La sociología nació en el año 32541 a.C., cuando un cazador-recolector de una tribu semi-nómade del valle nordeste de Kartoun encontró a sus compañeros durmiendo una siesta mientras él se esmeraba en arrastrar el cuerpo de un animal que había cazado y, en vez de despertarlos a patadas para que lo ayudaran, se preguntó por qué no estaba, él también, durmiendo la siesta. Los hay quienes citan a Aristóteles o a Platón, a Saint-Simón o a Comte, a Durkheim o a Marx; pero no están bien informados, y sólo buscan un nombre y una fecha con prestigio europeo. No tienen idea, pobrecitos.
La sociología es, como todas las disciplinas de conocimiento y auto-conocimiento, un proceso más que un hecho, indiferente a las convenciones que tracemos sobre ella en cuanto a inicios y objetivos, fines y modalidades. Es, lamento decirlo, un camino hacia el error, hacia una interpretación de ciertos aspectos de la existencia humana en el cosmos que, simplemente, no aparecen en otros sitios o tiempos, sino simplemente donde (que es también cuando) aparecen: en Atenas y Macedonia, en Francia y Alemania, en el valle nordeste de Kartoun. Fijar nombre y fecha para esos espacio-tiempos son convenciones ligadas a la convicción y al poder (el poder de crear esas convicciones) para hacer de esas convenciones una parte reconocible de la realidad. Pero lo reconocible es fijo, estático y, en una disciplina intelectual del devenir, inmediatamente es algo falso o, en el mejor de los casos, altamente falsable.
Es un movimiento casi mágico en el cual quien define al objeto lo controla. Si pensamos en la sociología como reflexión sobre, por ejemplo, las relaciones sociales, y nos referimos para ello a Marx, estaremos optando por una pretensión de validez acerca del discurso sociológico y sus orígenes. Personalmente, la pregunta sobre el origen no me parece importante y su disolución acarrea la disolución de la ontología de la sociología. La respuesta simple a esta liquidez es taxativa: “sociología es lo que los sociólogos hacen”. Lamentablemente, la proposición completa es tautológica y revela la vacuidad de la respuesta: “sociólogo es... quien hace sociología”.
Cualquiera puede cantar, hasta los sordomudos: alcanza con recordar un poema y marcar el ritmo de los versos siguiendo los latidos del propio corazón. Por supuesto, no todo cantante es reconocido como tal: el poder sobre los nombres (los aspectos discursivamente reconocibles de algo) existe en campos sociales específicos, con reglas específicas y propias... sólo que un buen sociólogo debe reconocer estas reglas como circunstancias que no son ontológicas ni, mucho menos, deontológicas.
Decía que la sociología es un proceso más que un hecho. Si digo que es un proceso fragmentario, que nunca deja de ser más que un conjunto de parcialidades inconexas, no estaría faltando a la verdad (ni tampoco me estaría haciendo realmente presente en ella). Comunidades académicas, escuelas teóricas, pensadores ocasionales, profesionales independientes, investigadores demasiado seguros o demasiado confundidos: la sociología es una lagartija húmeda y escurridiza, la agarraremos por la cola y perderemos el resto del animalito.
Todo esto, ¿por qué? Porque nos preocupamos por la calidad de nuestra sociología, por nuestra calidad como sociólogos. Todo es vanidad: es muy difícil ser un mal sociólogo. Un anónimo cazador ya lo descubrió hace treinta mil quinientos años. En nuestra confusión, nos preguntamos si estamos actualizados (como si la estupidez presente de los otros fuera un parámetro útil para situarnos en el mundo) o si hemos leído suficiente teoría y ensayo sociológicos (como si la extensión supusiera calidad en la aplicación) o si utilizamos estrategias de investigación adecuadas (como si eso nos permitiera controlar nuestros objetos de estudio) o si hemos elegido metas de investigación relevantes (como si nuestros valores y circunstancias fueran realmente una elección).
Oído al pasar: veamos qué se cuece en los congresos de sociología. ¿Es relevante? Considerando las relaciones de poder existentes en esta fracción del campo científico, por supuesto que es relevante, porque nos permite situarnos frente a ese poder, orientando nuestra acción. Sin embargo, esto no resuelve más que eso: la posición frente a las relaciones de poder. Esta posición puede y suele ser, además, subordinada e ineficiente en términos de alteración de nuestras conductas.
¿Intento defender algo aquí? Sí. La importancia del conocimiento de la teoría sociológica, la importancia de la crítica de la teoría. Razones: si la teoría es comprendida no como un conjunto de axiomas (idea que considero perimida) sino como un entorno discursivo y un conjunto de parámetros que nos permiten construir problemas de investigación, análisis, reflexión o, incluso, de mera opinión, entonces es el espacio que realmente nos habilita para pensar sociológicamente: los datos empíricos, la construcción de objetos de análisis, no serán sociológicos si no hay un vínculo con alguna teoría.
En este aspecto, “estar al día” en sociología significará, ni más ni menos, ser capaces de derivar y cotejar nuestro discurso constructivo e investigativo con los discursos sociológicos de alcance más general para una materia social determinada, y sin olvidar que la teoría se vincula con la escala de observación que no “elige” fenómenos como objetos de estudio, sino que los construye.
Usted, estimada persona dedicada a la sociología, elija la manera de “estar al día”: sí le interesa su posición de poder dentro del campo (algo que no recomiendo descuidar) tenga alguna idea de los últimos grandes éxitos editoriales en la materia y apréndase la lista de los diez temas más tratados en los grandes congresos de sociología en el mundo mundial y en el mundillo local. Sí, además, le interesa la calidad de su producción como intelectual e investigador, no olvide revisar su equipaje teórico, su caja de herramientas para pensar y construir el cosmos. Tenga claridad para escoger teorías que lo convenzan y para criticar aquellas que no lo hagan. Sí elige esta segunda opción, no olvide ser creativo, porque no hay cosa más triste que el “pensador” que no piensa nada nuevo, que no se atreve a rechazar la corriente dominante. Es cierto que el tema de la escuela de Frankfurt “Teoría tradicional vs. Teoría crítica” se paladea en estas líneas. Es cierto. Le pido capacidad crítica pero, atención, también le pido que preste atención a la función integradora, a esa que hará que, en algún momento, aparezca una teoría general capaz de comprender los aspectos de las grandes teorías precedentes. No todos, por supuesto, no sin preferencias y tristes abandonos. Por ejemplo, en lo personal me duele abandonar antiguas queridas categorías y premisas. Con otras muchas, con toda seguridad, no he sido lo bastante crítico o lo bastante tenaz.
Me he impuesto un límite severo de dos páginas en el formato que utilizo ahora. En consecuencia, nos vemos la próxima.