Sistema, sistematización, sistema social: una aproximación aproximada a su sentido y existencia
Una de las palabras más utilizadas en ciencias sociales es “sistema”. En algunas teorías y autores, es una expresión central y su correcta definición y aplicación aparece como una preocupación constante y casi obsesiva. Por otro lado, sorprendentemente (o no tanto) hay teorías y autores en donde “sistema” aparece como un sinónimo general de “organización” y en donde “sistema social” se comprende como equivalente elegante de “sociedad”.
Sería agotador y, como digo muchas veces en estos casos, probablemente inútil intentar comprender las razones históricas o filosóficas de estas diferencias, aunque sean tan importantes y mucho más agotador e inútil intentar dar una respuesta “definitiva” a esta cuestión. En las ciencias sociales hay infinidad de “arenas de combate”, “Zonas de lucha”, mentales, ideológicas, científicas. Pero hay muy pocos vencidos, y casi nunca hay un claro vencedor. Como decía Max Planck, no es que triunfe una teoría, sino que los defensores de las teorías rivales se van muriendo, y a veces no llegan otros para reemplazarlos.
Si extendemos nuestra mirada filosóficamente (otra palabra que se usa mucho sin que sea demasiado definida), veremos con claridad que esta cuestión acerca del “sistema” se extiende no sólo a todas las ciencias sociales, sino a todas las ciencias y campos científico-tecnológicos. Cómo casi siempre hay alguien que se ocupa de intentar comprender estos usos y costumbres, existen “teorías generales de sistemas”, es decir, discursos filosóficos o científicos que adoptan la forma de libros y en donde se intenta clarificar y definir “correctamente” de qué se trata cuando se habla de “sistemas”.
Sin embargo, la aplicación de la palabra es tan amplia que a pesar de muchas graves y eruditas definiciones, responder a la pregunta: “¿Qué quiere decir “exactamente” la palabra sistema?”, suele ser tan fácil como responder a la pregunta: “¿Cuál es el sentido de la existencia?”. Y el problema se va al infinito cuando vemos los problemas filosóficos que existen para definir “sentido” o “existencia”. Por eso el título de este artículo es una broma un poco cruel.
A pesar de todo, la palabra sistema persiste e insiste en aparecer en nuestros discursos sin que nadie nos detenga a cada rato a preguntarnos: “Cuándo usted habla de sistema social, ¿Qué quiere decir?, ¿Qué la sociedad es algo naturalmente organizado o que tenemos una organización mental o discursiva para crear ese espacio que llamamos sociedad humana?”. Lo hemos comprobado en la práctica, esta pregunta casi nunca aparece, porque hablar de “sistema social” parece ser naturalmente lógico (aunque ya sabíamos que lo social no es natural). Y acaso que la pregunta no aparezca sea lo mejor, porque la respuesta más honesta sea probablemente: “Las dos cosas, y es posible que ninguna”.
Sí se mira con algo de cuidado el universo de discursos en el cual se utiliza la palabra “sistema”, a pesar de los gruesos volúmenes escritos para intentar “resolver” el problema, veremos que este uso a la vez constante e impreciso se repite. Al mismo tiempo, veremos que si tomamos dos elementos cualesquiera del universo, reales o materiales, imaginarios o abstractos, y conseguimos articularlos en una expresión lingüística que parezca tener sentido, tendremos allí un sistema o, al menos, un comienzo para la comprensión de un sistema.
Por ejemplo, si tenemos la palabra “tranquilidad” y la palabra “tigre”, podemos articular incontables sistemas, a partir de innumerables ideas que vinculen ambos conceptos: “la tranquilidad del tigre cuando acecha a su presa es aterradora”, “ver al tigre enjaulado me da tranquilidad”, “Tranquilidad y Tigre, en castellano, comienzan con la misma letra”, son todas expresiones con sentido muy diferente y, para comprenderlas, las situamos en contextos discursivos: viendo un documental en televisión, visitando un zoológico o explicando el abecedario serían contextos posibles para cada una de las expresiones anteriores, respectivamente. Nadie diría, por otra parte, que la tranquilidad y el tigre forman un sistema inseparable o único: la palabra tranquilidad se asocia de hecho y en potencia con infinidad de otras cosas, situaciones o procesos que no tienen que ver con tigres, y que incluso entrarían en contradicción con éstos: “La tranquilidad de esta isla es maravillosa” es una expresión con sentido que no necesita para nada de un tigre o de otra palabra que comience con la letra “T”. Por otra parte, “La tranquilidad de esta isla es maravillosa, lástima que alguien soltó un tigre en ella”, expresa dos ideas unidas, dos “sistemas”: 1) la isla que es maravillosamente tranquila y 2) la isla que ha dejado de serlo por la presencia del tigre, porque 3) este tigre niega la tranquilidad de aquella isla. Sin embargo, en la tercera proposición el conjunto tiene nuevamente sentido, el relato es lógico: la tranquilidad existente y la tranquilidad negada por el tigre se expresan razonablemente, podemos entender el relato con facilidad.
Parece que el “sistema tranquilidad-tigre” insistiera en volver a expresarse, pero no niega la existencia de todos los demás sistemas que existen en el universo. De la misma manera, cuando hablamos de “sistema tierra-luna” para explicar, por ejemplo, el tránsito de las mareas en nuestro planeta, un eclipse o una película vieja de ciencia-ficción, no estamos negando el “sistema solar”, el “sistema galáctico” ni el “sistema atómico”. Simplemente, estamos concentrando nuestra atención en un aspecto de la realidad, en donde las relaciones que construimos intelectualmente construyen el sistema. El sistema tierra-luna, actualmente, tiene un sentido muy diferente al mismo sistema entendido en la antigüedad, en donde las relaciones “técnicas” entre ambos espacios eran muy diferentes, por ejemplo, si se pensaba en una tierra plana y a la luna como un dios en un carro.
Si nos descuidamos y nos perdemos en estas cuestiones, veremos que el concepto de sistema confunde más de lo que aclara. No obstante, persisten su importancia y utilidad. Para dar alguna respuesta, podríamos decir que esta importancia y la utilidad tienen como base la necesidad de establecer relaciones entre conceptos y, también, contextos en los cuales las relaciones tengan sentido. Esos son los auténticos “sistemas”: las relaciones que establecemos entre cosas (que pueden ser a su vez sistemas”) y los contextos en los cuales las relaciones se establecen y actúan. El “sistema” es un concepto confuso y difícil de definir porque es las dos cosas a la vez: las relaciones que se postulan, y los contextos de las relaciones que se analizan.
Pudiera parecer que esto es una singularidad del concepto, pero pasa con innumerables cosas, si se las mira con atención: política, religión, música, y muchísimos otros vocablos expresan esta misma dualidad, sólo que “sistema” tiene un uso muy general y extendido, y podemos hablar de “sistema político”, “sistema religioso” o “sistema musical” sin ningún problema. No lo dudemos, si tanta gente inteligente (y tantísimos idiotas con licencia) usan la palabra sistema, para algo debe servir: algo expresa, algo comunica, algo nos permite hacer. Si yo tengo una teoría que, como sistema de ideas, sugiere que las cosas son “sistemas de átomos”, puedo hacer cosas que no puedo hacer si mi teoría dice que las cosas son “sistemas de caramelos”. La primera idea parece más “cierta” e inteligente, y nos permite hacer cosas, como construir centrales de energía nuclear, radio-isótopos para tratamientos médicos (y bombas termonucleares), algo que la “teoría de los caramelos” nunca podría hacer.
Wittgenstein nos decía que los límites de nuestro lenguaje (nuestro lenguaje es un sistema) son los límites de nuestro mundo, porque lo que no puede ser identificado por el lenguaje, no puede ser interpretado, concebido, entendido y, en última instancia, no podemos interactuar con eso de manera constante y metódica. Más ampliamente, nosotros diríamos que los límites de nuestro universo son los sistemas (relaciones-contextos) que tenemos para comprenderlo. Pero la noción de límite e interacción nos acercó un elemento fundamental que, asociado al concepto de sistema, explica la utilidad de éste.
Este elemento es el “método”, la manera “sistemática” con la cual interactuamos con la realidad, el orden y la forma que le imponemos (a través de nuestros sistemas) para obtener de ella lo que queremos, necesitamos o podemos. “Método científico” y “Sistema científico” no son sinónimos, ni mucho menos, pero están perpetuamente vinculados. El sistema organiza nuestra interpretación de la realidad, pero sólo el método nos asegura una interacción organizada con ella.
De esta manera, si nuestras teorías sociológicas no nos presentan relaciones-contextos útiles, no podremos tener un método para estudiar la sociedad, identificar sus “problemas” (a través de nuestros sistemas éticos o morales) e inventar soluciones. Es por eso que puede sostenerse que los “métodos” para investigar no están tan lejos de las “teorías”. Lo que vincula al método y al sistema es, fundamentalmente, la capacidad de organizar la información (para conseguirla y para procesarla, es decir, para convertirla en “dato útil”). En una palabra, el sistema nos permite sistematizar nuestro conocimiento. Por eso el positivismo ortodoxo consideraba que las teorías eran en sí mismas sistemas de postulados, axiomas y corolarios. Con más amplitud, supondremos aquí que, al menos en las ciencias sociales, las teorías son discursos que presentan relaciones-contextos para pensar la realidad social, que nos permiten sistematizar y organizar su estudio.
Tenemos entonces que pensar en función de sistemas tiene una utilidad práctica inmediata: La sistematización de nuestras ideas acerca de la realidad. Por eso libros fundamentales en sociología que tratan del método sociológico como Las reglas del método sociológico de Emilio Durkheim, verbigracia, son también obras fundamentales de teoría y pensamiento sociológicos: el método es cómo pensar lo que se piensa de la manera más adecuada que sea posible, en el contexto de un sistema que, históricamente, terminará por ser negado y cambiado por el ejercicio del propio método que postula. Es triste, pero las teorías científicas, si son científicas, son sistemas suicidas: crean las condiciones para su propia anulación. Claro, que una nueva teoría de la relación entre la tierra y la luna rechace las creencias y los postulados precedentes, no significa que la tierra y la luna cambien “realmente”, aunque finalmente cambie lo que podamos hacer con esa relación. Con la teoría de que la tierra es plana y la luna es un queso gruyere no se nos ocurriría hacer un cohete para alunizar en el queso. Para eso hizo falta una teoría más compleja y sofisticada, que explicara el sistema de los movimientos de la luna y la tierra, que permitiera calcular distancias, velocidades, masas (gravitatorias, no de confitería) y otras muchas variables.
Y aquí tenemos una de las cosas más terribles vinculadas a la idea de “sistema”, la sensación de que una cosa es el “sistema real” y otra cosa es el “sistema ideal” que se utiliza para comprender el sistema real, nuestra peligrosa pregunta del principio: ¿La sociedad es algo naturalmente organizado o tenemos una organización mental o discursiva para crear ese espacio que llamamos sociedad humana?”. Con su insidiosa respuesta: “Las dos cosas, y es posible que ninguna”.
Para intentar resolver esta situación (y otros problemas de los cuáles no trataremos aquí), quienes hablan de las teorías generales de los sistemas eligen hacer esta distinción: Por un lado, tenemos los sistemas ideales o conceptuales (que vendrían a ser los que nosotros creamos para entender la realidad y que tienen reglas internas que nosotros les imponemos: las matemáticas, la gramática, la filosofía, la ciencia –y sus teorías para cada campo–); Por otro lado, tenemos los sistemas reales, que están allí con independencia de que los pensemos o no y que funcionan con reglas y estructuras internas que podemos conocer o ignorar. Existen campos intermedios, por supuesto, como el tecnológico, donde los sistemas reales (las radios, las computadoras, los automóviles) son creaciones en toda regla. Pero son también sistemas totalmente reales, porque funcionan en la realidad y no sólo en espacios ideales abstractos (aquí hay otra manera “fácil” de definir un “sistema”, en especial a un “sistema real”: un sistema es toda aquella entidad que hace algo, cualquier cosa, pero hace algo).
Pero, ¿Qué pasa con la sociedad humana? ¿Es o no es un sistema? Respondamos: La sociedad (cada sociedad en particular) hace algo en la realidad. ¿Sería el mundo lo mismo sin sociedades humanas? No, no sería lo mismo. Entonces la sociedad (cada sociedad) es un sistema real al cual intentamos comprender y sistematizar con la ayuda de sistemas conceptuales. Por esa razón, a cada sistema real le pueden corresponder varios sistemas ideales o ninguno (aunque en este último caso, no sabríamos de su existencia, lo cual no constituye obstáculo alguno para dicha existencia, por otra parte). Los sistemas reales e ideales no son conjuntos idénticos, ni con equivalencias constantes entre sus elementos.
Particularmente, a esos sistemas reales que son las sociedades humanas (claro, porque, además, es una definición amplia de muchas organizaciones humanas muy diferentes entre sí) les corresponden muchas teorías explicativas, muchos sistemas conceptuales. Si alguien les dijo que la cuestión era sencilla, en nuestra opinión se equivocó o les mintió (seguramente para dejarlos tranquilos por problemas sin solución o para evitar cuestiones molestas). ¿Hay más problemas? Muchísimos: cada sociedad humana tiene internamente muchos contextos y relaciones, sistemas (reales y conceptuales) dentro de sistemas.
¿Podemos hacer algo para reducir la complejidad? No demasiado, en realidad, salvo enfrentar esa complejidad con coraje, prudencia, paciencia e inteligencia. Si ustedes, queridos lectores, no son gente preocupada por la ciencia y sus problemas, créanme si les digo que muchas veces a los científicos nos gustaría volver a creer que la luna está hecha de queso. Pero, por otra parte, la dificultad y la complejidad hace que cada tema científico sea amplio y divertido (los biólogos no entenderán que sea divertido pasarse el día haciendo dibujitos extraños para discutir sobre partículas cuánticas, ni los físicos teóricos entenderán que sea divertido desmenuzar y estudiar el sistema reproductivo de las ranas, pero cada uno se divierte con lo suyo). Además, cada uno tiene la posibilidad de “descubrir” o “hacer” algo bueno para el mundo, lo cual es estimulante.
Cuantos más problemas haya en los sistemas reales que nos afectan (y las sociedades humanas tienen problemas para todos los gustos) más estimulante es para el sociólogo su ocupación (si se acuerda de vez en cuando para qué estudio sociología). Como en todo, existen desacuerdos y conflictos, colisiones entre diferentes soluciones propuestas, pero, insisto, nadie dijo que la cosa era sencilla.
Una de las palabras más utilizadas en ciencias sociales es “sistema”. En algunas teorías y autores, es una expresión central y su correcta definición y aplicación aparece como una preocupación constante y casi obsesiva. Por otro lado, sorprendentemente (o no tanto) hay teorías y autores en donde “sistema” aparece como un sinónimo general de “organización” y en donde “sistema social” se comprende como equivalente elegante de “sociedad”.
Sería agotador y, como digo muchas veces en estos casos, probablemente inútil intentar comprender las razones históricas o filosóficas de estas diferencias, aunque sean tan importantes y mucho más agotador e inútil intentar dar una respuesta “definitiva” a esta cuestión. En las ciencias sociales hay infinidad de “arenas de combate”, “Zonas de lucha”, mentales, ideológicas, científicas. Pero hay muy pocos vencidos, y casi nunca hay un claro vencedor. Como decía Max Planck, no es que triunfe una teoría, sino que los defensores de las teorías rivales se van muriendo, y a veces no llegan otros para reemplazarlos.
Si extendemos nuestra mirada filosóficamente (otra palabra que se usa mucho sin que sea demasiado definida), veremos con claridad que esta cuestión acerca del “sistema” se extiende no sólo a todas las ciencias sociales, sino a todas las ciencias y campos científico-tecnológicos. Cómo casi siempre hay alguien que se ocupa de intentar comprender estos usos y costumbres, existen “teorías generales de sistemas”, es decir, discursos filosóficos o científicos que adoptan la forma de libros y en donde se intenta clarificar y definir “correctamente” de qué se trata cuando se habla de “sistemas”.
Sin embargo, la aplicación de la palabra es tan amplia que a pesar de muchas graves y eruditas definiciones, responder a la pregunta: “¿Qué quiere decir “exactamente” la palabra sistema?”, suele ser tan fácil como responder a la pregunta: “¿Cuál es el sentido de la existencia?”. Y el problema se va al infinito cuando vemos los problemas filosóficos que existen para definir “sentido” o “existencia”. Por eso el título de este artículo es una broma un poco cruel.
A pesar de todo, la palabra sistema persiste e insiste en aparecer en nuestros discursos sin que nadie nos detenga a cada rato a preguntarnos: “Cuándo usted habla de sistema social, ¿Qué quiere decir?, ¿Qué la sociedad es algo naturalmente organizado o que tenemos una organización mental o discursiva para crear ese espacio que llamamos sociedad humana?”. Lo hemos comprobado en la práctica, esta pregunta casi nunca aparece, porque hablar de “sistema social” parece ser naturalmente lógico (aunque ya sabíamos que lo social no es natural). Y acaso que la pregunta no aparezca sea lo mejor, porque la respuesta más honesta sea probablemente: “Las dos cosas, y es posible que ninguna”.
Sí se mira con algo de cuidado el universo de discursos en el cual se utiliza la palabra “sistema”, a pesar de los gruesos volúmenes escritos para intentar “resolver” el problema, veremos que este uso a la vez constante e impreciso se repite. Al mismo tiempo, veremos que si tomamos dos elementos cualesquiera del universo, reales o materiales, imaginarios o abstractos, y conseguimos articularlos en una expresión lingüística que parezca tener sentido, tendremos allí un sistema o, al menos, un comienzo para la comprensión de un sistema.
Por ejemplo, si tenemos la palabra “tranquilidad” y la palabra “tigre”, podemos articular incontables sistemas, a partir de innumerables ideas que vinculen ambos conceptos: “la tranquilidad del tigre cuando acecha a su presa es aterradora”, “ver al tigre enjaulado me da tranquilidad”, “Tranquilidad y Tigre, en castellano, comienzan con la misma letra”, son todas expresiones con sentido muy diferente y, para comprenderlas, las situamos en contextos discursivos: viendo un documental en televisión, visitando un zoológico o explicando el abecedario serían contextos posibles para cada una de las expresiones anteriores, respectivamente. Nadie diría, por otra parte, que la tranquilidad y el tigre forman un sistema inseparable o único: la palabra tranquilidad se asocia de hecho y en potencia con infinidad de otras cosas, situaciones o procesos que no tienen que ver con tigres, y que incluso entrarían en contradicción con éstos: “La tranquilidad de esta isla es maravillosa” es una expresión con sentido que no necesita para nada de un tigre o de otra palabra que comience con la letra “T”. Por otra parte, “La tranquilidad de esta isla es maravillosa, lástima que alguien soltó un tigre en ella”, expresa dos ideas unidas, dos “sistemas”: 1) la isla que es maravillosamente tranquila y 2) la isla que ha dejado de serlo por la presencia del tigre, porque 3) este tigre niega la tranquilidad de aquella isla. Sin embargo, en la tercera proposición el conjunto tiene nuevamente sentido, el relato es lógico: la tranquilidad existente y la tranquilidad negada por el tigre se expresan razonablemente, podemos entender el relato con facilidad.
Parece que el “sistema tranquilidad-tigre” insistiera en volver a expresarse, pero no niega la existencia de todos los demás sistemas que existen en el universo. De la misma manera, cuando hablamos de “sistema tierra-luna” para explicar, por ejemplo, el tránsito de las mareas en nuestro planeta, un eclipse o una película vieja de ciencia-ficción, no estamos negando el “sistema solar”, el “sistema galáctico” ni el “sistema atómico”. Simplemente, estamos concentrando nuestra atención en un aspecto de la realidad, en donde las relaciones que construimos intelectualmente construyen el sistema. El sistema tierra-luna, actualmente, tiene un sentido muy diferente al mismo sistema entendido en la antigüedad, en donde las relaciones “técnicas” entre ambos espacios eran muy diferentes, por ejemplo, si se pensaba en una tierra plana y a la luna como un dios en un carro.
Si nos descuidamos y nos perdemos en estas cuestiones, veremos que el concepto de sistema confunde más de lo que aclara. No obstante, persisten su importancia y utilidad. Para dar alguna respuesta, podríamos decir que esta importancia y la utilidad tienen como base la necesidad de establecer relaciones entre conceptos y, también, contextos en los cuales las relaciones tengan sentido. Esos son los auténticos “sistemas”: las relaciones que establecemos entre cosas (que pueden ser a su vez sistemas”) y los contextos en los cuales las relaciones se establecen y actúan. El “sistema” es un concepto confuso y difícil de definir porque es las dos cosas a la vez: las relaciones que se postulan, y los contextos de las relaciones que se analizan.
Pudiera parecer que esto es una singularidad del concepto, pero pasa con innumerables cosas, si se las mira con atención: política, religión, música, y muchísimos otros vocablos expresan esta misma dualidad, sólo que “sistema” tiene un uso muy general y extendido, y podemos hablar de “sistema político”, “sistema religioso” o “sistema musical” sin ningún problema. No lo dudemos, si tanta gente inteligente (y tantísimos idiotas con licencia) usan la palabra sistema, para algo debe servir: algo expresa, algo comunica, algo nos permite hacer. Si yo tengo una teoría que, como sistema de ideas, sugiere que las cosas son “sistemas de átomos”, puedo hacer cosas que no puedo hacer si mi teoría dice que las cosas son “sistemas de caramelos”. La primera idea parece más “cierta” e inteligente, y nos permite hacer cosas, como construir centrales de energía nuclear, radio-isótopos para tratamientos médicos (y bombas termonucleares), algo que la “teoría de los caramelos” nunca podría hacer.
Wittgenstein nos decía que los límites de nuestro lenguaje (nuestro lenguaje es un sistema) son los límites de nuestro mundo, porque lo que no puede ser identificado por el lenguaje, no puede ser interpretado, concebido, entendido y, en última instancia, no podemos interactuar con eso de manera constante y metódica. Más ampliamente, nosotros diríamos que los límites de nuestro universo son los sistemas (relaciones-contextos) que tenemos para comprenderlo. Pero la noción de límite e interacción nos acercó un elemento fundamental que, asociado al concepto de sistema, explica la utilidad de éste.
Este elemento es el “método”, la manera “sistemática” con la cual interactuamos con la realidad, el orden y la forma que le imponemos (a través de nuestros sistemas) para obtener de ella lo que queremos, necesitamos o podemos. “Método científico” y “Sistema científico” no son sinónimos, ni mucho menos, pero están perpetuamente vinculados. El sistema organiza nuestra interpretación de la realidad, pero sólo el método nos asegura una interacción organizada con ella.
De esta manera, si nuestras teorías sociológicas no nos presentan relaciones-contextos útiles, no podremos tener un método para estudiar la sociedad, identificar sus “problemas” (a través de nuestros sistemas éticos o morales) e inventar soluciones. Es por eso que puede sostenerse que los “métodos” para investigar no están tan lejos de las “teorías”. Lo que vincula al método y al sistema es, fundamentalmente, la capacidad de organizar la información (para conseguirla y para procesarla, es decir, para convertirla en “dato útil”). En una palabra, el sistema nos permite sistematizar nuestro conocimiento. Por eso el positivismo ortodoxo consideraba que las teorías eran en sí mismas sistemas de postulados, axiomas y corolarios. Con más amplitud, supondremos aquí que, al menos en las ciencias sociales, las teorías son discursos que presentan relaciones-contextos para pensar la realidad social, que nos permiten sistematizar y organizar su estudio.
Tenemos entonces que pensar en función de sistemas tiene una utilidad práctica inmediata: La sistematización de nuestras ideas acerca de la realidad. Por eso libros fundamentales en sociología que tratan del método sociológico como Las reglas del método sociológico de Emilio Durkheim, verbigracia, son también obras fundamentales de teoría y pensamiento sociológicos: el método es cómo pensar lo que se piensa de la manera más adecuada que sea posible, en el contexto de un sistema que, históricamente, terminará por ser negado y cambiado por el ejercicio del propio método que postula. Es triste, pero las teorías científicas, si son científicas, son sistemas suicidas: crean las condiciones para su propia anulación. Claro, que una nueva teoría de la relación entre la tierra y la luna rechace las creencias y los postulados precedentes, no significa que la tierra y la luna cambien “realmente”, aunque finalmente cambie lo que podamos hacer con esa relación. Con la teoría de que la tierra es plana y la luna es un queso gruyere no se nos ocurriría hacer un cohete para alunizar en el queso. Para eso hizo falta una teoría más compleja y sofisticada, que explicara el sistema de los movimientos de la luna y la tierra, que permitiera calcular distancias, velocidades, masas (gravitatorias, no de confitería) y otras muchas variables.
Y aquí tenemos una de las cosas más terribles vinculadas a la idea de “sistema”, la sensación de que una cosa es el “sistema real” y otra cosa es el “sistema ideal” que se utiliza para comprender el sistema real, nuestra peligrosa pregunta del principio: ¿La sociedad es algo naturalmente organizado o tenemos una organización mental o discursiva para crear ese espacio que llamamos sociedad humana?”. Con su insidiosa respuesta: “Las dos cosas, y es posible que ninguna”.
Para intentar resolver esta situación (y otros problemas de los cuáles no trataremos aquí), quienes hablan de las teorías generales de los sistemas eligen hacer esta distinción: Por un lado, tenemos los sistemas ideales o conceptuales (que vendrían a ser los que nosotros creamos para entender la realidad y que tienen reglas internas que nosotros les imponemos: las matemáticas, la gramática, la filosofía, la ciencia –y sus teorías para cada campo–); Por otro lado, tenemos los sistemas reales, que están allí con independencia de que los pensemos o no y que funcionan con reglas y estructuras internas que podemos conocer o ignorar. Existen campos intermedios, por supuesto, como el tecnológico, donde los sistemas reales (las radios, las computadoras, los automóviles) son creaciones en toda regla. Pero son también sistemas totalmente reales, porque funcionan en la realidad y no sólo en espacios ideales abstractos (aquí hay otra manera “fácil” de definir un “sistema”, en especial a un “sistema real”: un sistema es toda aquella entidad que hace algo, cualquier cosa, pero hace algo).
Pero, ¿Qué pasa con la sociedad humana? ¿Es o no es un sistema? Respondamos: La sociedad (cada sociedad en particular) hace algo en la realidad. ¿Sería el mundo lo mismo sin sociedades humanas? No, no sería lo mismo. Entonces la sociedad (cada sociedad) es un sistema real al cual intentamos comprender y sistematizar con la ayuda de sistemas conceptuales. Por esa razón, a cada sistema real le pueden corresponder varios sistemas ideales o ninguno (aunque en este último caso, no sabríamos de su existencia, lo cual no constituye obstáculo alguno para dicha existencia, por otra parte). Los sistemas reales e ideales no son conjuntos idénticos, ni con equivalencias constantes entre sus elementos.
Particularmente, a esos sistemas reales que son las sociedades humanas (claro, porque, además, es una definición amplia de muchas organizaciones humanas muy diferentes entre sí) les corresponden muchas teorías explicativas, muchos sistemas conceptuales. Si alguien les dijo que la cuestión era sencilla, en nuestra opinión se equivocó o les mintió (seguramente para dejarlos tranquilos por problemas sin solución o para evitar cuestiones molestas). ¿Hay más problemas? Muchísimos: cada sociedad humana tiene internamente muchos contextos y relaciones, sistemas (reales y conceptuales) dentro de sistemas.
¿Podemos hacer algo para reducir la complejidad? No demasiado, en realidad, salvo enfrentar esa complejidad con coraje, prudencia, paciencia e inteligencia. Si ustedes, queridos lectores, no son gente preocupada por la ciencia y sus problemas, créanme si les digo que muchas veces a los científicos nos gustaría volver a creer que la luna está hecha de queso. Pero, por otra parte, la dificultad y la complejidad hace que cada tema científico sea amplio y divertido (los biólogos no entenderán que sea divertido pasarse el día haciendo dibujitos extraños para discutir sobre partículas cuánticas, ni los físicos teóricos entenderán que sea divertido desmenuzar y estudiar el sistema reproductivo de las ranas, pero cada uno se divierte con lo suyo). Además, cada uno tiene la posibilidad de “descubrir” o “hacer” algo bueno para el mundo, lo cual es estimulante.
Cuantos más problemas haya en los sistemas reales que nos afectan (y las sociedades humanas tienen problemas para todos los gustos) más estimulante es para el sociólogo su ocupación (si se acuerda de vez en cuando para qué estudio sociología). Como en todo, existen desacuerdos y conflictos, colisiones entre diferentes soluciones propuestas, pero, insisto, nadie dijo que la cosa era sencilla.
En la segunda parte de este artículo: "Ese maldito tema: una solución que nos trae nuevos problemas"