jueves, 2 de junio de 2011

España, el mundo y la crisistunidad

“–¿Sabes papá? -dijo Lisa- Los chinos utilizan el mismo ideograma para crisis y para oportunidad.
–Siiii –responde Homero con la mirada perdida–: Crisistunidad”.

Allá por el año 2005 ya llevábamos un lustro viviendo en Getafe, muy cerca de Madrid, cuando un amigo observó que, a pesar de la aparente solidez de la economía española y el supuesto respaldo adicional que suponía ser parte de la “clase media” europea, a mediano plazo las cosas podían deteriorarse mucho. En su opinión, que en aquel momento a muchos les parecía descabellada, una suerte de profetismo quijotesco, el desempleo estaba contenido artificialmente con empleos de bajísima calidad –en forma de trabajo temporario– y las familias estaban tomando unas deudas, en particular en forma de hipoteca a largo plazo sobre viviendas híper-valuadas y consumos de lujo con crédito barato, que tarde o temprano revertirían en una incapacidad generalizada de pago. Ambas tendencias, endeudamiento con trabajo inestable, argüía, tarde o temprano se entrecruzarían. El ciclo crítico que comenzó a mediados del año 2007 tal vez vendría a darle la razón.

Tengo que admitir que mi preocupación puntual por España sería menor si no tuviera allá gente que quiero mucho, pero es que, también, las manifestaciones en Madrid o Barcelona, mientras lo permita la Escherichia Coli Mutante, tienen mucha prensa en estos días.

Alguien podría sostener que las políticas laborales y financieras españolas no podían prever semejante catástrofe. Sin embargo, eso es una tontería, pues si de algo podemos estar seguros en el capitalismo es que antes o después una crisis de expectativas de ganancias se entrecruzará con una crisis de producción y empleo y es para esas épocas de vacas flacas para las que hay que legislar cuando el ganado está rellenito. Casi lógicamente, aunque la “lógica” es en este caso ideo-lógica, la respuesta de la clase alta de los países europeos consistió en reclamar a las clases medias y bajas austeridad económica, recorte de la inversión pública, retracción del estado, a los efectos de dar aire a los absorbentes mercados de valores, que necesitan de altas expectativas de ganancia para vivir.

Insospechadamente, los países que configuran la “periferia interior” de la Europa dominante comienzan a experimentar lo que parecía una enfermedad endémica de las economías latinoamericanas en el último cuarto del siglo veinte: altas tasas de desempleo, bajas tasas de crecimiento y un acentuado problema de endeudamiento externo que limita las opciones moderadas para reducir el déficit. Y no se trata de economías que puedan caracterizarse de “atrasadas” en términos de la composición orgánica del capital ni débiles en lo que se refiere a la seguridad jurídica (bueno, más o menos).

Sí existe relación entre esta crisis y la decreciente capacidad de Europa de obtener ganancias extraordinarias del vientre de Latinoamérica u otros “viejos amigos”, es un tema para estudiar a fondo. A primera vista, sin embargo, se trata de un problema auto-infligido, en donde la fortaleza del euro actuó como la convertibilidad con el dólar y la deuda externa en la Argentina de la segunda mitad de la década de 1990, restando capacidad al estado para dirigir una política monetaria acorde con las necesidades internas, en términos de reacción adecuada ante la crisis. El problema endógeno de Europa en general y de la Europita periférica en particular es que son consumidores de gran calibre, pero productores de mediano calibre: tarde o temprano llega el atranco, porque son economías que dependen mucho de otras economías.

Ante las nuevas circunstancias de deterioro del pacto social que cubría buena parte de sus expectativas de bienestar y consumo (que en el capitalismo tardío se han convertido lamentablemente en sinónimos), los jóvenes españoles han reaccionado como lo hicieron los jóvenes franceses en su momento y como lo están haciendo los pueblos de muchos países árabes, es decir, reclamando las promesas de bienestar de la democracia formal burguesa: trabajo estable, servicios accesibles, bienes de consumo baratos, vivienda digna. No quieren la revolución social (aunque deberían, por lo menos un poquito): quieren que no se acabe la fiesta. No importan lo rojas que reluzcan algunas banderas, porque esas banderas ondean delante y arriba de un sólido y compacto enjambre de laxitud pequeñoburguesa, indignada ante lo que le ocurre en carne propia cuando no se indignaba de que le ocurriera a otros.

Sin un proletariado que se auto-reconozca como tal, pues en esta etapa del capitalismo un proletario europeo es en lo material y en lo ideológico un animal de clase media acomodado en la falsas seguridad de los servicios sociales que el estado distribuía como salario indirecto, alguna gente sale a reclamar algo extraño: pide democracia real.

Es curioso, y me permito ser un poco cínico (siempre me permito eso), ¿la democracia real recién se exige cuando caen las expectativas de calidad de vida material? ¿O sólo se descubre el carácter nominal del imperio popular cuando los bienes que se tenían o se esperaban desaparecen del horizonte? En la crisis de principios de siglo (XXI), la clase media argentina reaccionó igual, exigiendo “Que se vayan todos” los políticos que constituían la elite dirigente del país (en términos de cargos ocupados, no de poder económico, evidentemente).  Esa clase media no quería la desaparición de la injusticia social (de hecho, le molesta un poquito que los pobres sean menos pobres, que se les acerquen un poquito) pero hizo causa común con el proletariado, los peones rurales, los trotskistas revolucionarios y con cualquiera que golpeara cacerolas contra el atropello de sustraer los ahorros.

Entiéndase bien: los reclamos por derechos sociales frente al neo-neoliberalismo tienen todo mi apoyo moral (mientras no me pidan donativos en efectivo), mi comprensión y mi afecto.

Pero esta crisis mundial debería servir para otra cosa. Estoy convencido de que no será suficiente para una revolución política, pero espero que tal vez ocasione un cambio en términos de incremento de la consciencia sobre los problemas sociales del presente. En primer lugar, para que se extienda la idea de que la democracia capitalista no puede ser una democracia real: tarde o temprano las contradicciones básicas del sistema (que en este momento se revelan sobre todo en las crisis económicas) y las diferencias reales de poder colisionan con el principio de voluntad popular y los intereses dominantes harán explícita su dominación, precisamente cuando decrezca su dominio hegemónico e ideológico, tumbado por el principio de realidad económica. En segundo lugar, para que se sepa que las consignas que en su momento levantó el foro social mundial deben reeditarse, recomponerse y recordar que el problema europeo no es europeo, pues con la globalización las regiones del mundo dejan de tener problemas propios y gozan de una membrecía implícita e irrevocable en los problemas globales. En tercer lugar, para que se comprenda que el neoliberalismo no es algo bueno para algunos y malo para otros. Cuando te toca el ajuste, te toca y, si no te salvas, te aplasta. Por último, para que las utopías de consumo indiscriminado y eterno, de bienestar material, sean puestas en el banquillo de los acusados.
Es en este punto en donde quiero hoy centrar mi atención un momento. De manera que voy a puntualizar primero para desvariar después.

Mis premisas son:
  • ·        Que la democracia real que parece reclamarse, entendida como la distribución homogénea del poder social entre todos los ciudadanos, es incompatible con el capitalismo.
  • ·         Que toda defensa de los derechos ganados dentro del sistema capitalista, aunque limiten la acción del poder concentrado y habiliten cierta distribución pública de la riqueza producida socialmente,  supone a su vez una defensa del sistema capitalista.


De modo que:
·         Si el reclamo por la democracia real se limita a defender derechos ya ganados, sin avanzar en el camino de un cambio general del sistema, no se hará otra cosa que impedir el desarrollo de una tal democracia real. Ya lo decía don Zitarrosa: “Hay que dar vuelta el tiempo como la taba. El que no cambia todo... no cambia nada”.

A su vez:
·         Dado que una característica del sistema capitalista es la producción creciente de bienes y servicios en forma de mercancías para mantener la tasa de ganancia obtenida en el mercado a partir de la sustracción de plusvalía.

Y que:
·         La continuidad del sistema deriva en la continuidad de unas pautas de distribución, consumo y producción que antes o después revertirá en una nueva amenaza para los derechos defendidos.

Mi conclusión es que:
·         Toda lucha por una democracia real debe a su vez luchar por modificar un sistema que, al orientarse a la producción de mercancías obtenidas a partir de la explotación de una clase por otra, supone la cíclica retracción de los derechos sociales, la neutralización de los derechos económicos y la mercantilización hasta la extinción de los contenidos que hacen a los derechos culturales.
Y que:
·         Paradójicamente: la defensa de los derechos sociales por sí misma sólo implica la continuidad del propio sistema que periódicamente, cuando se retrae o puede retraerse la tasa de ganancia, los amenaza y debilita o anula.

En consecuencia:
·         No se trata de exigir poder para hacer lo mismo que antes, sino de aprovechar la crisis para crear algo nuevo y que supere el punto de partida.

Lo novedoso en este enfoque es:
·         Nada en lo absoluto.

¿En serio?

·         Si, en serio. Hasta aquí, prácticamente no he hecho más que reproducir las tesis marxistas decimonónicas.

¿Y cuál es el problema, oh tu, maldito comunista de mierda?

El problema es que la defensa de los derechos de las personas ya no es suficiente, porque el sistema en su desarrollo no sólo amenaza actualmente algunos aspectos de la vida de las personas, sino la posibilidad misma de continuar con un proceso civilizatorio que amenaza con volverse inviable (vean cuantas veces aparece en este artículo la palabra amenaza o algún equivalente). En el año 2008, por causas que afectaron el precio de los alimentos, el mundo vivió una crisis alimentaria. Actualmente, menos de cinco años después, estamos a las puertas de otra.

¿Y eso qué? ¡Qué se mueran los pobres!

Eso ya está ocurriendo. El problema es que el número de pobres amenazados con morirse de hambre crece continuamente en términos absolutos, porque otra de las consecuencias de este sistema de democracia nominal con la economía orientada a la producción creciente de ganancias es que estimula el crecimiento de la población mundial. En una década pasamos de seis a siete mil millones de personas (7.000.000.000) sobre este planeta, muchas de las cuales morirán de hambre mientras otras de las cuales consumen una cantidad obscena de recursos, bienes y servicios. Pronto incluso los no tan pobres verán de cerca el fantasma del hambre (y de la sed, porque el agua potable es otro recurso escaso), dejarán de consumir otras cosas y la pasaremos muy pero que muy mal.

¡Uh! Entonces, ¿qué hacemos?

Luchar por una democracia real que atienda los problemas reales de todos los seres humanos (para eso tenían que servir los derechos humanos, pucha digo, no para hacer declaraciones rimbombantes) y eso implica pensar otro mundo, en el cual el sistema no nos amenace permanentemente con declarar que el juego está por terminar.

Sí hacemos eso, ¿nos salvamos?

No es seguro, lo único seguro es que, si seguimos así, estamos jodidos de verdad.

Denos esperanza, maestro.

¿Esperanza? ¿Yo? No. Lo mío es más bien el profetismo quijotesco y el trabajo de reflexión para que entre todos podamos refundar la utopía. Acá va la frase célebre del día: “La esperanza no existe en la mente de algunos, se construye con las manos de todos”.

¿Y cuándo llegará el día de nuestra redención, maestro?

¿De qué me estás hablando? ¡Yo no sé! Ya te dije: no me ocupo de esas cosas. Pero bueno, estamos en medio de un desbarajuste importante. En una de esas, esta es nuestra crisistunidad para dar vuelta al tiempo.