Tres de la mañana. Tos seca e insomnio en consecuencia. Algo hay que hacer y ese algo, como casi siempre me pasa, es escribir. A diferencia de la mayor parte de las cosas que escribo (que son preconcebidas o extraídas de otros trabajos) no me quedan más opciones que recurrir a la inspiración repentina.
El principal obstáculo, en este caso, es que nunca he considerado válida a la inspiración como fuente de inspiración, al menos para mis procesos creativos en particular. No sé qué diablos les ocurre a los demás, pero no recuerdo haber tenido ninguna sensación asociada a la inspiración. De modo que dejo a mis dedos correr con su torpeza habitual sobre las teclas y ese mismo movimiento me recuerda los temas que no trato regularmente (ya que de los temas regulares no estoy capacitado para escribir en este momento por las razones inscriptas ut supra).
Me rasco la cabeza en distintos lugares y tomo la decisión de escribir sobre una vieja amiga y compañera de viaje (de muchos viajes) que en nuestra sociedad está cada vez más discriminada y enclaustrada, cuando no carcomida por la burla. Para peor, esa discriminación y enclaustramiento denuncian una pobreza espeluznante, y digo espeluznante porque se trata de una pobreza auto-infligida de manera inconsciente. Es la pobreza en la capacidad de las personas de generar conceptos complejos sobre el mundo.
¡Pero esperen! Ya los estoy engañando. Esta capacidad de generar conceptos tiene nombre, y acompaña a los seres humanos desde los primeros instantes de su existencia como tales, cuando dejaron de ser seres meramente sociales y se encontraron siendo seres culturales.
¿Qué amiga puede ser tan antigua que acarició al primer homo sapiens sapiens y es encargada de generar conceptos complejos en su mente? ¿Quién es? Su nombre es por todos bien conocido: se llama poesía.
He aquí mi vieja y querida hipótesis poética, jamás testeada empíricamente por experimento repetido en laboratorio: que la asociación de lo poético a lo rítmico, a lo métrico, a lo traspuesto por el lenguaje simbólico son condiciones afines pero no consustanciales al hecho poético. Esto quiere decir que algunos hechos poéticos contienen estas características, pero no todos ellos y, en realidad, quiero decir que la inmensa mayoría de los mismos no se nos presentan como acontecimientos estéticos, sino como resultados de la actividad simbólica de la vida cotidiana.
En esta hipótesis (que he confesado ya añeja), lo que define a lo poético es el concepto complejo, es decir, a aquel que no cabe en las definiciones lingüísticas proporcionadas por el lenguaje cotidiano y convencional, sino que debe ser creado explícitamente para una experiencia particular. La hipótesis extendida sostendrá que la diferencia entre poesía y prosa radica en que la primera se ocupa de la confección de conceptos complejos y la segunda de la construcción de argumentos.
Tomemos un ejemplo: el amor. El amor como concepto general cabe en un solo término (al menos en castellano) que es precisamente el término “amor”. A éste pueden caberle varias acepciones y circunstancias gramaticales pero, mientras no sea utilizado como metáfora de otro tipo de afinidad, su sentido es siempre aproximadamente el mismo. Sin embargo, en casi ningún caso el término por sí mismo alcanza para definir a un estado particular de la experiencia romántica o amatoria. Esta sería, precisamente, la tarea de la poesía: construir el concepto complejo que tenga en cuenta unas circunstancias particulares que involucran, junto con muchos otros, al concepto de amor.
La poesía construye o permite construir el concepto complejo que necesitan para comunicarse las personas con su realidad colectiva e individual, instalada en un contexto específico en el cual lo general (los conceptos generales que acepta el lenguaje convencional) resultan insuficientes para conseguir una correcta comunicación interpersonal e incluso intrapersonal. En este sentido, el hecho poético (como el discurso argumental) puede valerse de instrumentos simbólicos no-linguísticos, y combinados o no con lo verbal: un dibujo o pintura, una melodía, una obra plástica (también una serie de movimientos, gestos y expresiones puramente corporales, como en la danza o el erotismo) pueden ser o contener lo poético en tanto expresiones de búsqueda y construcción de conceptos más complejos.
Me gusta esta definición de lo poético porque, por una parte, permite enlazar muchos mundos estéticos, que en mi opinión filosófica comprenden también los fenómenos de naturaleza moral, que considero fundamentalmente estéticos y también, por otra parte, porque me permite refutar o, al menos, amonestar la idea de que es posible vivir sin poesía.
En cuanto a lo primero, nunca esconderé la mano de sociólogo que indica que en relación al hecho estético moral existen determinaciones ideológicas, éticas y políticas, pero estas determinaciones también incluyen la necesidad de crear y recrear permanentemente conceptos no-convencionales complejos. En cuanto a lo segundo, se trata de una lucha a brazo partido, quebrado y partido contra el mundo que nos rodea. No es que sea un mundo “anti-poético”. De hecho, su enorme complejidad social denuncia la necesidad de la constante rearticulación de los conceptos que componen los lenguajes y metalenguajes que lo integran, articulan y representan. Pero ciertamente es un mundo que casi deplora la presencia de lo poético como hecho lingüístico y estético y, en este aspecto, me toca defender esa rama del arte que es la poesía como regularmente se la comprende en el lenguaje y las prácticas convencionales.
La aceleración de los contenidos cotidianos se opone a la temporalidad y el trabajo necesarios para la construcción de objetos conceptual muy complejos, hasta tal punto que mucha gen te considera la lectura de material poético como un evento tedioso, pues el aprendizaje de una poética compleja, como puede ser la de un autor particular, crece en dificultad en la medida en que el poeta es más capaz de construir conceptos complejos. Lo mismo ocurre, por cierto, en otras ramas del arte, en donde la complejidad se aleja cada vez más de la cultura de masas y las industrias culturales de consumo rápido que son imperialistas, hegemónicas ¡y frágiles!
Esta serie de eventos de trash-art colonizan nuestras mentes con una facilidad pasmosa, reduciendo el material comunicativo al mínimo: no sólo se pretende reducir la existencia de conceptos complejos, recurriendo livianamente (y con muchas posibilidades de reducir su capacidad comunicativa y de aumentar su indeterminación) al concepto general convencional, al punto, por ejemplo, que la palabra “amor” cubre una gama de situaciones que involucran del encuentro erótico ocasional a la convivencia de medio siglo, del sentimiento mínimo de afinidad a una difícil relación familiar. Además, se pretende incluso reducir este concepto general al ícono mínimo que pueda representarlo, reduciendo indefinidamente la capacidad del lenguaje cotidiano para actuar como herramienta de comunicación mecánica (entre personas), para permitir apenas la comunicación orgánica (funcional a las organizaciones e instituciones, pero muy débil para un intercambio más profundo).
De aquí que las grandes críticas al estado actual de las relaciones sociales sea coincidente: sean presenciales o electrónicas, la comunicación humana está siendo en las sociedades y clases dominantes más débil, inconstante e inconsecuente. Actualmente, es posible tener quinientos amigos en las redes sociales electrónicas y pocos o ninguno en el barrio, la ciudad o el país. Lógicamente, las relaciones menos intensas tienden a ser menos complejas, y no requieren para describirse a sí mismas mucha complejidad conceptual, a tal extremo que crece socialmente el temor a esa misma complejidad.
Tal vez convendría no tener prejuicios al momento de juzgar el efecto de este proceso en el sufrimiento o el placer humanos, pero en todo caso no le está haciendo bien a la poesía como forma de arte: en vez de formar parte de la riqueza social, la poesía suele ser un bien particular (secreto y en tanto tal cosa, medianamente vergonzoso) o un bien oculto. En este último sentido, no mucha gente reconoce que cuando dice “me gusta esta canción” está valorando positivamente su calidad poética además de su calidad musical (en el caso en que preste atención y comprenda la letra, claro está).
Tampoco hay que confundirse: la poesía no necesariamente declara el sentimiento fuerte ni intenso, ni mucho menos el sentimiento correcto, bueno o bondadoso. En mi opinión, sólo configura el concepto complejo, la creación de una descripción verbal (en principio) que configure la descripción de una determinada percepción de la realidad que experimenta un participante (o una serie de participantes) en una experiencia social.
Un corolario agradable asocia mi idea a la noción de intelectualidad que tenía Antonio Gramsci: todas las personas son intelectuales, en tanto intercambian percepciones del mundo en su contexto social. En esta misma línea diré: no sólo es que todas las personas experimentan lo poético, en tanto necesitan expresiones que den materia simbólica (y no es un oxímoron) a su pensamiento cotidiano, sino también que todas las personas somos, en alguna ocasión, poetas.
Un ejemplo de esto último: en el acto de enseñar, de socializar, de integrar un niño a un conocimiento, a una creencia, a una experiencia o a una tradición, compartidos por algunas personas creamos conceptos complejos para realizar el procedimiento, incluso cuando parece que desarmamos el lenguaje ordinario para hacerlo más simple o accesible a la capacidad infantil de comprensión, también entonces hacemos poesía. También, insisto, lo hacemos cuando utilizamos la música, los gestos, la entonación, el énfasis, las imágenes y demás posibilidades asociadas al lenguaje puramente verbal que es, de todos modos y en última instancia, el mecanismo privilegiado de comunicación humana, precisamente porque es el más complejo y variado y comprende todos los sentidos en sus posibilidades descriptivas y connotativas.
Una recomendación derivada de lo anterior: no despreciar ni abandonar lo poético porque no entre fácilmente en las ofertas de los Shopping centers. Lo necesitamos para existir como seres humanos.
Quedan muchos y evidentes cabos sueltos en esta perorata no necesariamente pro-poética pero sí decididamente anti-anti-poética. Es producto de la improvisación, pero no me molesta porque en algún momento completaré los huecos con nuevos conceptos complejos. Pero es de madrugada, no dormí nada y tengo tos.