La primera mirada que se le echa a la edición castellana de “La política y el estado moderno” [Península. Barcelona, 1971] no deja de causar cierta insatisfacción. Es fragmentaria la edición, es fragmentaria la indicación de los temas y es fragmentaria también, finalmente, la exposición de las ideas. La mayor parte de los tópicos quedan irresueltos y la obra en su conjunto parece condenada a la discontinuidad. La conciencia de las condiciones en que dichas notas fueran producidas no disuelve cabalmente esa sensación.
¿Cuál es, entonces, la utilidad de éstas páginas de Gramsci?
Fundamentalmente, que ofrecen unas líneas generales de investigación (a partir de algunas inteligentes intuiciones sociológicas) para encarar los problemas planteados por las necesarias vinculaciones históricas efectivas entre la estructura económica de la sociedad y los aspectos súper-estructurales de la misma. Y lo hacen, además, con la dificultad añadida de despejar las sospechas de mecanicismo dogmático atribuidas a la concepción marxista de la sociedad, sin contradecir, por su parte, las condiciones analíticas impuestas por el materialismo dialéctico.
Caso arquetípico, como sus interlocutores Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg o el propio Marx, del “intelectual comprometido”, Gramsci nos permite acceder también al problema complejo del papel social de los intelectuales, de su ideología, de sus discursos entendidos como campo de batalla de conflictos sociales irresueltos. Parágrafo tras parágrafo estos apuntes nos permiten bosquejar también el ambiente social y político en el que Gramsci ejercitaba su oficio intelectual, dándonos claves acerca de su propio pensamiento tanto como de las dificultades implicadas en la tarea de traducir su discurso a las condiciones políticas y sociales del lector: lo que para la lectura de otros autores es metodológicamente deseable, es para la de éste una imposición constante de la propia des-estructuración de su lenguaje. Leer a Gramsci sin intermediarios es siempre, necesariamente, reconstruirlo. Como muchos grandes autores, se rescribe en cada lector.
Algunos de los problemas planteados por él no sólo continúan vigentes, sino que permanecen en el terreno de la polémica, irresueltos para la teoría sociológica y política: los constantes cambios políticos, la hegemonía ideológica (que Gramsci descubre en toda su dimensión social) y la derrota de la teoría social crítica explican parcialmente esta irresolución. Por ello tampoco está de más volver a repasar esas anotaciones que no son siempre la expresión de un pensamiento, sino más bien glosas a lo que todavía se está pensando.
Con Gramsci las formas relegadas a la superestructura (estado, religión, derecho, filosofía, etc.) encuentran su sitio sociológico en la teoría marxista de la sociedad o, dicho de otra forma, con él se articulan las vinculaciones históricas efectivas entre los diferentes actores sociales. Consciente o no de este problema, Gramsci capta la insuficiencia analítica de una teoría demasiado general de la sociedad, y pasa a ocuparse de sus fenómenos inmediatos. No lo hace, sin embargo, por intentar superar intelectualmente a sus predecesores y contemporáneos en el campo académico, sino porque es él mismo un actor principal de las luchas políticas de su tiempo-espacio. Pensador revolucionario, obedece a la necesidad de superar los escollos que se le presentan como tal. De este modo, el análisis de la política y el estado, de las correlaciones de fuerza históricamente presentes, de la burocracia y de los mecanismos de la lucha son material de estudio y de realización personal. De aquí la constante presencia del léxico militar en sus escritos.
La lucha de clases se aleja en Gramsci del aspecto meramente económico sin escindirse de él y alcanza al Estado (en el doble aspecto de “conjunto de instituciones burocráticas” y de “Forma de la sociedad”) sin desprenderse, no obstante, de su componente clasista. En su intento por comprender el mecanismo de la política en el capitalismo, Gramsci descubre también, siquiera intuitivamente, la importancia de percibir las mutaciones inherentes a esta formación social, enriqueciendo decisivamente el análisis de la teoría sociológica y anticipando el estudio de las modificaciones internas del modo de producción capitalista.
El continuo tono de polémica de sus ideas, que no ayuda en todo momento al lector a situarse, delata a su vez la continua presencia de antinomias, de problemas no solo irresueltos, sino también, muchas veces, indefinidos. La obra presente de Gramsci invita así constantemente al lector a completarla, lo cual supone numerosos riesgos y multiplica geométricamente la divergencia en las interpretaciones posibles de cada aspecto tratado por ella.
Con la necesidad de tener presente estas circunstancias, puede esbozarse la siguiente enumeración de aportaciones del pensamiento de Gramsci para la comprensión de las vinculaciones históricas efectivas:
1) El análisis del estado en función de la lucha de clase, componiendo la importancia de: a) los partidos políticos; b) su organización interna; c) el carácter de su dirigencia y de la composición de sus fuerzas vivas; d) el despliegue del poder político e ideológico del estado mediante la escolarización, la propaganda, la dominación militar; e) las formas efectivas del enfrentamiento político: totalitarismo, democracia formal, corporativismo y parlamentarismo; y f) la relación entre las burocracias públicas, las organizaciones privadas y el sistema general de articulación política y económica.
2) El análisis de la dimensión política de las crisis, comprendiendo al distinción de las crisis coyunturales, debidas a cambios no fundamentales en la estructura económica conjugada con cambios de mayor o menor importancia en la esfera política, de las crisis orgánicas, que suponen la progresiva superación de un bloque histórico hasta la consolidación de uno nuevo. En el análisis de estas crisis, además, debe destacarse el acento puesto en sus mecanismos históricos de resolución, el pasaje de la hegemonía ideológica a la dominación coactiva y viceversa, el re-posicionamiento de las fuerzas sociales y la eclosión de fenómenos políticos de transición, como el cesarismo.
3) El análisis del papel social de los intelectuales orgánicos como constructores de hegemonía, de control ideológico y de la dimensión ideológica de un bloque histórica, significada por las expresiones más abstractas de concepciones diferentes del mundo (la filosofía, la religión, etc.) hasta sus expresiones más cotidianas (el folclore y el “sentido común”).
4) El análisis distintivo de la organización de las clases en partidos, en función del papel social objetivo de éstas (dominantes o subalternas; principales o secundarias), en función de la dirección de su praxis (transformadora, conservadora o revolucionaria).
5) La observación de la lucha política efectiva desde el punto de vista del enfrentamiento social, que adopta una constante oscilación entre el momento político y el militar.
6) La apreciación de problemas lingüísticos ligados a la conservación de los modos pretéritos de pensamiento y al uso ideológico del lenguaje.
7) La correlación dialéctica de los momentos internos y externos de la política nacional.
8) El despliegue inicial de una teoría sociológica más completa acerca del despliegue tecnológico.
9) Persiste una preocupación constante por aspectos filosóficos fundamentales del sustrato teórico que acompaña la evolución de su pensamiento.
Estos números, por supuesto, están muy lejos de agotar la descripción cualitativa y cuantitativa de la obra de Gramsci, y ciertamente no hacen justicia tampoco a la profundidad de las relaciones que se establecen entre sus correspondientes elementos. Pretenden tan sólo ubicarnos en la dimensión de un autor incapacitado por las circunstancias políticas para desplegar todas sus posibilidades de investigación y exposición pero que, pese a ello, ha sido capaz de legarnos una sustanciosa composición transformadora e innovadora, con una coherencia bastante lograda respecto de las bases teóricas y filosóficas del marxismo.
Por otra parte, el repaso de estas problemáticas, más o menos desarrolladas y profundizadas, permite recomponer parcialmente todo un universo de circunstancias que la crítica del pensamiento marxista ha intentado constantemente destacar como falencias de este cuerpo teórico (siempre ideológico, siempre, también, político, como nos revela el propio análisis de Gramsci): el presunto olvido del análisis del estado, de las circunstancias de la vida política, de las formas de gobierno, del derecho como categoría general y como práctica institucional. Gramsci nunca hubiera podido olvidar estos aspectos: él hizo del estado un actor social teóricamente comprensible para la concepción materialista-histórica de la sociedad, de la vida política hizo toda su vida, y sufrió como pocos el peso de una forma de gobierno y de un derecho que lo condenó a la prisión e intentó condenarlo al silencio.
Como intelectual, pero también como actor social, Gramsci despejó las dudas acerca de las preocupaciones marxistas por los aspectos súper-estructurales. Aún sin librarse totalmente de los prejuicios inherentes a su propia ideología y a su ética, ha conseguido trascender, a menudo veladamente, es cierto, en el pensamiento de muchos intelectuales que siguieron sus pasos en el camino de la interpretación de los fenómenos sociales efectivos.