Sendero de Dioses (un juego teológico-práctico en el fin de los tiempos)
A) Fin del sendero
Anota Borges un detalle onírico en el cual los dioses regresan de su largo exilio. La alegría es sucedida por el desencanto (un desencanto casi literalmente weberiano): los dioses han cedido al bestialismo, el símbolo animal que los cubría los había dominado, privándolos de la palabra. ¡Cómo no habría este Borges ya ciego considerarlos menos que animales! Crepúsculo de los Dioses, Ragnarök, explica, “De pronto había revólveres en el sueño” y los dioses son borrados para terminar la alegoría. El editor considera la pieza magistral. No considero útil oponerme.
Recuerdo que el relato nombra a Toth y dejo correr eso que llaman la libre asociación de ideas (siendo que una idea “libre” reniega de su condición de idea, pues la idea es siempre una relación, nos queda pensar que las asociaciones son libres, lo cual implica una idéntica antinomia: Freud sabía bien que la libre asociación era el camino para encontrar las conexiones inconscientes).
Los egipcios conocieron dioses chacales y perros y grullas, dioses bueyes, dioses atrozmente antropomorfos en toda su extensión: la tremenda Nut que cubría el universo en su abrazo cósmico tenía rostro, pecho y pubis de mujer. También para los griegos Nix abrazó al Caos para dar comienzo a todas las cosas de las que se cuentan historias. Pero los egipcios renegaron de las deidades más antiguas: la solitaria madre universal, el oso, la omnímoda existencia. Poco sabía Borges de estos dioses que resucitan Robert Graves y la paleo-antropología, y por eso su sueño no incluía esos Ragnaröks más primitivos y, quizá, elementales y circulares.
La Vara de Moisés y la Hégira y la Cruz pueden parecer más resistentes que los ídolos de piedra pero, sí lo son, aún no lo han probado. Mientras tanto, el sueño de Borges se replica. Vivimos en un mundo en el que todo caduca día a día, para que nuevas mercancías lo reemplacen para ser reemplazadas a su vez. Me pregunto con Durkheim: ¿Puede considerarse sagrada a cualquier entidad que sea efímera por su propia naturaleza? No demos respuestas taxativas todavía: la mercancía puede carecer de eternidad, de vulnerabilidad, pero el mercado es eterno y sagrado. Pero ahora vemos un mundo que duda de este dios seductor y su hijo dorado Don Dinero (análogo al Cupido de Afrodita). Esta duda inscribe su marca, todavía débil, en esta crónica del fin de los tiempos.
El asesinato brutal de lo sagrado no sólo borra lo que es oscuro en la mente, lo que es creencia pura, o pura sensación de creencia: el exterminio de lo sagrado nos devuelve al imperio del Caos porque sólo que sabemos sagrado más allá de toda duda permanece. ¿Son sagrados los acuerdos comerciales? ¿Las promesas de paz? ¿Los derechos humanos? ¿La mera (inmensa y frágil) vida de cada humano? ¿Hay realmente un límite que nadie esté dispuesto a traspasar? La humanidad global no tiene freno porque no reconoce un límite ético (no moral, ético) para la acción. Y, si lo reconoce, ha hecho lo que nunca debe hacerse con lo sagrado: lo ha puesto más allá de las fronteras de la vida humana, donde todo carece de auténtico sentido. Es adorar a dioses que no han creado el mundo, que no lo han conocido, que nunca llegarán.
B) En la ruta
Imagen de nuestra actualidad: espacios inconstantes de lo sagrado. Camino a la ciudad de Baradero, entre publicidades y campos y desvíos, es fácil ver un templo discontinuo, un no-lugar que es todo el espacio. Santuarios rojos de cintas, latas, candiles, chapas y efigies rojas del “Gauchito Gil” me impresionaron vivamente, pero no supe definir la sensación.
Gente que sabe más que yo de esto[1] me aproximó al secreto: El templo se extendía por toda la planicie de la ruta, el templo era la ruta y la ruta misma protegía a sus constantes peregrinos de sus propios peligros: la niebla, la calzada resbaladiza, el sueño traicionero, el alcohol, la mera estupidez. Un templo auto-referente, donde el miedo y la esperanza no visten dos trajes distintos. A cada tramo el templo recuerda la promesa de salvación y la amenaza de destrucción, lo cual es signo de divinidad, porque todo dios que se precie es lo bastante maquiavélico como para saber que ser amado de nada sirve sin ser temido (y por eso los dioses que son “puro amor” necesitan de diablos y demonios que ellos mismos, seguramente por amor, han creado antes que comenzara el tiempo).
He visto tramos de la Ruta de Santiago marcado por el signo de la diosa del mar. No pise Compostela, he soñado con la “Santa Compaña” a la sombra del monte Abantos y a la vera de “El Escorial”. Comprendo que lo sagrado no siempre se localiza fácilmente, sabe ocultarse, sabe hablar profanamente a los ateos de fútbol y política exterior norteamericana, sabe ser mero humano, carente de sentido filosófico y buen sentido estético, pero no carente de sentido. Retomo mi pregunta, mientras camino por el valle de las sombras donde no temeré. ¿Dónde están los Dioses?
C) Nuevo Sendero
Ya “Nuevo Sendero” remite a mesianismo barato y a intento de fraude teológico. En este mundo que carece cada día más de auténtica fe, florecen las promesas. No menos de cuatro “nuevas iglesias” rodean mi barrio, alternándose con lupanares y ferreterías. Todas prometen que dejaremos de sufrir si aceptamos no se sabe bien qué precio. Tenemos una pista: lo sagrado es el espacio en el que no sufrimos, porque esa es la promesa, el precio es el camino, la negación de la ayuda trascendental es la amenaza. Un tiempo en donde lo sagrado es puramente individual y egoísta, ¡Justo lo que el mundo necesita! Hasta la solidaridad es egoísta, ya que es caridad orientada a la auto-satisfacción, la auto-absolución de los pecados (que son precisamente las violaciones al Tabú, la vulneración del espacio sagrado).
Es una falsa trascendencia la que nos lleve de vuelta a nosotros mismos. Si el Tabú puede romperse para después recomponerse con un ritual de renuncia y entrega (pues es simbólico a menos que nos deje en una auténtica pobreza y necesidad) no es, en última instancia, una consecuencia práctica del espíritu del Tótem. Porque el Tótem, bien considerado, es el espacio de integración con los demás integrantes de la comunidad, no un espacio de integración personal y de experiencia y excusa individual. Un falso camino es, entonces. Por aquí los dioses no pueden retornar.
D) Se solicitan con suma urgencia... Creadores de dioses
Hace poco soñé que moría asfixiado (tengo una insistente congestión nasal que explica el hecho). El fin del sueño (la muerte), era menos angustiante que la asfixia en sí. Traduzco: la ausencia de certezas y de espacios sagrados es más tolerable que la sensación de que van desapareciendo, como los puntos rojos de los santuarios desaparecen uno a uno en la ruta de la vida. ¿Llegará el siguiente templo que confirme la fe o nos encontraremos con la angustia de creer que tal vez pasamos ante el último santuario sin pedir la protección correspondiente?
Puede ocurrir. Hemos matado a los dioses. Si pudieron realmente morir, es porque se lo merecían: ya no eran cabalmente necesarios. Pero librarnos de unos dioses caducos no nos libera de la necesidad de tener espacios en donde el discernimiento sea claro (ahora, en dónde incluso ha llegado el fin del fin de las ideologías, el fin del fin de la historia, el fin del fin del trabajo, el fin (en fin) del pensamiento único. Todo espacio sagrado, todo tótem, todo tabú, pasado un tiempo terminará siendo una trampa de la que habrá que soltarse como sea, pero vivir sin ese espacio es difícil y, mientras persistan los males del mundo, serán necesarios para orientar una acción eficaz. El más arcaico brujo estaría equivocado en un cien por cien en sus creencias, pero al menos sabía exactamente lo que creía que hacía. Si no sabemos siquiera lo que creemos que hacemos, ¿cómo justificamos por qué lo hacemos? Y ya vemos, los dioses inventados por otros y los dioses asignados por otros, no nos sirven. Éstos van por caminos sin comienzo, que parecen seguir adelante sólo por la virtud de la ceguera y la inercia, es esperar que arranque el tren hasta que la desesperación nos trae la sensación de movimiento.
Dudemos, si queremos, de los dioses que nosotros mismos creamos. Pero dudemos más todavía de los dioses creados por otros, o creados por la desesperación. Vamos por un camino en donde no vemos santuarios; crearlos, puede ser entretenido.
¿Esperabas respuestas claras? ¿Sobre este tema? ¿En estas condiciones? ¡Por favor! Este sendero es un juego y ha sido hecho para ser abrumado y destruido por tu razón, lector, por tu sapiencia, por tu buena fortuna.
A) Fin del sendero
Anota Borges un detalle onírico en el cual los dioses regresan de su largo exilio. La alegría es sucedida por el desencanto (un desencanto casi literalmente weberiano): los dioses han cedido al bestialismo, el símbolo animal que los cubría los había dominado, privándolos de la palabra. ¡Cómo no habría este Borges ya ciego considerarlos menos que animales! Crepúsculo de los Dioses, Ragnarök, explica, “De pronto había revólveres en el sueño” y los dioses son borrados para terminar la alegoría. El editor considera la pieza magistral. No considero útil oponerme.
Recuerdo que el relato nombra a Toth y dejo correr eso que llaman la libre asociación de ideas (siendo que una idea “libre” reniega de su condición de idea, pues la idea es siempre una relación, nos queda pensar que las asociaciones son libres, lo cual implica una idéntica antinomia: Freud sabía bien que la libre asociación era el camino para encontrar las conexiones inconscientes).
Los egipcios conocieron dioses chacales y perros y grullas, dioses bueyes, dioses atrozmente antropomorfos en toda su extensión: la tremenda Nut que cubría el universo en su abrazo cósmico tenía rostro, pecho y pubis de mujer. También para los griegos Nix abrazó al Caos para dar comienzo a todas las cosas de las que se cuentan historias. Pero los egipcios renegaron de las deidades más antiguas: la solitaria madre universal, el oso, la omnímoda existencia. Poco sabía Borges de estos dioses que resucitan Robert Graves y la paleo-antropología, y por eso su sueño no incluía esos Ragnaröks más primitivos y, quizá, elementales y circulares.
La Vara de Moisés y la Hégira y la Cruz pueden parecer más resistentes que los ídolos de piedra pero, sí lo son, aún no lo han probado. Mientras tanto, el sueño de Borges se replica. Vivimos en un mundo en el que todo caduca día a día, para que nuevas mercancías lo reemplacen para ser reemplazadas a su vez. Me pregunto con Durkheim: ¿Puede considerarse sagrada a cualquier entidad que sea efímera por su propia naturaleza? No demos respuestas taxativas todavía: la mercancía puede carecer de eternidad, de vulnerabilidad, pero el mercado es eterno y sagrado. Pero ahora vemos un mundo que duda de este dios seductor y su hijo dorado Don Dinero (análogo al Cupido de Afrodita). Esta duda inscribe su marca, todavía débil, en esta crónica del fin de los tiempos.
El asesinato brutal de lo sagrado no sólo borra lo que es oscuro en la mente, lo que es creencia pura, o pura sensación de creencia: el exterminio de lo sagrado nos devuelve al imperio del Caos porque sólo que sabemos sagrado más allá de toda duda permanece. ¿Son sagrados los acuerdos comerciales? ¿Las promesas de paz? ¿Los derechos humanos? ¿La mera (inmensa y frágil) vida de cada humano? ¿Hay realmente un límite que nadie esté dispuesto a traspasar? La humanidad global no tiene freno porque no reconoce un límite ético (no moral, ético) para la acción. Y, si lo reconoce, ha hecho lo que nunca debe hacerse con lo sagrado: lo ha puesto más allá de las fronteras de la vida humana, donde todo carece de auténtico sentido. Es adorar a dioses que no han creado el mundo, que no lo han conocido, que nunca llegarán.
B) En la ruta
Imagen de nuestra actualidad: espacios inconstantes de lo sagrado. Camino a la ciudad de Baradero, entre publicidades y campos y desvíos, es fácil ver un templo discontinuo, un no-lugar que es todo el espacio. Santuarios rojos de cintas, latas, candiles, chapas y efigies rojas del “Gauchito Gil” me impresionaron vivamente, pero no supe definir la sensación.
Gente que sabe más que yo de esto[1] me aproximó al secreto: El templo se extendía por toda la planicie de la ruta, el templo era la ruta y la ruta misma protegía a sus constantes peregrinos de sus propios peligros: la niebla, la calzada resbaladiza, el sueño traicionero, el alcohol, la mera estupidez. Un templo auto-referente, donde el miedo y la esperanza no visten dos trajes distintos. A cada tramo el templo recuerda la promesa de salvación y la amenaza de destrucción, lo cual es signo de divinidad, porque todo dios que se precie es lo bastante maquiavélico como para saber que ser amado de nada sirve sin ser temido (y por eso los dioses que son “puro amor” necesitan de diablos y demonios que ellos mismos, seguramente por amor, han creado antes que comenzara el tiempo).
He visto tramos de la Ruta de Santiago marcado por el signo de la diosa del mar. No pise Compostela, he soñado con la “Santa Compaña” a la sombra del monte Abantos y a la vera de “El Escorial”. Comprendo que lo sagrado no siempre se localiza fácilmente, sabe ocultarse, sabe hablar profanamente a los ateos de fútbol y política exterior norteamericana, sabe ser mero humano, carente de sentido filosófico y buen sentido estético, pero no carente de sentido. Retomo mi pregunta, mientras camino por el valle de las sombras donde no temeré. ¿Dónde están los Dioses?
C) Nuevo Sendero
Ya “Nuevo Sendero” remite a mesianismo barato y a intento de fraude teológico. En este mundo que carece cada día más de auténtica fe, florecen las promesas. No menos de cuatro “nuevas iglesias” rodean mi barrio, alternándose con lupanares y ferreterías. Todas prometen que dejaremos de sufrir si aceptamos no se sabe bien qué precio. Tenemos una pista: lo sagrado es el espacio en el que no sufrimos, porque esa es la promesa, el precio es el camino, la negación de la ayuda trascendental es la amenaza. Un tiempo en donde lo sagrado es puramente individual y egoísta, ¡Justo lo que el mundo necesita! Hasta la solidaridad es egoísta, ya que es caridad orientada a la auto-satisfacción, la auto-absolución de los pecados (que son precisamente las violaciones al Tabú, la vulneración del espacio sagrado).
Es una falsa trascendencia la que nos lleve de vuelta a nosotros mismos. Si el Tabú puede romperse para después recomponerse con un ritual de renuncia y entrega (pues es simbólico a menos que nos deje en una auténtica pobreza y necesidad) no es, en última instancia, una consecuencia práctica del espíritu del Tótem. Porque el Tótem, bien considerado, es el espacio de integración con los demás integrantes de la comunidad, no un espacio de integración personal y de experiencia y excusa individual. Un falso camino es, entonces. Por aquí los dioses no pueden retornar.
D) Se solicitan con suma urgencia... Creadores de dioses
Hace poco soñé que moría asfixiado (tengo una insistente congestión nasal que explica el hecho). El fin del sueño (la muerte), era menos angustiante que la asfixia en sí. Traduzco: la ausencia de certezas y de espacios sagrados es más tolerable que la sensación de que van desapareciendo, como los puntos rojos de los santuarios desaparecen uno a uno en la ruta de la vida. ¿Llegará el siguiente templo que confirme la fe o nos encontraremos con la angustia de creer que tal vez pasamos ante el último santuario sin pedir la protección correspondiente?
Puede ocurrir. Hemos matado a los dioses. Si pudieron realmente morir, es porque se lo merecían: ya no eran cabalmente necesarios. Pero librarnos de unos dioses caducos no nos libera de la necesidad de tener espacios en donde el discernimiento sea claro (ahora, en dónde incluso ha llegado el fin del fin de las ideologías, el fin del fin de la historia, el fin del fin del trabajo, el fin (en fin) del pensamiento único. Todo espacio sagrado, todo tótem, todo tabú, pasado un tiempo terminará siendo una trampa de la que habrá que soltarse como sea, pero vivir sin ese espacio es difícil y, mientras persistan los males del mundo, serán necesarios para orientar una acción eficaz. El más arcaico brujo estaría equivocado en un cien por cien en sus creencias, pero al menos sabía exactamente lo que creía que hacía. Si no sabemos siquiera lo que creemos que hacemos, ¿cómo justificamos por qué lo hacemos? Y ya vemos, los dioses inventados por otros y los dioses asignados por otros, no nos sirven. Éstos van por caminos sin comienzo, que parecen seguir adelante sólo por la virtud de la ceguera y la inercia, es esperar que arranque el tren hasta que la desesperación nos trae la sensación de movimiento.
Dudemos, si queremos, de los dioses que nosotros mismos creamos. Pero dudemos más todavía de los dioses creados por otros, o creados por la desesperación. Vamos por un camino en donde no vemos santuarios; crearlos, puede ser entretenido.
¿Esperabas respuestas claras? ¿Sobre este tema? ¿En estas condiciones? ¡Por favor! Este sendero es un juego y ha sido hecho para ser abrumado y destruido por tu razón, lector, por tu sapiencia, por tu buena fortuna.
[1] El colega G. Duperré, que llenó el camino con la liquidez de Bauman. El tema merece una atención mayor, y menos liviana.