ultra-liberal en lo económico y políticamente conservador en aspectos sociales (como fue Carlos Saúl Menem y son hoy muchos otros), prefieren votar a un Yacaré Muerto antes que a un “peronista de verdad”. La amenaza a la que temen, claro está, es a eso que se llama débilmente “populismo”, interpretado como una tendencia a satisfacer las exigencias holgazanas y ventajistas de una población percibida no como proletaria, sino como lumpen-proletaria, periférica al sistema. En esta caracterización, lamento decirlo, persisten una buena dosis de racismo, elitismo y una pretensión de pertenencia a los sectores dominantes que hacen ver con mal ojo cualquier progreso de los “sectores populares”. En una palabra, a una buena parte de esta clase media le patea el hígado ver que los pobres de siempre se le acercan en la escala social, la desespera esa idea de equidad distributiva y (aunque lo nieguen) prefieren vivir en un país con fuertes diferencias sociales que en uno solidario y equitativo, donde el progreso sea humano y no sólo material.

Tal es la fuerza de su convicción ideológica en el “gorilismo” que no hay ningún dato económico de crecimiento, estabilidad, empleo o lo que sea que convenza a esta segunda clase media de que todo lo que huela a peronismo o sindicalismo es malo (excepto a quienes se han criado en estructuras amigables al peronismo, claro está). El problema principal es que el gorilismo de clase media cae en la lógica maniquea de que “todo enemigo de mi enemigo es mi amigo”, por lo que suelen apoyar posiciones políticas e ideológicas que les son ajenas e incluso claramente perjudiciales, o se dejan comprar con la promesa de que a ellos no los afectará el ajuste.

Últimamente, esta clase media se ha refugiado el discurso de los medios masivos de comunicación, tras la amenaza de la inseguridad ciudadana (que realmente existe, por otro lado), asociándola con más o menos fuerza al populismo y olvidando la correlación que suele existir entre criminalidad y pobreza, de tal manera que subsanando la segunda se limita la primera. Será que les gusta la tensión social, y prefieren vivir en México, ricos y rodeados de seguridad privada, antes que en Suecia, consumiendo medianamente y sin terror a salir a la calle.

Es bien cierto que el estilo de confrontación y prepotencia que suele caracterizar al sindicalismo argentino y a sus aliados en el sector político no contribuyen a modificar este imaginario, de tal manera que la fractura ideológica y política de la clase media permanece incluso cuando se disuelven algunas contradicciones estructurales y culturales.

A mí, personalmente, nadie va a acusarme de peronista o de kirchnerista (de hecho, a nadie le importa acusarme políticamente de nada). En fin, lo que quiero decir es que, en el país de los ciegos, el tuerto es rey. De manera que invito a aquellos que tienen demasiado pelo delante de los ojos, al menos, a reconocer que no todo lo que se opone al peronismo es bueno porque sí. No creo que deban bautizarse en el peronismo, que es una hostia y un vino que no hacen tampoco a mi alimento cotidiano, pero no me anden apoyando a la derecha ultra-liberal que destruye la educación y la salud, que revienta la justicia, que se pasa los derechos humanos por... la suela de los zapatos, solamente porque no son peronistas. Ahora que viene año electoral, tenga cuidado también con esos que parecen oponerse al ultra-liberalismo y al populismo pero que, como no tienen poder, convicción ni programa, terminan siendo la cereza del postre que se comen los verdaderos gorilas. No sea zapallo, persona de clase media antiperonista: los gorilas son otros, no usted... para esos gorilotes usted, con suerte, llega a chimpancé. En serio, si hay que elegir un homínido para pensar en política, elijamos al homo sapiens, ¿Sabe cual le digo? Es el que tiene menos pelo en el cuerpo.

jueves, 3 de febrero de 2011

Batiendo la justa: unas palab(rot)as sobre demografía global

“How many times can a man turn his head, and pretend that he just doesn't see?”
“And it's a hard, it's a hard, it's a hard, and it's a hard, It's a hard rain's a-gonna fall”
Bob Dylan, Blowing in the wind & A hard rain's a-gonna fall


Sí usted es una de esas personas preocupada únicamente por su familia, el estado de su vehículo, la comparación de su casa con las de sus amigos, la cantidad de dinero que posee, lo que dicen otros sobre usted, lo que ve en el espejo cada día o la tranquilidad que (supone) tendrá en la vejez para compensar el permanente estrés que todo lo anterior acarrea, es decir, sí usted es una de esas personas que siempre critico ácidamente y, mi humanidad mediante, envidio... lo felicito. Sí usted es así, tendrá más tiempo para no ver la que se viene, porque es una fuerte lluvia la que va a caer. Sí quiere deprimirse un rato, pero con humor, acá le batimos la justa (le cantamos la precisa) sobre la que se viene para la humanidad en la próxima década o algo así.

Un secretito para hacer la gran Nostradamus: cuente las cosas que ya están pasando como si fueran a ocurrir en el futuro y listo, alguien (si queda) mirará para atrás y dirá “¡Qué visión de futuro tenía este tipo!”. Lamentablemente, el truco funciona mejor cuanto más tiempo pasa, así que lo más probable es que lo admire más un salamín del siglo veinticinco, cuando usted ya no esté gozando de su actual existencia orgánica y se esté transformando en petróleo para cuando los descendientes de las cucarachas involucionen (sic) en bichos inteligentes y se dispongan a descubrir las ventajas de los hidrocarburos. “Che –le dirá una cucarachota a la vecina–, ¡Qué mal quema el carbón de humano! Daban asco vivos, dan asco muertos”.

Sí usted era como tantos que estaba mirando para otro lado (su ombligo o algo así), escuchando las noticias de refilón, se habrá desayunado en estos días con que muchos países del norte de África y del oriente medio empezaron a reventar como las metralletas de los fuegos artificiales: en fila y haciendo cada vez más ruido. Claro, son países que, en general, no importan demasiado si uno no vive por ahí o si uno no tiene intereses económicos por allá. Sin embargo, recién estábamos mirando si los secretos revelados del gobierno de la que hasta hace poco era la gran superpotencia mundial nos aclaraban algo, anteayer nos preocupábamos por la desocupación en España, por la posible guerra entre las coreas, por el atentado en el aeropuerto de Moscú (o lo que sea que haya pasado) y ahora nos salen con esto.

Esta es una de esas situaciones en que para entender algo de lo que pasa tan rápido, hay que pensar despacio y, para entender periodos tan cortos, hay que pensar a largo plazo.
Para empezar, estos son países en los cuales los analistas y periodistas aplican criterios políticos occidentales cuando la trayectoria es diferente, tanto en lo que hace a la posición en el proceso de descolonización como en la conformación de los aparatos políticos. Sin embargo, dirá el defensor del sentido común, algo tienen que tener en común para que la cosa se extienda como una catarata de protestas y exigencias. Y es bien cierto que parece haber algo más que casualidad en esta regularidad.

Para pensar opciones, digamos que hay dos líneas básicas: alguien lo planeó o nadie lo planeó. A mí no me gustan las teorías conspirativas porque nos dejan sin trabajo a los sociólogos. Por puro interés, entonces, apoyo sin reservas la tesis de que nadie planeó esta situación, así como nadie planeó de antemano que el capitalismo fuera explotador o que le diera por entrar en crisis cada veinte minutos (no quiero ser exagerado: pongamos treinta minutos de promedio). Nadie planeó tampoco tener una crisis global, aunque era previsible. Es cierto, hay muchos que aprovechan las crisis, muchos a quienes les vienen bien, porque a río revuelto, ganancia de pecadores (sic). También habrá muchos que respirarán aliviados cuando estas crisis parezcan superadas... que la inocencia les valga.

Sin embargo, parece más razonable pensar que en países con trayectorias similares, con situación similares y, lo que importa más, con conciencia generalizada de estas similitudes históricas y sociales, la comunicabilidad que da la tecnología actual del vivo y en directo entre puntos distantes haya abierto la posibilidad de que las cosas pasen en muchos lados a la vez. Sencillamente, porque son sólo en apariencia lugares diferentes. Hace unos años estuvo de moda hablar de no-lugares, aquí conviene pensar en términos de no-distancia.

Curiosamente, entonces, en esta interpretación serían responsables del contagio, aunque no de las condiciones previas, unos aparatitos que sólo buscaban venderse en Egipto, Jordania y Túnez para proporcionar ganancias a una empresa alemana con capitales saudíes e inversionistas suecos, a una serie de fábricas chinas que usa materia prima de Uganda y Venezuela (averigüen y van a ver), a un dueño de patentes japonés y a un proveedor de internet belga asistido por ingenieros pakistaníes que trabajan con sistemas operativos norteamericanos (ni canadienses ni mexicanos, of course & by the way).

¿Qué creían que era la globalización? Salimos a la calle, todo está tranquilo. Prendemos la televisión, todo es el caos. Claro, en el dos mil uno los egipcios salían a la calle, todo tranquilo, prendían la tele, todo era el caos... en Argentina. Desde España se miraba entonces la crisis de Argentina, en algunos casos con pena, en otros con mirada socarrona de: “¡Es que así sois, tíos, os pasa por haberos independizado!” Ahora, una década después, parece que la cosa está al revés. No obstante, si ustedes miran las condiciones sociales, un poco más lejos que la noticia económica del día, se ve que no es así: en Argentina hay desnutrición infantil, en España, que sepamos, no la hay... si no andan con cuidado, Europa, es cuestión de tiempo, y no tanto, para que re-descubran la auténtica miseria (a los amigos del norte no les digo nada, porque ya tienen una buena porción de miseria).

Vean, aquí hay una regularidad: los países que ahora estallan tienen una situación social más similar a Latinoamérica que a Europa occidental, y unos gobiernos longevos y resistentes, por no decir impermeables, a la pobreza extendida de sus poblaciones. De pronto (desde nuestra mirada desorientada), esos gobiernos dejan de ser fuertes o, mejor dicho, descubrimos que sólo eran fuertes en la medida en que nadie contestaba su autoridad. La represión cotidiana deja de ser suficiente frente a la insurrección de masas y no hay buenos reflejos políticos, ni una represión lo bastante dura, ni una salida política consensuada.

Me he cansado de escribirlo: la mayor ventaja de la democracia no es que sea un gobierno del pueblo, por el pueblo o para el pueblo (ese es el ideal proclamado, nunca la práctica efectiva), sino que es un gobierno flexible ante los bruscos cambios que propone el mundo de hoy, entre otros, ante el contagio político habilitado por las tecnologías de la comunicación e información actuales. Aunque haya vivido cuarenta años mirando su ombligo, usted sabe tan bien como yo que haber votado quince veces en la vida no lo hace dueño del poder político. Olvídese por un momento de que los gobiernos actualmente amenazados caen o pueden caer porque son menos democráticos que los “occidentales”. No. Si caen, es porque son menos flexibles.

Por supuesto, cuando algo es muy flexible aguanta más el movimiento constante. Pero también el movimiento permanente genera calor, desgasta la resistencia de la estructura, y la quiebra: prueben con un pedacito de alambre, doblándolo muchas veces, y experimenten la relajación estructural, que pare ce el nombre de un lindo tratamiento en un spa, pero es una señal de que las cosas que se mueven, terminan rompiéndose.

Y el mundo se mueve, la humanidad vibra, y vibra rápido. Además, vibra cada vez más en sintonía, en no-distancia: el caos de cualquier lado es el caos de todos lados: Egipto vibra, tiembla la frágil recuperación económica en Europa, la creación de empleo en los estados hundidos, la producción de soja en Argentina, la alimentación del ganado en China, la generación de empleos en las economías emergentes, como Egipto: Egipto vibra y la resonancia termina haciendo temblar a Egipto, ni les cuento cuando vibra Japón, que descubre que ya la economía China ha sobrepasado en importancia a la suya, o cuando vibra Norteamérica. ¿Les pinté bien el panorama? ¿Sienten esa vibración en el planeta y debajo de su propio culo? Oh sí, hermanitos, es una fuerte lluvia la que va a caer.

Si prefieren echar culpas o temer a movimientos religiosos radicales, en fin, cada uno palpita su angustia como quiere. Sólo me molestaré en señalar al respecto que también la religión ocurre en personas de nuestro mundo, y lo que digamos aquí también se les aplica. También pueden seguir buscando a Bin Laden debajo de la alfombra.

Yo ya era algo así como adulto (ahora también soy algo así, pero más redondo por la ausencia de pelo y el exceso de calorías en reserva de lípidos) cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas colgó el cartel de cerrado por quiebra y el Capitán América pasó a ser el Superman mundial. Veinte años son algo, pero no tanto, y ya la supremacía americana perdió fuelle. No quiere decir que no tengan con qué partirle la cara a unos cuantos, pero ya no están tan sólidos, hecho por el cual los republicanos le echan la culpa al actual presidente y les permite sentirse mesiánicamente elegidos para recuperar la hegemonía americana a cualquier precio (que pagaremos los demás, como de costumbre: ¿Sienten como aumenta la vibración en su traste?).

“Oiga, me dice el tipo del sentido común, que todos los imperios terminan por caerse”. De acuerdo: sólo que ahora, como la vibración es más fuerte y es casi permanente, se caen las vitrinas con los premios muy rápido. Hoy somos los primeros en poner un satélite o un astronauta en órbita, mañana pedimos crédito para comprar dos papas (patatas, no clérigos); hoy somos los primeros en llegar a la luna, mañana pedimos a China comunista (tan comunista como los países democráticos son democráticos o las naciones unidas son unidas) que nos reconozca el dinero en el cual decimos que confiamos en dios, que dios es el más grande, que dios nos ayude si China no nos ayuda.

No hay casualidad: el mundo vibra, los imperios caen. Estamos acostumbrados a pensar al mundo y los países como una aglomeración de sociedades. No es así, porque la vibración se transmite en relaciones sociales “sin distancia”, lo cual equivale a decir que la resonancia ocurre porque ocurre en una única sociedad que tiene muchas diferentes facetas y situaciones. Si a usted a veces le ocurre, por ejemplo, que le parece más cercano lo que pasa en Egipto que lo que pasa a la vuelta de su casa, no es casualidad tampoco, eso le está resonando también.

La cuestión es, por lo tanto, intentar comprender por qué el mundo vibra tanto y más que antes. Una respuesta: ¿No oyó hablar de la explosión demográfica? Somos muchos más que antes. Más productores, más consumidores, más intereses e interesados en los intereses. ¿Por qué somos más? En parte, porque lo permite la tecnología para la producción de alimentos, de bienes de consumo relativamente básicos y de elementos sanitarios. En parte, también, porque el sistema se sostiene en la constante sobreproducción de bienes y servicios que proporcionen ganancias que permitan justificar la continuidad de los negocios que produzcan crecientes ganancias (y hay crisis cuando esa situación está en duda, por no decir cuando realmente no ocurre). Y esta necesidad deriva en la necesidad de que haya más productos, más productores, más consumidores, más intereses, más interesados. Y no sólo es que todo ese montón de producción (y de producción de basura y desechos industriales) se reparta con extrema inequidad, sino que hace vibrar el mundo de todos.

La vibración creciente supone un continuo incremento de energía en el sistema (recuerden que metimos a la casi totalidad de la humanidad en una única campana social) que viene de dos lados: el trabajo de los seres humanos (que es naturaleza mediada por el esfuerzo, la inteligencia y la cultura) y la naturaleza (en forma de materias primas).

Simplificando levemente (donde “levemente” significa una cantidad extraordinaria de simplificación), la vibración debajo de nuestro culo aumenta porque una humanidad que ha engordado mucho lleva en forma constante y creciente energía de la naturaleza y de los seres humanos al sistema social. Es constante porque todo sistema social debe asegurar su propia continuidad, y es creciente porque esa es la lógica del sistema social que se ha globalizado: no puede pervivir sin crecer, sin aumentar la cantidad de energía que hace circular por sí mismo. ¿Adivinen qué? Exactamente: cuanto más rápido se mueve, es más probable que se rompa más rápido o que consuma todo aquello que puede utilizar para incrementar la energía que lo mueve: trabajo humano, petróleo, lo que sea. Al mismo tiempo, cuanto más materia prima y trabajo humano consume y subsume, más aumenta la posibilidad de que los desechos que produzca su funcionamiento obstaculicen su desarrollo: en primer lugar, aumentando los costos de producción (por el tratamiento y acarreo de montañas y cordilleras de desechos) y, en segundo lugar, empeorando y hasta interrumpiendo las condiciones de vida de los habitantes del planeta. En verdad os digo que las cucarachas van afilando las antenitas.

¿Y Egipto? ¿Qué tiene que ver eso con Egipto y sus socios en la desgracia? Economía global, demografía global. Lo económico ocurre en la escala en que se mueven las poblaciones, y ahora la demografía es global. Si nos olvidamos de las guerras mundiales y otros detalles, Europa y Norteamérica (sin México) se han dado la gran vida los últimos siglos. De hecho, no es por apuntar con el dedo, pero este sistema de más, más y más se instaló primero por allá. Por esta razón, entre otras que incluyen la hegemonía brindada por la tecnología bélica, consumen mejores productos y servicios, tienen mejores trabajos y mejores condiciones de vida cuando dejan de trabajar (siempre hablando en términos de promedio). Para conservar esa calidad de vida superior deben responder a grandes exigencias laborales y de formación profesional. Deben para esto dar gran valor a su esfuerzo y valoran el tiempo escaso en el cual no trabajan. Lo valoran para vivir con su gran capacidad de consumo... y quieren consumir. Una pequeña consecuencia es que tienden a tener hijos más tarde en sus vidas atareadas y tienden a tener menos hijos. Como resultado, su población envejece y la vejez se encarece (aunque también consume, no produce). La demografía global nos dice que si se mantienen las condiciones de vida, es porque extraen la juventud de otro lado, en forma de mano de obra. Lógicamente, entonces, la mirada del inversor se coloca en lugares con mucha población capacitada y barata (como China o India) para desarrollar emprendimientos y también para vender productos para jóvenes y adultos en actividad.

No se crean eso de que el capitalismo (cada capitalista, en realidad) quiere que haya pobres. No es así. El capitalismo detesta la miseria, porque no consume. Desgraciadamente, se ve en la obligación de buscar mano de obra barata o de aumentar la productividad para bajar los costes de producción. Como la segunda opción casi siempre tiene límites (incluso aunque exista nueva tecnología que abarata un producto, puede ser cara de implementar... o puede abaratar demasiado el producto e impedir una aceptable masa de ganancia) la mano de obra barata es casi siempre el negocio más seguro. Ahora bien, la mano de obra es más barata si la gente no puede o no sabe protestar para que mejoren sus condiciones de vida. Tenga a mano las ecuaciones: “mejores condiciones = más consumo = mano de obra más cara = menos ganancia” y “perores condiciones = mano de obra más barata = menos consumo = menos ganancia” y comprenderá el destino trágico del sistema capitalista.

En este sentido, la flexible democracia es buena amiga del capitalismo porque da cierta seguridad, pero deja de serlo si permite que la mano de obra barata deje de serlo. Como queda mal decir que si la mano de obra barata escasea debe producirse, se recurre a eufemismos, que generalmente vienen en paquete: ajuste fiscal, recorte de beneficios sociales, reformas previsionales, flexibilización laboral y muchas otras ingeniosas salidas que redundan en lo mismo. No importa que se vote al gobierno de derecha, de izquierda, verde, rojo o negro. Si es necesario, el paquete llegará a destino.

No se dejen engañar: China es el nuevo mejor amigo y la novia de todas las democracias del mundo no a pesar de no tener un gobierno democrático, sino porque no lo tiene y porque ese gobierno mantiene barata la mano de obra. Pero también en China se venden productos y la gente los consume. Y siempre habrá alguien tratando de hacer vibrar más a cientos de millones de chinos e indios con nuevos bienes y servicios... entre los que se cuentan los mismos aparatitos que permitieron la no-distancia en Egipto, Túnez y Jordania. Sí. Un tercio de la enorme población mundial, una enorme masa de población relativamente más joven y más retrasada en su consumo que en Occidente estará vibrando por consumir sin importar el sistema político que la gobierne. Cuando el sistema no le sirva, protestará. El Cairo alberga veinte millones de almas, ¿Saben cuantas viven en Shanghái? ¿Se imaginan lo que va a temblar el mundo cuando China, India, Rusia, Brasil, las grandes economías emergentes se agiten un poquito?

Yo tengo insomnio, pero ustedes duerman tranquilos. Ustedes recibirán estas líneas por internet. Sí es así, su vida, para lo que venimos hablando, es de las buenas, créanme, no importa que las cosas les parezcan difíciles. Disfruten mientras puedan. Si quieren hacer algo... enséñenles a sus hijos y nietos a nadar muy, pero muy, muy bien, y si es posible, a desarrollar agallas. Porque es una fuerte, fuerte, fuerte, es una fuerte lluvia la que va a caer.